miércoles, 4 de abril de 2007

El mal es un misterio. Y más aún si ese mal consiste en haber recibido la sublime gracia de tener tan cerca al Señor. Estamos ante lo que nos supera. Y no debe extrañarnos. El pecado es en sí irracional, incomprensible. No busca sino lo contrario al bien del hombre.
Judas, uno de los doce, amigo íntimo del Señor, que le acompañó por tres años, que vio muchos milagros, que saboreó sus divinas palabras; que pudo tocarlo, palparlo, mirarlo y conocerlo dejó de creer y de esperar y, sobre todo, de amar que es el corazón del cristianismo.
Jesús le dijo a Judas lo que haría y ni aún así logró ablandar su corazón, duro por el pecado. Ya sabemos el resto. Lo que no sabemos es si dentro de nosotros hay algún Judas.

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