lunes, 27 de junio de 2022

Will Schwalbe; El club de lectura del final de tu vida


Will Schwalbe; 
El club de lectura del final de tu vida

 

 

Mi hermana, mi hermano y yo disfrutamos de conversaciones y momentos extraordinarios con mi madre a lo largo de toda su vida, y también durante sus últimos años. Mi padre pasó con ella más tiempo que nadie -en el transcurso de décadas de matrimonio y al final-, y tanto su manera de cuidarla como el amor que se profesaban nos sirvieron de inspiración a todos nosotros.

 

Ya sabes casi con toda seguridad lo que te deparará el destino. Podría decirse que la tertulia literaria se convirtió en nuestra vida, pero sería más preciso decir que nuestra vida se convirtió en una tertulia literaria. Tal vez siempre lo había sido y fue necesario que mi madre enfermase para que nos diéramos cuenta. No hablábamos mucho sobre el club de lectura. Hablábamos de libros y hablábamos de nuestra vida.

 

Para los que aún no habéis leído En lugar seguro (o los que seguís fingiendo haberlo leído), es una historia sobre la amistad de dos parejas durante toda su vida: Sid y Charity, y Larry y Sally. Al principio de la novela, Charity se está muriendo de cáncer. Así que cuando lo acabé, sentí la necesidad de hablar del tema con mi madre. La novela nos ofreció una manera de abordar algunas cosas a las que se enfrentaba ella y algunas cosas a las que me enfrentaba yo.

 

Los libros siempre habían sido para nosotros dos una manera de sacar a colación y explorar temas que nos preocupaban pero que nos resultaban incómodos, y también nos habían dado temas de conversación cuando estábamos estresados o ansiosos.

 

Como en muchos clubes de lectura, las conversaciones iban y venían de las vidas de los personajes a las nuestras.

 

No leíamos únicamente «grandes libros», leíamos al azar, con promiscuidad y por capricho.

 

Los libros la ayudaban a centrarse, la tranquilizaban.

 

Rebosante de pasión e ingenio.

 

Tenía tantos amigos de sus muchas vidas distintas

 

Una de las mejores amigas de mi madre desde la escuela preparatoria contrató y pagó a una cocinera para que fuera una vez a la semana a servir la cena, de modo que mi madre pudiera invitar a un pequeño grupo de amigos sin cansarse más de lo debido, o sencillamente compartir una deliciosa comida casera con mi padre si no estaba de ánimo para recibir visitas.

 

Otros escribieron acerca del efecto que había tenido mi madre en sus vidas.

 

¿Por qué no disfrutar mientras puedes de la alegría de saber que llegaste a conmover a otras personas durante tu vida?

 

El destino y los efectos de las decisiones que toma la gente. Creo que la mayoría de los libros buenos comparten esa temática -señaló ella.

 

Esa es una de las virtudes de los libros. Nos ayudan a hablar. Pero también nos aportan algo de lo que todos podemos hablar cuando no queremos hablar de nosotros mismos.

 

Mi madre me confesó entonces, mientras seguíamos allí sentados, que creía de verdad que la vida íntima era íntima. Los secretos, estaba convencida, rara vez explicaban o disculpaban nada en la vida real, o revestían mucho interés siquiera. La gente contaba más de la cuenta, dijo, no menos de lo debido. Creía que uno tenía que ser capaz de mantener su vida privada en la privacidad por cualquier motivo, o incluso sin motivo alguno. Lo aplicaba igualmente a los políticos -siempre y cuando no fueran unos hipócritas- y mucho se temía que no encontraríamos nunca gente lo bastante buena e interesante para ocupar un cargo si nos dedicáramos a fisgonear en todos los rincones de su pasado.

 

En realidad no había dejado tiempo para la tristeza. Me había mantenido ocupado con mi trabajo y también con las facturas, la tintorería y los correos, todas las tareas triviales que colman mi vida

 

La energía y la chispa que poseían, y también su sonrisa.

