miércoles, 25 de julio de 2018

Una soledad demasiado ruidosa


Una soledad demasiado ruidosa
Bohumil Hrabal

Cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos.

Todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo.

Te conduce más allá de sí mismo.

Hace treinta y cinco años que me dedico a envolver libros y papel viejo, vivo en un país que sabe leer y escribir desde quince generaciones atrás, vivo en un antiguo reino donde siempre ha persistido la costumbre y la obsesión de atiborrarse pacientemente la cabeza con ideas e imágenes que aportan un goce indescriptible y un dolor más grande aún, vivo envuelto entre personas dispuestas a dar incluso la vida por un paquete de ideas bien prensadas.

Bebo para que el texto me despierte, para que la lectura me produzca escalofríos, y es que comparto la opinión de Hegel de que una persona noble no es necesariamente un aristócrata, ni un criminal un asesino.

Los libros me han enseñado, y de ellos he aprendido que el cielo no es humano en absoluto y que un hombre que piensa tampoco lo es, no porque no quiera sino porque va contra el sentido común.

Cuando me sumerjo en la lectura, estoy en otra parte, dentro del texto, me despierto sorprendido y reconozco con culpa que efectivamente vuelvo de un sueño, del más bello de los mundos, del corazón mismo de la verdad.

Libros de los cuales espero que por la noche me expliquen algo sobre mí mismo, algo que todavía desconozco.

Lo que hacía más profunda mi humillación eran los guantes de colores: yo siempre había trabajado con las manos desnudas para poder sentir el tacto del papel con los dedos, en cambio aquí nadie deseaba tener esa extraordinaria experiencia que es palpar libros y papel viejo;

Se acabarían las pequeñas alegrías y sorpresas cotidianas que llegaban a mi madriguera en forma de hallazgos insólitos, se acabarían los viejos prensadores como yo, cultos a pesar de sí mismos, se acabarían nuestras bibliotecas privadas y nuestras esperanzas de alcanzar algún día un cambio cualitativo; ésta era otra mentalidad…

Mis vacaciones se evaporaban en el trabajo atrasado

Durante estos treinta y cinco años, he experimentado el complejo de Sísifo que tan bien describió el señor Sartre y aún mejor el señor Camus; cuantos más paquetes se llevan más papel llega, y así siempre, hasta el infinito;

Riendo a mandíbula batiente

Para decirlo con las bellas palabras de un existencialista católico.

Me quedé meditando sobre el destino y sus advertencias

Pienso que el cuerpo humano es como un reloj de arena, lo que está abajo está arriba, y viceversa, son dos triángulos comunicantes, el sello del rey Salomón, la media entre la obra de juventud y el punto culminante de la sabiduría de toda la vida, El cantar de los cantares y El Eclesiastés, la vanidad de las vanidades.

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...