miércoles, 6 de abril de 2022

La emoción de las cosas; Ángeles Mastretta


La emoción de las cosas; Ángeles Mastretta

 

Hermosas divagaciones

 

En esta novela personal que nace de las entrañas,

 

La emoción de las cosas

Solo recuerdo la emoción de las cosas. ANTONIO MACHADO

 

MIS DOS CENIZAS

El abismo del que nunca hablaba.

 

MIS DOS CENIZAS

Era su fiesta.

 

MIS DOS CENIZAS

La bondad tiene plazo.

 

MIS DOS CENIZAS

Actitud de reina clausurada.

 

MIS DOS CENIZAS

En el ánimo los hijos pesan siempre.

 

MIS DOS CENIZAS

Mujer que sigue viva en cada planta de su jardín.

 

MIS DOS CENIZAS

Mi madre tenía los ojos claros y la vida en paz.

 

MIS DOS CENIZAS

El mundo de la familia era el más público de nuestros mundos. Toda la intensidad era hacia adentro.

 

MIS DOS CENIZAS

Tejer era la paz en sus ratos de ocio que, por lo mismo, nunca fueron tales.

 

EL DEDAL Y LA CRUZ

Anda a jugar, que de la muerte solo sabes lo que inventas, porque la muerte es un invento de los vivos. Anda, ve, di una fábula, revive una quimera, adivina un ensalmo. 

 

EL DEDAL Y LA CRUZ

No sé si ya habré sembrado en ellos el mal gusto de la esperanza a toda costa. Ojalá.

 

EL DEDAL Y LA CRUZ

A veces, cuando estaba durmiendo, imaginé que ya se había ido de su cuerpo el ángel que nos da cuerda por dentro.

 

EL DEDAL Y LA CRUZ

Ella era escritora en un tiempo en que serlo parecía un remilgo a la dorada profesión de esposa.

 

EL DEDAL Y LA CRUZ

Unas cosas se nos quedan en la memoria como fotos, otras como videos, otras como párrafos de un libro, como poemas, como cuentos. Casi ningún recuerdo es del tamaño de una novela.

 

ASÍ ESCRIBO

«¿Qué es aquello que se compra caro, se ofrece por nada y con frecuencia se rechaza?». Y ella misma responde: «La experiencia. La experiencia de los viejos».

 

ASÍ ESCRIBO

No había que ser ningún genio para descubrir en sus gestos y su voz a una mujer extraordinaria.

 

ASÍ ESCRIBO

Tenía unas manos largas y delgadas con las que se ayudaba al hablar, por más que a sus palabras no les hiciera falta ninguna ayuda: era de una elocuencia inaudita, y solo ella podría saber si alguna vez se calló algo.

 

ASÍ ESCRIBO

Tenía siempre una historia entre los labios.

 

ASÍ ESCRIBO

Cuando la conocí, su vida ya había sido el ir y venir de fortunas e infortunios que la enriquecieron y desvalijaron hasta poner en su boca la capacidad para reír de una manera indeleble. No sé de alguien que no se contagiara del empeño que ella dejaba en sus empeños. Si hubo quienes estando cerca de su voz intentaron librarse de su influencia, no conozco a nadie que lo haya logrado.

 

ASÍ ESCRIBO

Eran firmes sus afectos y no había que temer su desapego. Por eso era difícil conquistarla, pero imposible perderla. Por eso es que uno podía ir por la vida permitiéndose malabarismos, porque era una leal red protectora.

 

ASÍ ESCRIBO

Perdí con ella a la tenaz cómplice.

 

ASÍ ESCRIBO

Hay gentes a quienes la vida dota de más. Con la misma arbitrariedad, incomprensible, con que a unos les niega la virtud, a otros los carga de talentos.

 

DON DE HABLA

Tenía doña Emma, mujer de ojos que hablaban como luces, una sentencia sabia: «No hay mejor cura que un buen rato de conversación». Nadie como ella para detener el mundo y trastocarlo con una remembranza de media tarde, nadie como ella para seguir hasta las dos de la mañana bordando un traje de novia mientras su hermana Luisa cortaba un vestido irrepetible.

