lunes, 7 de mayo de 2018

La Delicadeza


La Delicadeza
David Foenkinos

No podría reconciliarme con las cosas, ni aunque cada instante tuviera que arrancarse al tiempo para besarme. Ciorana

Le gustaba reír, y también leer. Dos ocupaciones que rara vez podía simultanear, pues prefería las historias tristes.

Había atravesado la adolescencia sin tropiezos, respetando los pasos de cebra. A los veinte años, el porvenir era para ella una promesa.

Una entrada en materia muy clásica, que a menudo determina el punto de partida de algo que, por lo general, con el tiempo deja de ser tan clásico.

Aunque sometido a la dictadura de la sensualidad, no dejaba de ser un hombre romántico, que pensaba que el mundo de las mujeres podía resumirse a una sola.

La literatura estaba allí, en ese momento, entre ellos.

Los tres libros preferidos de Nathalie: Bella del señor, de Albert Cohen,  El amante, de Marguerite Duras, La separación, de Dan Franck

Quizá haya una dictadura de lo concreto que contraría siempre las vocaciones.

Era de esa clase de hombres que abordan a una mujer una sola vez en la vida, y van y aciertan.

Con François, el tiempo transcurría a velocidad de vértigo. Era como si tuviera la capacidad de saltarse días, de crear extrañas semanas sin jueves. Acababan de conocerse y ya estaban celebrando su segundo aniversario de noviazgo. Dos años sin el más mínimo nubarrón, su relación habría dejado pasmados a todos los especialistas en tirarse los trastos a la cabeza.

Ese puzzle parecía distinto a los demás. No se veía ningún dibujo, no había castillos ni personajes. Se trataba de un fondo blanco sobre el que destacaban líneas curvas de color rojo. Líneas que resultaron ser letras. Era un mensaje en forma de puzzle. Nathalie dejó el libro que acababa de abrir para observar el progreso del puzzle. De vez en cuando, François volvía la cabeza hacia ella. El espectáculo de la revelación avanzaba hacia su desenlace. Sólo quedaban unas pocas piezas, y ya Nathalie acertaba a adivinar el mensaje, un mensaje construido con meticulosidad, mediante cientos de piezas. Sí, ahora ya podía leer lo que ponía: «¿Quieres casarte conmigo?»

Como no podía ser de otra manera, la boda fue preciosa.

Había una botella de champán para cada invitado, lo cual resultaba de lo más práctico.

Hay una jerarquía en la obligación de la alegría, y las bodas están en la cúspide de la pirámide.

Felicidad absoluta

A François le encantaba John Lennon. De hecho, en su honor, se casó vestido de blanco de los pies a la cabeza. Así, cuando los novios bailaban, la blancura de uno se perdía en la del otro.

Amputado esos momentos de aire libre.

En la felicidad siempre llega un momento en que uno está solo entre la multitud.

Organizar una boda es como formar gobierno después de una guerra

Nadie podía imaginar que a veces esa felicidad le daba miedo, Nathalie temía que pudiera llevar intrínseca la amenaza de la desgracia.

Por primera vez, vivían la vida en su densidad única y total: la del momento presente.

La familia y los amigos presentes el día de su boda formaban lo que podría llamarse el primer círculo de presión social. Presión que pedía la venida al mundo de un niño. ¿Tanto se aburrían en su vida como para que les interesara hasta ese punto la de los demás

Vivimos sometidos a la tiranía de los deseos ajenos.

Frases que se le antojan sublimes.

Nathalie vivía en la extraña bruma de la monogamia. Perdón, del amor.

Así fueron pasando los años, y todo parecía tan sencillo, mientras que para los demás todo se hacía más cuesta arriba. Nathalie no comprendía esta expresión: «La relación de pareja hay que trabajarla todos los días.» Según ella, las cosas eran sencillas o no. Resulta muy fácil pensar eso cuando todo va como la seda, cuando nunca hay oleaje. Bueno, sí, alguna vez. Pero cabe preguntarse si no se peleaban simplemente por el placer de reconciliarse. ¿Entonces? Que todo les fuera tan bien ya casi resultaba inquietante. El tiempo pasaba sobre esa facilidad, sobre esa rara habilidad que tienen los vivos.

La contemplación cotidiana de esa feminidad inaccesible le resultaba agotadora.

Quizá fuera ésa su mejor cualidad: la de saber esconder sus flaquezas.

Un segundo después, su vida ya no era la misma.

Letanía alucinatoria

Por la mañana todavía era una mujer. Y ahora se dormía como una niña.

¿Cómo podía tanta felicidad hacerse pedazos de esa manera?

