miércoles, 5 de mayo de 2021

Edith Wharton; Las hermanas Bunner


Ann Eliza, la mayor de la tienda, se hallaba precisamente disfrutando con serenidad de uno de esos momentos en una tarde de enero, sentada en la trastienda que ella y su hermana Evelina utilizaban como dormitorio, cocina y salón.


I

Extendió los brazos con la torpeza de las emociones habitualmente reprimidas.


II

Lo infrecuente de esos paseos los convertía en acontecimientos destacados en su vida.


II

El simple acto de salir de la quietud monástica de la tienda y acceder a la algarabía de las calles la llenaba de una leve emoción que acababa adquiriendo demasiada intensidad.


II

No obstante, a partir de ese día empezó a obtener cierto placer sosegado al pensar en el pequeño establecimiento del señor Ramy.


II

Cuando ese propósito subió a la superficie de sus reflexiones.


II

Un plan con tantos visos de doblez nunca se había formado en su alma cristalina.



II

Todos los pequeños acontecimientos cotidianos que hasta entonces habían bastado para llenar el tiempo le revelaban ahora su tediosa insignificancia, y, por primera vez en tantos años de trabajo pesado, se rebeló contra la monotonía de su vida.


II

arrebatos de insatisfacción 


II

Ann Eliza se quedó sin palabras. Hasta que supo que había perdido su oportunidad no se percató de cuántas esperanzas había depositado en ella.


II

Me figuro que es porque nunca me ha sucedido nada», pensó con una punzada de envidia por esa fortuna que brindaba a Evelina todas las oportunidades que se cruzaban en el camino de ambas.


II

Había alcanzado una gran perfección en el arte de la renuncia.


IV

las hermanas Bunner les empezó a resultar insoportablemente monótona la rutina invariable de la tienda, anodinas y largas sus tardes junto a la lámpara, inútiles sus conversaciones habituales al compás cansado de las máquinas de coser y de calar.


IV

La señorita Mellins siempre vivía o estaba al corriente de aventuras asombrosas.


VI

Evelina bajó la mirada mientras él leía. Fue una velada muy hermosa, y Ann Eliza pensó después que su vida podría haber sido muy distinta junto a un hombre que leyera poesía, como el señor Ramy.


VII

Se sintió inconmensurablemente aliviada al quedarse sola. Sabía que el momento crucial de su vida había pasado, y se alegraba de haber estado a la altura de sus ideales. Había sido una experiencia maravillosa y, pese a las lágrimas que le corrían por las mejillas, no se arrepentía.


VIII

El tictac del reloj en la trastienda subrayaba irónicamente el transcurrir de las horas vacías.


VIII

El cariño de la hermana mayor se había proyectado con tanta pasión en el destino de la menor que en esos momentos Ann Eliza creía estar viviendo dos vidas, la suya y la de Evelina, y sus anhelos íntimos se vieron confinados al silencio al ver la ávida dicha de la otra.



XI

Todavía no quería preguntarle nada, solo sentir que el vacío de la tienda volvía a estar rebosante de la única presencia que para ella representaba lo cálido y lo luminoso.

 

 

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