 

Su sonrisa abarcaba todo su ser.

 

Estaba, creo yo, orgullosa de su autocontrol, como si fuera una forma de ascetismo moderado.

 

Hay autores que llenan hasta el último milímetro del lienzo: todo se describe y se detalla; no existe nada que no se mencione. Igual que en la descripción de una oferta inmobiliaria, si algo es digno de decirse, ciertos autores lo dicen. (Si en una oferta inmobiliaria no pone «luminoso», puedes apostar a que el apartamento es de una oscuridad estigia; si no dice que hay ascensor, carece de él; y si no dice «ambiente seco», es que reina allí la misma humedad que si lo atravesara un río). Los escritores que «lo dicen todo» suelen ser más de mi gusto: Dickens y Thackeray, y el Rohinton Mistry de Un perfecto equilibrio. Mi madre prefería los autores que pintan con unas cuantas pinceladas. Adoraba el arte abstracto y yo adoro el figurativo.

 

Lo que se celebraba en ambas ocasiones era el paso del tiempo, claro, pero también la vida. Aun así, no quería dejar de lado por completo dónde estábamos y hacia dónde nos dirigíamos.

 

No tenía ni la menor idea de cómo vivir su muerte.

 

Todos estamos muriendo y ninguno sabemos cuándo nos llegará la hora; podrían quedarnos décadas o ser mañana, y sabemos que tenemos que vivir nuestra vida con la mayor plenitud posible. Pero, en serio, ¿quién puede prestarse a esa treta mental? Hay una diferencia inmensa entre ser consciente de que podrías morir en los dos próximos años y saber que, efectivamente, es casi seguro que morirás.

 

Celebra algo siempre que surja la oportunidad.

 

Siempre que lees algo maravilloso te cambia la vida.

 

Yo estaba aprendiendo que cuando estás con alguien que se está muriendo, tienes la necesidad de celebrar el pasado, vivir el presente y llorar el futuro, todo al mismo tiempo.

 

No hay que dar nada por sentado respecto a una persona. Nunca se sabe si alguien puede ayudarte y se prestará a hacerlo hasta que se lo pidas. Así que nunca hay que pensar que alguien no podrá o no querrá por causa de su edad, su trabajo u otros intereses, o de su situación económica.

 

La alegría no se deriva de si los personajes viven o mueren, sino de lo que han comprendido y logrado, o de cómo se les recuerda.

 

Una clase especial de valentía y determinación.

 

Echaría de menos conocerla mejor.

 

Eran los compañeros y los maestros de mi madre. Le habían mostrado el camino. Y ella los podía mirar mientras se preparaba para la vida eterna que, como bien sabía, la aguardaba.

 

Epílogo


Naturalmente, las tertulias también nos aportaron una buena cantidad de libros de toda clase que leer, libros que degustar, sopesar y disfrutar; libros que ayudarían a mi madre en su viaje hacia la muerte, y a mí en el mío hacia la vida sin ella.

 

Epílogo

Pienso a menudo en las cosas que me enseñó mi madre. Hazte la cama todas las mañanas; da igual que no tengas ganas, tú háztela. Escribe notas de agradecimiento de inmediato. Deshaz la maleta, aunque solo vayas a pasar una noche en ese lugar. Si no llegas con diez minutos de antelación, es que llegas tarde. Muéstrate alegre y escucha a la gente, aunque no estés de ánimo. Dile a tu pareja (tus hijos, nietos, padres) que la quieres todos los días. Usa papel tapiz para forrar las cómodas por dentro. Ten siempre a mano.

 

Epílogo

Unos cuantos regalos (mi madre tenía un «cajón de los regalos») para que siempre puedas dar algo a la gente. Celebra los acontecimientos. Sé amable.

