domingo, 11 de diciembre de 2022

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores


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Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella nada que me estaba aguardando, me hubiesen augurado lo que iba a ocurrir. De pronto fue el silencio. Un silencio drástico que, al principio, todavía me resistía a aceptar como algo real. Después surgió el bloqueo. Fin de la confianza mutua, fin de la comunicación constante, fin de su voz (siempre cálida y confidencial) y, por supuesto, fin de aquella compañía entrañable que durante siete años jamás se había interrumpido aunque tuviese que atravesar el espacio burlando mares, ríos, ciudades y dudas.

 

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La vida está llena de falsas verdades.

 

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Fue entonces cuando más cerca estuve de ella. De hecho nada nos cautiva tanto ni nos mantiene tan próximos a los seres queridos como esa lucha forzosa contra los elementos que amenazan con destruir nuestras esperanzas.

 

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Un discurrir sin relieves.

 

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Su fanatismo floral.

 

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La vida está plagada de escondites.

 

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Todos escondemos algo —me dijo en cierta ocasión Rodolfo Liaño—. Probablemente ésa es la razón por la que, a veces, los humanos nos sentimos tan distanciados los unos de los otros».

 

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Hablar no suponía para ellos ningún esfuerzo, antes al contrario, las palabras surgían desnudas de ficciones, y acaso enriquecidas por los acontecimientos que se habían producido tras el nacimiento del niño.

 

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Uno sólo se divierte cuando la vida nos presenta una novedad. Sin embargo, en el instante en que esa novedad se convierte en rutina el aburrimiento reaparece.

 

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Discutir es siempre un desvío del amor propio

 

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En aquellos momentos las aguas eran tranquilas y nada hacía prever que la vida iba a torcerse del modo que se torció, ni que los destinos, tan claramente definidos, podían truncarse de la noche a la mañana. Tampoco era posible imaginar que la juventud de Dula iba a troncharse un año más tarde cuando diera a luz aquel hijo que tanto deseaba.

 

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Entonces todo eso era pura lejanía, pura nada. Nadie estaba facultado para pensar que el tiempo iba a echarse encima para aplastarnos del modo que lo ha hecho. Y que el futuro que nos esperaba iba a confabularse para separarme de mi hijo de una forma tan drástica. Lo cierto es que aquella noche transcurrió sin que surgiera nada especial que dejara al desnudo la trampa que el destino nos estaba tendiendo.

 

2

Las complicidades, incluso cuando no se planean ni se prevén racionalmente, acaban siempre por descubrirse y en algunos casos lesionan al cómplice inocente.

 

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Silencios chirriantes.

 

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«Debo vigilar un poco más mis franquezas».

 

3

La franqueza no hiere cuando no intenta herir.

 

4

Mil veces he pensado que son precisamente las frases que jamás suenan y las aclaraciones que nunca aclararon nada, lo que más recordamos a lo largo de nuestra vida. Incluso ahora, después de seis años, podría repetir al pie de la letra todo lo que quisimos decir pero que no dijimos.

 

4

Así es el tiempo: implacable. No tiene topes, ni detentaciones, ni se rige por los deseos o las aspiraciones. El tiempo únicamente sabe amenazar y fingir que alienta la esperanza. Sin embargo, mientras la alienta, la va devorando.

 

5

Cuando los acontecimientos que espero alcanzan cierta envergadura, generalmente acumulo reservas para que, cuando lleguen, no pulsen demasiado las cuerdas de mi emotividad. No importa que eso que va a ocurrir todavía no haya ocurrido. Lo esencial es estar preparado para cuando ocurra.

 

5

Nadie cree de verdad que nuestras flaquezas nos van a inducir a caer en las trampas que podamos encontrar en el camino. Todo el mundo piensa que, por encima de las atracciones humanas, campea nuestro sentido del deber.

 

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La ausencia viene a ser una muerte pequeña.

