martes, 17 de diciembre de 2019

Daniel Keyes; Flores para Algernon

Prefacio
Cualquier persona con sentido común recordará que la visión puede ser turbada de dos modos y por dos causas distintas, que son cuando uno pasa de la luz a la oscuridad o en el caso contrario cuando uno pasa de la oscuridad a la luz; y, si recordamos que esto ocurre igualmente con el alma, cuando veamos a una de ellas sumida en este tipo de turbación, incapaz de distinguir cualquier objeto, no nos echaremos a reír neciamente, antes al contrario nos preguntaremos si tal vez, falta de costumbre, no se hallará cegada debido a que llega de un lugar más luminoso o, por el contrario, surgiendo de una opaca ignorancia hacia la luz del conocimiento, puede que se encuentre cegada por una luminosidad inesperada para ella. En este último caso, nos regocijaremos por su forma de vivir y de sentir; en el otro, lo lamentaremos con ella, y si se nos ocurre reír será más bien con una cierta indulgencia hacia aquella alma que ha descendido del dominio de la luz.

E mirado a Algernon y e aprendido a ir asta el final del la berinto por mui lejos que me paresca estar.

Cuanto más inteligente te vuelvas, más problemas tendrás, Charlie.

Ella tenía razón en rehusar estar conmigo y torturarse. Ya no teníamos nada en común. La más sencilla conversación se había vuelto dificultosa. Y todo lo que quedaba ahora entre nosotros era un silencio forzado y un ardiente deseo insatisfecho, en una habitación con las cortinas echadas.

¿Quién y qué soy yo ahora? ¿Soy el producto de toda mi vida o solamente de los últimos meses?

Buscaba en los mundos imaginarios de la pantalla lo que me faltaba en mi nueva vida.
La tranquila calma de sus ojos azules revelaba una fuerza de carácter que iba más allá de su expresión juvenil.

Al guardar mi secreto para mí no me había entregado enteramente a Fay.

Tenía necesidad de ella —dije— y, en cierto modo, ella tenía necesidad de mí, de modo que vivir uno junto al otro era llamémosle cómodo, y eso es todo. Pero nunca le llamaría a eso amor... y no es lo mismo que lo que existe entre nosotros.

No hay mayor alegría que el estallido de la solución de un problema.

Todo intento de conversación se desvanece siempre al cabo de uno o dos minutos y en su lugar se levanta una barrera.

La inteligencia sin la capacidad de dar y recibir un afecto conduce al derrumbe mental y moral, a la neurosis e incluso a la psicosis.

La mente absorbida en un interés egoísta tomado como un fin en sí mismo, con exclusión de toda relación humana, no puede conducir más que a la violencia y al dolor.

¿Quién puede decir que mi luz vale más que tu oscuridad?


martes, 3 de diciembre de 2019

János Székely; Tentación

La campiña húngara, un lugar donde el hambre era el castigo de cada día.

El humor corrosivo y la ironía que distinguen a los buenos perdedores.

Había sido una mala persona toda la vida, pero al menos hasta entonces su maldad había tenido algún objetivo. De ella había obtenido dinero, cadenas de oro, vestidos de seda, otro cerdo para la pocilga, otra vaca para el establo. Ahora su maldad era tan estéril como su cuerpo: no le podía sacar ningún provecho. Era mezquina por el mero gusto de serlo. Martirizar a los demás le producía un goce perverso e inhumano, pérfido y enfermizo. Pero también sucedía lo que antes no le pasaba ni por asomo: a veces era buena. De pronto hacía regalos a cualquiera, era amable con todo el mundo, besaba a los niños como una desquiciada. Era una bondad delirante y peligrosa, que la poseía como la rabia se apodera de los perros, y cuando se le pasaba el ataque de bondad se volvía cien veces más malvada.

Deseo indomable.

La felicidad llega a grados que casi se asemejan a los del sufrimiento. Parece que el alma humana solo puede calentarse hasta un determinado punto, y más allá de ese punto da igual si te abrasan los fuegos del cielo o del infierno: te quemas, perece. No en vano existe la expresión «morir de felicidad».

Los días pasaron con la rapidez propia de los días felices.

Me impresionaban su fortaleza física, su constante buen humor, su intrepidez y la independencia.

Una mujer de mirada traviesa, fogosa, muy rubia, muy suave, apetitosa.

Quien no defiende a su mujer tampoco defiende a su patria.

Tenía una cita con la casualidad, esperaba la gran aventura, el encuentro providencial tantas veces ansiado.

La araña gris de la pena había tejido sus telas por los rincones y nuestros días estaban prendidos en ellas como moscas muertas.

La maleza le cubrió el alma.

Solo el primer asesinato es un crimen. El segundo, el tercero y el enésimo son meras consecuencias.

Si un día uno llega a romper el fino dique que levanta la conciencia, no hay vuelta atrás, lo arrastra la riada.

Lo que le interesaba era la felicidad terrenal.

La conversación volvió a encallar.

En la vida de una persona casi todo depende de nimiedades.

Hoy en día el único mandamiento que está en vigor es el undécimo: sobrevivirás.

La vida no es más que un truco.

Era guapo, gallardo, alegre, siempre con ganas de broma.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Javier Cercas; El impostor


El mentiroso no tiene historia o de que es imposible contarla sin mentir.

Hay que ser un genio para engañar durante casi treinta años a todo el mundo, incluidos familia, amigos.

Como sabe cualquier buen mentiroso, una mentira solo triunfa si está amasada con verdades.

Durante la mayor parte de su infancia no consiguió eludir la sensación mortificante de que sobraba en todas partes y de que todo el mundo quería quitárselo de encima.

Los buenos mentirosos no solo trafican con mentiras, sino también con verdades.

Grandes mentiras se fabrican con pequeñas verdades; en «Yo soy Enric Marco» lo dije así: «Como sabe cualquier buen mentiroso, una mentira solo triunfa si está amasada con verdades».

Practicar esa mínima forma de insumisión.

La ficción salva, pero la realidad mata.

¿Fue entonces cuando empezó a mentir sobre su pasado para no conocerse, para no reconocerse, para salvarse en la ficción?

El pasado no se supera o es muy difícil superarlo, que el pasado no pasa nunca. Faulkner.

El kitsch estético es una mentira estética.

Las ficciones proponen una verdad: una verdad huidiza, profunda, ambigua, contradictoria, irónica y elusiva, una verdad no factual sino moral, no concreta sino universal, no histórica o periodística sino literaria o artística; pero muchos niegan que las ficciones sean mentira.

No aceptó ser quien era y tuvo la osadía y la desvergüenza de inventarse a base de mentiras; porque las mentiras están muy mal en la vida, aunque estén muy bien en las novelas. En todas, claro está, salvo en una novela sin ficción o un relato real.