 

Epílogo

Su convicción de que los libros son la herramienta más poderosa en el arsenal humano, que leer toda suerte de libros, en el formato que uno elija -electrónico (aunque no era para ella), impreso o audiolibro- es el mejor entretenimiento, y también es la manera en que uno toma parte en la conversación de la humanidad. Mi madre me enseñó que se pueden cambiar las cosas en este mundo y que los libros tienen importancia: son la manera de averiguar lo que tenemos que hacer en esta vida, y el modo de decírselo a los demás. Mi madre también me enseñó, en el transcurso de dos años, docenas de libros y cientos de horas en hospitales, que los libros pueden ser el modo de intimar, y de seguir cerca, incluso en el caso de una madre y un hijo que ya estaban muy cerca de entrada, y siguen estándolo incluso después de la muerte de uno de ellos.

 

Nuria Labari: La mejor madre del mundo


Nuria Labari: 
La mejor madre del mundo

 

 

Para el corazón femenino de todos los hombres.

 

Las madres son cotorras mudas.

 

Las madres no escriben, están escritas», sentenció la psicoanalista Helene Deutsch allá por los setenta.

 

Casi siempre preferimos utilizar la creación para conectar con ese otro yo que somos cuando no estamos criando.

 

No existen temas universales sin dolor. Puede que no exista universo sin dolor.

 

El vientre de una madre es un lugar en el mundo.

 

He sido madre de todos mis muñecos.

 

El amor puede ser un refugio del desamparo y la intemperie. O puede ser amor.

 

Las madres buscamos ese instante dorado, a veces pagaríamos por él. A veces amamos por él, por ese brillo que marca el camino hacia el amor pero no es amor. Porque es brillo. Podemos entregar nuestra vida a una estrella fugaz. O a un fuego fatuo.

 

Cada hijo tendrá su ración de amor infinito todos los días, todas las veces.

 

Ser madre es dar a luz a mujeres que te habitan sin tu permiso.

 

Despídete del precioso tiempo de la eficacia si estás acunando un recién nacido. Porque la productividad no se entiende con el tempo del amor. El amor es un lapso inútil, es el momento de quitarse el reloj. Y ese tiempo es el único que aún nadie ha podido pagar con dinero, lo que no significa necesariamente que sea un tiempo mejor.

 

Acaba de nacer y todo el mundo ha venido a vernos al hospital. La habitación está llena de gente que me quiere y que la quiere nada más verla. Incluso más que a mí. Porque a ella le entregan el amor que no me supieron dar, el que no tuve tiempo de recibir, el que nunca supe que existía. Todo es ahora suyo.

 

En realidad, nada ni nadie te cambiará la vida si no es capaz de cambiar tu memoria.

 

Un charco de pena.

 

Lo mismo pasa con una madre muerta. Se queda dentro, anida en el hueco que dejaron nuestros hijos, los que tuvimos y los que no. El caso es que se queda ahí. Algún día inventarán un doppler de última generación capaz de oír el latido de los muertos que llevamos dentro.

 

Una madre que cría a su hijo se convierte, antes o después, en una mujer que espera dentro de una casa.

 

Aunque es evidente que no estoy sola, lo cierto es que no puedo hablar con nadie de esto. Y esa es otra forma de soledad.

 

Sin maternidad no hay escritura ni historia alguna que contar. La primera madre tuvo que inventar la memoria. Y de aquella mujer nació el primer ser humano.

 

Es así. Un inocente paseo con las niñas puede estar cargado de imágenes y amenazas nuevas. 

 

Vida con hijos implica una sola certeza: se acabaron los días sin miedo.

 

Tejiendo con hilos dorados los días de nuestra vida.

 

Cuando todo está bien, puede ser que nada esté bien.

 

He tardado más de cuatro años de crianza en comprender algo tan sencillo como que el amor no lo puede todo, ni siquiera el mejor amor del mundo, ni siquiera el nuestro. Al principio, cuando nuestra relación no llegaba donde yo quería, pensaba que era porque tenía impurezas. Como si tuviéramos que poner a prueba nuestros sentimientos una y otra vez. Pero no hay nada que temer. Porque donde el amor no pudo llegar, Sacrificio me estaba esperando…

 

Una sociedad que tiene cabreadas a sus mujeres es una sociedad en peligro de extinción.