 

5

Había tantas muertes a lo largo de la vida. Envejecer, cambiar los hábitos, dejar de soñar, renunciar, perder contactos que consideramos esenciales; el secreto consistía en no dejarse vencer, en mantener la lucha. Y callar. Eso era quizá lo esencial. No caer en la tentación de «explicar a nadie» esas muertes miniatura que se cruzaban en el camino.

 

5

Así era la muerte. Un cerrojo bloqueado por una llave extraviada. Un lugar infranqueable que yo nunca podría traspasar.

 

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Insultos dictatoriales.

Theodor Kallifatides; Otra vida por vivir

  


I

Finalmente había hecho caso al consejo de mi hija, que desde muy pequeña montaba a caballo: «Papá, si el caballo te tira, lo que tienes que hacer es montarte en él de nuevo tan rápido como puedas».

 

I

Esa vulgaridad no me representaba.

 

I

Como artista eres lo que eres mientras eres. Luego no eres nada.

 

I

Como artista tienes el deber, tú más que cualquier otra persona, de dar hoy lo que diste ayer.

 

I

Se tiene que ser en extremo insensible para no emocionarse. Aquellas personas eran nuestros mejores amigos. Se entregaban a nuestras palabras, abrían su corazón y su mente a cualquier cosa que tuviéramos que decir, la absorbían como la tierra seca absorbe la lluvia.

 

I

Habría escrito por la sencilla razón de que no tenía otra forma de existir a los ojos de los demás, ni a los míos.

 

I

La literatura había dado forma a mi vida casi tanto como las condiciones políticas y económicas de mi época.

 

I

Nos gusta presumir de que nuestros sentimientos son auténticos. Con frecuencia lo son. Pero con la misma frecuencia son una puesta en escena de un gran director: el arte que nos rodea, los libros que hemos leído, los cuentos que nos contaban cuando éramos niños. La mitología sobre el primer amor, el primer beso o el primer gol permean a nuestros sueños y a nuestras esperanzas y finalmente dan forma a nuestras reacciones.

 

I

Y sabes que quizá hayas vivido una vida equivocada. Pero nada puedes hacer. Solo esperar el momento en que la vida que vives cobre más presencia que la vida que no viviste.

 

I

Me acercaba para darle las buenas noches y ella me miraba distraída, como si no se acordara de mí.

 

I

A veces la vida no toma en cuenta nuestros quereres.

I

Mi esposa va por ese mismo camino. Ahora, a sus setenta años, vive con mayor despreocupación y disfruta de la vida diez veces más que cuando era joven.

 

I

La tristeza necesita compañía, la alegría es más bien autosuficiente.

 

I

En días benditos todo es escritura, y en días malditos nada lo es.

 

I

Luego el texto moría de una especie de asfixia.

 

I

La pobreza no solo se veía. Se olía.

 

I

«Hedor a humanidad», habría dicho Kostakis si viviera.

 

II

Hemos estado casados durante cuarenta y seis años, pero no somos una pareja simbiótica. Ambos hemos querido siempre nuestra independencia. Y la hemos tenido. Mientras los dos trabajábamos, no hubo problema. Tampoco lo hubo cuando Gunilla se jubiló antes de cumplir los sesenta. Yo continué yendo a mi guarida de lobo todas las mañanas. A lo largo de diecisiete años hizo con su día lo que quiso, tenía la casa y el periódico matutino en exclusiva para ella. De ahora en adelante, sin embargo, estaríamos el día entero juntos en casa. Vi que le había dado un poco de miedo, iba y venía a la cocina, y fingía no verme. Yo tampoco me sentía cómodo. A esas horas estaba siempre en el trabajo, escribiendo.

 

II

Las acciones son visibles. Mueves una silla de lugar en una habitación, y la habitación cambia. Mi abuela no era periodista, ni filósofa, pero solía decir que «las palabras no tienen huesos, pero los rompen». Sabía lo que casi todo el mundo sabe: que una palabra puede hacer más daño que el cuchillo más filoso. Decir algo es hacer algo.

 

II

Comprobé que Gunilla todavía era bella, pese a haber cumplido los setenta años.