Cuanto más monstruosa es la mentira, más creíble resulta para el común de los mortales.

Tenga cuidado; ya sabe lo que opino de los énfasis: dos «nunca» y un «jamás» equivalen por lo menos a un «siempre».

Su mentira fue una mentira beneficiosa y tan minúscula que apenas es una mentira o merece ser considerada una mentira.

¿Cuándo empecé a decirme que el propósito de todos los libros no es suficiente para este libro y que al final la realidad puede salvar a Marco después de que durante casi toda su vida le salvara la ficción? ¿Estoy intentando salvarme a mí salvando a Marco?

Empeñado en derrotarlo con la verdad

¿Puede un libro reconciliar a un hombre con la realidad y consigo mismo? ¿Puede la literatura salvar a alguien o es tan impotente y tan inútil como todo lo demás y la idea de que un libro pueda salvarnos es ridícula y trasnochada?

Con Enric nunca se puede dejar de pensar. Si dejas de pensar, te jode. Si llegas a una conclusión sobre él, te jode. Si piensas que ya le has entendido y que se ha quitado la máscara, te jode. Enric siempre tiene otra máscara detrás de la máscara. Siempre se escurre. Nosotros creemos que le metemos en nuestras historias, en nuestras películas y en nuestras novelas, pero en realidad es él el que nos mete en su historia, el que hace con nosotros lo que quiere. Enric es un enigma, pero un enigma raro: cuando lo has descifrado, te plantea otro enigma; y cuando descifras ese segundo enigma, te plantea el tercero; y así hasta el infinito.

Tuve el sentimiento de que nuestro hombre se quitaba la máscara y de que la relación entre ambos cambiaba.

Comprendió que lo mejor que podía hacer era tomar el control del discurso para tomar el control del escándalo.

Pero Enric no se arrepiente de nada, ni pide perdón nunca. Simplemente, considera que ahora lo que le conviene es eso. Nada más.

Marco es lo que todos los hombres somos, solo que de una forma exagerada, más grande, más intensa y más visible.

El hombre que miente para esconder lo que le avergüenza.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Javier Marías; Berta Isla


Le desagradaba verse endurecida

Un disgusto de fondo que trasladaba consigo por toda la casa y que por tanto se hacía también de superficie.

Llegaba con él como una emanación, al salón, al dormitorio, a la cocina, o como si fuera una tormenta suspendida sobre su cabeza que lo seguía a todas partes y rara vez se le alejaba.

Había una zona o una dimensión de su marido que permanecería siempre en la oscuridad, siempre fuera de su campo visual y de su oído, el relato negado, el ojo entrecerrado o miope o más bien ciego; ella solo podía conjeturarla o imaginársela.

Berta Isla sabía que vivía parcialmente con un desconocido.

Y alguien que tiene vedado dar explicaciones sobre meses enteros de su existencia se acaba sintiendo con licencia para no darlas sobre ningún aspecto

Hay mucho de decisión elemental y arbitraria, también esteticista o presumida (uno mira alrededor y se dice: ‘Quedo bien con este, en esos amores que por fuerza empiezan con timidez, con miradas no sostenidas, sonrisas y conversaciones leves que disimulan el apasionamiento, el cual sin embargo arraiga en seguida y parece inamovible hasta el fin de los tiempos. Claro que es un apasionamiento teórico y en absoluto sometido a prueba, aprendido de las novelas y las películas, una proyección fantaseada en la que predomina una imagen estática: la muchacha se figura a sí misma casada con el elegido y él con ella, como un cuadro sin desarrollo ni variación ni historia, la visión se acaba ahí, los dos carecen de capacidad para ir más lejos, para verse a unas edades remotas que no les conciernen y se les antojan.

Labios carnosos y bien dibujados (que invitaban a ser recorridos con el dedo y palpados, quizá más que besados)

Serenidad de su figura

Carácter irónico y liviano, propenso a las bromas suaves y despreocupado.

Cuando eso ocurre ya es tarde para rectificar y ser de otra clase. A Tomás Nevinson, en todo caso, no le interesaba mucho darse a conocer ni seguramente conocerse, o bien ya tenía completado el segundo proceso y el primero lo juzgaba costumbre de narcisistas. Acaso era la mitad inglesa de su ascendencia, pero a la postre nadie sabía muy bien cómo era. Bajo su apariencia amistosa y diáfana, incluso afable, había una frontera de opacidad y reserva. Y la mayor opacidad consistía en que los demás no eran conscientes, y apenas se percataban de esa capa impenetrable.

Tanto por lo que sucedía en el exterior como por lo que se ventilaba en su cabeza, que no sería fácil de adivinar ni siquiera para él mismo y no lo era para los cercanos: Nevinson rehuía la introspección y hablaba poco de su personalidad y de sus convicciones, como si ambas prácticas le parecieran un juego de niños y una pérdida de tiempo. Era lo contrario del adolescente que se descubre y analiza y observa y trata de descifrarse, con impaciencia por averiguar a qué clase de individuo pertenece; sin darse cuenta de que la pesquisa es inútil porque aún no está hecho del todo, y además ese saber no llega —si llega, y no se va modificando y negando— hasta que se toman decisiones de peso y se obra sobre la marcha, y

Mujer cariñosa pero muy vigilante

Ejercían la atracción irresistible de las mujeres alegres y sonrientes y proclives a la carcajada; parecía estar siempre contenta, o estarlo con muy poca cosa o procurar estarlo a toda costa, y hay muchos hombres para los que eso se convierte en un elemento deseable: es como si quisieran adueñarse de esa risa —o suprimirla, cuando hay malos instintos—, o ver que se les dedica a ellos o que son ellos quienes la provocan, sin darse cuenta de que esa dentadura que ilumina permanentemente la cara, y que llama a quienes la avistan con fuerza, aparecerá en todo caso, sin que se la convoque, como si fuera una facción invariable, tanto como la nariz o la frente o las orejas.

Su sincera afectuosidad hacia casi todo el mundo la blindaba contra las inquinas y las despiadadas malevolencias de esa edad cambiante y arbitraria.

Pensamiento inmóvil que no avanza ni retrocede: solo vuelve a la misma escena que se repite inmutable del primer al último detalle, hasta que acaba por adquirir las características de una pintura, siempre idéntica, sin desarrollo ni alteración desesperantemente.

Así veía ella aquel encuentro de su juventud temprana, como un cuadro.

‘Porque las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado y las palabras del año que viene esperan una voz distinta’.