 

La felicidad puede arrasar con todo a su paso, arrancarte lo que tienes y hasta lo que no tienes mientras tú contemplas exultante el panorama, sin saber si asistes a tu naufragio o a tu triunfo.

  

Rabih Alameddine, La mujer de papel


Rabih Alameddine, 
La mujer de papel

 

Tal vez leer y escribir libros sea una de las últimas defensas que le quedan a la dignidad humana, porque al final nos recuerdan lo que un día nos recordó Dios antes de desaparecer también Él en esta era de humillación implacable: que somos algo más que nosotros mismos, que tenemos alma. Y más… O tal vez no.

 

La gran desgracia de Don Quijote no es su imaginación, sino Sancho Panza.

 

Qué gran verdad. Nos acostamos con esperanza y despertamos con mentiras.

 

La literatura es mi caja de arena. En ella juego, construyo mis fuertes y castillos, me lo paso en grande.

 

Los comienzos están preñados de posibilidades.

 

Lo mejor que podía pasarle a nuestro matrimonio era que mi marido decidiera ponerle fin.

 

La muerte es la única posición estratégica desde donde se puede medir una vida.

 

De todos los placeres deliciosos que mi cuerpo ha empezado a negarme, el sueño es el más valioso, el don sagrado que más añoro. Del sueño profundo solo conservo el hollín. Duermo a trompicones, si es que duermo. Cuando hacía planes para mis últimos años, no contaba con pasarme las noches en mi dormitorio a oscuras, con los párpados entreabiertos, recostada en almohadas que no se pueden mullir, asistiendo al desfile de mis recuerdos.

 

La elección de nuestro primer libro, el libro que nos abre los ojos y despierta nuestra alma, es tan involuntaria como la de nuestro primer amor,

 

Los misterios del amor nacen en el alma, pero el cuerpo es el libro en que se leen.

 

Sin embargo, creer que las palabras pueden reflejar, y aun explicar, el misterio infinito del sexo es como creer que leyendo las oscuras notas de un papel se puede entender una partitura de Bach, o que estudiando composición o color se puede entender un autorretrato de Rembrandt. El sexo, como el arte, puede desconcertar el alma, puede triturar un corazón en un mortero. El sexo, como la literatura, puede hacer que otro se cuele en el interior de nuestros muros, aunque solo sea un momento, un breve instante antes de que volvamos a amurallarnos. ¿Quién puede explicar un poder tan aterrador?

 

Yeats dijo en una ocasión que la tragedia del sexo es la virginidad perpetua del alma.

 

He llegado a esa edad en que la vida es una serie de derrotas aceptadas; edad y derrota, hermanas de sangre fieles hasta el final.

 

En uno de sus libros, Helen Garner dice que todas las mujeres de más de sesenta años aprenden instintivamente a pasar por delante de un espejo sin mirarlo. ¿Para qué arriesgarse?, digo yo.

 

Nos separa un abismo de mundos incomunicables.

 

Nadie sabe cómo enfrentarse al carácter aleatorio del dolor.

 

Puedo identificarme con Marguerite Duras aunque no sea francesa ni me haya consumido el amor por un hombre asiático. Puedo ponerme en la piel de Alice Munro. Pero no me identifico con mi madre. Mi cuerpo está lleno de frases y momentos, mi corazón repleto de locuciones adorables, pero ni el uno ni el otro se dejan tocar por nadie.

 

Prometido que se pararía en mi puerta. ¿A quién traduzco, a Yourcenar o a Coetzee

 

Me gusta la cita de Mark Twain: «La historia no se repite, pero rima».

 

Ojalá en aquella época hubiera escuchado a Chéjov, o lo hubiera leído: «Si temes la soledad, no te cases».

