Lo que ocurrió durante aquella hora estéril que pasó conmigo fue que por fin renunció a él. Le dejó ir para siempre. Hizo de ello la broma más elegante que yo había visto hacer de nada; pero fue, a pesar de todo, una gran fecha de su vida. Habló, con su suave animación, de todas las otras ocasiones vanas, el largo juego de escondite, la rareza sin precedentes de una relación así. Porque era, o había sido, una relación, ¿acaso no? Ahí estaba lo absurdo.
Otra persona se ha interpuesto entre nosotros. No se tomó más que un instante para pensar. «No voy a fingir que no sé a quién te refieres.» Sonrió compasivo ante mi aberración, pero quería tratarme amablemente. «¡Una mujer que está muerta y enterrada!» —Enterrada sí, pero no muerta. Está muerta para el mundo…; está muerta para mí. Pero para ti no está muerta.
Unas veces escribe sobre sí misma, otras sobre otros, otras sobre la combinación.
La verdad es que es tremendamente indiscreta.
Pero el consuelo que dan las reflexiones es poco: el único consuelo que cuenta en la vida es no haber hecho el tonto.
Esa es una bienaventuranza de la que yo, desde luego, nunca gozaré.
Eso fue la causa del primer retraso, y entretanto pasaron varias cosas. Una de ellas fue que con el transcurso del tiempo, y como era una persona encantadora, fue haciendo cada vez más amistades, y matemáticamente esos amigos eran también lo suficientemente amigos de él como para sacarle a relucir en la conversación. Era curioso que sin pertenecer, por así decirlo, al mismo mundo, o, según una expresión horrenda, al mismo ambiente, mi sorprendida pareja hubiera venido a dar en tantos casos con las mismas personas y a hacerles entrar en el extraño coro.
La veíamos cada cual por separado, con citas y condiciones, y en general nos resultaba más conducente a la armonía no contárnoslo.
Todos hemos tenido amigos que parecía buena idea juntar, y todos recordamos que nuestras mejores ideas no han sido nuestros mayores éxitos;
Pero dudo que jamás se haya dado otro caso en el que el fracaso estuviera en proporción tan directa con la cantidad de influencia puesta en juego.
Eran, en una palabra, alternos e incompatibles.
Pero como broma había que seguir tomándolo, aunque no pudiera uno por menos de pensar que con la broma la cosa se había puesto seria,
Le llegaran por algún conducto las del contrario. Yo tengo el convencimiento de que era esa peculiar desconfianza lo que en el fondo controlaba la situación.
Una sonrisa que por un instante le devolvió la belleza.
¿Qué había sido la interferencia sino el dedo de la Providencia apuntando a un peligro?