‘Es verdad que nos vamos con ellos, en el primer instante al menos. Queremos acompañarlos, seguir en su dimensión y en su senda, que es ya el pasado; sentimos que nos abandonan, que han emprendido otra aventura y que somos nosotros los que nos quedamos solos, avanzando por el oscurecido camino que no les interesa y del que han desertado; y como no podemos ir detrás o no nos atrevemos, volvemos a nacer y a dar unos titubeantes pasos, se nace cada vez que se sobrevive a alguien cercano, cada vez que se produce una baja y esta tira de nosotros pero no logra arrastrarnos por la garganta del mar que la ha engullido.

La osadía como su mayor activo.

Era de esos hombres sin iniciativa a los que hay que encaminar y dirigir como a juguetes de cuerda, que solo sirven para servir y nunca esperan nada a cambio, nada más que nuevas instrucciones y cometidos que los mantengan en marcha. Sin un estímulo externo hibernarían, desde la cuna hasta la tumba sin pausa.

El desdén ya hace su labor, desalienta y mina.

La muerte no se parece a la vida, no tiene el menor sentido que la una suceda a la otra, y aún menos que la sustituya.’

Una convivencia confusa y oscura, plagada de silencios y engaños y ausencias, o de medias verdades en el mejor de los casos, y extensísimas zonas de sombra

A veces tenía la sensación de vivir con alguien cuyo destino ya está trazado, o que se siente cautivo y sin escapatoria, y que por lo tanto mira sus días con indiferencia, sabedor de que sorpresas grandes o gratas no le van a traer. En cierto sentido alguien envejecido que no aguarda más que el paso de los días para morir.

Pero siempre fui discreta, y también he sabido siempre que es mejor no preguntar lo que en ningún caso va a ser respondido, o no con la verdad. Eso solo trae frustración. Más vale esperar a que el otro cuente cuando no le quede alternativa, cuando su situación sea desesperada o esté al descubierto, o ya no aguante más callar (y casi nadie aguanta callar hasta la sepultura, ni siquiera lo que lo mancha y perjudicará su memoria). Y si sé esto tan bien es por propia experiencia, por práctica: casi nunca he contestado con veracidad a nada que prefiriera no hacer saber.

Uno se da cuenta, en la propia vida, de que hay cosas tan irreversibles como una historia ya vista o leída, es decir, ya contada; cosas que nos conducen por un camino del que apenas nos es posible apartarnos o en el que a lo sumo se nos permite improvisar, quizá solo un gesto o un guiño inadvertidos; al que debemos atenernos incluso para intentar escapar, porque sin haberlo querido ya estamos en él y condiciona nuestros movimientos y nuestros envenenados pasos, para seguirlo o para huir. Lo cierto es que transitamos por él en contra de lo que creíamos y de nuestra voluntad, alguien nos ha metido en él y ese alguien es mi marido en mi caso, el hombre al que quiero hace siglos y al que he unido para siempre mi existencia o esa ha sido mi intención, ese alguien es Tomás.’

Mucho hay que haber perdido antes de renunciar a lo que se tiene, más aún si lo que se tiene responde a un propósito antiguo, a una determinación con elementos de obstinación. Uno va reduciendo sus ímpetus y sus expectativas, se va conformando con versiones deterioradas de lo que quiso alcanzar o creyó haber alcanzado, en todas las fases de la vida se admiten rebajas y desperfectos, se van dejando de lado exigencias: ‘Está bien, esto no ha podido ser’, se reconoce uno; ‘pero todavía queda bastante, todavía compensa y es posible disimular, peor sería que no hubiera nada y se hubiera ido todo al traste’. Cuando alguien se entera de una infidelidad (de lo que se llama coloquialmente así, poco imaginativamente así), se permite montar en cólera en primera instancia, tratar a patadas al infiel, echarlo de casa y cerrarle las puertas. Hay personas muy orgullosas, o quizá son puritanas y muy virtuosas, que llevan esta actitud hasta el final. Pero la mayoría, tras el acceso de furia, empieza a rogar para sus adentros que la cosa haya sido venial, una veleidad, un capricho, un aburrimiento, una vanidad, una obnubilación temporal; que no sea algo serio que amenaza.

Demasiadas dosis de sombra y tormento, de veneno desconocido y acumulado lejos de mí, con reiterados adioses hasta el adiós final.

Se olvida cuando se desea olvidar, cuando ya se está listo o cuando recordar no trae placer ni consuelo y es solo una carga.

Ida Hegazi Høyer; Perdón


La primera vez que te vi, acabé completamente desnuda.

Yo te vi primero. Estuve un buen rato mirándote. Eras lo más hermoso que había visto en mi vida.

También la piel tiene un lenguaje.

Nos habíamos mudado al interior del otro. Nunca había estado tan orgullosa ni me había considerado tan afortunada.

¿Habéis dormido bien?, preguntaba y siempre resultaba igual de incómodo responder que sí.

La naturaleza, es lenta y se recrea, no como nosotros, los humanos, con nuestros trajes de camuflaje, nuestros señuelos fumigados y esos aparatos que supuestamente eternizan.

Lo peor del sufrimiento, que devora su propio sentido y saquea toda integridad. Y aunque aún supiera poco sobre el dolor, el tormento o el suplicio, al menos entendía lo suficiente para comprender que era ahí, precisamente ahí, donde adquiere su rostro el amargo.

Pero ésta no es una de esas historias. Ésta es tu historia, tu relato, mi versión. ¿Y cómo de inverosímiles pueden llegar a ser los límites antes de desdibujarse? Una cosa he aprendido, nunca llegan a ser lo bastante inverosímiles. En la realidad no hay fronteras reales. En la realidad nos vemos forzados a tomar sendas muy distintas, a adoptar formas muy diferentes de realismo. Como, por ejemplo, en la comedia y la tragedia, ¿no es acaso lo mejor y lo peor cuando aquello que no puede resolverse, de todos modos, se resuelve en algo absolutamente general y absolutamente impensable?

Haruki Murakami; Hombres sin mujeres


Esbozar siempre una plácida sonrisa mientras de su pecho desgarrado manaba una sangre invisible. Atender los quehaceres cotidianos como si nada ocurriera, mantener conversaciones casuales.

Apenas he sentido el deseo de hacer amistades. Sobre todo una vez casado.

Quiere decir que, como tenía a su esposa, dejó de necesitar amigos?

Según Kafuku, en este mundo hay, grosso modo, dos clases de bebedores: los que necesitan beber para añadir algo a su vida y los que necesitan beber para librarse de algo.

Se supone que, esforzándonos, deberíamos poder escudriñarlo tan a fondo nuestro corazón, como grande sea nuestro esfuerzo. Así pues, ¿no crees que, al final, lo que tenemos que hacer es pactar con firmeza y honradez con nuestros propios corazones? Si uno desea ver en serio a los demás, no le queda más remedio que observarse en profundidad, de frente, a sí mismo. Eso es lo que pienso.

