Una soledad demasiado ruidosa
Bohumil Hrabal
Cuando leo, de hecho no leo, sino que
tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una
copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la
saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón,
sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos.
Todos los inquisidores del mundo queman
los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo
silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un
verdadero libro siempre indica algún camino nuevo.
Te conduce más allá de sí mismo.
Hace treinta y cinco años que me dedico
a envolver libros y papel viejo, vivo en un país que sabe leer y escribir desde
quince generaciones atrás, vivo en un antiguo reino donde siempre ha persistido
la costumbre y la obsesión de atiborrarse pacientemente la cabeza con ideas e
imágenes que aportan un goce indescriptible y un dolor más grande aún, vivo
envuelto entre personas dispuestas a dar incluso la vida por un paquete de
ideas bien prensadas.
Bebo para que el texto me despierte,
para que la lectura me produzca escalofríos, y es que comparto la opinión de
Hegel de que una persona noble no es necesariamente un aristócrata, ni un
criminal un asesino.
Los libros me han enseñado, y de ellos
he aprendido que el cielo no es humano en absoluto y que un hombre que piensa
tampoco lo es, no porque no quiera sino porque va contra el sentido común.
Cuando me sumerjo en la lectura, estoy
en otra parte, dentro del texto, me despierto sorprendido y reconozco con culpa
que efectivamente vuelvo de un sueño, del más bello de los mundos, del corazón
mismo de la verdad.
Libros de los cuales espero que por la
noche me expliquen algo sobre mí mismo, algo que todavía desconozco.
Lo que hacía más profunda mi humillación
eran los guantes de colores: yo siempre había trabajado con las manos desnudas
para poder sentir el tacto del papel con los dedos, en cambio aquí nadie
deseaba tener esa extraordinaria experiencia que es palpar libros y papel
viejo;
Se acabarían las pequeñas alegrías y
sorpresas cotidianas que llegaban a mi madriguera en forma de hallazgos
insólitos, se acabarían los viejos prensadores como yo, cultos a pesar de sí
mismos, se acabarían nuestras bibliotecas privadas y nuestras esperanzas de
alcanzar algún día un cambio cualitativo; ésta era otra mentalidad…
Mis vacaciones se evaporaban en el
trabajo atrasado
Durante estos treinta y cinco años, he
experimentado el complejo de Sísifo que tan bien describió el señor Sartre y
aún mejor el señor Camus; cuantos más paquetes se llevan más papel llega, y así
siempre, hasta el infinito;
Riendo a mandíbula batiente
Para decirlo con las bellas palabras de
un existencialista católico.
Me quedé meditando sobre el destino y sus
advertencias
Pienso que el cuerpo humano es como un
reloj de arena, lo que está abajo está arriba, y viceversa, son dos triángulos
comunicantes, el sello del rey Salomón, la media entre la obra de juventud y el
punto culminante de la sabiduría de toda la vida, El cantar de los cantares y
El Eclesiastés, la vanidad de las vanidades.