sábado, 13 de febrero de 2021

Karmele Jaio; Música en el aire


Han pasado seis años desde que Isidro murió y te quedaste viuda. Más de seis años desde que se te congelara el corazón y se quedara duro como una piedra.

 

El salón se ha convertido en tu cueva y aquí esperas, tranquila, mirando al mundo.

 

Te has negado siempre a que te traigan una persona desconocida a casa, alguien para cuidarte, ni que fueras un bebé. Pero has tenido que ceder ahí también, consciente de que la vida es una lucha llena de rendiciones, de que las rendiciones también son necesarias para avanzar, para ganar la batalla. La esperas para mañana por la tarde. Es de Ecuador.

 

Ahí estáis Isidro y tú, sonriendo a la cámara, mirando de frente la larga vida que os queda por recorrer. Te fijas en las dos manos de Isidro. Aún tiene las dos.

 

Las personas casadas ya saben que hay un límite; que a partir de una cantidad, las palabras ya no se escuchan, sino que se tragan

 

Sin saborear, como los niños se tragan las lentejas.

 

La vida se escapa igual que la música se desliza por el aire, poco a poco, dibujando curvas en la nada. Que lo único que nos queda antes de morir es el recuerdo, el eco de la música que un día escuchamos.

 

Cada vez sientes más angustia cuando muere alguien conocido, una espina te atraviesa la garganta, pero no tanto por recordar a la persona que ha muerto, como por rememorar quien fuiste tú junto a ella. Y tragas saliva porque sientes que también muere la persona que fuiste, porque con cada muerte cercana se escapa también un trozo de tu propia vida.

 

Y eso es lo que le gusta a Sabin, parecer una familia normal. El padre, la madre, el hijo. Todos desayunando juntos, tragando la normalidad untada en mantequilla.

 

Pero el desayuno es una farsa. Una vez que las tazas están en el lavavajillas, desaparece la magia, Cecinienta pierde el zapato de cristal, y queda al descubierto la distancia entre ellos, viven en dos mundos:

 

Desaparecen de repente los testigos de tu vida.

 

Te preguntas si el enfado no ha crecido en vuestro interior como la maqueta del barco dentro de la botella. Una vez que se instala allí dentro, es imposible sacarla, igual que ocurre con los secretos, las traiciones y los rencores que se van acumulando en el interior de las personas durante toda una vida. Llega un día en que nos preguntamos cómo se han metido allí y cómo se han hecho tan grandes, cómo han crecido tanto.

 

Y aprendiste que la aguja, al igual que se introduce en la tela, puede pincharte la punta del dedo y que en la vida también nos despertamos con algunos pinchazos, nos despierta el dolor. El dolor nos advierte del filo de la vida.

 

Pinchazos y nudos. Los nudos y enredos que se hacen a veces en el hilo. La vida es eso, las heridas que te haces al pincharte intentando desatar los nudos de un hilo. Y cada persona tiene su nudo que deshacer. Un nudo que solo ella puede soltar. Y nadie más.

 

Aquella maldita mañana Isidro perdió la mano de dar caricias.

 

Aprender y enseñar, es lo más importante que hacemos en la vida.

 

Para Beatriz casarse puede suponer perder libertad, sin embargo, para vosotras era algo tan diferente… No pensabais que perdíais nada, solo ganabais. Y, sí, ganabais mucho, una familia por ejemplo,

 

Tu mundo se deshizo dentro de vuestro mundo, mientras el mundo de Isidro permanecía intacto. Y, sin embargo, a pesar de la evidencia, hasta que no murió Isidro hace seis años, no empezaste a darte cuenta de cuánta libertad te ha faltado. Tanta, que durante estos seis años has tenido que hacer muchos esfuerzos para recobrar, para encontrar tu mundo perdido.

 

Habéis tenido un buen entrenamiento, sois licenciadas en soledad. Especialistas en oír vuestra música interior.

 

Sientes que te roban el aire.

 

Todavía os rondan algunas palabras, algunos dolores.

 

Sabemos resistir cuando somos necesarios para los demás. El problema es cuando ya no nos necesitan. Eras imprescindible en esta casa. Isidro te necesitaba para que preparases la comida, cuidases a los niños y saciases sus deseos en la cama.