Pretender escudriñar por completo el corazón de otra persona, por muy compenetrado que estés con esa persona o por mucho que la ames, es pedir demasiado. Lo único que consigues es sufrir.

Si se trata de un punto ciego, todos vivimos con él.

La mayor parte de mis vivencias eran trastos inservibles, anodinos y propios de alguien falto de imaginación. Quería juntarlos todos y arrumbarlos en el fondo de un gran cajón. O prenderles fuego y convertirlos en humo (aunque no sé qué clase de humo saldría). El caso es que deseaba hacer borrón y cuenta nueva y empezar otra vida, como otra persona, en Tokio. Quería experimentar las nuevas posibilidades que me ofrecía mi yo.

Como una planta robusta no puede contenerse en una maceta.

Me excedo soltando frases lapidarias.

La memoria, inevitablemente, se halla en continua transformación.

En ocasiones la música tiene el poder de reavivar los recuerdos con tal intensidad que a uno hasta le duele el corazón.

Es dos días antes de mañana, y el día después de anteayer…

Ojalá Kitaru lleve una vida feliz en Denver, o en cualquier otra ciudad lejana. Si eso de ser feliz es pedir demasiado, ojalá viva al menos el presente con salud y sin carencias. Porque nadie sabe con qué soñaremos mañana.

Elucubraciones a modo de una blanda masilla que rellena los intersticios entre un hecho y otro.

jamás he sabido qué clase de tinieblas ocultaba aquella mente, con qué pecado cargaba a cuestas.

Tenía la extraña convicción de que no estaba hecho para la vida conyugal.

Me parece que gran parte de las mujeres del planeta (sobre todo, las atractivas) está hasta la coronilla de hombres ávidos de sexo.

Digas lo que digas, los hijos son una bendición», aquel reclamo no le resultaba nada creíble. Seguramente querían hacerle cargar a él con el peso que ellos llevaban. Creían que todos los seres humanos tenían la obligación de pasar por un calvario idéntico al que vivían ellos.

Entre las personas «sociables» a menudo uno se topa con seres mediocres y aburridos, desprovistos de toda profundidad.

Un caballero es aquel que no habla demasiado de los impuestos que paga ni de la mujer con quien se acuesta —me dijo un buen día.

Incluso al mono le llega el día en que falla y no logra aferrarse a la rama.

Quizá creyese que la gente que escribe, al igual que los terapeutas o los religiosos, poseen el derecho legítimo (o la obligación) de escuchar las confesiones de los demás.

Reajuste emocional.

(Sherezade) Todo lo que contaba se convertía en un relato especial, se tratase de la historia que se tratase. El tono, las pausas, la forma en que hacía avanzar el relato, todo era perfecto. Despertaba el interés del oyente, lo mantenía astutamente en ascuas, le obligaba a pensar, a especular, y luego le daba justo lo que deseaba. Con esa envidiable destreza conseguía que, por un instante, el oyente se olvidase de la realidad que lo rodeaba. Como si le pasase un paño húmedo a un encerado, borraba limpiamente fragmentos de recuerdos desagradables que permanecían como adheridos, preocupaciones que el oyente hubiera querido olvidar de haber sido posible.

Él era bastante ingenuo para esas cosas. Creía que su matrimonio iba bien y ni siquiera sospechaba de su mujer. Si no hubiese regresado por casualidad un día antes, quizá jamás se habría enterado de nada.

El extraño don de atraer a la gente

Un aura singular que atraía las miradas.

Sus ademanes y su manera de hablar poseían cierta languidez y su semblante resultaba un tanto impenetrable.

Pero es que entre nosotros siempre existió algo así como un botón mal abrochado.

Estábamos acostados a oscuras, cada uno pensando en sus cosas, con el oído pendiente de aquella quietud.

Cuando me enteré de la muerte de M, me sentí el segundo hombre más solo del planeta.

martes, 29 de octubre de 2019

Delphine De Vigan; Días sin hambre


- Comida por dentro de tanto no comer.

- La envuelve con palabras

- Su hermana inmensa, inmensamente hermana.

- No quiere curarse porque sólo sabe existir a través de esa enfermedad que la ha elegido

- Un crimen silencioso contra sí mismas.

- Extraer con precaución esos recuerdos

- A menudo revueltos, almacenados como cerdos degollados, colgados de las patas, con la piel manchada de sangre seca, tendrá que luchar para no dar marcha atrás, a causa del olor a podrido que desprenden y que impide pararse mucho tiempo a estudiarlos.

- Luchar consigo mismo para entender algún día que se está luchando por uno mismo.

- A veces las palabras pesan demasiado.

- Paladea el extraño vínculo que el médico ha sabido tejer, entre ella y él.

- Si el cuerpo va más aprisa que la cabeza, la cabeza se niega, se defiende, ordena al cuerpo que pare. Le ordena que se amotine. Durante unos días, el peso se estanca.

- Adioses sin fin.

- El aire de París posee perfumes prohibidos

- Islotes de vida que comienzan poco a poco a latir de nuevo en ella.



Birgit Vanderbeke; Mejillones para cenar


Empezamos a pensar qué haríamos si él no viniera y enseguida descubrimos que para mi hermano y para mí sería mejor que no volviera, que no volviera nunca, porque ya no nos gustaba ser una verdadera familia, como él la llamaba. Nosotros pensábamos que en realidad no éramos una verdadera familia, en esta familia sólo se trataba de que hiciéramos ver que éramos una verdadera familia según el concepto de familia de mi padre, que no la había tenido y que por lo tanto no sabía qué es una verdadera familia, y a pesar de ello había llegado a tener una idea clarísima que nosotros poníamos en práctica mientras él estaba en su despacho, cuando en realidad nos hubiera gustado comportarnos como salvajes en lugar de ser una verdadera familia.

- La peor parte se la llevaba mi madre, porque era la encargada de hacer que fuéramos una verdadera familia, y eso no era nada fácil, porque si bien el concepto que mi padre tenía de una verdadera familia era extraordinariamente preciso, también era perfectamente impenetrable e imprevisible, de manera que ninguno de nosotros, y mucho menos mi madre, lograba comprender su lógica.

- Cierto que ella hacía lo que podía, pero frecuentemente hacía exactamente lo que no debía hacer.

- Con ello se dejaba poco espacio para lo bello

- Es sorprendente lo que hace la gente cuando algo se sale de lo corriente, se produce una pequeña desviación de la normalidad y de pronto todo es distinto, radicalmente distinto.

