jueves, 11 de febrero de 2021

Karmele Jaio; La casa del padre


 

La casa del padre

Escribir se asemeja mucho a un beso. Es algo que no puedes hacer solo. 

JOHN CHEEVER

 

1. Allá arriba, en la cima

Tu madre, siempre borrando pruebas, silenciando voces, apagando fuegos.

 

1. Allá arriba, en la cima

Las casas no son lugares físicos, son atmósferas que nos acompañan de un hogar a otro.

 

1. Allá arriba, en la cima

Tus hijas allá abajo. Salieron ya de ese decorado, salieron del nido. Ya no necesitan tu protección. Aparecen y desaparecen de tu vista como esas bandadas de pájaros que muchas tardes observas desde la ventana de tu estudio haciendo dibujos en el cielo y deshaciéndolos inmediatamente después.

 

1. Allá arriba, en la cima

Tu novela, la que intentas escribir desde hace dos años. Allí está tu secreto. Una novela que no avanza, una sequía de ideas, un bloqueo de escritor de los de libro. 

 

1. Allá arriba, en la cima

Como cada frase que escribes. En los últimos dos años tus palabras solo han creado decorados de cartón piedra. Pero cómo hacer creíble un decorado al que no te has querido acercar nunca en la vida real. Te has arrepentido mil veces de haber decidido reflejar en tu novela el afilado ambiente político de la Euskadi de los ochenta.

 

1. Allá arriba, en la cima

Y sin compromiso con la verdad, no hay arte.

 

4. Así te dejo escribir tranquilo

Los clubes de lectura están llenos de gente a la que le hubiese gustado escribir. Gente que sigue soñando con escribir.


5. El sonido de una puerta corredera

Describir nuestra violación, aunque nunca haya ocurrido. Porque todas hemos vivido la angustia de esa pesadilla. Todas hemos imaginado alguna vez la terrible situación. Todas hemos andado por la calle con esa posibilidad rondándonos la cabeza. Y la espalda. Y la nuca.

 

5. El sonido de una puerta corredera

Esos bares de última hora, en esas trampas para mujeres.

 

6. Estoy aquí. ¿te habías olvidado de mí?

—¿Cómo vas a describir tu violación si no te han violado nunca? Me lo imaginaba preguntándome algo así, y yo en los subtítulos leía: «¿Cómo vas a escribir si tú no eres un escritor?».

 

6. Estoy aquí. ¿te habías olvidado de mí?

Había una tensión física, pero también intelectual, entre nosotros.

 

6. Estoy aquí. ¿te habías olvidado de mí?

De repente, me hizo sentir que olía a bizcocho y ambientador de casa.

 

6. Estoy aquí. ¿te habías olvidado de mí?

Quizá por eso es peligroso escribir. Es una peligrosa marea baja que deja a la vista las rocas escondidas bajo el agua. Y lo que aparece no siempre nos gusta. Porque con la marea baja desaparecen las palabras que utilizamos cuando estamos a flote, las que sobreviven como una colchoneta sobre la superficie; y aparecen esas otras, las que pesan como el plomo, las que están en el fondo y solo se ven con la marea baja. Y junto a esas palabras aparecen plásticos, tetrabriks, latas deCoca-Cola oxidadas, el cartucho de una escopeta, un salvaslip hinchado como el cuerpo de un ahogado. Lo que aparece cuando escribimos no siempre nos gusta

 

9. Puedes llevar a aita a tu casa

Te has sentado en tu estudio, frente a la pantalla, con las ganas de quien va a escribir la primera línea de una historia. En la primera línea siempre hay muchas ganas, mucho campo abierto. A medida que avanzas las puertas siempre van cerrándose, marcándote un camino concreto. Escribir es ir perdiendo libertad en cada párrafo. Pero en la primera línea eres libre. No dependes de nadie. No eres aún esclavo de tus propias palabras. Ocurre como en la vida, que, a medida que avanzas, van escaseando las opciones.

 

9. Puedes llevar a aita a tu casa

Tu madre de repente es otra. Alguien que necesita protección, cuidados. Nunca hasta hoy la habías visto así. Nunca le habías visto los ojos tan pequeños. Tan necesitados.

 

11. Se nota tu mano

Todos esos años de olores domésticos, olor a plátano y galleta, a toallitas húmedas, a madre que hace bizcochos.

 

11. Se nota tu mano

Bromear es una manera de ganar poder sobre la persona que tiene enfrente.

 

11. Se nota tu mano

Fueron cuatro palabras que me sacaron del efecto de la anestesia de décadas.

 

11. Se nota tu mano

Volver a escribir. Escribir como un acto de desenterrar cosas, imágenes ocultas por el tiempo y la ciega normalidad.

 

13. Yo no he sido

Ante los ojos te aparece un nuevo mundo en el que nadie va a vivir mirándote, pendiente de ti. Cuidándote.

