jueves, 29 de septiembre de 2022

Como si existiese el perdón, Mariana Travacio



Como si existiese el perdón

Un fantôme ne meurt jamais, il reste toujours à venir et à revenir. JACQUES DERRIDA


Hablaba cada día menos, como si solo pudiera hablar para dentro, consigo misma, para acomodarse a la tristeza.


Corazón espantado


Con esa palidez de lo que ya no tiene alma.

Los abrazos oscuros; Julia Montejo


 

Vamos por la vida oyendo mal, viendo mal e interpretando mal para dar sentido a la historia que nos contamos a nosotros mismos. JANET MALCOLM

La maternidad me hizo descubrir un amor nuevo y elástico, plagado de sutilezas ignotas.

 

El dulce premio al tiempo exclusivamente entregado a ellas.

 

Ese silencio lleno de mar.

 

Qué gran verdad que el lujo hoy es el espacio.

 

Álex necesitaba la verdad, pero en realidad no quería saber. Lo que ahora sabíamos los dos es que el amor también se agota. A veces se rasga de repente o muere por el mero desgaste. Exactamente igual que una prenda, porque a menudo eso que llamamos amor no es más que un abrigo con el que decidimos protegernos dos. Y allí nos quedamos, perdiendo más o menos movilidad dependiendo de lo holgada que nos quede la prenda, a salvo del mundo, del tiempo, de la soledad. Dos cuerpos se procuran calor mutuo aunque paguen por ello un precio prohibitivo. Y lo hacen porque fuera hace frío y tienen miedo.

Nuestra casa en el árbol; Lea Vélez


 


Mamá, explícame una cosita, por favor. ¿Por qué existen los grandes hombres, pero no existen los grandes niños? MICHAEL COLLINSON, seis años

 

Viajar al país de la infancia.

 

Metáforas físicas de la realidad moral

 

Nosotros somos de los que convierten la realidad en ficción y viceversa.

 

El tiempo solo corre cuando vamos contra él.

 

Vivir en un libro de aventuras!

 

Fue como entrar en un cuadro.

 

El inventario de nuestro amor.

 

Hogar mental

 

Caí fascinado en un trance de recuerdos, preguntándome si la infancia no será más que el lugar donde se siembran profecías.

 

Amor a contrarreloj.

 

Fueron los años en los que escribimos la partitura de nuestra vida y la música de los recuerdos pasa por mi interior como el río salado que corre frente a las ventanas.

 

El tiempo de resurgir. El tiempo inmóvil en que rompimos con todo

 

Fue el tiempo de sembrar pasiones con largas conversaciones, el tiempo de enamorarnos de símbolos y personas que marcarían nuestras profesiones, pero, sobre todo, fue el tiempo en que mi madre construyó una casa en un árbol para salir del dolor.

 

Cogiendo caminos diferentes y atajos no vamos a ahorrarnos más que unas pocas horas de vida, ¿sabes, mami? —dijo mi hermano. —Sí, cariño, eso es verdad, pero vamos a ganar muchas horas de diversión. —¿Y eso es lo que los adultos llaman «la felicidad»? —pregunté. —Sí. La felicidad es el resultado de hacer una resta. Es lo que queda después de quitarle al día todas las horas amargas, aburridas, inútiles o idiotas. Hijitos lindos, ¡que esa resta no nos dé nunca «a deber»! ¡Convirtamos lo prosaico en poesía!

 

Hay que vivir miniaventuras!,

 

—¿Cuál es vuestro momento favorito del día?

 

El dolor me inunda mientras seis ojos infantiles se clavan en mí. Seis ojos que dependen para todo de mis movimientos. El dolor es buscar a tientas, de rodillas, unas llaves y creer que, si no las encuentro, les estoy fallando a ellos, al mundo, al marido muerto, a mi madre, que me educó para ser fuerte, a la sociedad. ¿Cómo voy a poder cuidarles, consolarles, hacerles felices si no soy capaz de encontrar estas malditas llaves? ¡Malditas, malditas llaves! El dolor es creer que todo depende de no perder esas llaves o que todo depende de encontrarlas.

 

Hay que buscar la risa en todo lo que no nos entusiasma. Pongo el ejemplo de la risa porque la risa solo funciona en presente. La risa se vive en el acto. Ni nadie trabaja hoy para reír mañana, ni nadie se ríe hoy para que le suceda algo aún más divertido la semana que viene. La risa es el presente perfecto.

 

Un niño se construye con decisiones, amor, lecciones, lecturas.

