lunes, 24 de mayo de 2021

Robert Seethaler; Toda una vida


Robert Seethaler; Toda una vida

 

Según él, cuando uno va directo al infierno tiene que reírse con el diablo, no cuesta nada y hace que la vida sea más soportable.

 

 “Quien abre la boca, cierra las orejas»

 

En lugar de hablar, prefería escuchar a la gente, que con sus charlas ahogadas lo introducía en los secretos de vidas y opiniones ajenas.

 

Cada vez estaba más convencido de que en el fondo los turistas no caminaban tras él, sino en pos de un anhelo desconocido e insaciable.

 

Había tenido un amor y lo había perdido. A partir de ahí no le ocurriría nada comparable,

 

Se retiró a su vida privada.

 

Sin embargo, él consideraba que había conseguido salir adelante, y por lo tanto tenía motivos para estar contento.

 

Como todos los seres humanos, a lo largo de su vida había abrigado en su interior ilusiones y sueños. Algunos los había cumplido por sí mismo, otros le habían sido regalados. Muchos habían permanecido inalcanzables, o se los habían arrebatado cuando apenas los había logrado. Pero él seguía ahí. Y cuando, los primeros días tras el primer deshielo, caminaba por la mañana sobre el rocío de los prados empapados delante de su cabaña y se apoyaba en una roca plana de las que había diseminadas, notando la piedra fría en la espalda y en la cara los primeros rayos cálidos de sol, tenía la sensación de que no le había ido tan mal.

 

—¿Dónde te has metido durante todo este tiempo? —preguntó—. Tengo tantas cosas que contarte… ¡No te lo vas a creer, Marie! ¡Una larga vida! ¡Toda una vida!

 

Había sobrevivido a su infancia, a la guerra y a un alud. Nunca había estado demasiado ajado para trabajar, había abierto una cantidad incalculable de agujeros en la roca y probablemente había talado árboles suficientes para alimentar durante un invierno las estufas de una ciudad pequeña. Su vida había pendido de un hilo entre el cielo y la tierra, y durante los últimos años como guía turístico había aprendido más de las personas de lo que podía abarcar. Que él supiera, no cargaba con ninguna culpa digna de mención, y nunca había caído en las tentaciones del mundo: las borracheras, la prostitución o la gula. Había construido una casa, había dormido en infinidad de camas, establos, rampas de carga y unas cuantas noches incluso en una caja de madera rusa. Había amado. Y se había hecho una idea de hasta dónde podía llevar el amor. Había visto a dos hombres caminar por la Luna. Nunca se había visto en el apuro de creer en Dios, y la muerte no le daba miedo. No recordaba de dónde era, y últimamente no sabía adónde iba. Pero podía mirar atrás en el tiempo, a su vida, sin lamentos, con una media sonrisa y un gran asombro.

 

 

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