 

En comparación con lo complejo que resulta entender el sufrimiento, leer a Foucault o Blanchot es como leer un libro infantil ilustrado.

 

Primavera, repetía en respuesta a mis preguntas, la estación del florecimiento enloquecido y de los principios hermosos.

 

Manuel Vilas; Alegría


Manuel Vilas; 
Alegría

 

Un libro en el que hablo de vosotros dos: de ti, mamá, de ti, papá, porque vosotros dos, y vuestros dos fantasmas, es todo cuanto tengo, y tengo un reino, tal vez un reino indescifrable, un reino de belleza. Os habéis convertido en belleza, y yo he asistido a ese prodigio. Y no puedo estarle más agradecido a la vida, porque ahora sois belleza y alegría.

 

Todo aquello que amamos y perdimos, que amamos muchísimo, que amamos sin saber que un día nos sería hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, y bien que insistió con fuerzas sobrenaturales y buscó nuestra ruina con crueldad y empeño, acaba, tarde o temprano, convertido en alegría.

 

Era el ruido que producen los desconocidos, cientos de hombres y mujeres que deambulan por la ciudad, con sus coches, o sus motos, o sus conversaciones. El ruido se estaba convirtiendo en un enemigo.

 

La vida es tan grande como cruel y dura. La vida es la imposibilidad de conocer la vida. Ya no conozco bien a mi hijo, ni él a mí.

 

Compré el disco de Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi allá por 1977. Lo compré en una oferta, me costó ciento veinticinco pesetas. Yo solo era un adolescente de catorce años entonces, pero aquel disco me deslumbró: intuí en esa música la volubilidad del tiempo, la transformación, el movimiento, el cambio, y me dolió esa intuición, porque yo anhelaba que nada cambiase.

 

Intemperie salarial.

 

La vida de un padre y la vida de un hijo están llenas de desconocimiento que solo el amor puede convertir en la odisea más hermosa.

 

La condición de padre es la del mendigo del amor.

 

Un buen día comprendes que nunca has estado con nadie plenamente, ni siquiera contigo mismo. Y ese día es un gran día. La vida de un ser humano que envejece consiste en aceptar que nunca ha estado con nadie ni nunca estará con nadie, nunca podrá darle su alma a otro y que el otro entienda lo que se le da, lo proteja, lo cuide y lo preserve. Para amar a alguien tienes que renunciar a ti mismo. Pocos seres renuncian a sí mismos. Todo ser humano, cuando entra en la vejez profunda, acepta la soledad.

 

Hemos construido la ilusión del acompañamiento. Lo hicimos con la invención de la familia, con la invención del amor, de la amistad, de los vínculos incondicionales, y la ilusión funciona bien hasta que la edad decanta una sensación nueva: la sensación de que morirás solo, porque todos morimos solos. Solos están los mares, las montañas, las estrellas y los árboles, así es mi sentido de la soledad: una exaltación maravillosa del misterio de estar aquí, en la vida y en la tierra.

 

Todo padre necesita descansar de la paternidad, probablemente para volver a ser solo hijo.

 

Ha derrotado a la melancolía del calendario. Ha puesto una vela de cumpleaños allí donde yo quería colocar un monumento a la soledad.

 

Al principio me enamoré de Estados Unidos, porque todo me resultaba excitante, frenético, y me distraía de mí mismo. El país era un espectáculo de la voluntad de vivir, y eso me ilusionaba.

 

Los últimos años de mi vida son inmensamente raros, porque el pasado se ha revelado ante mí con una fuerza extrema. El pasado se ha convertido en una especie de dios inaccesible. No puedo acceder a mi pasado, eso es lo que me ocurre. Entonces, el pasado aparece ante mis ojos como un buque fantasma, que leva anclas, que me dice adiós, pero nunca acaba de irse del todo. Es así como acabo contemplando millones de tiempos pretéritos de otros seres humanos que se evaporaron.

