viernes, 10 de abril de 2020

Claudia Piñeiro; Una suerte pequeña


Claudia Piñeiro; Una suerte pequeña

A Ricardo, que no es Robert pero podría serlo. A Paloma Halac, que me enseñó de dónde viene Mary Lohan. Y varias cuestiones más. A mis hijos, Ramiro, Tomás y Lucía. Mis suertes mayores.

Este dolor agudo. Se hará crónico. Crónico significa que perdurará aunque tal vez no sea constante. También puede significar que no morirás de ello. No te librarás pero no te matará. No lo sentirás a cada minuto pero no permanecerás mucho tiempo sin que te haga una visita. Y aprenderás algunos trucos para mitigarlo o ahuyentarlo, tratando de no destruir aquello que tanto dolor te ha costado. ALICE MUNRO, Las niñas se quedan

Aunque debería haber dicho que no, terminé aceptando. El abismo atrae. A veces sin que seamos conscientes de esa atracción. Para algunos, atrae como un imán. Son los que pueden asomarse, mirar hacia abajo y sentirse capaces de saltar. Yo soy una de ellos. Capaz de soltarme en el vacío, de caer para ser —al fin— libre. Aunque se trate de una libertad inútil, una libertad que no tendrá después. Libre sólo en el instante que dure la caída.

Tiene que ser escrito en primera persona. Porque el dolor sólo se puede contar así. El dolor, el desgarro, la huida, el partirse en mil pedazos que nunca volverán a unirse, la mirada lejana, el abandono, el abandonarse, las cicatrices, sólo se pueden narrar en primera persona.

Alegría y agobio.

Cuando se encuentran dos personas que apenas se conocen, los silencios son difíciles de soportar, es como si el aire entre esos dos cuerpos pesara, nunca entendí por qué. Robert lo tenía cronometrado, decía que a partir de los veintitrés segundos de silencio entre dos personas sin mayor intimidad, una de las dos se siente en la obligación de romperlo y recurre para ello a temas banales —desde el clima hasta el sabor de lo que están bebiendo—, sin darse cuenta de que el silencio habla más y mejor que lo que cada uno pueda decir para evitarlo.

Me siento incómoda hablando del clima sin motivo y sólo porque mi acompañante no logra superar esos veintitrés segundos de incomodidad.

He borrado mucho de aquellos años. En un esfuerzo por olvidar lo que me producía dolor, olvidé detalles cotidianos inútiles pero inofensivos, nombres de calles, de negocios, relaciones, parentescos.

Aunque despojado de otros recuerdos el dolor sigue allí, lo que lo hace más brutal, como si ocupara un escenario vacío donde todas las luces se concentran sobre él.

No hay reconstrucción posible, no hay cómo contarlo.

Hay actos que no merecen un porqué. Hechos que ninguna razón puede justificar.

No hay un porqué válido.

Ése fue el motivo de mi silencio todos estos años: no tengo derecho a explicar qué me llevó a hacer lo que hice porque ninguna razón es válida como perdón posible. Pero acabo de entender, después de todo este tiempo de silencio, que el porqué no es un derecho mío, sino un derecho de él, de mi hijo. No siempre uno es dueño de retener la verdad, de guardarla para sí. No siempre uno es dueño de su silencio. Él quiere escucharlo, yo debo decirlo. Mi versión de los hechos ya no me pertenece. Sólo yo puedo darla. Sólo yo puedo negarla. Pero negarla sería un nuevo error, una nueva desgracia, o un nuevo crimen —según quien lo juzgue, o quien lo nombre— que se sumaría a lo que ya hice. Mi hijo espera esa explicación. Por más que la condena sobre mis actos no cambie.

Se protegía detrás de un libro

Yo sé que me enamoré de Mariano porque me gustaba físicamente, porque era inteligente, porque jugaba bien a cualquier deporte, porque tocaba la guitarra y cantaba para mí, porque lo vi llorar —aunque no lo haya visto llorar más que una vez—, porque me miraba con deseo, porque me gustaba sentirme enamorada. Y porque él tenía una gran familia. En cambio no sé por qué Mariano se enamoró de mí.

Sin embargo, hoy me pregunto si no es al revés, si en realidad lo que uno desea no tiene que ver más con la posesión que con el amor: uno quiere una casa, una mujer o un hombre con los que casarse, un rosal, y entonces se enamora —de quien sea posible— para tenerlos.

La maternidad está llena de pequeños fracasos que pasan inadvertidos. 

El chocolate siempre hace bien», extendiendo la caja hacia mí.

«Algún día va a pasar», me dijo, no el recuerdo, ni siquiera la pena, eso siempre queda, pero dolerá menos.

Pasar, eso te lo puedo asegurar». Nos quedamos unos minutos mirándonos en silencio, como si estuviéramos terminando de procesar no tanto lo que cada uno dijo, sino lo que cada uno calló.

