miércoles, 3 de junio de 2020

Jhumpa Lahiri; Tierra desacostumbrada


La naturaleza humana no dará fruto, al igual que la patata, si se planta una y otra vez, durante demasiadas generaciones, en la misma tierra agotada. Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra desacostumbrada. Nathaniel Hawthorne La aduana

Había seguido el consejo de su madre de acostumbrarlo al sabor de la comida india e hizo el esfuerzo de hervir pollo y verdura con canela, cardamomo y clavo. Ahora el niño comía alimentos que venían en caja.

Tenía la impresión de que ambos eran personas separadas que llevaban vidas separadas. Aunque sus ausencias contribuían a que ella se sintiera aislada, a veces era peor, no mejor, cuando Adam estaba en casa. Aunque tenía que cuidar de Akash, parte de ella empezaba a preferir la soledad, sin Adam rondando por la casa, preocupado por su estado de ánimo y su humor.

Quería tomarme unas vacaciones de mis vacaciones

La muerte de su mujer le había quitado un peso de encima, el efecto opuesto que había tenido en Ruma.

Pero la muerte también podía causar ese temor reverencial, ahora lo sabía: que un ser humano pudiera estar vivo durante años y años, pensando, respirando y comiendo, lleno de un millón de preocupaciones, sentimientos y pensamientos, ocupando espacio en el mundo, y luego, en un instante, se tornara ausente, invisible.

No quería ser parte de otra familia, parte del desbarajuste, las peleas, las exigencias, la energía requerida. No quería vivir en los márgenes de la vida de su hija, a la sombra de su matrimonio. No quería vivir otra vez en una casa enorme que no haría más que llenarse de cosas con el paso de los años, conforme crecieran los niños, todas las cosas de las que él se había deshecho recientemente, todos los libros y documentos, ropas y objetos que uno se veía obligado a poseer y también a guardar. La vida no hacía más que crecer hasta cierto punto. El punto al que ahora él había llegado.

La única tentación era el niño, pero sabía que éste lo olvidaría.

Curiosamente, era con su nieto, que sólo era medio bengalí y que no llevaba apellido bengalí, con quien notaba una conexión biológica directa, una sensación de sí mismo reconstituido en otro.

Su mujer y él eran su mundo entero. Pero con el tiempo esa necesidad se disipó, menguó hasta convertirse en algo amorfo, tenue, algo que en ocasiones amenazaba con quebrarse.

Esa pérdida también le estaba reservada a Ruma: sus hijos se convertirían en desconocidos, la evitarían. Y puesto que era hija suya quería protegerla de ello, tal como siempre había intentado protegerla de tantas cosas. Quería resguardarla del deterioro que inevitablemente se daba en el curso de un matrimonio, y de la conclusión que a veces temía que fuese cierta: que toda la empresa de tener una familia, de traer hijos a este mundo, por gratificante que pudiera llegar a ser a veces, era una causa perdida desde el principio. Pero todo eso no era más que especulaciones de un anciano, un anciano que ahora estaba portándose como un crío.

Estaba casado con su trabajo, su investigación, y existía en el interior de una concha que ni mi madre ni yo podíamos atravesar. La conversación era para él un quehacer; le suponía un esfuerzo que prefería invertir en el laboratorio.

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