- Seguramente nos hubiéramos mantenido unidos como una verdadera familia, la que representábamos un día tras otro, si no se hubiera producido aquella desviación de la normalidad.

- Pequeñas desviaciones pueden provocar grandes catástrofes.

- Estábamos reforzando lo no normal.

- Así que de pronto todo el ambiente parecía estropeado y tóxico

- Pero mi padre decía que no eran verdaderas familias, que en ellas había sólo indiferencia y ningún sentido familiar y que por eso los niños bajaban a jugar a la calle. Yo pensaba siempre que habría preferido que en nuestra familia hubiera un poco más de indiferencia, por lo menos la suficiente como para que pudiéramos encerrarnos en nuestras habitaciones mientras mi padre silbaba Rigoletto, eso era imponer más espíritu de familia del que me parecía soportable. Y las tardes de domingo, cuando respirábamos aire puro paseábamos cada uno por nuestra cuenta porque el domingo ya se nos había acabado.

- Mi padre aprovechaba los domingos para desarrollar su concepto de la verdadera familia.

- Mi padre le contaba a mi madre cosas de su oficina, pero mi madre nunca le contaba a mi padre cosas de su escuela, porque la oficina era importante, más importante que la escuela

- Cuando mi padre estaba de viaje podía leer todo lo que quería, también podía tocar el piano durante más de una hora, o menos, podía tocar el piano cuando me apetecía, lo que normalmente no era así, y por eso me entristecía cuando él volvía a casa, y mi madre se entristecía porque entonces mi hermano tenía que bajar corriendo la bolsa de la basura con todas las flores y hierbas para que mi padre no la pillara en sus hábitos pueblerinos incorregibles. Incluso mi hermano tenía secretos, todo el cobertizo de las bicicletas estaba lleno de sus secretos, pero cuando mi padre estaba de viaje apenas había secretos entre nosotros. Claro que no lo hacíamos todo juntos, como una verdadera familia, sólo ir a la compra, lavar los platos y limpiar la casa. Esas cosas las hacíamos entre todos, es decir, lo que de costumbre hacía mi madre sola cuando mi padre estaba en casa, porque él

- Pasábamos horas contándonos historias que podían ser inventadas o no, o una mezcla de las dos cosas, algo que en nuestra casa no era frecuente, porque había cosas importantes y cosas insignificantes: mi padre contaba todas las cosas importantes, mi madre se chivaba del resto de las cosas importantes, y las cosas insignificantes eran demasiado insignificantes para contarlas. Por eso casi nunca contábamos nada, a no ser que mi padre estuviera de viaje,

- Pero aquella noche se nos había acabado la capacidad de comprender y no volvimos a recuperarla, siempre nosotros, dijimos, y quién trata de comprendernos a nosotros. Fue una pregunta llena de malicia, porque estábamos enojados con nuestra madre, que nos decía siempre, hay que tratar de comprenderlo. Nosotros habíamos hecho lo que habíamos podido, pero aquella noche se nos había acabado la capacidad de comprensión, y mi hermano dijo, a mí no me vendrían mal unos gramos de comprensión. Pero en nuestra familia no solía suceder que a uno la comprensión le cayera como llovida del cielo, había que ganársela.

- Era nuestra mera existencia la que le amargaba la vida y había acabado por agotarle la capacidad de comprensión, nos decía. Desearía no haberos traído al mundo, nos dijo una vez, y nos explicó que se arrepentía profundamente de habernos engendrado, primero a mí, por un desliz, y más adelante a mi hermano, ya programado. Lo consideraba un error, un error fatal, si miraba los resultados: su hijo, un completo fracasado, lo que atribuía al hecho de que tanto mi madre como el sistema educativo imperante habían malcriado a mi hermano de la manera más irresponsable.

- Mis berridos debían de ser tan infernales que mi madre nos contaba que mi padre decía, esto no es un mono, esto es el mismísimo diablo, y mi madre se pasaba los fines de semana tratando de consolar y tranquilizar a mi padre, pero era imposible consolarlo y tranquilizarlo porque mis berridos no lo dejaban dormir. Su furia contra aquel engendro del diablo llegó tan lejos que una vez me arrojó contra la pared. Y mi padre siempre decía, entonces se calló por primera vez.

- En nuestra casa uno no podía estar sin hacer nada, era absolutamente necesario que todos estuvieran siempre haciendo algo.

- Siempre he pensado que no era una mujer sencilla, sino que fue una mujer extraordinaria, porque era capaz de no hacer nada mientras que los demás estaban siempre haciendo algo.

- Por supuesto, pasó quince días sin dirigirme la palabra. Siempre dejaba de dirigirme la palabra hasta que yo pedía disculpas por mi comportamiento. Mi madre venía cada día a mi habitación y me decía, anda, ve, pídele perdón, porque no soportaba que no nos habláramos. Yo, en cambio, lo soportaba bien, porque así después de cenar podía leer y no estaba obligada a jugar a cartas ya que nadie hablaba conmigo. Cuando mi padre no me hablaba, los otros tampoco podían hacerlo, sólo cuando él salía hablaban conmigo a hurtadillas, mi hermano se disculpaba siempre el mismo día, por eso todos hablábamos con él, en cambio yo no me disculpaba inmediatamente, incluso alguna vez no llegué a disculparme. Otras

- Por ese motivo mis padres salían muy poco, porque mi madre siempre llevaba ropa de saldo mientras que mi padre no sólo era más joven que mi madre sino que además llevaba los trajes hechos a medida. Tan pronto como consiguió su puesto en la empresa se acostumbró a querer lo mejor, la ropa de confección se distingue a la legua, decía mi padre, y efectivamente, cada vez que mi madre llevaba algo nuevo, él se daba cuenta de que era ropa de saldo. Sencillamente, es que no tienes clase, decía mi padre, y mi madre estaba de acuerdo en que no tenía clase, cómo voy a tener clase si tengo que mirar hasta el céntimo mientras que tú tiras el dinero a espuertas, mi padre decía, a espuertas no, y además yo no tengo la culpa de que tu seas una tacaña. Al cabo de un momento se oía un portazo y mi padre salía de casa hecho una furia y no volvía hasta muy tarde y borracho.

- En las celebraciones de la empresa todos los hombres llevaban a sus esposas, sólo mi padre iba sin mi madre por culpa de los saldos con los que se vestía, además tampoco tenía buenas maneras, y una vez que mi padre se decidió a llevarla lo puso en ridículo.

- En casa tampoco recibíamos visitas, eso hubiera estropeado la buena impresión que mi padre había producido en su empresa con su laboriosidad y su simpatía.