Sentí esa cachetada que Mariano no me dio.

De ahora en adelante. El daño está, el dolor está, pero de los caminos que elija surgirá lo que está por venir.

Yo también he dependido de la amabilidad de los extraños. No alcanza con estar rodeado de gente para no estar solo.

Cada persona reacciona de distinta manera ante el abismo que se le abre un día por delante, sabe que no puede dar un paso más porque caería, pero las opciones, los distintos caminos, suelen ser muchos más que aquellos que se imagina quien está frente al precipicio.

Antoine de Saint-Exupéry; Tierra de hombres



La tierra nos enseña más sobre nosotros mismos que todos los libros. Porque ella se nos resiste. El hombre se revela y se descubre a sí mismo cuando se mide con el obstáculo. Para enfrentarlo, sin embargo, necesita una herramienta. Necesita un cepillo de carpintero o un arado. Así el labriego va arrancando poco a poco algunos secretos a la naturaleza, extrayendo una verdad que es universal.

En aquel hogar se leía, se reflexionaba, se intercambiaban confidencias.

Tenemos que procurar unirnos. Es preciso que intentemos comunicarnos con algunas de aquellas luces que arden separadas en el campo.

Capítulo 1
De tiempo en tiempo, apto ya para la eternidad, uno de ellos ya no regresaba.

Capítulo 1
Las espaldas hundidas por el esfuerzo.

Capítulo 1
Y yo adivinaba ya que un espectáculo carece de sentido si no se mira a través de una cultura, de una civilización, de un oficio.

Capítulo 1
Infundía confianza con la misma naturalidad que una lámpara da luz.

Capítulo 1
Piensa entonces en todos aquéllos que lo han conocido antes que tú y dite simplemente: "lo que otros han conseguido, también yo puedo hacerlo».

Capítulo 1
Las duras alegrías de nuestro oficio

Capítulo 1
Paisajes familiares, nuestras ternuras.

Capítulo 1
Sorbo perfumado y caliente, en la mezcla de leche..

Capítulo 1
Sosteníamos en la mano nuestros propios destinos.

Capítulo 2
Trabajando únicamente por conseguir bienes materiales, no hacemos sino construirnos nuestra propia prisión. Nos encerramos a solas con nuestra provisión de ceniza que no nos proporciona nada que merezca ser vivido. Si busco entre mis recuerdos los que me han dejado un sabor duradero, si hago balance de las horas que han valido la pena, siempre me encuentro con aquéllas que no me procuraron ninguna fortuna. No se puede comprar la amistad de un Mermoz, un compañero a quien las pruebas superadas juntos han ligado a nosotros para siempre. No se puede comprar aquella noche de vuelo con sus cien mil estrellas, aquella serenidad, aquel poder absoluto sentido durante unas cuantas horas.

Capítulo 1
Las necesidades que impone un oficio transforman y enriquecen el mundo.

Capítulo 2
Nada vale tanto como el tesoro de los recuerdos comunes.

Capítulo 2
Juntos, de tantos enfados, de tantas reconciliaciones, de los movimientos del corazón. Esas amistades no se reconstruyen. 

Capítulo 2
Así transcurre la vida. Primero nos enriquecemos, después plantamos durante años. Pero vienen los años en que el tiempo deshace aquel trabajo y el bosque se aclara. Los compañeros, uno a uno, nos retiran su sombra. Y a nuestra tristeza se mezcla, en adelante, el íntimo pesar de envejecer.

Capítulo 2
Sólo existe un lujo verdadero, y es el de las relaciones humanas.

Capítulo 2
No se puede comprar ese aspecto nuevo del mundo después de una etapa difícil, esos árboles, esas flores, esas mujeres, esas sonrisas recién coloreadas por la vida que acaba de conducimos al amanecer, ese conjunto de pequeñas cosas que nos recompensan.

Capítulo 2
Compartían invisibles riquezas.

Capítulo 2
Por fin nos habíamos encontrado. Los hombres caminamos durante mucho tiempo juntos, pero encerrados en nuestro propio silencio, o intercambiando palabras que no transfieren nada. Mas cuando llega la hora del peligro, entonces nos ayudamos unos a otros. Comprendemos que formamos parte de la misma comunidad. Crecemos al descubrir otras conciencias. Nos miramos y sonreímos. Nos sucede lo que a ese prisionero liberado que se maravilla ante la inmensidad del mar.

Capítulo 2
¡Felicidad! Es inútil buscarla en otro lugar que no sea en la calidez de las relaciones humanas.

Capítulo 2
Una vez metidos en la acción, los hombres ya no tienen miedo. A los hombres únicamente les asusta lo desconocido. Que para cualquiera que lo enfrenta, ya no es lo desconocido. 

