miércoles, 26 de mayo de 2021

Rosa Montero; La buena suerte


Rosa Montero; La buena suerte

 

En memoria de mi madre, Amalia Gayo, que me enseñó a narrar. Para la pequeña e inolvidable Sara, que se defendió. Defendamos nosotros a las Saras del mundo. Con mi gratitud y mi amor a las Salamandras, que han iluminado los oscuros tiempos del coronavirus.

 

Quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza. LORENZO DE MÉDICI

 

En él había descolocado, algo fallido y erróneo. Una ausencia de esqueleto, por así decirlo. Esto es, una ausencia completa de destino, que es como andar sin huesos. Se diría que ese hombre no ha logrado un acuerdo con la vida, un acuerdo consigo mismo, lo cual, a estas alturas ya todos lo sabemos, es el único éxito al que podemos aspirar. 

 

Los artistas nos reconocemos al primer vistazo. 


Se ilusionó, cuando ya hacía mucho que se habían acabado los tiempos de las ilusiones.

 

Dotar de belleza a lo fallido. 

 

Mira, a mi edad he llegado al convencimiento de que la gente no se divide entre ricos y pobres, negros y blancos, derechas e izquierdas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, moros y cristianos —dice al fin—: No. En lo que se divide de verdad la humanidad es entre buena y mala gente. 

 

Pablo está convencido de que es necesario aprender a amar en la infancia, como se aprende a caminar o a hablar. 

 

No son precisamente esos muros invisibles de cosas silenciadas uno de los elementos más habituales de la vida en común? Con los años, las parejas se van llenando de pequeñas desilusiones, de divergencias del proyecto amoroso que creyeron entrever en la primera pasión, de fallos propios y ajenos, rendiciones, aceptación acomodaticia de sus egoísmos y su cobardía. Con los años, el otro o la otra cada vez está más cerca en las rutinas pero más lejos en lo esencial. Hasta llegar a convertirse, en ocasiones, en perfectos extraños. Y los peores son los extraños bien sincronizados, aquellos que entran y salen juntos, que van de vacaciones, que cenan con los amigos y jamás discuten, pero que luego, cuando están los dos solos, ni se miran a los ojos, sideralmente separados por el telón de hierro de todo lo que han dejado de compartir y decirse.

 

No hay nada que envejezca tan deprisa como el amor mal amado. 

 

Envejecer es ser ocupado por un extraño. 

 

El Mal posee recursos que el Bien desconoce. 

 

Si el corazón pudiera pensar, se pararía, decía Fernando Pessoa.

 

Los muertos nunca se van solos: se llevan un pedazo del universo.



lunes, 24 de mayo de 2021

Robert Seethaler; Toda una vida


Robert Seethaler; Toda una vida

 

Según él, cuando uno va directo al infierno tiene que reírse con el diablo, no cuesta nada y hace que la vida sea más soportable.

 

 “Quien abre la boca, cierra las orejas»

 

En lugar de hablar, prefería escuchar a la gente, que con sus charlas ahogadas lo introducía en los secretos de vidas y opiniones ajenas.

 

Cada vez estaba más convencido de que en el fondo los turistas no caminaban tras él, sino en pos de un anhelo desconocido e insaciable.

 

Había tenido un amor y lo había perdido. A partir de ahí no le ocurriría nada comparable,

 

Se retiró a su vida privada.

 

Sin embargo, él consideraba que había conseguido salir adelante, y por lo tanto tenía motivos para estar contento.

 

Como todos los seres humanos, a lo largo de su vida había abrigado en su interior ilusiones y sueños. Algunos los había cumplido por sí mismo, otros le habían sido regalados. Muchos habían permanecido inalcanzables, o se los habían arrebatado cuando apenas los había logrado. Pero él seguía ahí. Y cuando, los primeros días tras el primer deshielo, caminaba por la mañana sobre el rocío de los prados empapados delante de su cabaña y se apoyaba en una roca plana de las que había diseminadas, notando la piedra fría en la espalda y en la cara los primeros rayos cálidos de sol, tenía la sensación de que no le había ido tan mal.

 

—¿Dónde te has metido durante todo este tiempo? —preguntó—. Tengo tantas cosas que contarte… ¡No te lo vas a creer, Marie! ¡Una larga vida! ¡Toda una vida!

 

Había sobrevivido a su infancia, a la guerra y a un alud. Nunca había estado demasiado ajado para trabajar, había abierto una cantidad incalculable de agujeros en la roca y probablemente había talado árboles suficientes para alimentar durante un invierno las estufas de una ciudad pequeña. Su vida había pendido de un hilo entre el cielo y la tierra, y durante los últimos años como guía turístico había aprendido más de las personas de lo que podía abarcar. Que él supiera, no cargaba con ninguna culpa digna de mención, y nunca había caído en las tentaciones del mundo: las borracheras, la prostitución o la gula. Había construido una casa, había dormido en infinidad de camas, establos, rampas de carga y unas cuantas noches incluso en una caja de madera rusa. Había amado. Y se había hecho una idea de hasta dónde podía llevar el amor. Había visto a dos hombres caminar por la Luna. Nunca se había visto en el apuro de creer en Dios, y la muerte no le daba miedo. No recordaba de dónde era, y últimamente no sabía adónde iba. Pero podía mirar atrás en el tiempo, a su vida, sin lamentos, con una media sonrisa y un gran asombro.

 

 

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...