 

II

Acaso existe un misterio mayor en este mundo que el de sentirte atraído por una única cara toda la vida?

 

II

La casa se había puesto en venta y por qué razón. Con frecuencia la razón era el divorcio o la vejez.

 

II

Con procesos democráticos puede imponerse tanto la dictadura como la tiranía.

 

II

Siempre una frontera natural: el Otro. En todo lo que digas, en todo lo que hagas, has de tener en cuenta al Otro.Naturalmente que puedes ignorarlo, pero eso tiene sus consecuencias. Una de las más comunes es la hostilidad, el odio y, en algún momento, incluso la guerra. 

 

II

El Otro ha de ser el límite natural y el lindero de nuestros actos y nuestras palabras. No haces cambiar a un cristiano presentándole a un Cristo homosexual. Ni un musulmán deja de creer en Mahoma porque tú se lo presentes como un diablo enloquecido. Más bien, al contrario. El cristiano se vuelve más cristiano, y el musulmán más musulmán.

 

II

La muerte no te privará de nada, has probado ya todos los placeres. Has visto a tu mujer parir a tus hijos. A tu hijo convertirse en un hombre y a tu hija en una mujer. Has visto al cerezo de tu jardín crecer, a las olas del mar pulir los cantos, a las serpientes enredarse una al lado de la otra. ¿Qué más puede ofrecerte ya este mundo? Bebe tu vino, date la bendición y cierra los ojos. Y si mueres esta noche, nada cambiará ni nada perderás».

 

II

Ya había en mi corazón un pequeño cementerio de seres queridos ahora ausentes.

 

II

La emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras, tu lengua.

 

II

«Vuelve, tenemos todavía muchos paseos por dar», me dijo en una ocasión, cuando ya no éramos amantes sino algo más valioso. Simplemente buenos amigos.

 

II

La conclusión es que las personas envejecemos y que es mejor envejecer trabajando.

 

III

Le gustaba salir al balcón y ver y oír el despertar de la ciudad. Esa era la hora de la poesía. El alba. El amanecer. El resto del día era para los prosistas.

 

sábado, 10 de diciembre de 2022

Haruki Murakami; Tony Takitani



Tampoco tenía amigos a quienes consultar las cosas o a quienes poder abrirles el corazón.

 

Relato

En cuanto se encontraban y resolvían el asunto que los ocupaba, ya no tenían nada más que decirse.

 

Relato

Sin embargo, había algo en ella que golpeó con violencia el corazón de Tony Takitani.

 

Relato

se sintió atraído por su modo de vestir. A él no le interesaba demasiado la ropa y apenas se fijaba en cómo iban vestidas las mujeres; sin embargo, se quedó profundamente admirado al ver cómo aquella chica sabía llevar la ropa. Incluso puede decirse que lo conmovió. Había muchas mujeres que vestían con buen gusto. Muchas que iban más elegantes que ella. Pero el caso de aquella chica era diferente. Vestía con tanta naturalidad, con tanta gracia, que parecía un pájaro envuelto en un aire especial, como si se dispusiera a alzar el vuelo hacia otro mundo. Nunca había visto a alguien que llevara la ropa con tanta alegría. Y a su vez la ropa, al envolverla, cobraba una nueva vida.

 

Relato

Hablaban y hablaban, como si estuvieran llenando algún vacío

 

Relato

Al despertarse por la mañana, lo primero que hacía era buscar a su mujer con la mirada.

 

Elena Poniatowska; Querido Diego, te abraza Quiela


 

15 de noviembre de 1921

Yo acepto que no lo hagan por mí misma, después de todo, sin ti soy bien poca cosa, mi valor lo determina el amor que me tengas y existo para los demás en la medida en que tú me quieras. Si dejas de hacerlo, ni yo ni los demás podremos quererme.

 

15 de noviembre de 1921

Ese día hizo un frío atroz o a lo mejor yo lo traía adentro.