 

La maestra Isabel os decía que nunca somos lo que hemos sido.

 

En la caza enseñaba a su padre todo lo que no podía mostrarle en otros campos de la vida. Había una pared de cemento entre padre e hijo, una pared que solo conseguían agujerear de vez en cuando, con tiros de escopeta.

Olvidar es nuestra salvación. Olvidar nos permite seguir adelante. Olvidar es la medicina de la vida. Por eso pasamos la vida intentando olvidar, y algunos beben para conseguirlo, otros se drogan, con drogas de la calle o de la farmacia, da igual. Por eso nos mentimos a nosotros mismos. La mentira es indispensable para sobrevivir. Llenamos nuestros recuerdos de mentiras para allanar el camino que nos queda. No podríamos vivir sin mentiras. Son también una droga.

 

Cómo cambian las casas cuando hay niños. Entra más luz. Junto con el ruido entra más luz, y más aire.

 

Por eso viven tan poco las mariposas, porque la libertad no puede durar mucho tiempo, porque el tiempo es enemigo de la libertad. Vuestras propias actitudes os han hecho presas, como las palabras dichas y no dichas de toda una vida.

 

Qué corta es la vida, y qué largos son algunos días

 

Isidro siempre decía que la gente que canta es de fiar, que la gente que lleva música dentro está viva y que, como las flores, contagia de belleza su alrededor.

 

Aquel hombre se escondían muchos secretos y pecados.

 

Llueve. Llueve sin parar. Parece que llueven lágrimas.

 

Todo el mundo guarda algún secreto en su interior, algo inconfesable, y llegados a un punto de la vida es mejor dejar esos secretos donde están, escondidos. Tienes miedo de lo que puede empezar a airearse con las confesiones de Carmen. Miedo de cortarte con la botella rota que guardaba dentro un barco.

 

Lo han dado todo. El recuerdo es lo único que les queda, el eco de la música que un día escucharon. El viento les mueve a ese ritmo el pelo teñido, el pañuelo del cuello

 

 





jueves, 11 de febrero de 2021

Karmele Jaio; La casa del padre


 

La casa del padre

Escribir se asemeja mucho a un beso. Es algo que no puedes hacer solo. 

JOHN CHEEVER

 

1. Allá arriba, en la cima

Tu madre, siempre borrando pruebas, silenciando voces, apagando fuegos.

 

1. Allá arriba, en la cima

Las casas no son lugares físicos, son atmósferas que nos acompañan de un hogar a otro.

 

1. Allá arriba, en la cima

Tus hijas allá abajo. Salieron ya de ese decorado, salieron del nido. Ya no necesitan tu protección. Aparecen y desaparecen de tu vista como esas bandadas de pájaros que muchas tardes observas desde la ventana de tu estudio haciendo dibujos en el cielo y deshaciéndolos inmediatamente después.

 

1. Allá arriba, en la cima

Tu novela, la que intentas escribir desde hace dos años. Allí está tu secreto. Una novela que no avanza, una sequía de ideas, un bloqueo de escritor de los de libro. 

 

1. Allá arriba, en la cima

Como cada frase que escribes. En los últimos dos años tus palabras solo han creado decorados de cartón piedra. Pero cómo hacer creíble un decorado al que no te has querido acercar nunca en la vida real. Te has arrepentido mil veces de haber decidido reflejar en tu novela el afilado ambiente político de la Euskadi de los ochenta.

 

1. Allá arriba, en la cima

Y sin compromiso con la verdad, no hay arte.

 

4. Así te dejo escribir tranquilo

Los clubes de lectura están llenos de gente a la que le hubiese gustado escribir. Gente que sigue soñando con escribir.


5. El sonido de una puerta corredera

Describir nuestra violación, aunque nunca haya ocurrido. Porque todas hemos vivido la angustia de esa pesadilla. Todas hemos imaginado alguna vez la terrible situación. Todas hemos andado por la calle con esa posibilidad rondándonos la cabeza. Y la espalda. Y la nuca.

 

5. El sonido de una puerta corredera

Esos bares de última hora, en esas trampas para mujeres.

 

6. Estoy aquí. ¿te habías olvidado de mí?

—¿Cómo vas a describir tu violación si no te han violado nunca? Me lo imaginaba preguntándome algo así, y yo en los subtítulos leía: «¿Cómo vas a escribir si tú no eres un escritor?».