Capítulo 2
Ser hombre significa, precisamente, ser responsable. Supone conocer la vergüenza frente a una miseria que no parecía depender de uno. Supone sentirse orgulloso de una victoria que los compañeros han conseguido. Supone sentir, al colocar su grano de arena, que se contribuye a construir el mundo.

Capítulo 3
Tú sabes, como un poeta, saborear el anuncio del alba.

Capítulo 3
Qué son cien años de historia de la máquina frente a los doscientos mil años de historia del hombre?

Capítulo 3
Cada progreso nos ha alejado un poco más de unas costumbres que todavía no habíamos tenido tiempo de adquirir, por lo que somos auténticos emigrantes que aún no han podido fundar su patria.

Capítulo 3
La verdad fue, para uno, edificar; la verdad es, para otro, habitar.

Capítulo 3
Parece que la perfección se alcanza no ya cuando no queda nada por añadir, sino cuando no queda nada por suprimir.

Capítulo 4
Sólo los hombres construyen su soledad.

Capítulo 4
Ella está encerrada en su secreto.

Capítulo 4
Encontrarle un sentido a aquel silencio hecho de mil silencios, en el que incluso las ranas callaban.

Capítulo 5
Todo era simple, silencioso y furtivo como la primera palabra de un secreto.

Capítulo 5
Pero llega un día en que la mujer se despierta dentro de la joven.

Capítulo 5
El corazón que es un jardín salvaje.

Capítulo 6
El imperio del hombre es interior.

Capítulo 6
Ya no sé distinguir qué parte de odio o de amor hay.

Capítulo 6
Un odio que tiene visos de amor.

Capítulo 8
Condiciones desconocidas que nos fertilizan?

Capítulo 8
Sólo seremos felices cuando tengamos conciencia de nuestro papel, incluso del más discreto. Sólo entonces podremos vivir en paz y morir en paz, pues lo que da un sentido a la vida da sentido a la muerte. Es tan dulce cuando está situada dentro del orden de las cosas, cuando el viejo campesino de Provenza, al término de su reinado, entrega en depósito a sus hijos su lote de cabras y de olivos para que ellos, a su vez, lo transmitan a los hijos de sus hijos. En una dinastía campesina sólo se muere a medias. Cuando le toca el turno, cada existencia se abre como una vaina y ofrece sus granos.

Capítulo 8
La experiencia nos demuestra que amar no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección

Capítulo 8
La verdad, y vosotros deberíais saberlo, es lo que hace que el mundo sea sencillo y no lo que crea el caos. La verdad es el lenguaje mediante el cual se alcanza lo universal. Newton no descubrió una ley que llevaba mucho tiempo escondida, como un jeroglífico. Newton llevó a cabo una acción creadora. Fundó un lenguaje de hombre que, a la vez, pudiera explicar la caída de la manzana en el prado o la ascensión del sol. La verdad no es lo que se demuestra, es lo que simplifica.

Capítulo 8
¿Para qué discutir de ideologías? Si bien todas pueden ser demostradas, también todas se oponen entre sí, y son este tipo de discusiones las que hacen desesperar de la salvación del hombre, cuando el hombre, a nuestro alrededor, en todas partes, presenta las mismas necesidades.

Capítulo 8
Había utilizado para moldear la suya. Aquel cuerpo había servido para moldear estos hermosos prototipos de hombre. Ahora descansaba, rota, como una preciosa cáscara a la que acaban de quitarle el fruto. A su vez, los hijos e hijas de su carne moldearían a sus pequeños. En la granja no se moría. La madre ha muerto, ¡viva la madre!

Capítulo 8
La madre no sólo había transmitido la vida: había enseñado un lenguaje sus hijos; les había confiado el caudal que, muy lentamente, se había ido acumulando a lo largo de los siglos; el patrimonio espiritual que también ella había recibido en depósito: un pequeño lote de tradiciones, de conceptos y de mitos.

Capítulo 8
Había nacido de esa pareja una suerte de fruto dorado.

Capítulo 8
He aquí una hermosa promesa de vida.

Capítulo 8
Los principitos de las leyendas no eran diferentes a él: protegido, atendido, cultivado. ¡Qué no llegaría a ser! Cuando por mutación nace en los jardines una nueva rosa, todos los jardineros se conmueven. Se la aísla, se la cultiva, se la mima. Pero, no hay jardinero para los hombres.

Capítulo 8
Lo que me angustia no lo curan los comedores de beneficencia. Lo que me atormenta no son estos huecos, ni estas jorobas, ni esta fealdad. Es Mozart, un poco asesinado en cada uno de estos hombres.

Capítulo 8
Sólo el espíritu, si sopla sobre la arcilla, puede crear al Hombre.

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...