 

2 de diciembre de 1921

Lloré mientras veía los cuadros, lloré también por estar sola, lloré por ti y por mí, pero me alivió llorar porque comprender, finalmente, es un embelesamiento y me estaba proporcionando una de las grandes alegrías de mi vida.

 

2 de enero de 1922

Mirar la vida con esa gula, con esa rebeldía fogosa, con esa cólera tropical.

 

2 de enero de 1922

Cada uno de tus ademanes es creativo.

 

17 de enero de 1922

Entre tanto, tu voz bien amada resuena en mis oídos: «Juega Angelina, juega, juega como lo pide Picasso, no tomes todo tan en serio»

 

Carsten Henn; El hombre que paseaba con libros



1. Su propio jefe

Aburridos ángulos rectos.

 

1. Su propio jefe

En aquella librería acababan de formular la pregunta que justifica la existencia de todas las librerías del mundo: «¿Podría usted recomendarme un buen libro?».

 

1. Su propio jefe

Ella le sonrió calurosamente, como si Carl fuera una amalgama de todos los hombres encantadores de los que se había enamorado mientras leía las novelas que él le había recomendado a lo largo de los años.

 

1. Su propio jefe

Su antiguo jefe decía que parecía que solo se alimentara de las palabras de sus libros, que tenían muy pocos hidratos de carbono. A lo que Carl replicaba que no tendrían hidratos, pero sí mucha sustancia.

 

1. Su propio jefe

Esa mirada era casi más intensa que un beso. Algunas lo son.

 

1. Su propio jefe

La palabra escrita permanecerá para siempre, señora Schäfer, porque hay cosas que no pueden expresarse mejor de ninguna otra manera. Y el libro impreso es el mejor método de conservación para los pensamientos y las historias. Por eso ha perdurado durante siglos.

 

1. Su propio jefe

Carl ni veía el telediario, ni oía la radio, ni leía el periódico. Según él mismo admitía en ocasiones, estaba un poco desconectado del mundo. Fue una decisión consciente, que tomó al darse cuenta de que los reportajes sobre líderes incompetentes, el deshielo de los casquetes polares y el sufrimiento de las personas desplazadas lo entristecían mucho más que el más trágico drama familiar en forma de libro. Había sido una medida de autoprotección, si bien es cierto que su mundo se había vuelto mucho más pequeño desde entonces. Ahora medía algo más de dos kilómetros de largo por dos de ancho, y Carl recorría sus fronteras a pie todos los días.

 

1. Su propio jefe

Era más frecuente que las páginas tuvieran un efecto sanador; en ocasiones, incluso para dolencias que uno ni siquiera sabe que necesita curar.

 

1. Su propio jefe

Le parecía que escogía las palabras con el mismo cuidado con el que un perfumista selecciona los ingredientes de una fragancia exclusiva.

 

1. Su propio jefe

—La autorranación es el don de sanar el alma y con ello el cuerpo, un poder que posee todo ser humano. Este concepto hace referencia al cuento El rey rana, que aparece en primer lugar en la colección de cuentos infantiles recopilados por los hermanos Grimm. El concepto de autorranación se basa en la hipótesis de que en el interior de cada uno de nosotros se encuentra una rana interior que, mediante el amor, en el cuento concretamente gracias a un beso, puede convertirnos en un hermoso príncipe. El término apareció por primera vez en 1923, en la obra de Sigmund Freud El yo, el ego y la rana.

 

1. Su propio jefe

Para él, era el Lector. Le había puesto aquel nombre por la novela de Bernhard Schlink sobre el adolescente Michael Berg, que se enamoraba de una mujer más de veinte años mayor que él, a la que le leía en voz alta. Su cliente, sin embargo, se dedicaba a leerles a los trabajadores de una fábrica de puros.

 

1. Su propio jefe

En su construcción se habían ahorrado cualquier detalle que pudiera aportar algo de belleza o amor. Era un edificio utilitario, como las jaulas de las gallinas.

 

1. Su propio jefe

Allí vivía con su familia de papel, a la que protegía de la luz y el polvo tras las vitrinas con cristales esmerilados.