 

Lo vi tan poco en esta vida, y las pocas veces que lo vi lo admiré tanto.

 

La música de Mozart fue inocencia, y a la vez jauría de cuchillos amorosos. Fue libertad, y a la vez inconsciencia. Fue exaltación, y a la vez locura.

 

Te agradezco infinitamente que hayas venido a verme. Me has hecho feliz, porque tu fe y tu memoria y tu soledad son bellas.

 

Momento de oro

 

Al estar junto a él, pienso que no me puede pasar nada malo; debería ser él quien sintiera eso, pero no me atrevo a preguntarle si lo siente.

 

La paz es una utopía. Nunca hay paz en quien ha vivido y sigue vivo. Solo hay convivencia con el mal, pero no paz. La paz no existe. Es una superstición de los seres humanos.

 

Salimos a pasear por Chicago. Valdi y yo. Para mí era como una luna de miel, porque entre padres e hijos también existen las lunas de miel. Creo que me hacía muy feliz su presencia, porque estábamos los dos solos, en una ciudad llena de rabia y vida.

 

Tres veces fuimos más listos que el capitalismo universal. Al capitalismo hay que robarle siempre, porque por mucho que le robes jamás podrás robarle tanto como él te roba a ti, pues te roba la alegría, y la alegría tiene un precio incalculable.

 

Nos alegran esas pequeñas trampas que le hacemos al gran capitalismo universal en donde los seres humanos creen vivir y gozar, pero en realidad perecen y arden en el vacío.

 

¿Cuántas bicicletas hay en la memoria de cualquier ser humano?

 

Hallazgos luminosos sobre quién soy, sobre mi identidad.

 

He heredado su dandismo, que es una forma de estar siempre pensando en otra cosa distinta de la que tienes delante; es como una ausencia; como un irse de este mundo en pos de otro que no existe sino como melancolía.

 

Estamos ante un momento sagrado, quiero besar el tiempo en el que estoy con mi hijo, mientras el tiempo aún esté con nosotros. Yo compuse con mi padre un momento así, solo que el momento con mi padre ya no lo hallo en ningún sitio, por eso me aferro al momento que estoy viviendo con Valdi, porque desde allí invoco la venida de mi padre.

 

«El dinero no da la felicidad» es una frase reaccionaria, dicha por quien tiene dinero y pronunciada para evitar que otros lo tengan. El dinero te acerca al lujo y el lujo es alegría. Y sin alegría la vida no vale nada. El lujo es belleza. Debería haberle traído a mi padre no un Seiko de trescientos dólares, que los hay por esa cantidad, sino un Omega de cinco mil, o un Rolex de veinte mil.

 

Quería tocar el bebé que fue. Y cuántas veces toqué el bebé que Valdi fue y no supe darme cuenta de que en ese instante estaba en lo más alto de mi vida, en la plenitud de la existencia, cerca de Dios, cerca del misterio de la materia, dueño del secreto de la vida. El secreto de la vida se llama belleza. Se llama soledad.

 

Mo siempre me da consejos, porque expresa el amor a través de los consejos. Expresar el amor tiene su complejidad. No basta con decir «te quiero». La transmisión del amor necesita materialidad. Todo en la vida necesita concretarse en algo.

 

La vida, la madurez, consiste en saber distinguir cómo la gente manifiesta su amor. No todo el mundo lo hace de la misma forma, eso quería decir. Es un largo repertorio. Comprender ese repertorio es vivir con los demás.

 

Cuando la dejó tu padre, ella lo pasó mal, pero luego se casó y tuvo dos hijos. Porque la vida continúa siempre, parece a veces un pozo oscuro, pasa el tiempo y sale el sol otra vez, y así de generación en generación, la vida siempre se rehace, siempre vuelve a aparecer.

 

Yo escribo para vosotros, para deciros que vuestras vidas fueron importantes y fueron verdad y fueron bondad.