 

DON DE HABLA

La suya es una historia bendita y larga sobre la que tienen derecho varios escritores antes que yo. Eso no me quita el derecho a venerar la voz con que mecía las anécdotas más extraordinarias, como quien acude a la mejor de las curas.

 

DON DE HABLA

Los audaces viven más de ochenta años y no le temen al bastón ni a la humildad necesaria para apoyarse en otros. 

 

DON DE HABLA

Los audaces escriben libros como quien cuenta prodigios en un ábaco inmenso y no tiemblan para inventar realidades más atrevidas que la luz cayendo sobre sus escritorios.

 

MÁS BAJO EL CIELO

El pasado se recupera en atisbos, y trastorna el presente con su aire desconocido, a pesar de cuánto nos ha dicho la intuición que pudo ser.

 

ME CAÍ DE LA NUBE

Daré que en algo tengan que ver conmigo para que, poco a poco, se vayan acomodando la pena.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

«¿Te das cuenta de cómo, a veces, la vida nos da propinas?».

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Yo me comprometo a vivir con intensidad y regocijo, a no dejarme vencer por los abismos del amor, ni por el miedo ni por el olvido, ni siquiera por el tormento de una pasión contrariada. Me comprometo a recordar, a conocer mis yerros, a bendecir mis arrebatos. Me comprometo a perdonar los abandonos, a no desdeñar nada de todo lo que me conmueva, me deslumbre, me quebrante, me alegre. Larga vida prometo, larga paciencia, historias largas. Y nada abreviaré que deba sucederme: ni la pena ni el éxtasis, para que cuando sea vieja tenga como deleite la detallada historia de mis días.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Esta suerte de naufragio sin réplicas que es quedar huérfano y ser un adulto a punto de empezar a ser viejo.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Debe costar poco, pero vale toda la infancia—,

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Con los años, la fiebre de vivir tiende a volverse apacible, y aunque nos mueva el diario azar, nos emocionen las cosas que parecen triviales y encontremos placer en el coloquio del pan con el desayuno, de repente los días se confunden entre sí y nos confunden; porque muchas veces, a pesar del torbellino, se parecen.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Cuando nos toman los sesenta años, y con ellos la amenaza de una credencial para viejos, el descuento en el transporte, el paso del simple nombre al previo «maestra», que no hizo más examen que el del tiempo, una especie de maldición piadosa se va empeñando en aconsejar la prudencia, la mesura, la serenidad. Contra esta última he decidido no batallar; más aún, todos los días me empeño en buscarla. Incluso a lo que lastima, al dolor y la muerte misma, uno se sabe en el deber de enfrentarlos con serenidad,

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

¿Esto que siento es la heroica serenidad o es simple indiferencia?

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Hay muchas puertas que hemos cruzado por última vez, y eso no queda más remedio que aceptarlo. Pero cuando lo pienso, me toma el cuerpo una furia empeñada en abrir otras. ¿Cuáles? Las que se pueda, aun si para eso hay que correr el riesgo del ridículo, del fracaso, del miedo.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Una invitación a la alegría, ¿por qué le voy a tener miedo? Sobre todo, ¿por qué voy a dejar que pase de largo una llamada a lo insólito?

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Hay amigos en cuya audacia se trama un tesoro.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Anduve unos días sin vivir en mí.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Una desconocida me pasó por el cuerpo desde que medió la semana. Había estado engañándola durante meses. No la dejaba salir, la encerré porque le tenía pavor a la yo que se me escapó entre el martes y el jueves, que me derrotó. Y estuve sin ser yo, siendo yo, perdida, encontrada, insomne, majadera, inconsolable, ruin, carcomida, triste como un zapato colgando de los cables de luz. Pero sobre todo, contra todo, atrapada por una furia que debía ser desolación y que me tuvo inerme, a su merced, avergonzándome con los cambios de la razón a la sinrazón en que viví.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

Por fin no queda nada más que seguir viviendo, y morirnos de pena con el gusto de vernos estar vivos.