 

1. Su propio jefe

Gente que reunía sus libros en torno a sí, como si fueran buenos amigos o compañeros de piso.

 

2. El extranjero

A lo largo de los últimos meses, aquella percepción se había vuelto cada vez más intensa, como si no quedara mucho por leer en la novela de su vida.

 

2. El extranjero

Era un dia de otoño que soñaba ya con el verano.

 

2. El extranjero

Los libros salvan vidas de muchas maneras, son capaces de calentar nuestros corazones y, en casos de emergencia, también nuestros cuerpos.

 

2. El extranjero

La gente a la que le gusta leer se merece el nombre de un personaje de novela.

 

2. El extranjero

Leer mucho no te convierte en intelectual. Comer mucho tampoco en un gourmet. Leo de forma egoísta, por placer, por amor a una buena historia, no para saber más sobre el mundo.

 

4. Grandes esperanzas

El momento de abrir un libro nuevo siempre era especial. Carl se sentía dominado por una gran intranquilidad. ¿Estaría a la altura de las expectativas creadas por el título, la cubierta y el texto de las solapas? ¿Puede que incluso las superase? ¿Conseguirían conmoverlo el lenguaje y el estilo?

 

6. Pistas

Amigos de papel

 

Agradecimientos

MI AGRADECIMIENTO A todos los que alguna vez me han regalado libros. Son regalos maravillosos, porque cuando se regala un libro que alguien ama de verdad, parte de ese amor se transfiere a la persona que lo recibe. Es un pequeño truco de magia con un gran efecto.

 

Annie Ernaux; La mujer helada


Ella es la fuerza y la tempestad, pero también la belleza, la curiosidad de las cosas, figura de proa que me abre las puertas del futuro y me afirma que no hay que tener nunca miedo de nada ni nadie. Una luchadora contra todo.

 

Arrastra en su estela a un hombre dulce y soñador, de tono tranquilo, a quien la menor contrariedad ensombrece durante días pero que sabe cantidad de historias, chistes y adivinanzas, oro parece plata no es, canciones que me enseña mientras trabaja en la huerta y yo recojo gusanos para echárselos a las gallinas: mi padre.

 

Una presencia segura y serena a cualquier hora del día.

 

Únicamente imágenes de dulzura y atenciones.

 

Todas las mujeres tienen el cerebro novelesco.

 

Recuerdo esas lecturas que ella favoreció como una apertura al mundo.

 

«Cada casa tiene su olor»

 

No te preocupes, hoy somos ricas.

 

La huida irrisoria de unas horas, un aparentar que me voy lejos que acabará devolviéndome al establo.

 

Busco mi recorrido de niña y de mujer.

 

Siento también que casi todas las desgracias de las mujeres vienen por los hombres.

 

Engañar al aburrimiento.

 

El tipo de chica sana, mirada al frente, chaqueta azul marino, que triunfa.

 

Todo nos oponía.

 

Sé que no soy el tipo de chica fuerte que negocia con destreza su propio destino.

 

Amad lo que nunca veréis dos veces.

 

Les privo de las esperanzas tradicionales.

 

Hasta la vejez, se me aparecía ese día como días dorados.

 

No quiero esa vida que transcurre al ritmo de la compra y las comidas.

 

Por qué de los dos soy yo la única que experimenta, cuánto tiempo el pollo, se quitan o no las pepitas del pepino, la única que se lee los libros de cocina, que pela las zanahorias, que friega los platos como recompensa por haber hecho la cena, mientras que él se dedica a

 

Comentarios ácidos, la espuma de un resentimiento mal aclarado.

 

Como si fuera glorioso verse superada por un montón de obligaciones. La plenitud de la casada.

 

«¡Sabes, prefiero comer en casa que en el comedor de la uni, es mucho mejor!». Sincero, y creía que con eso me dejaba encantada. Yo me hundía.

 

Qué hombre habría abandonado clases y libros para limpiar la casa y dar el biberón.