 

Ese era mi padre: un explorador de la sencillez del mundo.


El mismo amor a la vida. Vimos a los demás según nuestros intereses y nuestros deseos más complejos. Porque si no cumplíamos nuestros deseos, moríamos. Y no queríamos morir. Pero nuestros deseos eran infantiles.

 

Tal vez para eso sirvan los libros, para adornar nuestras penas.

 

La ruleta de la vida. En ese vaivén sin razón alguna, se deciden los momentos más felices de nuestras existencias.

 

Los detalles son siempre importantes, porque la vida son solo los detalles de la vida. La vida en sí misma, como absoluto, no se presenta si no es a través de pequeños detalles.

 

En los detalles está la verdad que no nos atrevemos a pregonar. La verdad se esconde en esos pequeños gestos, nunca en las grandes afirmaciones.

 

Maridaje del vino y la literatura.

 

El infierno siempre se presenta con los adornos del paraíso. Es un clásico de la vida. Entras en el infierno creyendo que estás entrando en el paraíso. 

 

A mi madre le pasaba lo mismo: se dejaba seducir por el mundo a bajo precio y fue llenando la casa de utensilios monstruosos.

 

La elegancia no reside en el precio de lo que llevas puesto. La elegancia es un don. Mi padre lo tuvo. La elegancia es una conciencia abierta a ti mismo, un río de la vida.

 

La elegancia es un gesto, una manera de estar delante del espejo universal del tiempo.

 

La alegría no es de este mundo. Es un arte del corazón, que se esconde siempre, un arte de la bondad.

 

Es un tiempo de Dios en la tierra. Ya nadie cree en Dios, pero a mí me parece que en Navidades el cielo se tiñe del cuerpo blanco de Dios, me parece que Dios se encarna en los ríos helados y en el viento frío de la mañana, y se mete en las sonrisas de las gentes, arranca un poco de vigor en el corazón. 

 

Torturados por la enfermedad y la obesidad, la angustia y algo que no sabría cómo llamarlo, tal vez la inconsciencia de su propia pobreza. Creen que no merecen otra vida,

 

Lo que he hecho ha sido engañar a todo el mundo, haciéndoles creer que lo hablo. No un engaño malvado, sino más bien inocente, humorístico, intrascendente, casi como broma privada que me gasto a mí mismo.

 

El capitalismo es agotador.


En la relación entre una madre y un hijo se posa la energía de Dios. Él está allí —da igual lo que uno entienda por Dios, no tiene que ver con las religiones, sino con el misterio—, en esa relación, se sienta allí, descansa allí.

 

Lo peor que le puedes preguntar a un padre o a una madre que ve poco a sus hijos es cómo están sus hijos. Verás que automáticamente se queda mudo. Se le van los ojos. Se pierde. No sabe qué contestar. Deja de escuchar y comienza a repasar todo su pasado para hallar en algún sitio la culpa que explique por qué ve poco a sus hijos. Retrocede en el tiempo, los ve nacer, los ve crecer, los vuelve a ver nacer. Ve cumpleaños y fiestas familiares y vacaciones de Navidad a la velocidad de la luz. Lo ve todo, y todo lo que ve se convierte en un cadalso.

 

La gente ha expulsado a la poesía de sus vidas, por eso hay tanta insatisfacción y amargura y odio. Los actos de vida en donde vive la poesía ya no son frecuentes.

 

Habría transformado ese dinero en amor.

 

Y eso es lo mejor que hay en mí, un profundo sentido del agradecimiento. La luz de la vida es el agradecimiento. Cuando eres agradecido, puedes ver a los seres humanos en su esencia. Puedes verlos en su desnudez. Eso me ha pasado. La edad madura es la edad del agradecimiento.

 

Cómo necesitamos los seres humanos sentirnos especiales.

 

Ha llegado el primer regalo a mi vida, desproporcionado, inmerecido, de una generosidad perturbadora.