 

LAS GRANDES COSAS PEQUEÑAS

El alma prendida con alfileres.


Rewind; Juan Tallón


Rewind; 
Juan Tallón
 
Rewind indaga en la posibilidad o imposibilidad de rebobinar, en los fantasmas personales, en los golpes de azar, en la persona que al final no somos, en los secretos que deben o no deben contarse y en la capacidad de las personas para rehacerse cuando se rompen. La novela es una maniobra de espionaje de los mecanismos de la propia vida, que cambia sin avisar, gira, salta por los aires y te destruye sin que estés preparado: y de manera igual de incomprensible o más, si eso no acaba contigo, permite que te rehagas y que sigas adelante.
 
Rewind
El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado ERNEST HEMINGWAY, El viejo y el mar.
 
En mitad de un día perfecto
Hacer las cosas cuando nos daba la gana, y no a su debido tiempo o cuando había que hacerlas, nos reconciliaba con el presente.
 
En mitad de un día perfecto
La vida cambió de alcance y significado en unos pocos segundos. Pasó de ser algo que se rendía a un acto de entusiasmo, o de inteligencia, aunque se recorriese en solitario, a ser un recipiente en el que te hundías por tu propio peso, como los bebés que se ahogan en una piscina infantil cuando sus padres se distraen hablando por teléfono o yendo a buscar un cigarrillo.
 
En mitad de un día perfecto
En un vulgar instante, todo lo que era normal desapareció.
 
En mitad de un día perfecto
Y de repente la vida se derramó.
 
En mitad de un día perfecto
Sin solución, como el agua que no se puede devolver al vaso tras volcar. Todos los sueños y esperanzas quedaron enterrados, incluso lo que pensaba que podría no gustarme, pero que estaba dispuesto a afrontar. Los problemas y las dificultades puntuales formaban parte del encanto de la vida, aunque uno careciese de humor para aceptar esta idea sin rebelarse.
 
En mitad de un día perfecto
En lo que algo que parecía tan mentira era sin embargo tan verdadero.
 
En mitad de un día perfecto
En un segundo, el dolor quedó mezclado con el miedo, formando una extraña salsa.
 
En mitad de un día perfecto
Tiendo a creer que, en último término, el ser humano añora solo la belleza. Las personas a quienes quiere, los sitios en los que fue feliz, los amigos que le hicieron la vida más fácil, los objetos que lo consuelan, las redes de seguridad, la fuerza invisible de las expectativas son belleza, y su ausencia prolongada se vuelve insoportable para los sentimientos.
 
En mitad de un día perfecto
Todo se había reducido a nada, lo entero se convirtió en roto, lo grande en minúsculo, lo pequeño en inexistente, lo importante en pérdida, los recuerdos en polvo, el futuro en pasado. Quizá porque era una metáfora, y las metáforas no se destruyen sino con otra metáfora.
 
En mitad de un día perfecto
Ahora soy otro. Nadie se recupera de algo así de tal modo que la vida vuelva a su sitio despacio. Simplemente no hay un sitio al que regresar. La vida sigue rodando, pero encuentra nuevos caminos.
 
En mitad de un día perfecto
Solo tenía veinte años, pero ya había dejado atrás mis mejores días.
 
Los periódicos no se leen por encima
A veces en la vida todo ocurre o deja de hacerlo por muy poco, ese poco puede ser un minuto, unos metros, un cambio de idea repentino. Y una insignificancia semejante te salva o te mata.
 
Los periódicos no se leen por encima
Yo no puedo dormir si antes no leo media hora. Son quince páginas, dependiendo del cuerpo de letra, que actúan como somnífero. Las leo y entonces disfruto de un sueño plácido y de un tirón. Necesito que sea así, porque me levanto a las cinco de la mañana.
 
Todos cometen el gran error de su vida
Nosotros ya vivíamos instalados en un rewind privado, yendo de delante atrás continuamente.
 
