—¿Mi historia? —grité yo asustado—. ¡Mi historia! Pero ¿quién le ha dicho que yo tengo una historia? No tengo ninguna…—Entonces, ¿cómo ha podido vivir si no tiene usted una historia? —me interrumpió ella entre risas.—¡Pues sin ninguna! Vivía a mi aire, como suele decirse, completamente solo, sólo del todo, ¿comprende lo que es estar solo?—¿Cómo que solo? ¿Es que nunca ve a nadie?”—Bueno, no, ver sí que veo. Aun así, estoy solo.
Existe una hora en mi día, amiga Nástenka, a la que tengo muchísimo cariño. Es esa hora en que acaban casi todas las tareas, los deberes y las obligaciones y todos se apresuran a llegar a casa para comer, echarse a descansar y, allí mismo, por el camino, inventan otros temas entretenidos que atañen a las tardes, a las noches y todo el tiempo libre que les queda.
Y con qué voy a soñar cuando en la vida real he sido tan feliz a su lado!
No necesito un consejo inteligente, necesito un consejo cordial, de hermano.