miércoles, 5 de mayo de 2021

Henry James


Lo que ocurrió durante aquella hora estéril que pasó conmigo fue que por fin renunció a él. Le dejó ir para siempre. Hizo de ello la broma más elegante que yo había visto hacer de nada; pero fue, a pesar de todo, una gran fecha de su vida. Habló, con su suave animación, de todas las otras ocasiones vanas, el largo juego de escondite, la rareza sin precedentes de una relación así. Porque era, o había sido, una relación, ¿acaso no? Ahí estaba lo absurdo.


Otra persona se ha interpuesto entre nosotros. No se tomó más que un instante para pensar. «No voy a fingir que no sé a quién te refieres.» Sonrió compasivo ante mi aberración, pero quería tratarme amablemente. «¡Una mujer que está muerta y enterrada!» —Enterrada sí, pero no muerta. Está muerta para el mundo…; está muerta para mí. Pero para ti no está muerta.


Unas veces escribe sobre sí misma, otras sobre otros, otras sobre la combinación.


La verdad es que es tremendamente indiscreta.


Pero el consuelo que dan las reflexiones es poco: el único consuelo que cuenta en la vida es no haber hecho el tonto.


Esa es una bienaventuranza de la que yo, desde luego, nunca gozaré.


Eso fue la causa del primer retraso, y entretanto pasaron varias cosas. Una de ellas fue que con el transcurso del tiempo, y como era una persona encantadora, fue haciendo cada vez más amistades, y matemáticamente esos amigos eran también lo suficientemente amigos de él como para sacarle a relucir en la conversación. Era curioso que sin pertenecer, por así decirlo, al mismo mundo, o, según una expresión horrenda, al mismo ambiente, mi sorprendida pareja hubiera venido a dar en tantos casos con las mismas personas y a hacerles entrar en el extraño coro.


La veíamos cada cual por separado, con citas y condiciones, y en general nos resultaba más conducente a la armonía no contárnoslo.


Todos hemos tenido amigos que parecía buena idea juntar, y todos recordamos que nuestras mejores ideas no han sido nuestros mayores éxitos;



Pero dudo que jamás se haya dado otro caso en el que el fracaso estuviera en proporción tan directa con la cantidad de influencia puesta en juego.


Eran, en una palabra, alternos e incompatibles.


Pero como broma había que seguir tomándolo, aunque no pudiera uno por menos de pensar que con la broma la cosa se había puesto seria,


Le llegaran por algún conducto las del contrario. Yo tengo el convencimiento de que era esa peculiar desconfianza lo que en el fondo controlaba la situación. 


Una sonrisa que por un instante le devolvió la belleza.


¿Qué había sido la interferencia sino el dedo de la Providencia apuntando a un peligro?


Edith Wharton; Las hermanas Bunner


Ann Eliza, la mayor de la tienda, se hallaba precisamente disfrutando con serenidad de uno de esos momentos en una tarde de enero, sentada en la trastienda que ella y su hermana Evelina utilizaban como dormitorio, cocina y salón.


I

Extendió los brazos con la torpeza de las emociones habitualmente reprimidas.


II

Lo infrecuente de esos paseos los convertía en acontecimientos destacados en su vida.


II

El simple acto de salir de la quietud monástica de la tienda y acceder a la algarabía de las calles la llenaba de una leve emoción que acababa adquiriendo demasiada intensidad.


II

No obstante, a partir de ese día empezó a obtener cierto placer sosegado al pensar en el pequeño establecimiento del señor Ramy.


II

Cuando ese propósito subió a la superficie de sus reflexiones.


II

Un plan con tantos visos de doblez nunca se había formado en su alma cristalina.



II

Todos los pequeños acontecimientos cotidianos que hasta entonces habían bastado para llenar el tiempo le revelaban ahora su tediosa insignificancia, y, por primera vez en tantos años de trabajo pesado, se rebeló contra la monotonía de su vida.


II

arrebatos de insatisfacción 


II

Ann Eliza se quedó sin palabras. Hasta que supo que había perdido su oportunidad no se percató de cuántas esperanzas había depositado en ella.


II

Me figuro que es porque nunca me ha sucedido nada», pensó con una punzada de envidia por esa fortuna que brindaba a Evelina todas las oportunidades que se cruzaban en el camino de ambas.


II

Había alcanzado una gran perfección en el arte de la renuncia.


IV

las hermanas Bunner les empezó a resultar insoportablemente monótona la rutina invariable de la tienda, anodinas y largas sus tardes junto a la lámpara, inútiles sus conversaciones habituales al compás cansado de las máquinas de coser y de calar.


IV

La señorita Mellins siempre vivía o estaba al corriente de aventuras asombrosas.


VI

Evelina bajó la mirada mientras él leía. Fue una velada muy hermosa, y Ann Eliza pensó después que su vida podría haber sido muy distinta junto a un hombre que leyera poesía, como el señor Ramy.


VII

Se sintió inconmensurablemente aliviada al quedarse sola. Sabía que el momento crucial de su vida había pasado, y se alegraba de haber estado a la altura de sus ideales. Había sido una experiencia maravillosa y, pese a las lágrimas que le corrían por las mejillas, no se arrepentía.


VIII

El tictac del reloj en la trastienda subrayaba irónicamente el transcurrir de las horas vacías.


VIII

El cariño de la hermana mayor se había proyectado con tanta pasión en el destino de la menor que en esos momentos Ann Eliza creía estar viviendo dos vidas, la suya y la de Evelina, y sus anhelos íntimos se vieron confinados al silencio al ver la ávida dicha de la otra.



XI

Todavía no quería preguntarle nada, solo sentir que el vacío de la tienda volvía a estar rebosante de la única presencia que para ella representaba lo cálido y lo luminoso.

 

 

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...