jueves, 1 de noviembre de 2018

Milena Michiko Flasar; llamé corbata


Milena Michiko Flasar; Le llamé corbata.

Soy un ser humano comprimido.

Yo mismo era una raya sin sangre.

No quería encontrarme con nadie. Encontrarse con alguien significa implicarse. Quedar anudado a un hilo invisible.

Encontrarse con alguien hace que te conviertas en parte de su tejido; precisamente esto era lo que trataba de evitar.

Volver a mirar desde unos ojos perplejos. Me refiero a que fueron mis ojos los que enfermaron en primer lugar. Después les siguió mi corazón.

Vivimos unos con otros bajo el mismo techo y, si no sentimos la urgencia de salir fuera, es sencillamente porque consideramos que es normal vivir así, bajo un mismo techo.

Fue aquel viento el que nos presentó.

Alguien que suspira de ese modo, pensé, no está únicamente cansado. Lo sentía, más que pensarlo. Sentía que se trataba de alguien que estaba cansado de la vida.

Lo hacía siendo tan completamente consciente de lo que hacía que el acto cotidiano se convertía en algo relevante.

Llorar es un asunto privado.

Su mirada y el reconocimiento con el que me había alumbrado tan solo iluminaron un poco el espacio a mi alrededor.

Con mis ojos interiores vi.

Su secreto nos había hecho aliados.

Lo mejor del trabajo es volver a casa. Milena Michiko Flasar; Le llamé corbata.

Mientras haya esperanza, no quiero saber cómo sería si le dijera la verdad. ¿Y para qué, en todo caso? Se merece algo mejor, algo mucho mejor que la verdad.

Me llamo Taguchi Hiro. Tengo veinte años. Veinte años es la edad que escogí para mí.

Cada hombre es una acumulación de historias. 

Se pueden escribir poemas funerarios, cientos de poemas, acerca de una misma muerte; sin embargo, cada uno de ellos dirá una cosa diferente dependiendo de lo que decida omitirse.

Desde que fui despedido el tiempo se ha vuelto aproximado.

Nunca he engañado a Kyōko con otra mujer. Puedo afirmarlo con sinceridad. Ninguna tentación era tan poderosa como la promesa que le había dado.

Todo comienza con la primera mentira. Se instala en el sistema. Echa raíces en él. En este primer estadio de su crecimiento se siente la tentación de arrancarla. A esta le sigue una segunda mentira. Las raíces se hacen más profundas. La tercera, la cuarta, la quinta mentira. A partir de este momento, sería necesaria una pala. La sexta. La séptima. Se necesitaría una excavadora. Las raíces ya se han extendido demasiado. Una red subterránea. No puede verse. Solo si se arrancara, se haría perceptible como el agujero que queda. La octava, la novena, la décima mentira. En algún momento el sistema queda invadido por completo. Si se intentaran extraer las raíces de la tierra, la superficie se vendría abajo.

A eso me refería. La mentira tiene un precio. Una vez que mientes te encuentras en otro espacio. Vives bajo un mismo techo, permaneces en las mismas habitaciones, duermes en la misma cama, das vueltas bajo la misma colcha. Pero la mentira se mete en medio y lo corroe todo. Es una fosa. No se puede sortear. Hace que la casa se parta en dos. ¿Y quién sabe si no ocurre lo mismo con la verdad?

El tiempo tiene arrugas

Es difícil despertar a alguien que no duerme

Si me hubiese quedado sentado un momento más, y hubiese esperado su sonrisa, habría descubierto que su discapacidad era insignificante comparada con la mía. Que lo que se había endurecido en mi interior me impedía, en lo más íntimo y profundo, sentir la ternura de sus mejillas. De nosotros dos, era yo quien padecía la lesión cardiaca más grave.

En los ojos secos también hay lágrimas. 

Qué es peor, preguntó Kyōko después de un rato. ¿El hecho de que me ocultara su situación o el hecho de que yo le ayudara a ocultármela? 

En el último momento está en tu mano hacer algo para que todo cambie, y entonces no pasa nada. Te has convertido en parte del público. El otro está en el escenario. Es una obra para un solo actor, los focos apuntan hacia su rostro, una obra solitaria. Mientras que tú, en la última fila, en la oscuridad, incapaz de intervenir, contemplas cómo la acción continúa sin ti. Cae el telón. Desde el principio, no debí de colaborar en la obra. Aun cuando lo hiciera por amor a él, debí haber sabido que una obra de este tipo no podía terminar bien. 

El quería cumplir su promesa con la vida cotidiana, y yo quería cumplir la mía, la de permanecer a su lado por amor a nuestra vida cotidiana.

A él no le gustaba especialmente su trabajo. Lo único que le gustaba de él era la rutina, y la satisfacción que le proporcionaba seguirla.

Si se dice que solo se vive una vez, por qué se muere tantas veces. 

Aquello que se evita, con mucha frecuencia tiene consecuencias más dolorosas que aquello que se hace.

Se dice que un maestro es inmortal. Incluso después de abandonar el cuerpo, sus enseñanzas continúan con vida en el corazón de sus alumnos.

Este extenderse uno mismo hacia el otro, es lo que necesitamos con más urgencia.

De lo auténtico con ayuda de lo inauténtico.


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