La Delicadeza
David Foenkinos
No podría reconciliarme con las cosas,
ni aunque cada instante tuviera que arrancarse al tiempo para besarme. Ciorana
Le gustaba reír, y también leer. Dos
ocupaciones que rara vez podía simultanear, pues prefería las historias
tristes.
Había atravesado la adolescencia sin
tropiezos, respetando los pasos de cebra. A los veinte años, el porvenir era
para ella una promesa.
Una entrada en materia muy clásica, que
a menudo determina el punto de partida de algo que, por lo general, con el
tiempo deja de ser tan clásico.
Aunque sometido a la dictadura de la
sensualidad, no dejaba de ser un hombre romántico, que pensaba que el mundo de
las mujeres podía resumirse a una sola.
La literatura estaba allí, en ese
momento, entre ellos.
Los tres libros preferidos de Nathalie:
Bella del señor, de Albert Cohen, El
amante, de Marguerite Duras, La separación, de Dan Franck
Quizá haya una dictadura de lo concreto
que contraría siempre las vocaciones.
Era de esa clase de hombres que abordan
a una mujer una sola vez en la vida, y van y aciertan.
Con François, el tiempo transcurría a
velocidad de vértigo. Era como si tuviera la capacidad de saltarse días, de
crear extrañas semanas sin jueves. Acababan de conocerse y ya estaban
celebrando su segundo aniversario de noviazgo. Dos años sin el más mínimo
nubarrón, su relación habría dejado pasmados a todos los especialistas en
tirarse los trastos a la cabeza.
Ese puzzle parecía distinto a los demás.
No se veía ningún dibujo, no había castillos ni personajes. Se trataba de un
fondo blanco sobre el que destacaban líneas curvas de color rojo. Líneas que
resultaron ser letras. Era un mensaje en forma de puzzle. Nathalie dejó el
libro que acababa de abrir para observar el progreso del puzzle. De vez en
cuando, François volvía la cabeza hacia ella. El espectáculo de la revelación
avanzaba hacia su desenlace. Sólo quedaban unas pocas piezas, y ya Nathalie
acertaba a adivinar el mensaje, un mensaje construido con meticulosidad,
mediante cientos de piezas. Sí, ahora ya podía leer lo que ponía: «¿Quieres
casarte conmigo?»
Como no podía ser de otra manera, la
boda fue preciosa.
Había una botella de champán para cada
invitado, lo cual resultaba de lo más práctico.
Hay una jerarquía en la obligación de la
alegría, y las bodas están en la cúspide de la pirámide.
Felicidad absoluta
A François le encantaba John Lennon. De
hecho, en su honor, se casó vestido de blanco de los pies a la cabeza. Así,
cuando los novios bailaban, la blancura de uno se perdía en la del otro.
Amputado esos momentos de aire libre.
En la felicidad siempre llega un momento
en que uno está solo entre la multitud.
Organizar una boda es como formar
gobierno después de una guerra
Nadie podía imaginar que a veces esa
felicidad le daba miedo, Nathalie temía que pudiera llevar intrínseca la
amenaza de la desgracia.
Por primera vez, vivían la vida en su
densidad única y total: la del momento presente.
La familia y los amigos presentes el día
de su boda formaban lo que podría llamarse el primer círculo de presión social.
Presión que pedía la venida al mundo de un niño. ¿Tanto se aburrían en su vida
como para que les interesara hasta ese punto la de los demás
Vivimos sometidos a la tiranía de los
deseos ajenos.
Frases que se le antojan sublimes.
Nathalie vivía en la extraña bruma de la
monogamia. Perdón, del amor.
Así fueron pasando los años, y todo
parecía tan sencillo, mientras que para los demás todo se hacía más cuesta
arriba. Nathalie no comprendía esta expresión: «La relación de pareja hay que
trabajarla todos los días.» Según ella, las cosas eran sencillas o no. Resulta
muy fácil pensar eso cuando todo va como la seda, cuando nunca hay oleaje.