Todos cometen el gran error de su vida
Y empezaba a acostumbrarme al gran error de mi vida.
 
Todos cometen el gran error de su vida
Parecía que otra vez íbamos a engendrar ilusiones por las cosas simples, que, en realidad, son las ilusiones más difíciles de poner en práctica.
 
Historias de amor con zapatos
Hélène sostenía que una mujer alcanza el estado ideal cuando logra que casi todo le importe un pimiento y sonríe por ello.
 
Historias de amor con zapatos
La tragedia puso a prueba la profundidad de la noche, capaz de alargarse años. Aquel sufrimiento no era para humanos. Algunos días sueño que aún no se acabó, y cuando me despierto, aliviada, descubro que en realidad no estaba soñando, y que, a su manera, tres años después la noche sigue ahí, en presente, llena de polvo. Si esta es mi pesadilla particular, que sufro cuando estoy despierta, no consigo imaginar en qué hora de aquella noche se encuentra atrapada Hélène.
 
Historias de amor con zapatos
Las frases hechas que servían para otros casos eran frases muertas en éste.
 
Historias de amor con zapatos
Muchas cosas cambiaron a partir de esa noche. Qué si no. Era un golpe de vida, y los golpes de vida mueven las cosas seguras, que siempre han sido de determinada manera, de su sitio original. La fortaleza de una persona se demuestra en su capacidad para, con paciencia, redimirse, devolver todo lo que se ha movido, y que es importante, a su lugar.
 
Historias de amor con zapatos
Yo pensaba que Hélène podía caer, pero no ser vencida por la adversidad, o no sin plantear una lucha titánica, en la que en soledad una se vuelve una mujer heroica.
 
Historias de amor con zapatos
Le hacía frente a la vida cada vez que esta le lanzaba un desafío. Y la vida siempre está lanzando desafíos. Cuando superas uno, te plantea otro. Mi amiga desplegaba un gesto amable y tierno, que funcionaba como un cebo, detrás del cual se ocultaba el gesto auténtico de la mujer sentimental pero inflexible que era. Yo la veía de lejos y me gustaba, pero no tanto como al tenerla cerca; todavía me gustaba más cuando volvíamos a alejarnos. Pertenecía a esa extraña raza de personas que absorben los conflictos, que reducen los problemas a una cuestión de punto de vista, y que mantienen una relación civilizada con el dolor.
 
Historias de amor con zapatos
La muerte de Didier no reparó los problemas del matrimonio que había advertido antes de aquel día; simplemente, dadas las circunstancias, el divorcio ofrecía problemas todavía mayores que los que ya padecía. Ella siguió aburriéndose a su lado, pero en la nueva situación concluyó que el aburrimiento era lo que más le convenía. Y mencionaba otra vez los trámites, y la importancia de pasar por todos ellos, sin atajos. No tenía ganas de sentirse feliz, ni de cumplir sueños, que por otra parte se habían apagado temporalmente. Con Dominique Hinault a su lado no se sentía tan desamparada; hastiada sí, pero menos vulnerable. Funcionaba como un techo contra la intemperie.

Historias de amor con zapatos
Escribía, digamos, como una persona de treinta y ocho que empieza a tener algo que contar y encuentra al fin un camino para hacerlo.
 
Historias de amor con zapatos
Ciertas pérdidas, aun las económicas, dan dignidad si una sabe encajarlas.
 
Ford Torino rojo del 71
No llevo una vida normal. Tampoco sé si algún día acabaré llevándola. Las cosas normales son lo primero que desaparece en una catástrofe. En su lugar se queda a vivir, como en una invasión, lo desconocido, a lo que por necesidad acabas acercándote.
 
Ford Torino rojo del 71
Es la propia vida la que te descabalga de las ideas que crees inamovibles.
 