- Nos alegramos de que hubiera desaparecido ese afán conciliador suyo que tanto nos había hecho sufrir, pero para mi madre era terrible porque se derrumbaban toda su armonía y la bondad del ser humano.

William Kotzwinkle;



- Diane iba doblada, con los brazos cruzados encima del vientre montañoso, origen de aquel terremoto.

- Su manera de vivir, tan opuesta a los modos del mundo.

- La vida nos esclaviza, nos hace desear descendencia, nos genera mil ilusiones sobre el amor y lo que haga falta, con tal de lograr reproducirse.

- Él sólo reconocía las olas que volvían a llevárselos a un lugar en el que estaban solos en un amor y una tristeza que nadie más podía compartir, solos y cada uno aferrado al otro en aquella realidad para la que tanto se habían preparado y para la que ninguna preparación era suficiente.

- Sintió que estaban juntos, entonces, en un nivel nuevo, más viejo, más sabio, con el dolor como nexo de unión.

- Él recordó de pronto la criatura, el nadador del mar secreto. Él también lucha, lucha por estar con nosotros, lucha igual que nosotros.

- Se adentró en un dormir caleidoscópico, tan plagado de imágenes que no era capaz de clasificarlas en ningún sueño reconocible, de manera que se le derramaron por encima como un caudal de agua.

- Construí nuestra casa, con una habitación para él, y ahora le estoy haciendo su ataúd. En nada difiere el trabajo. Sólo hemos de seguir adelante, con los ojos abiertos, contemplando con atención lo que hacemos, sin pensar en nada ajeno a la tarea. Entonces, fluimos con la noche.

- Este momento muere y lo sigue otro momento que muere también. Voy de un momento al siguiente.

- Quizá nada sea mejor. Pero ha sido una sensación muy fuerte y estoy intentando fluir con ella.

Henry James; El mentiroso


El más feliz de todos los estados para un artista— en el que las cosas en general sirven para enriquecer el proyecto en particular, se fusionan con él, logran que avance y lo justifican.

- Consideraba un auténtico regalo ese interés en contemplar la máscara humana y que ésta no fuera menos vivida de lo que era —en ocasiones, la clave de su éxito dependía de que se ciñera a esa pauta—, ya que debía ganarse la vida reproduciéndola.

- Fue la contemplación de aquel cuadro, el que usted tuvo la generosidad de regalarle, lo que hizo que me enamorara de ella.

- No siempre —dijo el anciano—. Ni por asomo puede usted considerar a este hombre un sinvergüenza. Lo que hace no perjudica a nadie. No tiene mala intención. No roba ni estafa. Tampoco juega ni bebe. Es muy amable. Está apegado a su esposa, y es cariñoso con sus hijos. Simplemente, no es capaz de ofrecer una respuesta sincera.

- Uno no pinta retratos durante tantos años sin llegar a adquirir ciertas aptitudes como psicólogo.

- La sensación de estar casada con un hombre cuya palabra no tenía ningún valor no le causaba, por cuanto él podía adivinar, ninguna desazón.

- Acaso no mentía también ella, después de todo, cuando dejaba pasar sus falsedades sin una sola protesta? ¿No era su vida una constante confabulación, y no se convertía en su cómplice por el mero hecho de no indignarse ante él?

- Es el mentiroso platónico por excelencia», se dijo a sí mismo.

- A la hora de conversar, sus mentiras constituían un estorbo, ocupaban indebidamente un espacio valioso, y lo convertían todo en una especie de brillante nebulosa salpicada de rayos de sol.

- Siempre se le puede hacer un hueco a una mentirijilla hecha bajo presión, como se le haría a alguien que se presentara en una noche de estreno teatral con un pase del propio autor. Pero la mentira superflua es el espectador que se planta con su taburete, sin invitación ni entrada, en medio del pasillo.

- Su técnica solía consistir en afirmar lo falso más que en negar lo verdadero. Sin embargo, dicha proporción a veces se invertía llamativamente.

- Había soñado durante años con pintar algo que llevara implícita la impronta de su habilidad como pintor y como psicólogo, y aquí, por fin, encontraba su modelo.

—¿Cómo va a irte muy bien pintar a mi marido? —preguntó la señora Capadose. —Bueno… Es un modelo tan infrecuente Un tema muy interesante. Posee una cara tan expresiva… Aprenderé infinidad de cosas. —¿Expresiva? ¿Expresiva de qué? —preguntó la señora Capadose. —¿De qué? De su carácter. —¿Y deseas representar su carácter? —Por supuesto. Eso es lo que puede aportar realmente un gran retrato, y yo haré uno excelente del coronel. Un retrato que me llevará a la cumbre.

- El pintor puso en práctica aquella idea, acariciada durante tantas semanas, de lograr que se revelara en el cuadro tal como era, y posiblemente no habría podido estar en mejor tesitura en relación con él para semejante propósito. Lo animaba, lo seducía, lo provocaba,

Heinrich Böll; El tren llegó puntual




Hay palabras que, aunque pronunciadas con aparente indiferencia, cobran de pronto un significado mágico. Extrañamente duras y precisas, se abren camino por delante de quien las emite, adelantándose por regiones desconocidas del futuro, para volver más tarde al punto de partida, con la terrible precisión de un boomerang. Son como un chapoteo de conceptos difusos y vagos que adquieren repentina solidez en el momento del adiós que conduce a la muerte, para luego abatirse como una ola de plomo sobre el que las pronuncia, haciéndole descubrir el terrible y a la vez seductor poderío del destino. Los enamorados y los combatientes, los que van a morir y los que todavía gozan del cósmico vigor de la existencia, sienten cómo tal fuerza, al caer sobre ellos de improviso, los ilumina con una luz que será gracia y servidumbre al propio tiempo, mientras las palabras se van hundiendo más y más en su interior.

- La palabra «pronto» expresa una idea atroz que estrangula el futuro, lo empequeñece y acaba por sumirlo en una incertidumbre aniquiladora.

- El silencio de los que nada dicen resulta aterrador. Es el silencio de quienes saben que todo está perdido.

- La desgracia se alberga en la propia vida, y el dolor es vida.

- Atmósfera opresiva.

Nathaniel Hawthorne; Wakefield


El ha dejado de percibir su conducta como algo peculiar.

- Ejemplo de fechoría marital más insólito que se conozca. Y, por otra parte, nos hallamos ante una monstruosidad tan digna de mención como cualquiera de las que aparecen en el catálogo de rarezas humanas.

- Este matrimonio residía en Londres. Fingiendo marcharse de viaje, el marido se fue a vivir justo a la calle contigua a su propio domicilio y permaneció allí más de veinte años, sin que ni su mujer ni sus amigos supiesen nada de él, y sin que pueda hallarse asomo de razón a su decisión de autodesterrarse.

