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Lo inesperado a veces parece una invitación del destino.
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Explicar por qué el matrimonio se había roto: el matrimonio es, entre otras cosas, un sistema de creencias, un relato, y aunque se manifiesta en cosas muy reales, sigue un impulso que, en última instancia, es un misterio. Al final, lo real era la pérdida de la casa, que se había convertido en el emplazamiento geográfico de todas las cosas que habían desaparecido y que representaba, suponía yo, la esperanza de que un día esas cosas pudieran regresar.
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Durante unas semanas, vivió en un estado de ilusión pura que, en realidad, era aturdimiento, como el aturdimiento que sigue a una herida antes de que el dolor asome abriéndose paso lenta pero implacablemente por entre la cerrada niebla analgésica. El tiempo empeoró; el yate se volvió frío e incómodo. El padre de su mujer lo convocó a una reunión en la que le pidió que renunciara a cualquier derecho sobre los bienes que el matrimonio tuviera en común, y él accedió.
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En un naufragio se pierden muchísimas cosas. Lo que queda son fragmentos, y si no te agarras bien a ellos, el mar te lleva a ti también.
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Estaba rodeado de personas para las que el concepto de transformación personal era artículo de fe.
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Universidad, una de antes de marcharse a América. Lo que Ryan había aprendido de todo aquello era que tus fracasos nunca dejan de regresar a tu lado, mientras que tus éxitos son algo de lo que siempre tendrás que convencerte.
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Demasiados vínculos con lo que eras. No está muy seguro de qué ha sucedido; lo único que sabe es que él ya no se reconoce en esos cuentos, aunque sí recuerda la efervescencia que sentía al escribirlos, recuerda que algo en su interior se concentraba, pujando irresistiblemente para nacer. No ha vuelto a tener esa sensación; está casi convencido de que para seguir escribiendo tendría que partir de cero, y entonces, ya puestos, también podría acabar haciéndose astronauta o granjero. Es como si no fuera capaz de recordar qué lo había empujado hacia las palabras en primer lugar, hacía ya tantos años, pero aun así sigue tratando con ellas. Supongo que es un poco como el matrimonio, dice. La estructura entera la levantas en un momento de intensidad que ya no volverá a repetirse. Es la base de tu fe y a veces te despierta recelos, pero nunca renuncias a ella porque es ahí donde reside buena parte de tu vida.
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El manejo de un hogar tiene algo de negocio. Para no tener que abandonarlo, lo mejor es que, desde el primer momento, todos se sinceren sobre sus necesidades.
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La escritura nace de la tensión, la tensión entre lo que está dentro y lo que está fuera. La tensión superficial, ¿no se dice así?
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Por muy ocupado que estés, por muchos hijos y compromisos que tengas, si hay pasión, sacas tiempo.
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Cuando haces sitio para una pasión, la pasión no aparece. Al final me moría de ganas de volver al trabajo, solo para descansar de tanta vida doméstica.
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El éxito te aleja de las cosas que conoces, por lo visto, mientras que el fracaso te condena a ellas.
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Empezaba a ver en las vidas ajenas un comentario de la mía. Observando a la familia del barco, yo veía una visión de lo que ya no tenía: veía algo, en otras palabras, que no estaba allí. Esa gente habitaba su propio momento, y aunque yo podía verlo, era tan incapaz de regresar a ese momento como de caminar sobre las aguas que nos separaban. Y de esas dos maneras de vivir —habitar el momento y vivir fuera de él—, ¿cuál era la más real?
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Su madre le dijo que la vida familiar era agridulce hicieras lo que hicieras. Si no era el divorcio, sería otra cosa, le dijo. La infancia perfecta no existía, aunque la gente haría lo que hiciera falta para convencerte de lo contrario. La vida sin dolor no existía. Y por lo que al divorcio respectaba, ya podías llevar una vida de santo, que experimentarías las mismas pérdidas, por mucho que trataras de justificarlas.
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Lo daría todo para volver a verte con seis años una vez más. Pero todo acaba desmoronándose, por mucho que trates de evitarlo. Y si algo regresa, hay que estar agradecido.
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Las personas interesantes eran como las islas, me dijo: no te las encontrabas por la calle o en una fiesta, tenías que saber dónde estaban y concertar una cita con ellas.
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Me parece que la vida es una serie de castigos por esos momentos de inconsciencia, que el destino de uno se labra con aquello en lo que no nos fijamos o de lo que no nos apiadamos; que lo que ignoras o no te molestas en comprender se convertirá, precisamente, en aquello que no te quedará más remedio que conocer.
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Olga también tenía su dimensión romántica, solo que el romance era maternofilial…
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Qué dices, Paniotis? —exclamó Angeliki—. ¿Que tus hijos han emigrado porque sus padres se divorciaron? Amigo mío, me temo que te equivocas dándote tanta importancia. Que los hijos se queden o se vayan depende de sus ambiciones: su vida es suya. Hemos acabado convenciéndonos, no sé cómo, de que si decimos ni que sea una palabra fuera de lugar ya los hemos marcado para siempre, pero eso es ridículo, claro está, y, de todos modos, ¿por qué su vida tendría que ser perfecta? Esta idea nuestra de perfección es lo que nos agobia, y está profundamente arraigada en nuestros deseos.
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Son curiosas las ganas con las que los demás te animan a hacer cosas que ellos no harían ni en sueños, ese entusiasmo con el que te guían hacia tu propia destrucción: es dificilísimo que hasta los más bondadosos, los que más te quieren, se tomen tus intereses verdaderamente en serio, porque suelen aconsejarte desde una vida más segura y más aislada que la tuya, en la que escapar no es una realidad, sino algo con lo que de vez en cuando sueñan.
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La sensación de entusiasmo que también es un renacimiento de la identidad.
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Ha estado presente en todas sus experiencias de enamoramiento; y, al final, a pesar de todo, esos han sido los momentos más absorbentes de su vida.