Susceptibles de recibir la luz de luna de lo novelesco.
La imaginación, si tiene el juicio de dejar en la sombra ciertos incidentes.
Luz alegre
Cabellos entrecanos
Deja que el deseo de un moribundo tenga influencia en ti.
No soy un hombre de débil corazón y, si lo fuera, existe un soporte más seguro que el de los amigos terrenales.
Déjame por mi bien, de modo que, tras rezar una oración por tu seguridad, me quede tiempo para rendir cuentas sin que me perturben las penas de este mundo.
Dile a mi hija —dijo Roger Malvin— que aunque tú mismo estabas gravemente herido, y débil, y agotado, por varias leguas dirigiste mis pasos vacilantes y que me abandonaste sólo a instancias de mis sinceras súplicas, porque yo no quería que tu sangre me manchara el alma. Dile que fuiste leal en el dolor y en el peligro y que si tu flujo vital hubiera podido salvarme, se habría derramado hasta la última gota. Y dile que serás algo más preciado que un padre, que mi bendición cae sobre ambos y que mis ojos moribundos columbran un camino largo y placentero que habrán de recorrer en compañía.
Créeme, Rubén, mi corazón estará más alegre con cada paso que des en dirección a casa.
La miserable y humillante tortura del elogio inmerecido.
Deploraba honda y amargamente la cobardía moral que había refrenado sus palabras cuando estuvo a punto de revelarle la verdad a Dorcas. Pero el orgullo, el temor de perder su cariño, el miedo del desprecio general, le prohibían enmendar su falsedad.
Mientras que la razón le decía que había obrado bien, padecía en alto grado los horrores mentales que castigan al autor de un crimen secreto.
La tristeza del adiós tuvo para cada uno de los peregrinos mitigaciones particulares.
Algo nos hace estremecer —y sin embargo nos caldea el corazón— cuando pensamos en los tres, unidos por los fuertes lazos del amor y separados de todos los que vivían por fuera de este vínculo.
Le habló con el tono compungido que los de tierno corazón asignan a las penas que hace tiempo se enfriaron y murieron.