 

13. Yo no he sido

Te das cuenta de que, ante tu madre, sigues siendo un niño.

 

17. Una mujer desconocida

Alguna vez has pensado que los celos que se te encienden cuando tu mujer te habla de Jauregi es lo único que queda vivo en vuestra relación.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

El enfado, la rabia pueden transformar muchas cosas. Pueden hacernos pasar de las palabras a los hechos. Pueden darnos el último empujón. Pueden disimular nuestro miedo, ocultarlo durante un tiempo. Es lo que me ocurrió tras enfadarme tanto con Ismael por su reacción a la noticia de que había decidido colaborar con Jauregi. Una reacción egoísta cuya gravedad quizá un año antes no hubiese detectado. Y sentí que la rabia que me produjo su reacción me quitaba una capa de encima, una capa de miedo que me había acompañado siempre.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

Un marido metido en un búnker durante todo el día.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

Pero aquello a lo que llamé libertad durante mucho tiempo quizá no fue sino un corralito seguro que mi miedo construyó en torno a aquel chico. La protección y la seguridad se venden caras.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

Sentí en aquel momento que iba a quemar en una hoguera todos los miedos que había sentido en mi vida, todos los complejos, todas las limitaciones. El enfado pudo con ellos, los transformó en acción. Entré temblorosa, pero decidida y consciente de lo que hacía.

 

18. El difícil equilibrio del miedo

Yo me muero por leer lo que escribes, será como leer tu corazón—. Estoy deseando ponerme a leer.

 

19. Qué haces aquí

Los silencios de las familias son como el cemento, o se rectifican a tiempo o van endureciéndose hasta convertirse en algo sólido y resulta inamovible lo que un día pudo haberse retirado con facilidad. Por eso ahora estás tan rígida frente a tu madre.

 

19. Qué haces aquí

Sin su disfraz de mujer.

 

20. Me da miedo aita

Por un momento has intuido en la mirada de tu hermana la misma sospecha que te atormenta y no has querido aceptar en ningún momento. La idea de que tu padre no ha tratado bien a tu madre y que seguirá maltratándola, a su manera, hasta que muera.

 

20. Me da miedo aita

Pero no tratar bien es maltratar. 

 

20. Me da miedo aita

No tenéis derecho a juzgar la relación de vuestros padres. ¿Cómo medir algo del pasado con ojos del presente? ¿Qué derecho tenéis?

 

25. La puerta corredera, de nuevo

Lo que realmente intentaba era que Ismael me reconociera en aquellas palabras y que me valorara por ellas. Que me dijera algo más que no está mal. Y que me viera, por fin. Eso era lo que en el fondo deseaba, aunque en ese momento no lo supiera. Que por fin me viera. Que apartara, como se apartan las zarzas para abrir camino en el monte, el cuerpo de la mujer deseable que un día fui para él y también ese otro cuerpo de madre en el que un día me convertí. Que, por encima de la amante y de la madre, me viera a mí. Por fin a mí, coño, a mí.

 

24. Me vas a tener que ayudar en esto

Hay veces que nos construimos decorados ficticios, lugares en los que nos gustaría vivir. Llegamos a creernos que vivimos en ellos. Pero llega un momento en el que te das cuenta de que solo tú estabas viviendo en ese paraje deseado, que para el resto del mundo era un lugar inexistente. Escuchar a Jauregi al otro lado del teléfono derrumbó un mundo que siempre quise construir y que en los últimos años creía haber estado levantando, no sin esfuerzo. Un mundo en el que era considerada alguien capaz de escribir, de pensar, de ser valorada por mi talento. Un mundo en el que Jauregi me estaba diciendo sin decirlo que quería volver a leer algo mío, que lo estaba deseando, que ya era hora de que le entregara algo, que había llegado mi momento. Y, sin embargo, constataba de repente que ni por una milésima de segundo pensó que la novela que le entregué era mía. Ni por un segundo me reconoció como una escritora. Quizá ni siquiera en la universidad, donde su acercamiento pudiera haber tenido otras intenciones distintas a las que yo siempre pensé. Qué ilusa. Pensé que yo era diferente a las demás. Quizá nunca hubo una atracción intelectual, como yo pensaba. 

 

33. Un nuevo juego de manos

Se te va a hacer difícil encontrar las palabras a pesar de ser escritor. O quizá por ser escritor. No es lo mismo mirar a una persona mirándola a los ojops que hablar a la pantalla del ordenador. Normalmente quién es capaz de hacer una de estas cosas no tiene la capacidad para hacer la otra. 

 

33. Un nuevo juego de manos

A pesar de ser ambos escritores, no habéis encontrado las palabras. O quizá haya sido precisamente por eso. Porque solo sois capaces de encontrar las palabras verdaderas, las palabras de plomo que se esconden en vuestreo interior, cuando os sentáis a escribir.

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