 

Jugando en aquellos recuerdos.

 

La felicidad se transmite de padres a hijos.

 

La libertad es la belleza del momento

 

Tocándonos a todos con su mirada callada

 

Recreamos con el cerebro lo que otros nos cuentan, lo que leemos, lo que sienten los demás. Las palabras son imágenes y, si sabemos millones de palabras, conocemos millones de imágenes. Cuantas más palabras conocemos, más imaginación tenemos.

 

Si algo han conseguido la orfandad y la confianza que tenemos con la muerte, es a enseñarnos que bromear con lo más tremebundo es la única forma de asimilarlo. El humor negro es la escalera hacia el sol.

 

La belleza ayuda a ser feliz.


Agradecimientos

A mis hijos, Richard y Michael Collinson, niños de mirada maestra, espíritu volador, libertaria rebeldía, sin cuyas preguntas incisivas y su extraordinaria imaginación, jamás de los jamases, nunca, ni en un millón de años, podría haber escrito una sola palabra de lo que precede. Y ya, por último, al destino, que me puso de nombre Lea para que desobedeciera con violencia tal imperativo del verbo leer y me pusiera a escribir. A todos, gracias. Lea Vélez, 7 de octubre de 2016

 

Las vencedoras; Laetitia Colombani



Capítulo 4

Cuantos más testigos hay de una agresión, menos son los que reaccionan. Y con la pobreza pasa lo mismo.

 

Capítulo 4

Una costumbre de los tiempos del bufete. «La puntualidad es la cortesía de los reyes».

 

Capítulo 9

La felicidad de los demás es cruel. Te pone delante un espejo despiadado.

 

Capítulo 9

Para que la quisieran, se convirtió en lo que se esperaba que fuera. Se amoldó a los deseos de los demás, renegando de los suyos. Y por el camino se perdió.

 

Capítulo 9

Cualquier cosa en lugar de quedarse allí contemplando su vida echada a perder.

 

Capítulo 10

Al que estrecha entre los brazos con el pensamiento todas las noches, mientras se pregunta si podrá perdonarla algún día.

 

Capítulo 10

Ante tanto sufrimiento, las palabras, las pobres palabras, son impotentes.

 

Capítulo 18

Un primer paso en un largo camino.

 

Capítulo 20

Los grandes amores y los grandes proyectos se miden por los riesgos que se corren por ellos.

 

Capítulo 20

Nada como la poesía para endulzar la vida.

 

Capítulo 22

Abordar a la joven indigente significa crear un vínculo, abrir camino a la empatía. Entablar conversación es reconocer al otro en su humanidad. Luego es difícil sortearlo, seguir ignorándolo.

 

Capítulo 22

No hay que minusvalorar los pequeños gestos y las sonrisas: son poderosos. Apuntalan murallas contra la soledad y el abatimiento.

 

Capítulo 23

Los obstáculos solo son piedras en el sendero, le dice. La duda forma parte del camino. No es uniforme, hay trechos agradables y tramos desiguales y llenos de zarzas, de arena, de pedruscos, antes de las praderas cubiertas de flores… Hay que seguir avanzando, cueste lo que cueste.

 

Capítulo 23

Eres una guerrera —le susurra una noche—, un ángel combatiente. Tienes una fuerza inmensa. Tu vida dejará una huella profunda.

 

Capítulo 27

Debemos tener fe en nuestro trabajo y nuestros métodos, creer que algo va a ocurrir, y ocurrirá. WILLIAM BOOTH

 

Capítulo 28

Tiene el atractivo de las almas heridas, de quienes han caído y se han vuelto a levantar.

 

Capítulo 28

Una frase de Yvan Audouard que hay pintada en una pared no muy lejos de allí: «Bienaventurados los agrietados porque dejarán pasar la luz». Esa noche la luz es intensa, el palacio refulge con mil brillos.

 

Capítulo 28

Dad lo que poseáis, y lo que no tengáis. Cuando suene vuestra hora, alzaréis el vuelo hacia cielos desconocidos y os sentiréis más ligeras. Porque en verdad os digo: lo que no se dé se habrá perdido.   Monja anónima del convento de las Hijas de la Cruz, siglo XIX

 

Capítulo 28

Ha llegado el momento de partir, de puntillas, sin hacer ruido. No me llevo nada conmigo. No he hecho nada aquí abajo, no he traído nada al mundo, no he construido ni producido, tampoco he engendrado.   Mi vida solo ha sido una chispa breve y anónima como tantas otras, olvidadas por la Historia. Una llama minúscula y ridícula. Pero no importa. Aquí estoy, íntegra, en la oración que mis labios respiran.   Vosotras, las que vendréis detrás, seguid luchando, seguid danzando, y no os olvidéis de dar. Dad vuestro tiempo, dad vuestro dinero.