Bueno, sí, alguna vez. Pero cabe preguntarse si no se peleaban simplemente por
el placer de reconciliarse. ¿Entonces? Que todo les fuera tan bien ya casi
resultaba inquietante. El tiempo pasaba sobre esa facilidad, sobre esa rara
habilidad que tienen los vivos.
La contemplación cotidiana de esa
feminidad inaccesible le resultaba agotadora.
Quizá fuera ésa su mejor cualidad: la de
saber esconder sus flaquezas.
Un segundo después, su vida ya no era la
misma.
Letanía alucinatoria
Por la mañana todavía era una mujer. Y
ahora se dormía como una niña.
¿Cómo podía tanta felicidad hacerse
pedazos de esa manera?
Unos años después, volvemos a reunirnos,
y algunos seguramente van igual vestidos que entonces. Habrán sacado del
armario su único traje oscuro, que lo mismo vale para la felicidad que para la
desgracia. Única diferencia: el tiempo.
Recorría el salón, y todo estaba ahí.
Exactamente igual que antes. No se había movido nada. La manta seguía sobre el
sofá. También la tetera, sobre la mesa baja, con el libro que estaba leyendo.
Le impresionó especialmente ver el señalador. El libro quedaba así dividido en
dos; la primera parte la había leído mientras aún vivía François. Y, en la
página 321, François había muerto. ¿Qué hay que hacer en esos casos?
¿Puede alguien proseguir la lectura de
un libro interrumpido por la muerte de su marido?
Nadie escucha a los que dicen querer
estar solos.
La voluntad de soledad sólo puede ser
una pulsión patológica. Por mucho que Nathalie se esforzara por tranquilizar a
todo el mundo, la gente se empeñaba en ir a visitarla.
Le costaba entender que se pudiera tener
fe después de haber vivido una tragedia.
Qué difícil mantener la fe después de
una tragedia....
Para que el trauma no gangrenara su
inconsciente.
Entonces se arrodillaba, y era como una
santa con un demonio en el corazón.
Algo, en el movimiento de los días, se
había roto de manera brutal.
Recuperar así una especie de soltura
nocturna.
Desdoblada así, observaba pasmada la
mujer que ya no era.
Estaba sumido en lo que él mismo llamaba
«la vida de ca(n)sado».
La velada había seguido la misma línea
que el Titanic. Una velada festiva al principio, que al final terminaba en un
naufragio. A menudo la verdad se parecía mucho a un iceberg. Nathalie seguía en
su campo visual, y quería verla alejarse lo más rápido posible. Incluso el
puntito que era ahora se le antojaba desmesuradamente insoportable.
Hay en el duelo una fuerza
contradictoria, una fuerza absoluta que lo propulsa a uno tanto hacia la
necesidad de cambio como hacia la tentación morbosa de la fidelidad al pasado.
Es que bastaba cambiar de ambiente para
cambiar de humor
Una bulimia del trabajo.
Sólo buscaba ahogarse en trabajo y más
trabajo
Quizá el dolor sea eso: una forma
permanente de estar desarraigado de lo inmediato.
Si supieras lo que tengo en la cabeza,
tengo algo tan bonito que borra todos los datos inútiles...
Repasaba en su cabeza una y otra vez la
escena del beso. Era ya una película de culto en su memoria.
Silogismos de la amargura, de Cioran.
Permite ver en El beso la realización
postrera de la búsqueda humana de la felicidad.
Tres aforismos de Cioran leídos por
Markus en el tren de cercanías: El arte de amar consiste en saber unir a un
temperamento de vampiro la discreción de una anémona. * En el corazón de cada
deseo se enfrentan un monje y un carnicero. * El espermatozoide es un bandido
en estado puro.
La pena de amores: no sabes cuándo se te
pasará. En el momento más crudo del dolor, piensas que la herida siempre estará
abierta. Y, de pronto, una mañana te extrañas de no sentir ya ese peso
terrible.
Qué sorpresa darse cuenta de que el
dolor ya no está. ¿Por qué ese día? ¿Por qué no más tarde, o antes? Es la
decisión totalitaria de nuestro cuerpo. Para ese impulso del beso, Markus no
debía buscar una explicación concreta. Había aparecido en el momento adecuado.