 

6. Estoy aquí. ¿te habías olvidado de mí?

Había una tensión física, pero también intelectual, entre nosotros.

 

6. Estoy aquí. ¿te habías olvidado de mí?

De repente, me hizo sentir que olía a bizcocho y ambientador de casa.

 

6. Estoy aquí. ¿te habías olvidado de mí?

Quizá por eso es peligroso escribir. Es una peligrosa marea baja que deja a la vista las rocas escondidas bajo el agua. Y lo que aparece no siempre nos gusta. Porque con la marea baja desaparecen las palabras que utilizamos cuando estamos a flote, las que sobreviven como una colchoneta sobre la superficie; y aparecen esas otras, las que pesan como el plomo, las que están en el fondo y solo se ven con la marea baja. Y junto a esas palabras aparecen plásticos, tetrabriks, latas deCoca-Cola oxidadas, el cartucho de una escopeta, un salvaslip hinchado como el cuerpo de un ahogado. Lo que aparece cuando escribimos no siempre nos gusta

 

9. Puedes llevar a aita a tu casa

Te has sentado en tu estudio, frente a la pantalla, con las ganas de quien va a escribir la primera línea de una historia. En la primera línea siempre hay muchas ganas, mucho campo abierto. A medida que avanzas las puertas siempre van cerrándose, marcándote un camino concreto. Escribir es ir perdiendo libertad en cada párrafo. Pero en la primera línea eres libre. No dependes de nadie. No eres aún esclavo de tus propias palabras. Ocurre como en la vida, que, a medida que avanzas, van escaseando las opciones.

 

9. Puedes llevar a aita a tu casa

Tu madre de repente es otra. Alguien que necesita protección, cuidados. Nunca hasta hoy la habías visto así. Nunca le habías visto los ojos tan pequeños. Tan necesitados.

 

11. Se nota tu mano

Todos esos años de olores domésticos, olor a plátano y galleta, a toallitas húmedas, a madre que hace bizcochos.

 

11. Se nota tu mano

Bromear es una manera de ganar poder sobre la persona que tiene enfrente.

 

11. Se nota tu mano

Fueron cuatro palabras que me sacaron del efecto de la anestesia de décadas.

 

11. Se nota tu mano

Volver a escribir. Escribir como un acto de desenterrar cosas, imágenes ocultas por el tiempo y la ciega normalidad.

 

13. Yo no he sido

Ante los ojos te aparece un nuevo mundo en el que nadie va a vivir mirándote, pendiente de ti. Cuidándote.

 

13. Yo no he sido

Te das cuenta de que, ante tu madre, sigues siendo un niño.

 

17. Una mujer desconocida

Alguna vez has pensado que los celos que se te encienden cuando tu mujer te habla de Jauregi es lo único que queda vivo en vuestra relación.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

El enfado, la rabia pueden transformar muchas cosas. Pueden hacernos pasar de las palabras a los hechos. Pueden darnos el último empujón. Pueden disimular nuestro miedo, ocultarlo durante un tiempo. Es lo que me ocurrió tras enfadarme tanto con Ismael por su reacción a la noticia de que había decidido colaborar con Jauregi. Una reacción egoísta cuya gravedad quizá un año antes no hubiese detectado. Y sentí que la rabia que me produjo su reacción me quitaba una capa de encima, una capa de miedo que me había acompañado siempre.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

Un marido metido en un búnker durante todo el día.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

Pero aquello a lo que llamé libertad durante mucho tiempo quizá no fue sino un corralito seguro que mi miedo construyó en torno a aquel chico. La protección y la seguridad se venden caras.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

Sentí en aquel momento que iba a quemar en una hoguera todos los miedos que había sentido en mi vida, todos los complejos, todas las limitaciones. El enfado pudo con ellos, los transformó en acción. Entré temblorosa, pero decidida y consciente de lo que hacía.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

Yo me muero por leer lo que escribes, será como leer tu corazón—. Estoy deseando ponerme a leer.

 

19. Qué haces aquí

Los silencios de las familias son como el cemento, o se rectifican a tiempo o van endureciéndose hasta convertirse en algo sólido y resulta inamovible lo que un día pudo haberse retirado con facilidad. Por eso ahora estás tan rígida frente a tu madre.