 

Odio Annecy. Allí fue donde me estanqué. Donde viví día tras día la diferencia entre él y yo, donde me hundí en un universo femenino encogido, donde me hinché de minúsculas preocupaciones. De soledad. Me convertí en la guardiana del hogar, en la encargada de la subsistencia de los seres y del mantenimiento de las cosas.

 

Hubo una primera mañana. Esa en la que, a las ocho, estaba sola en el piso con el crío llorando, la mesa de la cocina llena de los cacharros del desayuno, la cama sin hacer, el lavabo del cuarto de baño negro del polvillo de los pelos del afeitado. Papá va a trabajar, mamá recoge la casa, acuna al nene y prepara una buena comidita. Y pensar que nunca me creí concernida por la cantinela mi mamá me mima yo amo a mi mamá. Hasta entonces habíamos vivido extensos momentos juntos a lo largo del día, no pelaba las patatas pero estaba ahí, y las patatas se hacían menos cuesta arriba. Miro los tazones, el cenicero lleno, todas las sobras de la mañana que he de hacer desaparecer. Qué silencio en el interior cuando el crío acaba de cantar. Me veo en el espejo encima del lavabo sucio. Veinticinco años. Cómo he podido pensar que eso era la plenitud.

 

Un montón de tareas minúsculas sin conexión entre ellas.

 

Las horas olvidadas del libro devorado hasta el último capítulo.

 

Yo por el contrario solo he conocido un tiempo uniforme lleno de ocupaciones heteróclitas. La ropa que hay que clasificar antes de llevarla al lavomatic, un botón de camisa que coser, horas con el pediatra, el azúcar que se ha acabado. El típico inventario que nunca ha hecho reír ni ha conmovido a nadie. Sísifo y su roca, escalando indefinidamente.

 

Nobleza, un hombre en una montaña, con la silueta recortada en el cielo, una mujer en su cocina echando trescientos sesenta y cinco días al año mantequilla a la sartén, ni bello ni absurdo, la vida y nada más, guapita. Y además, qué, el problema es que no sabes organizarte. Organizar, hermoso verbo corriente entre mujeres, todas las revistas están repletas de consejos, cómo ganar tiempo, cómo hacer esto o lo otro, mi suegra, si fuera tú lo haría más rápido, trucos para hacer lo más posible en el menor tiempo posible sin sufrimiento ni depresión porque eso importunaría a todos los que están alrededor. Yo también, llegué a creer en la lista de la compra, en las reservas de la despensa, en el conejo congelado para las visitas imprevistas, la botella de la salsa vinagreta preparada, en los tazones ya dispuestos en la mesa por la noche para que estén listos para el desayuno del día siguiente. Un sistema que devora el presente sin parar, no se termina de progresar,

 

Como en la escuela, pero nunca se ve el final del túnel. Mi dogma era más bien la velocidad. Sobre todo nada de bailecitos en la cocina, ni trapitos amorosos, ni tomates presentados en forma de flor, paso ligero, al ataque, a galope, para liberar una hora por la mañana, pura ilusión a menudo, sobre todo volcarse en encontrar ese hueco del día, el tiempo personal por fin hallado, siempre amenazado: la siesta de mi hijo.

 

Dos años, en la flor de la edad, toda la libertad de mi vida se resumía al suspense de un sueño de niño por la tarde. Al acecho, de la respiración regular, luego del silencio. Duerme, por qué no duerme hoy, agobio. Ya, por fin, la prórroga de un tiempo frágil, envenenada por el temor de un despertar prematuro, claxon de coche, timbre, conversación en el rellano, querría rodear de algodones su camita.

 

Estábamos todas aisladas por el célebre halo de la casada, hablábamos de los hijos, tema sin peligro, porque no nos atrevíamos a soltarnos, a contar, como si la sombra del marido estuviera siempre ahí, entre nosotras. Alrededor nuestro, el paisaje era soberbio, el lago, las montañas grises azuladas. En junio, la orquesta del casino se instaló en la terraza, para los turistas, el eco del blues y de los pasodobles llegaba hasta los columpios. La vida, la belleza del mundo. Todo era exterior a mí. Ya no había nada que descubrir. Volver a casa, preparar la cena, fregar los platos, dos horas vacilantes hojeando un libro para el trabajo, dormir, y vuelta a empezar. Hacer el amor quizá pero también eso se había convertido en una historia de interior, ni espera impaciente ni

 

Hacer que pase el tiempo, para que el niño crezca.