- Y a pesar de que la creencia colectiva sea que cualquiera podría hacer algo similar, cada uno en su fuero interno sabe que no sería capaz de perpetrar una locura de tal calibre.

- Cuando un asunto inquieta la mente de una manera tan contundente, el tiempo que se invierte en pensar en él está bien empleado.

- La reflexión siempre termina siendo eficaz y cualquier acontecimiento sorprendente encierra invariablemente una moraleja.

- De todos los maridos, posiblemente este fuera el más constante, pues sufría una especie de aletargamiento que mantenía su corazón en reposo independientemente del asunto que tuviera entre manos. Era un intelectual, pero no de manera activa. Sus pensamientos se mantenían continuamente ocupados con largas y aburridas cavilaciones que carecían de objetivo o sencillamente de energía para alcanzar alguno. Sus pensamientos rara vez eran tan intensos como para transformarse en palabras.

Poseía un corazón frío, aunque no envilecido ni errante, y su mente nunca se dejaba provocar por pensamientos extravagantes u originalidad alguna que pudieran desconcertarlo. Así que, ¿quién podría haber imaginado que entre todos los autores de excentricidades nuestro amigo iba a acceder al puesto más alto?

Ella, sin haber analizado su personalidad, era consciente en parte de un sosegado egoísmo que se había quedado anquilosado dentro de su inactiva mente, de una especie de vanidad —su atributo más molesto— un tanto peculiar, de una disposición a la astucia que rara vez había producido resultado positivo alguno, excepto el simple mantenimiento de secretos insignificantes que casi no merecía la pena desvelar, y complaciente con el inofensivo apego al misterio de su marido, tan solo lo interroga con la mirada. Él le dice con decisión que no lo espere en el coche de vuelta y que no se alarme si se demora tres o cuatro días, mas le confirma que volverá definitivamente el viernes por la noche a la hora de la cena.

Un beso de despedida; uno de esos que se daría cualquier matrimonio que acumula ya diez años de convivencia.

A pesar de todo, cuando todos lo dan por muerto, ella duda algunas veces de su viudedad debido a aquella sonrisa.

Es peligroso abrir un cisma en los afectos humanos; no tanto porque se produzca un desarraigo profundo y prolongado, sino porque vuelva a cerrarse demasiado rápido.

Siente curiosidad por saber cómo habrán evolucionado las cosas en casa, cómo soportará su ejemplar esposa la viudedad de una semana; en resumen, cómo se verá afectada por su desaparición la pequeña esfera de criaturas y de circunstancias en la que él era el objeto central.

En definitiva, lo que yace en el fondo del asunto es una morbosa vanidad.

Es lo mismo que nos pasa a todos cuando, después de estar ausentes durante varios meses o años, volvemos a ver una colina, un lago o una obra de arte que conocemos bien desde hace tiempo. Generalmente, esta impresión indescriptible está ocasionada por la comparación y por el contraste entre nuestros recuerdos imperfectos y la realidad.

En Wakefield, la magia de una única noche ha forjado un cambio similar, porque en ese breve período se ha producido una gran transformación moral. Wakefield es otro hombre.

- Una vez establecido el nuevo rumbo, cualquier movimiento regresivo hacia su vida anterior resultaría casi tan difícil de realizar como el paso que lo llevó a esta inusitada situación.

Había postergado su vuelta un día tras otro; y a partir de ahora no encontrará nunca el momento oportuno. Mañana no; probablemente la semana próxima; muy pronto. ¡Pobre! Los muertos tienen casi las mismas posibilidades que Wakefield, que se ha desterrado a sí mismo, de volver a pisar la casa que abandonó en el mundo de los vivos.

- Ojalá tuviera que escribir un libro en vez de un artículo de una docena de páginas! Así podría ilustrar cómo cualquier influencia fuera de nuestro control deposita su fuerte mano sobre cada uno de nuestros actos y teje sus consecuencias en un férreo lienzo de necesidad.

- Tiene el apacible porte de la estable viudedad. Sus penas, o bien han ido desapareciendo o se han convertido en algo tan esencial para su corazón que dificilmente podrían tornarse en alegría.

Los sentimientos latentes durante años explotan y su débil mente obtiene algo de energía de la fuerza de estos; toda la miserable extravagancia de su vida se le revela en una imagen, y entonces emite un grito intenso: «¡Wakefield! ¡Wakefield! ¡Estás loco!».

- Se las había ingeniado para apartarse del mundo —o más bien lo había conseguido casualmente—, para desaparecer, para abandonar su lugar y sus privilegios con los vivos, y todo sin ser admitido entre los muertos. La vida de un ermitaño no es comparable a la suya de ninguna de las maneras.

- Podemos decir, de manera figurada, que estuvo todo el tiempo junto a su mujer y a su chimenea y, no obstante, no llegó a sentir nunca el afecto de la una ni la calidez de la otra.

- Si el tiempo aguardase a que consumáramos nuestras locuras favoritas, nos mantendríamos jóvenes hasta el día del juicio final.

En medio de la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, las personas están tan pulcramente adaptadas a un sistema, y los sistemas engarzados entre sí y a un todo, que si una persona se ausenta por un momento, se expone al aterrador riesgo de perder su puesto por siempre, pudiendo llegar a convertirse, como le sucedió a Wakefield, en el Desterrado del Universo.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Mircea Cărtărescu; El ruletista


La literatura no es el medio adecuado para decir algo real sobre uno mismo.

Desgraciadamente, y a pesar de todos mis esfuerzos, nunca he sido creyente, no he sufrido crisis de fe ni de negación de la fe. Quizá habría sido mejor serlo, porque la escritura exige drama y el drama nace de esa lucha agónica entre la esperanza y la desesperanza, en la que la fe desempeña un papel, me imagino, esencial

Durante más de diez años, la ruleta fue el pan y el circo de nuestro sereno infierno.

Cuando se trata de sangre, impera el silencio. Todos han callado, tal vez cada uno de los testigos haya dejado a su muerte unos folios tan inútiles como estos, a los que seguirá, con un dedo esquelético, solo la muerte. La muerte individual de cada uno, el gemelo negro que nació junto con él.

La escritura no va habitualmente de la mano de la riqueza ni de la felicidad.

Los ruletistas eran reclutados de entre las hordas de infelices necesitados de pan como perros vagabundos, de borrachos o de presidiarios recién liberados.

El ruletista tiene cinco posibilidades de entre seis de escapar con vida.

A quién se le iba a pasar por la cabeza convertirse en una especie de campeón mundial de la supervivencia?

Solo había otro concursante: la muerte.