Ford Torino rojo del 71
De subirnos a un tren o descolgar un teléfono. Las personas cambiamos. Cambiamos sin saberlo, a veces también cambiamos sin querer, cambiamos tras asegurar que no lo haremos, cambiamos poco a poco y cambiamos de repente, cambiamos porque nos empujan o porque nos equivocamos. Cambiamos para sobrevivir, cambiamos por egoísmo, siempre cambiamos, y yo tuve tanto miedo a no ver nunca más a Violette que le pedí que recordase aquella noche por mí. También en eso cambié.
 
Ford Torino rojo del 71
Pero la vida, que te empuja a los abismos, te tiende después la mano para salir de ellos. 
 
Ford Torino rojo del 71
Hacer las cosas por primera vez es uno de esos asombros fascinantes que en ocasiones depara la vida. Nada es igual al esplendor de los comienzos. La memoria fija cada uno de sus instantes, como si la vida pura y dura también se organizase en fotogramas, y cuando transcurre el tiempo hace que aún sientas la admiración y la extrañeza de todo lo que viviste tal o cual día. Nadie recuerda la segunda vez, la tercera, la quinta, la enésima, cuando a la belleza original la reemplaza la mera repetición. Hicimos el amor varias veces aquella noche, con tal suavidad y dulzura que se podía pensar que no había pasado nada después de pasar todo. Quizá nos corrimos tres veces, a lo mejor fueron dos, o cuatro. Imposible saberlo a ciencia cierta. Todas contaron como un solo momento, y después de eso no hubo ninguno más. Fue como un interludio en nuestras vidas. Hay destinos que se cruzan en un preciso punto y solo ahí, que resplandece, y después se separan para siempre, a semejanza de líneas que forman una intersección.
 
Ford Torino rojo del 71
Me agradaba pensar, con cierto romanticismo, que llevarse un secreto con uno definía a un héroe en el que a su vez nadie, quizás ni él, vería jamás a un héroe. Pero después de todo también estábamos tan obligados, si nos enamorábamos, a no hacer nada por evitarlo que aceptamos que las cosas no morían porque uno dijese que tenían que morir. 
 

La mujer que no envejecía; Grégoire Delacourt



Carta a mis lectores
Este libro es la prueba de que «la vejez es una victoria». Y tanto mejor así. Gracias a cada uno de vosotros por leer la historia de Betty y compartir esa buena noticia en vuestras librerías, en vuestros periódicos, en las redes sociales… ¡Las buenas noticias escasean! Grégoire Delacourt
 
Carta a mis lectores
La imposición de que nunca dejen de parecer jóvenes.
 
Carta a mis lectores
Como si la belleza solo fuera cuestión de edad.
 
Carta a mis lectores
La mujer que comparte mi cama hace mucho que dejó de tener veinte años[…] Y es su corazón, cubierto de llanto y heridas lo que me tranquiliza.   Georges Moustaki, Sarah
 
De uno a treinta y cinco
Los encuentros más decisivos son siempre los más simples, en mi opinión, una cuestión de azar, un segundo de distracción y de repente el otro se inmiscuye, nos calienta cuando no teníamos frío.
 
De uno a treinta y cinco
Y más tarde comprendí que habían querido escribirme una historia única, enseñarme que la imaginación permite llevar a cabo todos los viajes, engrandece todas las infancias. Mis padres nunca se quejaban, ni de la helada, ni de las lluvias que lo pudrían todo; labraban y moldeaban la tierra como escultores, como amantes.
 
De uno a treinta y cinco
Los soñadores no cambian el mundo, lo sueñan y punto.
 
De uno a treinta y cinco
Quería envejecer junto a un hombre bueno, paciente, y un día llegar a ser abuela, que ambos nos convirtiéramos en esos dos viejecitos que a veces te cruzas en un parque, sentados en un banco, que se cogen de la mano y cuya belleza se han contagiado el uno al otro.
 
De uno a treinta y cinco
Me estaba explicando la aflicción de las mujeres, ese miedo atávico al tiempo que borra, transforma y disuelve hasta hacer desaparecer cuanto había sido encanto, elegancia, deseo, la vida misma.
 