 

Cuánta belleza.

 

Vivir bajo el orden de la hermosura.

 

No supo decirle a su hermano que le quería y se lo dijo a Galicia entera, eso es hermoso.

 

Arboles frondosos, que se movían y hacían música con sus ramas.

 

«¿Por qué tienes que tener miedo si solo hay hermosura en la vida?»

 

Un padre nunca comunica su miedo a su hijo.

 

Tenía magnetismo, era una mujer arrolladora y vital.

 

Muertos de un lado de tu familia luchando contra los otros, por ver quién obtiene el botín de estar mejor colocado en el podio de mi memoria.

 

Buscar exactitud en el pasado es un delirio de vivos.

 

Estar solo es estar cerca de la serenidad.

 

Cuando decimos eso de que una persona es fotogénica o de que la cámara te quiere no somos conscientes de que en realidad quien te quiere es la luz del sol, porque eso es una fotografía: el amor de la luz hacia tu cuerpo, la caída de la luz sobre tu carne mortal. Entonces, me quedo mirando las fotos de Mo, y veo en esas fotos a otra persona. Cuando la tengo delante es como si no la acabara de ver, por eso voy a sus fotos. Y me enamoro de esas fotos.

 

La belleza que ha resultado ser la última invitada en mi vida. La busco en todas partes.

 

Yo la miraré a ella en sus fotos de Facebook, porque me gusta mirar sus fotos, porque en esas fotos Mo se convierte en otra mujer; tal vez eso sea uno de sus grandes misterios. Siempre le dije a Mo que la cámara la quería.

 

El dadaísmo es como la juventud del siglo XX. Luego nos tocó vivir la madurez y la vejez del siglo.

 

Palabras, «solo comías calamares a la romana». Los comí para ti, papá, para que un día esa frase y ese hecho de que solo comiera calamares a la romana fuese este pasadizo por el que vienes a mí.

 

Todos los padres y las madres agradecen esos gestos, el gesto por el cual alguien se hace padre o madre de tu hijo por un rato.

 

Cuando alguien les coge cariño a tus hijos, y estos son pequeños, tu confianza en la vida aumenta, y te vuelves mejor persona. Es como si te dijeran «adelante, no desfallezcas; si nos necesitas, avisa, sabemos lo duro que es sacar adelante a unos hijos, nosotros también somos padres,

 

Las risas grandes, las bromas bien diseñadas, las carcajadas sin límite, todo cuanto nos dijimos.


La ilusión por el futuro es una de las grandes liturgias de la vida.


Lo relevante de la condición de poeta en Haydn fue que le dotó de un sentido de la vida intenso y original.


Solo vive para cazar belleza.

 

Vivir con conciencia de lo vivido, con la memoria perfectamente afilada, como un cuchillo de carnicero, capaz de rebanar y trocear las décadas en años, y los años en meses, y los meses en días, y los días en horas, y las horas en minutos, así quiero yo mi memoria.

 

Pero este presente en el que vivo ahora es inconmensurable, porque es un tiempo en donde lo imprevisto gobierna mi vida. Nada de lo que me está pasando fue nunca previsto, barruntado, ni siquiera conjeturado. La imprevisibilidad es alegría también, porque la imprevisibilidad parece un regalo, sugiere la aparición de un ángel, la aparición de lo extraordinario.

 

Cada uno ha rehecho su vida. Se siguen queriendo pero ya no son quienes fueron. Pasa lo mismo que con el poema de Idea Vilariño.

 

Saben que ninguno de los dos verá morir al otro, porque aun cuando se amaron y se aman, la vida les impone destinos diferentes.

 

No te supe querer mejor.

 

Me importa bien poco la literatura, yo quiero el amor de la gente, por eso me hice escritor. Porque descubrí algo, descubrí que las palabras enamoran y sirven para no estar solos.

 

Vida que se gastó, vida consumida en las tareas mismas de la vida.

 

 

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...