Rachel Cusk; A contraluz



1

Lo inesperado a veces parece una invitación del destino.

 

1

Explicar por qué el matrimonio se había roto: el matrimonio es, entre otras cosas, un sistema de creencias, un relato, y aunque se manifiesta en cosas muy reales, sigue un impulso que, en última instancia, es un misterio. Al final, lo real era la pérdida de la casa, que se había convertido en el emplazamiento geográfico de todas las cosas que habían desaparecido y que representaba, suponía yo, la esperanza de que un día esas cosas pudieran regresar.

 

1

Durante unas semanas, vivió en un estado de ilusión pura que, en realidad, era aturdimiento, como el aturdimiento que sigue a una herida antes de que el dolor asome abriéndose paso lenta pero implacablemente por entre la cerrada niebla analgésica. El tiempo empeoró; el yate se volvió frío e incómodo. El padre de su mujer lo convocó a una reunión en la que le pidió que renunciara a cualquier derecho sobre los bienes que el matrimonio tuviera en común, y él accedió.

 

1

En un naufragio se pierden muchísimas cosas. Lo que queda son fragmentos, y si no te agarras bien a ellos, el mar te lleva a ti también.

 

2

Estaba rodeado de personas para las que el concepto de transformación personal era artículo de fe.

 

2

Universidad, una de antes de marcharse a América. Lo que Ryan había aprendido de todo aquello era que tus fracasos nunca dejan de regresar a tu lado, mientras que tus éxitos son algo de lo que siempre tendrás que convencerte.

 

2

Demasiados vínculos con lo que eras. No está muy seguro de qué ha sucedido; lo único que sabe es que él ya no se reconoce en esos cuentos, aunque sí recuerda la efervescencia que sentía al escribirlos, recuerda que algo en su interior se concentraba, pujando irresistiblemente para nacer. No ha vuelto a tener esa sensación; está casi convencido de que para seguir escribiendo tendría que partir de cero, y entonces, ya puestos, también podría acabar haciéndose astronauta o granjero. Es como si no fuera capaz de recordar qué lo había empujado hacia las palabras en primer lugar, hacía ya tantos años, pero aun así sigue tratando con ellas. Supongo que es un poco como el matrimonio, dice. La estructura entera la levantas en un momento de intensidad que ya no volverá a repetirse. Es la base de tu fe y a veces te despierta recelos, pero nunca renuncias a ella porque es ahí donde reside buena parte de tu vida.

 

2

El manejo de un hogar tiene algo de negocio. Para no tener que abandonarlo, lo mejor es que, desde el primer momento, todos se sinceren sobre sus necesidades.

 

2

La escritura nace de la tensión, la tensión entre lo que está dentro y lo que está fuera. La tensión superficial, ¿no se dice así? 

 

2

Por muy ocupado que estés, por muchos hijos y compromisos que tengas, si hay pasión, sacas tiempo.

 

2

Cuando haces sitio para una pasión, la pasión no aparece. Al final me moría de ganas de volver al trabajo, solo para descansar de tanta vida doméstica.

 

4

El éxito te aleja de las cosas que conoces, por lo visto, mientras que el fracaso te condena a ellas.

 

4

Empezaba a ver en las vidas ajenas un comentario de la mía. Observando a la familia del barco, yo veía una visión de lo que ya no tenía: veía algo, en otras palabras, que no estaba allí. Esa gente habitaba su propio momento, y aunque yo podía verlo, era tan incapaz de regresar a ese momento como de caminar sobre las aguas que nos separaban. Y de esas dos maneras de vivir —habitar el momento y vivir fuera de él—, ¿cuál era la más real?

 

4

Su madre le dijo que la vida familiar era agridulce hicieras lo que hicieras. Si no era el divorcio, sería otra cosa, le dijo. La infancia perfecta no existía, aunque la gente haría lo que hiciera falta para convencerte de lo contrario. La vida sin dolor no existía. Y por lo que al divorcio respectaba, ya podías llevar una vida de santo, que experimentarías las mismas pérdidas, por mucho que trataras de justificarlas.