De uno a treinta y cinco
Françoise curaba su desesperación de madre con la belleza del mundo, y cuando dictaron la dura condena contra su hijo, no quiso saber nada. «No soy la primera madre que pierde a un hijo», murmuró. Y vi llorar a papá.
 
De uno a treinta y cinco
Cuando eres viejo, lo bonito es ser viejo, así de sencillo».
 
De uno a treinta y cinco
Françoise no reaccionó. No lloró. No rompió nada a su alrededor. Se limitó a coger la mano de papá y a decirle: «Llévame a algún sitio donde solo haya cosas bonitas. Por favor». Y John Silver el Largo la tomó en sus brazos, la estrechó contra su corazón y la llevó a la Toscana, al lugar del genio artístico de los hombres y de Dios, allí donde los campos ondulan bajo el viento, como el mar, donde las avenidas de cipreses dibujan caminos que conducen al cielo, donde el frescor de las iglesias seca las lágrimas.
 
De treinta a treinta
Envejecer resulta doloroso, y cruel. Es dejar que se esfume, sin poder hacer nada, la suavidad de la piel, su textura lechosa, es verla mancharse, aflojarse y colgar; es dejar que desaparezcan las miradas de antes, que venían a posarse en nosotras al azar durante un paseo, esas miradas glotonas, a menudo hambrientas, que nos hacen sentir hermosas y sabrosas, y cuya insistencia, incluso vulgaridad a veces, supone un elogio. Envejecer es ver reducirse nuestro espacio en la tierra, marchitarse nuestras sombras. Es acabar por volverse invisible. Así que esa soy yo. Esa soy yo a la edad en la que la juventud se esfuma. Esa soy yo, rara y curiosa. Todas nos observamos a diario, y todos los días nos vemos jóvenes, y si la luz es desfavorable, nos sabemos jóvenes. He leído en alguna parte que uno no se ve envejecer a sí mismo.
 
De treinta a treinta
la belleza es un antidepresivo.
 
De treinta a treinta
Sébastien cumplió dieciséis años. Empezaba a alejarse de nosotros, poco a poco, sin herirnos. Crecer es violento, hay que hacer un duelo difícil; quieres ser libre, independiente, sin perder por ello la protección de la que gozabas de niño, empiezas a golpearte contra los muros del mundo, a medir el lugar que ocuparás en él.
 
De treinta a treinta
—¡Es repugnante lo que haces, André, es de una cobardía absoluta! Amar supone amarlo todo en el otro. Te he amado cada instante, incluso en tus ausencias, tus silencios, tus excesos. —Entonces bajé la vista, dejé de mirarlo de hito en hito—. Yo te profeso un amor incondicional. El tuyo es volátil. Te vas porque lo que me pasa no te gusta. Resulta patético. Grotesco. De hecho, es algo que no tiene nombre.
 
De treinta a treinta
«Siempre hay una historia que nos espera, Betty. Algo imprevisible. Un vértigo.
 
De treinta a treinta
La época era tan rica en promesas que hasta las desilusiones nos renovaban el entusiasmo, hasta las caídas nos enardecían.
 
De treinta a treinta
Ninguna mujer es fuerte cuando envejece, Fabrice, solo está aterrorizada, y al dejarla para buscar en otra lo que ella fue, la estás asesinando.
 
De treinta a treinta
La constancia es un espanto. Mi marido me abandonó porque no cambiaba, porque mi apariencia mentía y ya no contaba nuestra historia, porque mi permanencia era el espejo de su finitud.
 
De treinta a treinta
Evoqué a la mía, a la que tanto me habría gustado ver envejecer, con bonitas arrugas que le habrían caligrafiado en el rostro sus risas, sus placeres, trazado sus luchas y sus tormentos; me habría gustado verla atravesar el tiempo como un ave que surca el cielo, porque una madre que ya no envejece, que se ha detenido, implica dejar atrás a una niña que no crece.
 
De treinta a treinta
Tu madre, que sin duda fue una mujer valiente, porque conozco su dolor, los arrebatos de cólera de tu padre, la locura de los hombres que ya no se quieren a sí mismos.
 