En aquella época publicaba dos o tres libros al año y disfrutaba de ese éxito que suele preceder a un largo silencio primero y al olvido después.

Recuperaba con cada libro lo que había perdido en la ruleta y volvía a hundirme allí, bajo tierra, donde, al parecer, un presentimiento de nuestra carne y de nuestro esqueleto nos atrae mientras estamos vivos.

En otra época, los ruletistas que se salvaban eran abucheados, algunas veces llegaban incluso a ser golpeados por los desesperados accionistas; ahora, en cambio, aplaudían a mi amigo como a una gran estrella de cine y rodeaban con veneración su cuerpo inconsciente.

Pronto anunció una ruleta con cuatro cartuchos clavados en los alvéolos del tambor y, más adelante, con cinco. ¡Un solo orificio vacío, una única posibilidad, entre seis, de sobrevivir! El juego ya no era un simple juego e incluso el más superficial de los asistentes que ocupaban ahora los sofás de terciopelo podía sentir, no con la cabeza, ni con el corazón, sino en los huesos, en las articulaciones y los nervios, la grandeza teológica que había adquirido la ruleta

Los personajes no mueren jamás, viven siempre que su mundo es «leído».

De qué manera? Ahora la respuesta me parece simple; primitiva pero, al mismo tiempo, genialmente simple: el Ruletista apostaba contra sí mismo. Cuando se llevaba la pistola a la sien, él se desdoblaba. Su voluntad se volvía en su contra ylo condenaba a muerte. Estaba firmemente convencido, cada una de las veces, de que iba a morir. De ahí, creo, esa expresión de pánico infinito que afloraba en su rostro. Pero puesto que su mala suerte era absoluta, lo único que podía hacer era fracasar siempre en todos y cada uno de sus intentos de suicidarse. Quizá esta explicación sea una tontería pero, como decía, me resulta imposible considerar otra que se pueda sostener de modo verosímil. Por lo demás, ahora ninguna de ellas tiene ya importancia…

Amélie Nothomb; El crimen del conde Neville



Decididamente, aquella vidente le horrorizaba: interrumpía la aventura de Sérieuse, predecía que él mataría a un invitado en la garden party, volvía a llamar para advertir a Alexandra de que su hija se había fugado. ¿Por qué no se metía en sus asuntos? Nadie le había pedido nada.

«¿Por qué inventar el infierno cuando existe el insomnio?», se preguntaba el conde.

No se cambia leyendo. Hay que vivir.

La exquisita sensación de descanso que fluía por su sangre

Una armonía difícil de atribuir al azar.

Sus palabras tenían la ligereza y la gracia de los poemas en prosa.

Y pensar que estoy a punto de destruir para siempre este mundo perfecto

Edith Wharton; El diagnóstico



Su propia muerte, su final privado y exclusivo.

¡Había creído que la pedía en matrimonio porque las noticias eran buenas!

Ahora comprendía que debía casarse con ella. Sencillamente, era incapaz de vivir solo aquellos últimos meses.

El torrente de sus miedos secretos

Sólo se casaba para situar un centinela entre su persona y la presencia que acechaba en el umbral, guiándose por el mismo instinto ciego que en otros tiempos había llevado a los hombres a ganar el favor de la muerte prodigando el sacrificio de la vida. P

Experimentó el gran éxtasis que aportan la tranquilidad y la gratitud.

Ella había obedecido al pie de la letra, ocupándose de que estuviera siempre cómodo, ahorrándole toda fatiga e inquietud innecesarias, ofreciéndole con sumo cuidado, sobre la alegre superficie de su vigilancia, las flores del viaje despojadas de espinas. Las mismas cualidades que la habían convertido en la amante perfecta —la capacidad de mantenerse en un segundo plano, el don de la oportunidad, el arte de estar presente y hacerse visible sólo cuando él lo requería— hacían de ella (tenía que reconocerlo) la esposa perfecta para un

Él, el Paul Dorrance de mediana edad, buena salud y vigoroso, nunca había tenido la intención de casarse con aquella mujer marchita por la que no sentía nada más que un cariño de amigos desde hacía mucho tiempo. El fantasma de la muerte, asomando entre los cálidos pliegues de su vida oculta y protegida por densos cortinajes, lo había empujado a aquel matrimonio para luego abandonarlo y dejarlo expiando su locura.

La compañera perfecta mientras estuvo solo y enfermo, un estorbo involuntario ahora que había recuperado la vida de la que su instinto la había mantenido apartada durante tanto tiempo

¿Por qué no se había fiado de ese instinto que le advertía de que era la mujer adecuada para un paréntesis sentimental pero no para la continuidad despiadada del matrimonio? Si incluso se veía en su cara. Tenía un bonito perfil, sí, pero al rostro completo le faltaba algo.

Lo cierto es que no se muere sólo una vez

Stefan Zweig ; Miedo


La saciedad puede ser tan estimulante como el hambre, y esa vida regalada, carente de peligros, despertó en ella la sed de aventuras.


Todo lo que antes le parecía superficial, lo veía de repente como algo imprescindible, y le resultaba absurdo, prácticamente un sueño irreal, que una vagabunda a la que no conocía de nada la acechase por la calle y tuviera el poder de hacer saltar por los aires su vida familiar con una sola palabra.

Su miedo se había convertido en un delicado martillo con el que golpeaba cada uno de sus recuerdos, tratando de encontrar una entrada a las cámaras secretas del corazón de su marido.

Soledad suicida impuesta por el temor.

Adormecida por la tibia dicha en la que se había instalado, no había sentido la necesidad de salir de sí misma y aproximarse a ellos. Entre ella y su familia mediaban personas a las que se pagaba para que la dispensasen de cualquier obligación, de cualquier compromiso. Institutrices y sirvientes asumían esas pequeñas tareas en las que ahora —desde que había intentado entrar en la vida de sus hijos— empezaba a descubrir un atractivo del que carecían las ardientes miradas de los hombres o la pasión de un abrazo.

Se había sentido tentada por lo prohibido y había acabado perdiendo todo lo que tenía.

Bienestar con el que su alma se había adormecido.

El miedo es peor que el castigo, porque éste es algo determinado y, por severo que sea, no se puede comparar con el temor que despierta en nosotros lo incierto, una tensión espantosa, que no conoce límite.

Los acusados sufren por la carga que supone tener que fingir, por la amenaza de ser descubiertos, por la necesidad de defender una mentira vulnerable en mil pequeños detalles, que a ellos se les escapan.

En secreto deseaba lo que hasta entonces más había temido: verse descubierta, que cayera sobre ella un rayo liberador y la fulminara.

Cada vez que entregaba dinero compraba una tarde sin preocupaciones, unas horas con los niños, un paseo.

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...