 

Otra que no piensa más que en sí misma, si no sientes la grandeza de la tarea, ver cómo va abriéndose al mundo el niño, tu hijo, alimentarlo, mecerlo, guiar sus primeros pasos, contestar a sus primeros porqués —con tono ascendente para que la hoja de la guillotina caiga de golpe—, no haberlo tenido. Lo coges o lo dejas, el

 

Oficio más maravilloso del mundo, sin entrar en detalles. Nunca he sentido la grandeza del oficio.

 

Con qué tarea tiene que cargar un hombre dos veces al día solo por el hecho de ser hombre.

 

Producir vida, depende del cristal con que se mire, el mío me muestra más bien una manera segura de caminar hacia la muerte.

 

Dejé de comparar con el pasado, hice como que la cocina carecía de importancia, que era tan natural como lavarse cada día, intenté encontrarle satisfacciones, hojeando el libro de recetas, puede tenerse una sensación de creación infinita, nunca el mismo plato si se quiere. Sin embargo, seguía pareciéndome una comedura de cabeza.

 

Siete de la tarde, abro el frigorífico. Huevos, nata líquida, lechuga, la comida se alinea en las rejillas. Ninguna gana de preparar la cena, peor aún, ninguna idea. El hundimiento de la abastecedora, el bloqueo. Como si no supiera nada de nada. Un minuto de torpeza hasta que el motor de la nevera se relanza, como una especie de llamada al orden. Hacer cualquier cosa, da igual qué. Me decido por lo archisabido, espaguetis y huevos fritos.

 

Me vino de repente la melopea doméstica

 

Esto es el matrimonio, elegir entre la depresión de uno u otro, la de los dos es despilfarrar. Evidente también que mi sitio estaba con mi hijo y el suyo en el cine, no al revés. Fue. Después irá a jugar al tenis en verano y a esquiar en invierno. Cuidaré, pasearé al crío. Oh qué bonitos domingos… A las tres levantaré la persiana del cuarto del peque, la calle vacía, el parque, los cisnes. A veces los celos. Visto desde el interior del piso de tres habitaciones o detrás del cochecito, el mundo se divide en dos, las mujeres con las que podría acostarse él, los hombres con los que ya nunca podré acostarme yo.

 

Fuera de las comidas, del niño y de la limpieza de la casa, soy metafísicamente libre.

 

Pero luego vino el placer, quizá el del poder. De nuevo tenía influencia sobre el mundo, hasta mi soledad en medio de cuarenta alumnos se volvía excitante. Vuelta a la vida. Al final del día, discurría sobre un montón de proyectos, salidas, biblioteca, se acabó el manual de literatura de siempre, veremos los textos que les gusten. Recuerdo la primera noche, el calor de septiembre todavía presente, la impresión de tener abierta mi existencia, estallada incluso, por todas las que había conocido a lo largo del día, volvía a ver esas caras aún sin nombre, enfadadas, presumidas, una chica hundida en su silla, ausente, tanta diversidad.

 

El patrono de los trabajadores tenía que haber sido mujer, no José. Las mismas tareas que un hombre, sin olvidar el trabajo de la casa,

 

Dudaba en mandarle a sacar la basura, para qué, al final no era sino una gota en el océano de las tareas domésticas.

 

Había esperado lo suficiente esa época, la liberación progresiva.

 

No imaginaba otra manera de darle un cambio a mi vida más que teniendo otro hijo. Nunca caeré más bajo.

 

Dedicada exclusivamente a fabricar la familia ideal.

 

Insólita la capacidad de aguante de una mujer, a eso le llaman tener corazón.

 

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...