De treinta a treinta
No es la juventud lo que se va, André, es la gente, cuando envejecemos asoma nuestro rostro de muerte, la extinción que está por llegar, el espanto de pensar que hay un mundo que seguirá girando sin nosotros.
 
De treinta a treinta
Pero los hijos son crueles a veces, casi a su pesar, nos despiertan con brutalidad: «No puedo presentarte como mi madre, es imposible, lo siento muchísimo, mamá». Nuestras manos se separaron, nuestros cuerpos se alejaron el uno del otro, abandonamos la calma y el frescor del patio interior de la Vielle Bourse para reencontrarnos con la violencia del mundo, los transeúntes apresurados, los coches; la desarmonía. Me presentó como su prima. Y pese a que sabía que no diría mulieris est, «esta es mi madre, la mujer que me trajo al mundo, la única que me ha querido desde el primer día, el primer segundo, la que tuvo miedo y frío por mí cuando yo tenía miedo y frío, aquella de cuyo vientre salió el hombre que soy, ahora más alto que su padre, el hombre que hoy te ama, Saga, y que te tomará por esposa»; pese a que sabía todo esto, tuve ganas de llorar, de huir, pero ni lloré ni hui.
 
De treinta a treinta
Yo soñaba con estar en otra parte porque ya no era una madre, ni una esposa, ni nada; solo una bonita prima de treinta años, soltera, tapicera, «tiene mucho talento —precisó mi hijo—. Acaba de restaurar un sofá de dos plazas, lo llaman confidente, a courting sofa, Saga». Sin embargo, no se lo tuve en cuenta, del mismo modo que tampoco lo hice cuando mi marido me anunció que se marchaba en el viaje de vuelta de París. Mi eterna juventud era un castigo.
 
De treinta a treinta
Una madre debe permanecer en pie bajo el peso de la pena, de la vergüenza y de las lágrimas.
 
Sesenta y tres
LA VEJEZ ES una victoria.
 
Agradecimientos
A todos aquellos que, al azar de estos últimos años y aun sin saberlo en ocasiones, me han aportado consuelo, apoyo o tan solo risas locas y saludables.
 
Agradecimientos
Y, finalmente, a Dana, que convierte en inmortales las cosas bellas; junto a ella ya no tengo miedo de envejecer.

Bailar al borde del abismo; Grégoire Delacourt


Bailar al borde del abismo; 
Grégoire Delacourt
 
Su vida da un giro de 180 grados cuando se deja llevar por el deseo.
 
Un giro inesperado que cambiará los planes de la protagonista.
 
«Escribo para recorrerme.» Henri Michaux, Passages
 
Trataré de explicarme, sin pretender que me perdonen. A lo largo de mi historia, intentaré devolver el encanto a la banalidad de una vida.
 
Aquel rostro desnudo, sincero, que dejaba al descubierto una servilleta de algodón blanco, me turbó indeciblemente, me arrancó por un instante de la quietud de mi vida dichosa, de su tranquilizadora comodidad, y me acercó lo más posible a un fuego nuevo. La chispa misma del deseo.
 
Una minúscula chispa puede incendiar miles de hectáreas de bosque, y una simple piedra desviar el curso de una corriente, volverla de pronto alegremente impetuosa.
 
Buscando el origen de mis errores, descubro con amargura que los sufrimientos jamás quedan profundamente sepultados, que nuestro cuerpo nunca es lo bastante vasto para enterrar en él todo nuestro dolor.
 
Se había sumido en los libros en lugar de refugiarse en los brazos de los hombres.
 
Yo tenía siete años y sabía que ya se había acabado; que una vez rozadas, tocadas, apenas probadas, las cosas ya se desdibujaban, que solo subsistía de ellas un recuerdo, una promesa triste.
 
Ningún nuevo deseo venía a destruir la felicidad presente.
 
El rostro de un hombre que ignora que una mujer lo mira, que casi lo desea, resulta en ocasiones conmovedor.
 