 

4

Lo daría todo para volver a verte con seis años una vez más. Pero todo acaba desmoronándose, por mucho que trates de evitarlo. Y si algo regresa, hay que estar agradecido.

 

5

Las personas interesantes eran como las islas, me dijo: no te las encontrabas por la calle o en una fiesta, tenías que saber dónde estaban y concertar una cita con ellas.

 

5

Me parece que la vida es una serie de castigos por esos momentos de inconsciencia, que el destino de uno se labra con aquello en lo que no nos fijamos o de lo que no nos apiadamos; que lo que ignoras o no te molestas en comprender se convertirá, precisamente, en aquello que no te quedará más remedio que conocer.

 

5

Olga también tenía su dimensión romántica, solo que el romance era maternofilial…

 

5

Qué dices, Paniotis? —exclamó Angeliki—. ¿Que tus hijos han emigrado porque sus padres se divorciaron? Amigo mío, me temo que te equivocas dándote tanta importancia. Que los hijos se queden o se vayan depende de sus ambiciones: su vida es suya. Hemos acabado convenciéndonos, no sé cómo, de que si decimos ni que sea una palabra fuera de lugar ya los hemos marcado para siempre, pero eso es ridículo, claro está, y, de todos modos, ¿por qué su vida tendría que ser perfecta? Esta idea nuestra de perfección es lo que nos agobia, y está profundamente arraigada en nuestros deseos.

 

7

Son curiosas las ganas con las que los demás te animan a hacer cosas que ellos no harían ni en sueños, ese entusiasmo con el que te guían hacia tu propia destrucción: es dificilísimo que hasta los más bondadosos, los que más te quieren, se tomen tus intereses verdaderamente en serio, porque suelen aconsejarte desde una vida más segura y más aislada que la tuya, en la que escapar no es una realidad, sino algo con lo que de vez en cuando sueñan.

 

7

La sensación de entusiasmo que también es un renacimiento de la identidad.

 

7

Ha estado presente en todas sus experiencias de enamoramiento; y, al final, a pesar de todo, esos han sido los momentos más absorbentes de su vida.

Javier Cercas; El vientre de la ballena


 


Sé que este relato va a infectarse de olvidos, omisiones y errores;

Sé que recordar es inventar, que el pasado es un material maleable y que volver sobre él equivale casi siempre a modificarlo.

 

A menudo la imaginación recuerda mejor que la memoria,

 

No es fácil reconocer las huellas del paso del tiempo en las personas que tratamos en la niñez o la adolescencia, porque tendemos a verlas siempre como las vimos entonces, y ése es sin duda el motivo de que, pasado el primermomento de desconcierto, yo me rindiera como a una evidencia a la ilusión de que en todo el tiempo que había transcurrido sin verla Claudia apenas había cambiado: es cierto que el brillo liso y frutal de su piel había empezado a gastarse, y que el fondo de fatiga que le abolsaba los párpados asomaba de vez en cuando a sus ojos.

 

Lo malo de las mentiras no es que uno pueda acabar creyéndoselas, sino que imponen a quien las dice una lealtad más férrea y más duradera que la verdad.

 

Mirada alegre, atolondrada y vacía; tenía unos cuarenta años y era de complexión sólida y de facciones duras, como esculpidas con cincel en el rostro, la frente mezquina y abombada, la nariz aguileña, el mentón pétreo, las cejas espesas y unidas en el entrecejo, el bigote meticuloso y la sonrisa de hombre apuesto, de dientes iguales y encías visibles, que trataba de irradiar por todo el rostro un aplomo que traicionaban la inseguridad de la mirada y la rigidez de garra de las manos.

 

Hacía ya tiempo que había cambiado los hervores de la pasión por la regularidad de la costumbre y que nada parecía poder trastocar su discurrir agradable y vagamente anodino; no es menos cierto, sin embargo, que todos estamos siempre a la espera de encuentros maravillosos e inesperados y que, cuando una de esas raras ocasiones se presenta, a quienes no vivimos como si fuéramos a vivir para siempre desaprovecharla nos parece una frivolidad.

 

Para quien no ha contraído aún el hábito de la mentira, hay pocas cosas que exijan tanta energía como guardar un secreto, y pocas que alivien tanto como contarlo, quizá porque es verdad que en el fondo todo lo que hacemos lo hacemos para poder contarlo. Por lo demás, quién sabe si en aquel momento no juzgué más arriesgado esforzarme por guardar el secreto, exponiéndome al peligro de que Luisa lo descubriera por su cuenta, que revelárselo yo mismo y apechar con las consecuencias.

