Alcanza con las palabras los lugares más extremos de la existencia.
Esta historia tiene que ver realmente con lo que no tiene nombre, con segundos de espanto para los que no hay lenguaje. PETER HANDKE
Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquiera.
Hay algo crispado en nuestro silencio.
Esa bella sonrisa suya que ni siquiera puede ser opacada por la tristeza.
Frases cortas que quieren ser eficientes.
Nadie llora: si uno de nosotros se rindiera al llanto arrastraría con su dolor a los demás.
Siento, por un instante, que profanamos con nuestra presencia un espacio íntimo, ajeno.
Alguien infinitamente amado se ha ido para siempre, no volverá a mirarnos ni a sonreírnos.
Sé que mi lengua jamás podrá dar testimonio de lo que está más allá del lenguaje, hoy vuelvo tercamente a lidiar con las palabras para tratar de bucear en el fondo de su muerte, de sacudir el agua empozada, buscando, no la verdad, que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida aparezcan en los reflejos vacilantes de la oscura superficie.
Tu dolor, el de los primeros minutos después de la noticia, se ha trocado en fría estupefacción, en pasmo,
Nos distrae de nuestra tristeza.
Mirada divertida
Los hechos, como siempre, acorralan las palabras.
Los cuadernos repletos de reflexiones académicas desnudan al individuo minucioso que empleó toda la tinta del mundo y horas y horas de su vida en investigar, analizar y sistematizar sus conocimientos sobre el arte y los artistas.
Vencida por la imposibilidad de acercarme a su intimidad, opté por un amor medular que no necesitaba de palabras.
Un silencio que pesa como piedra
Siento que algo definitivo está pasando en nuestras vidas.
Salman Rushdie, «La vida debe vivirse hasta que no pueda vivirse más».
El dolor del alma se siente primero en el cuerpo.
Que puede nacer de improviso, en forma de un repentino desaliento, de un aleteo en el estómago, de náusea, de temblor en las rodillas, de una sensación de ahogo en la garganta. O simplemente de lágrimas calientes que acuden sin llamarlas.
Daniel no volverá jamás. Es como si esta palabra afectara una parte de mi cerebro, que hace que me abisme a un estado desconocido, imposible de describir con palabras exactas.
Dolor me acerca a la locura.
Porque contando mi historia tal vez cuento muchas otras.
Como escribe Millás, «la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas».
«Los muertos sólo tienen la fuerza que los vivos les dan….», dice Javier Marías