MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XLVIII JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Comunicación
al servicio de una auténtica cultura del encuentro
Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a
estar más unidos.
Internet
puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos;
y esto es algo bueno, es un don de Dios.
El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el
contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por
aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar
que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos
motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos. Estos límites son reales, pero
no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos
recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que
tecnológica.
¿Qué es
lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo
digital?
-
Recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere
tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar.
-
Ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de
nosotros: la persona se expresa con
plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es
verdaderamente acogida.
¿Cómo se
puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro?
¿Qué significa encontrar una persona según el
Evangelio?
¿Es
posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca
los unos de los otros?
Estas
preguntas se resumen en la que un
escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi
prójimo?» (Lc 10,29). La
pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad.
Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los
medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital?
Descubro
una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola
del comunicador.
En
efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se
acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde
del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro
como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro.
Comunicar
significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me
gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».
No basta
pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es
necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos
vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados.
Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la
bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación
no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a
expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad:
no una red de cables, sino de personas humanas.
La
neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica
poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El
compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador.
Precisamente
por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las
periferias existenciales.
Gracias a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los
confines de la tierra» (Hch. 1,8).
Abrir
las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital,
tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se
encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir
al encuentro de todos.
No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes
religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la
disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus
dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia
humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales, 2013).
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre
apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra
comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría.
Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de
acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino.
No
tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital.
El
interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son
importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con
Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos.
En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la
información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías
renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de
Dios.
Vaticano,
24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco de Sales