 

19. Qué haces aquí

Sin su disfraz de mujer.

 

20. Me da miedo aita

Por un momento has intuido en la mirada de tu hermana la misma sospecha que te atormenta y no has querido aceptar en ningún momento. La idea de que tu padre no ha tratado bien a tu madre y que seguirá maltratándola, a su manera, hasta que muera.

 

20. Me da miedo aita

Pero no tratar bien es maltratar. 

 

20. Me da miedo aita

No tenéis derecho a juzgar la relación de vuestros padres. ¿Cómo medir algo del pasado con ojos del presente? ¿Qué derecho tenéis?

 

25. La puerta corredera, de nuevo

Lo que realmente intentaba era que Ismael me reconociera en aquellas palabras y que me valorara por ellas. Que me dijera algo más que no está mal. Y que me viera, por fin. Eso era lo que en el fondo deseaba, aunque en ese momento no lo supiera. Que por fin me viera. Que apartara, como se apartan las zarzas para abrir camino en el monte, el cuerpo de la mujer deseable que un día fui para él y también ese otro cuerpo de madre en el que un día me convertí. Que, por encima de la amante y de la madre, me viera a mí. Por fin a mí, coño, a mí.

 

24. Me vas a tener que ayudar en esto

Hay veces que nos construimos decorados ficticios, lugares en los que nos gustaría vivir. Llegamos a creernos que vivimos en ellos. Pero llega un momento en el que te das cuenta de que solo tú estabas viviendo en ese paraje deseado, que para el resto del mundo era un lugar inexistente. Escuchar a Jauregi al otro lado del teléfono derrumbó un mundo que siempre quise construir y que en los últimos años creía haber estado levantando, no sin esfuerzo. Un mundo en el que era considerada alguien capaz de escribir, de pensar, de ser valorada por mi talento. Un mundo en el que Jauregi me estaba diciendo sin decirlo que quería volver a leer algo mío, que lo estaba deseando, que ya era hora de que le entregara algo, que había llegado mi momento. Y, sin embargo, constataba de repente que ni por una milésima de segundo pensó que la novela que le entregué era mía. Ni por un segundo me reconoció como una escritora. Quizá ni siquiera en la universidad, donde su acercamiento pudiera haber tenido otras intenciones distintas a las que yo siempre pensé. Qué ilusa. Pensé que yo era diferente a las demás. Quizá nunca hubo una atracción intelectual, como yo pensaba. 

 

33. Un nuevo juego de manos

Se te va a hacer difícil encontrar las palabras a pesar de ser escritor. O quizá por ser escritor. No es lo mismo mirar a una persona mirándola a los ojops que hablar a la pantalla del ordenador. Normalmente quién es capaz de hacer una de estas cosas no tiene la capacidad para hacer la otra. 

 

33. Un nuevo juego de manos

A pesar de ser ambos escritores, no habéis encontrado las palabras. O quizá haya sido precisamente por eso. Porque solo sois capaces de encontrar las palabras verdaderas, las palabras de plomo que se esconden en vuestreo interior, cuando os sentáis a escribir.

Sofía Segovia; El murmullo de las abejas

El murmullo de las abejas

Tocó mi vida con sus cuentos.


El murmullo de las abejas

Ésta no es la historia que contaron, es sólo el cuento que inspiraron.


1. Niño azul, niño blanco

En busca de una poción de amor.


9. El niño de las abejas

Simonopio estaba para afuera, para el monte. Estaba para leer la vida, no los libros.


10. Promesas sin cumplir

Tal vez —ojalá— aún quedaba vida en lo que parecía muerto.


10. Promesas sin cumplir

¿Cómo puede enfrentar una generación a la siguiente, verla directo a los ojos y decirle: dejé morir una de las pocas cosas que di por sentado que te heredaría?


10. Promesas sin cumplir

Lo que podía hacer era tratar de mantenerse cuerda, y la única manera que conocía para hacerlo era manteniéndose ocupada con los asuntos de la familia, de los necesitados del pueblo, cosiendo en forma constante y sí, también planeando el baile anual.


10. Promesas sin cumplir

Con un padre peculiarmente cariñoso y atento, y una madre, si no cariñosa, muy inteligente y firme.