 

Para nadie existen demasiado los otros, salvo como engorros con los que no queda más remedio que lidiar.

 

La frase restalló en el salón como la cuerda de un violín al romperse.

 

Me obligara a superar un viacrucis de tres sensaciones dispares y sucesivas: pánico primero; después,

 

Perplejidad; finalmente alivio.

 

Me obsequió con una sonrisa neutra.

 

Parloteo torrencial

 

El fervor religioso que había fingido profesar durante su matrimonio había acabado por contagiarla de una devoción tardía y ornamental que la muerte de su marido redujo a una costumbre de consuelo en sus horas de postración y a una necesidad inaplazable de ensuciarse la conciencia. Esta última urgencia era vital para ella, pues aun en los momentos de mayor inactividad le permitía mantener la ilusión de estar viva, entregándose a las torturadas delicias de la expiación.

 

Los corteses caballeros dignamente otoñales que la frecuentaban cedieron su lugar a dudosos cuarentones de aspecto impecable e incluso a adolescentes con cazadora de cuero y melena de muchacha, que la arrastraron finalmente a la ingrata certidumbre de que su madre invertía parte de sus ingresos en procurarse los amantes que su carne avejentada ya no era capaz de convocar.

 

Habían conseguido sin embargo aislar a mi suegra de estas amenazantes explosiones de ira, interponiendo entre los dos un cordón sanitario formado por ella misma y por la mujer de Juan Luis, un ama de casa endurecida por las ingratitudes del matrimonio y envejecida en el oficio de suavizar las intemperancias de su marido y de desbravar a sus cuatro hijos, cuya desbocada fiereza de alimañas montunas sólo el pavor del padre conseguía amansar. Era una mujer gruesa y de escasa estatura, de ojos bovinos y párpados humildes, de manos de monja, de gestos de persona acostumbrada a la realidad. Se llamaba Montse.

 

Por lo demás, su indumentaria apenas le alcanzaba para imitar el máximo grado de elegancia a que puede aspirar lo que suele llamarse una pobreza decente:

 

Qué bonito! —exclamó sin convicción,

 

La idea de que nuestro destino no es único, de que lo que nos pasa les ha pasado también a otros.

 

EL hecho de que un hombre ruinoso, estrábico y sordo y una mujer devastada por la agonía de su lucha contra la vejez estuvieran viviendo una historia que entonces se me apareció como un avatar crepuscular de la que yo estaba viviendo con Claudia.

 

Entonces no entendí el motivo de mi alegría, pero con el tiempo he llegado a pensar que, por mucho que digamos querer a los otros, la verdad es que siempre nos alegramos en secreto de sus desgracias, porque en el fondo su mera existencia nos parece un estorbo.

 

Tal vez por ello a Marcelo le gusta tanto repetir una frase famosa de Cesare Pavese, según la cual la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida—. Tal vez por ello, también, la experiencia de la lectura, que según él es más ardua, más noble, más intensa y más fecunda que la de la escritura, consiste para Marcelo en un doble y contradictorio movimiento de afirmación y negación del mundo y de la propia identidad que convierte al lector en un viajero inmóvil que huye de la realidad y de sí mismo para entenderla y entenderse mejor.

 

Sortear las trampas que a cada paso les tendía la nostalgia.

 

El sopor de la sobremesa.

 

Acuérdate de lo que decía Hemingway sobre Dostoievski: no escribe como un artista, pero todo lo que escribe está vivo.


Un escritor es un artesano; un novelista es un inventor. Encontrar un buen artesano es muy difícil; casi tanto como encontrar un buen inventor. Pero que los dos se den en la misma persona es casi un milagro.

 

Es imposible conocer de verdad a alguien sin conocer a sus padres.

 

Lo cual, dicho sea de paso, vale tanto para la literatura como para la vida.

 

Podría haberse ido, pero se queda. Ahí está el coraje.

 

Indagando una forma adecuada de regresar al tema que habíamos dejado aparcado. 

 

Empezó a divagar como quien traza círculos en torno a un centro que no se atreve a tocar.

 

La Rochefocauld decía que el amor es como los fantasmas: todo el mundo habla de él pero nadie lo ha visto.

 

Hay una derrota, es verdad, pero es la derrota del destino: una derrota por goleada.

 

Quien aquella tarde me empujara al vacío de vértigo, despropósitos y miedo por el que iba a sentirme caer durante los días que siguieron.

 

El azar. Buena palabra: ahorra muchas explicaciones.