La mayoría de las relaciones se resumen de hecho a esa simple cuestión del
momento adecuado.
Markus, que se había perdido tantas
cosas en la vida, acababa de descubrir su capacidad de aparecer en el momento
ideal en el campo visual de una mujer.
Hay gente fantástica a la que se conoce
en mal momento. Y hay gente que es fantástica porque se la conoce en el momento
adecuado.
Lágrimas imprevisibles
Utilizaría el sábado y el domingo como
dos gruesas mantas.
Su primera decisión fue muy simple: la
reciprocidad. Si ella lo había besado sin pedirle su opinión, no veía por qué
no podría él hacer lo mismo.
Entonces es que no sabe usted nada de la
sensualidad. Un beso suyo, y luego nada... Pues claro que es un crimen. En el
reino de los corazones secos sería usted condenada.
Se daban por fin todas las condiciones
para una velada indolora.
El vacío sideral del después.
La vida son sobre todo momentos de
borrador, tachones y espacios en blanco.
La belleza estaba ahí, delante de él,
mirándolo fijamente a los ojos, como una anticipación de lo trágico.
Sentía que todo lo que sabía del amor
había sido saqueado.
Tienen una manera de no hablarse de lo
más elocuente
Y Markus se dijo: ¿cómo he podido pensar
que podía no verla más? Le sonrió, y Nathalie contestó a su sonrisa con otra
sonrisa. Habían vuelto las sonrisas. Es curioso cómo a veces uno decide algo
muy en serio, se dice que todo será así a partir de ahora, y basta un ínfimo
gesto de los labios para quebrar la seguridad de una certeza que parecía casi
eterna. Toda la voluntad de Markus acababa de derrumbarse ante una evidencia,
la del rostro de Nathalie. Un rostro cansado, un rostro apenado por la
incomprensión, pero no dejaba de ser el rostro de Nathalie. Sin hablar,
abandonaron discretamente la fiesta para reunirse en el despacho de Markus.
Agarrarse al blanco; a la inmensidad del
blanco.
Se quedaron un momento así, un momento
que dura todavía
Uno nunca debería tratar de evitarse un
dolor potencial.
Tenía ganas de partir hacia un destino
desconocido. Nada era trágico. Sabía que existían transbordadores entre la isla
del dolor, la del olvido y aquélla, más lejana todavía, de la esperanza.
En una historia de amor, el alcohol
acompaña dos momentos opuestos: cuando se descubre al otro y hay que narrarse
uno mismo, y cuando ya no hay nada que decirse.
Las veladas pueden ser extraordinarias,
las noches, inolvidables, y, sin embargo, todas desembocan siempre en mañanas
normales y corrientes.
Quizá no haya nada tan extenuante como
vivir bajo la tiranía sensual de una belleza fija, detenida en el tiempo.
Era la encarnación violenta de la
feminidad.
Ello había originado incluso en su vida,
por lo absurdo del mecanismo sensual, un renacer con su mujer. Durante semanas,
no habían dejado de hacer el amor, de reencontrarse a través del cuerpo. Se
podía hablar incluso de una época magnífica. A veces es mucho más emocionante
recuperar un viejo amor que descubrir uno nuevo. Y luego la agonía se había
reanudado despacio, como una risa malévola: ¿cómo habían podido creer que
volvían a quererse? Aquello había sido una transición, un paréntesis en forma
de desesperación disfrazada, una ligera llanura entre dos montañas patéticas.
Una posición frágil, a la espera
Pensó enseguida: esa sonrisa es un
crimen.
Un pasado que no termina nunca de pasar.
En Suecia, las carreteras son rectas;
llevan a un destino que se ve.
Era la oscuridad más luminosa de su vida
Redescubrir juntos el manual de
instrucciones de la ternura.
La vida podía avanzar, la vida podía
arrasarlo todo, pero allí nada se movía: era la esfera de lo inmutable.
Instantes robados a la perfección