El recuerdo de aquel irreprimible arrebato
 
No comentaré lo irreprimible de mi deseo, sin duda hay que buscarlo en el territorio de lo sagrado.
 
Creo que uno se da de bruces con el amor debido a algún vacío en su interior. Un espacio imperceptible. Un hambre jamás colmada.
 
Las cosas impalpables que nutren la existencia, trazan nuevas perspectivas, dibujan otras proporciones, todas esas cosas que erigen nuestros muros y agrandan nuestra vida.
 
Carencia que no me ha hecho sufrir, puesto que leer también es escribir. Una vez cerrado el libro, lo prosigues.
 
Es la aparición fortuita, unas veces encantadora, otras brutal, de una promesa de saciedad lo que despierta la percepción, lo que ilumina nuestras carencias y pone en tela de juicio las cosas hasta entonces consideradas como dadas e inmutables —matrimonio, fidelidad, maternidad—, esa aparición inesperada, casi mística, que en el acto nos revela a nosotros mismos, en igual medida que nos asusta, nos hace abrir las alas hacia el vacío, aviva nuestro apetito, nuestra urgencia de vivir, porque si bien dábamos por supuesto que nada dura para siempre, de pronto tenemos la certeza, al igual que la de que no hay recuerdo alguno que podamos llevarnos, ninguna caricia, ningún sabor de piel, ningún sabor de sangre, ninguna sonrisa, ninguna palabra obscena, ninguna indecencia, ningún envilecimiento: bruscamente descubrimos que
 
Tenía la autoestima por los suelos, al estar apoltronada en la pasividad de una vida, incapaz de tomar las riendas, adormilada por la resaca de la mediocridad. Me vaciaba de mí misma. Me ahogaba por no poder emprender el vuelo.
 
Sufrir en silencio, qué negación de uno mismo.
 
Hay hombres que te encuentran guapa y otros que te vuelven guapa.
 
Expresión soñadora
 
Resulta sorprendente, en ocasiones, la vida que los demás te atribuyen. La manera en que se cuentan tu historia.
 
Uno siempre trata de comprender por qué las cosas dan un vuelco. Sin embargo, cuando lo descubres, ya estás al otro lado.
 
Me siento extenuada de deseo, escribe Marguerite Duras.
 
Su pena estribaba quizá en no haber sabido amar a mi madre como ella habría querido: tener un marido atento y, por qué no, dominante, padre de diez hijos, una especie de capitán Von Trapp solícito, generoso y lleno de ingenio, tener un hombre para ella, capaz de arrancarla del salón donde se aburría, pese a los libros y la música, y llevarla a otra parte, a una isla, a una laguna del color de las lentes de contacto, o incluso mucho más cerca, pero por sorpresa, a un baile del 14 de Julio, y hacerla dar vueltas en la pista, susurrarle palabras de golfo, palabras que humedecen la piel, los labios, y luego aplastarla contra un árbol, poseerla como a una muchacha, y que los dos se dejaran llevar por esa ola, alta y
 
Poderosa, que de repente arrastra los rencores, los silencios, todas las frustraciones de una pareja cuya fantasía se ha gangrenado con el tiempo.
 
Un nuevo amor no surge forzosamente en contra del anterior. Puede hacerlo por sí mismo. Un vértigo irreprimible.
 
Me parecía que nuestro amor ya no se conjugaba en presente.
 
Se alimentaba de cosas pasadas —la seducción, el encanto, los compromisos— y futuras —las esperanzas—. Miraba vagamente hacia el futuro, pero ¿qué futuro? La boda, algún día, de los hijos. Finalmente, el amanecer violeta, tortuoso, en que nos quedaríamos completamente solos los dos. Los nietos. La vejez, con la que nos machacan los artículos de las revistas, y los programas de televisión que desconciertan por su ridículo, que constituye la panacea de la pareja, su sublime culminación, la calma tras las tormentas. Pamplinas. ¿Qué futuro espera a la gente que se ama? Las esperanzas no bastan, suponen la negación del instante.
 
El duelo es un amor que ya no tiene sitio donde alojarse.

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...