 

Pensé: «Por mucho que hablemos con los otros, por mucho que estemos con ellos, siempre estamos solos».

 

Una urgencia casi fisica de confiar en alguien.

 

Lo dice Pavese y Marcelo lo repite y es verdad: la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida.

 

La felicidad no exige razones: uno nunca se pregunta por qué es feliz; simplemente lo es, y basta. Con la desgracia ocurre lo contrario: siempre buscamos razones que la justifiquen, como si la felicidad fuera nuestro destino natural, lo que nos es debido, y la desgracia una desviación perversa cuyas causas nos esforzamos en vano en desentrañar.

 

Vivir consiste en inventarse a cada paso la vida, en contársela a uno mismo.

 

Mundo en miniatura

 

Marido sin duda le había sido infiel a Claudia. La realidad es muda, pero quizá las coincidencias no lo son: quizá las coincidencias son la forma que adopta la realidad cuando quiere ser elocuente, cuando quiere decirnos alguna cosa; lo malo es que nunca sabemos qué es lo que quiere decirnos.

 

Incluso —aunque ahora quizá no fui yo, sino esa vocecita envenenada y mordiente que todos llevamos dentro

 

«No hay finales felices; si lo fueran, no serían finales».

Sándor Márai; La Gaviota


 


Qué poco sabemos de nosotros mismos! ¡Qué poco de nuestro cuerpo! ¿Qué podemos saber, pues, de nuestra alma, cuya naturaleza desconocemos por completo y de la que sólo percibimos reacciones? ¿Y del alma de los demás, que conocemos menos aún que la nuestra? ¿Qué podemos saber los hombres unos de otros?…

 

Al miedo y la amenaza los sigue una especie de espasmo, una huida. En circunstancias así, todos buscan algún refugio.

 

Poemas cuya lectura provocaba un hormigueo en el cuerpo.

 

Y luego, una mañana, aquel extraño silencio. Cuando algo llega a su fin, siempre se impone un silencio extraño: tanto en el mundo como en el corazón de las personas.

 

En estos años también se ha fraguado su propia guerra mundial, su propia historia mundial.

 

Si no lo matan, si no comete ningún error fatal, si practica deporte y se nutre de buenas lecturas, si no se entrega a algún miedo o pasión enloquecedores, a la desesperación creciente y anhelante ante lo efímero de la juventud, aún le quedan unos diez años aceptables. No demasiado buenos, pero sí lo suficiente. Debemos mostrarnos siempre atentos y corteses también con nosotros mismos.

 

Qué refinados éramos y qué heridos nos sentíamos, como si entre dos guerras lleváramos en el equipaje una especie de pena portátil metida en una bolsa; una pena hecha de poemas, música, libros de historia de la época y de «la crisis» y artículos de prensa; una pena personal destilada con los vestigios de dos mil años de recuerdos de cultura cristiana, que sólo era nuestra, de los iniciados, made in Europe.

Esa forma de acicalarse exagerada y escandalizadora de algunas mujeres, que se visten por encima de su situación y destino.

 

A veces las personas se enteran de lo que resulta decisivo para su destino sin necesidad de radio ni periódicos.

 

Yo le tenía cierto miedo, como se le teme a un demente, no tanto a la persona del loco en sí, sino a la fuerza silenciosa y fiera que personifica.

 

El conoció el dolor, lo lloró, luego lo ocultó a los ojos del mundo, de alguna manera lo disecó y lo guardó en la sala conmemorativa de sus recuerdos como si se tratara de una momia con bellos adornos. No te engañes, el dolor causado por el amor también se cura. Queda el luto, una ceremonia oficial de desconocidos, y el recuerdo.

 

En el fondo de la vida humana está el beso; un beso, porque sólo a través del beso los cuerpos pueden exteriorizar lo que persiguen a lo largo de la vida; un beso, porque entre hombre y mujer sobran las palabras. El beso ya es un hecho, pues ha llegado el momento, ese momento inaplazable, en el que todo lo que pueda ocurrir sin que medie el beso carece de sentido. Es ese gesto ávido e inevitable, ese encuentro torcido y maravilloso de dos epidermis resecas, por encima de costumbres, impulsos y ritos; ese mordisco dócil; ese gesto de rapaz domesticado que el hombre aún conserva en sus nervios y labios como atavismo de lo que, en los inicios de los tiempos y la vida humana, era temible, sangriento y mortal… Se han besado porque no han podido evitarlo.

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...