10. Promesas sin cumplir

Disfrutar una vejez llena de nietos.


10. Promesas sin cumplir

Por supuesto, antes de nietos, muchos hijos. Y antes de hijos, el matrimonio con el hombre ideal. Aun antes de eso, una juventud con muchos pretendientes, los cuales buscarían asistir a las fiestas donde ella estaría para ser cortejada.


10. Promesas sin cumplir

Temprano en la vida supo con qué tipo de hombre se casaría: de la localidad e hijo defamilia de abolengo. Eso antes de estar en edad para ponerle nombre y cara a su elegido. Tendrían muchos hijos e hijas y la mayoría sobreviviría, eso seguro. Y al lado de su marido habría muchos éxitos y algunos fracasos, salvables, claro. También habría heladas, sequías e inundaciones, como las había en forma cíclica.


10. Promesas sin cumplir

Nutrir de vida el vientre de una mujer, la que habría sido su mujer si acaso no se hubiera disparado un buen día la primera bala y si a ésta no le hubieran respondido con la segunda, y después con una ráfaga interminable.


10. Promesas sin cumplir

Ahora vivía con su única hija, pues al perder el marido, había perdido su esencia, su fortaleza y hasta su capacidad de ver por su hogar y por ella.


10. Promesas sin cumplir

Porque es mentira que una deje la casa de los padres para hacerse en exclusiva de una sola carne con el marido, ya que por más que lo amara —y amaba a Francisco porque él lo merecía—, tal cosa nunca le había ocurrido a Beatriz. En su mundo una se llevaba la casa de los padres adondequiera que fuera: a la escuela, a un viaje al extranjero, al viaje de bodas, a la cama con el esposo, a parir a los hijos, a sentarse cada día a la mesa con ellos para enseñarles la buena postura y los buenos modales, e incluso —creía— se los llevaba hasta el lecho de muerte.


11. La española llega en octubre

Sería el dolor del corazón que se esparce por todos lados?


14. El sinapismo de Simonopio

Los tres meses que duró lo más agudo de la crisis de la influenza española dejó en todos los sobrevivientes de Linares y del mundo entero cicatrices imposibles de sanar y huecos imposibles de llenar.


16. Polvo eres…

Como creía que el remedio para toda desmoralización era el trabajo, los mantenía ocupados en el quehacer de una hacienda u otra.


16. Polvo eres…

El corazón le dio vuelcos cuando se le ocurrió que las casas mueren cuando dejan de alimentarse de la energía de sus dueños.


17. La Singer y su trácata, trácata

Le había brindado horas y horas de sosiego.


17. La Singer y su trácata, trácata

Mi mamá siempre admitió que esa máquina de coser le salvó, si no la vida, sí la cordura.


17. La Singer y su trácata, trácata

Sumergida en ese fervor creativo.


21. Huecos que quedaron

Cuando mis papás llegaron dispuestos a hacer todo un recorrido de pésames, ya nadie quería oírlos. Ya habían cambiado de tema. Le habían dado la vuelta a la hoja de esa historia. La habían sobrevivido.


21. Huecos que quedaron

No importaba cuánta tragedia se presentara: la vida continúa.


23. Versos que conquistan

La vida no ofrecía garantías, y que por más planes que uno hiciera, eventos ajenos podían echarlos a perder.


72. Regando la tierra

Todas esas miradas intensas de amor que había ido ahorrando para gastarlas en épocas mejores, por falta de tiempo, por falta de energía, por sumirse en la rutina y rendirse ante las preocupaciones.


81. Tu mamá nunca se perdonó esa cachetada,

Mi mamá siguió cosiendo en su Singer casi hasta su último día, en su afán por recordar lo bueno, olvidar lo malo y fortalecerse para enfrentar las sorpresas de la vida, buenas y malas.


91. Canción del pasado

No quería consuelo ni explicación, porque no existían.


93. El futuro sin él

Me recordaba lo importante que era escuchar: escuchar lo que la vida a veces susurra al oído, al corazón o a la tripa.


100. Pero ahora vuelan estas abejas a nuestro alrededor

Caminamos sin mirar atrás, porque en este viaje lo único que nos importa es nuestro destino.


 

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...