Unos años después, volvemos a reunirnos, y algunos seguramente van igual vestidos que entonces. Habrán sacado del armario su único traje oscuro, que lo mismo vale para la felicidad que para la desgracia. Única diferencia: el tiempo.

Recorría el salón, y todo estaba ahí. Exactamente igual que antes. No se había movido nada. La manta seguía sobre el sofá. También la tetera, sobre la mesa baja, con el libro que estaba leyendo. Le impresionó especialmente ver el señalador. El libro quedaba así dividido en dos; la primera parte la había leído mientras aún vivía François. Y, en la página 321, François había muerto. ¿Qué hay que hacer en esos casos?

¿Puede alguien proseguir la lectura de un libro interrumpido por la muerte de su marido?

Nadie escucha a los que dicen querer estar solos.

La voluntad de soledad sólo puede ser una pulsión patológica. Por mucho que Nathalie se esforzara por tranquilizar a todo el mundo, la gente se empeñaba en ir a visitarla.

Le costaba entender que se pudiera tener fe después de haber vivido una tragedia.

Qué difícil mantener la fe después de una tragedia....

Para que el trauma no gangrenara su inconsciente.

Entonces se arrodillaba, y era como una santa con un demonio en el corazón.

Algo, en el movimiento de los días, se había roto de manera brutal.

Recuperar así una especie de soltura nocturna.

Desdoblada así, observaba pasmada la mujer que ya no era.

Estaba sumido en lo que él mismo llamaba «la vida de ca(n)sado».

La velada había seguido la misma línea que el Titanic. Una velada festiva al principio, que al final terminaba en un naufragio. A menudo la verdad se parecía mucho a un iceberg. Nathalie seguía en su campo visual, y quería verla alejarse lo más rápido posible. Incluso el puntito que era ahora se le antojaba desmesuradamente insoportable.

Hay en el duelo una fuerza contradictoria, una fuerza absoluta que lo propulsa a uno tanto hacia la necesidad de cambio como hacia la tentación morbosa de la fidelidad al pasado.

Es que bastaba cambiar de ambiente para cambiar de humor

Una bulimia del trabajo.

Sólo buscaba ahogarse en trabajo y más trabajo

Quizá el dolor sea eso: una forma permanente de estar desarraigado de lo inmediato.

Si supieras lo que tengo en la cabeza, tengo algo tan bonito que borra todos los datos inútiles...

Repasaba en su cabeza una y otra vez la escena del beso. Era ya una película de culto en su memoria.

Silogismos de la amargura, de Cioran.

Permite ver en El beso la realización postrera de la búsqueda humana de la felicidad.

Tres aforismos de Cioran leídos por Markus en el tren de cercanías: El arte de amar consiste en saber unir a un temperamento de vampiro la discreción de una anémona. * En el corazón de cada deseo se enfrentan un monje y un carnicero. * El espermatozoide es un bandido en estado puro.

La pena de amores: no sabes cuándo se te pasará. En el momento más crudo del dolor, piensas que la herida siempre estará abierta. Y, de pronto, una mañana te extrañas de no sentir ya ese peso terrible.
Qué sorpresa darse cuenta de que el dolor ya no está. ¿Por qué ese día? ¿Por qué no más tarde, o antes? Es la decisión totalitaria de nuestro cuerpo. Para ese impulso del beso, Markus no debía buscar una explicación concreta. Había aparecido en el momento adecuado. La mayoría de las relaciones se resumen de hecho a esa simple cuestión del momento adecuado.

Markus, que se había perdido tantas cosas en la vida, acababa de descubrir su capacidad de aparecer en el momento ideal en el campo visual de una mujer.

Hay gente fantástica a la que se conoce en mal momento. Y hay gente que es fantástica porque se la conoce en el momento adecuado.

Lágrimas imprevisibles

Utilizaría el sábado y el domingo como dos gruesas mantas.

Su primera decisión fue muy simple: la reciprocidad. Si ella lo había besado sin pedirle su opinión, no veía por qué no podría él hacer lo mismo.

Entonces es que no sabe usted nada de la sensualidad. Un beso suyo, y luego nada... Pues claro que es un crimen. En el reino de los corazones secos sería usted condenada.

Se daban por fin todas las condiciones para una velada indolora.

El vacío sideral del después.

La vida son sobre todo momentos de borrador, tachones y espacios en blanco.

La belleza estaba ahí, delante de él, mirándolo fijamente a los ojos, como una anticipación de lo trágico.

Sentía que todo lo que sabía del amor había sido saqueado.

Tienen una manera de no hablarse de lo más elocuente

Y Markus se dijo: ¿cómo he podido pensar que podía no verla más? Le sonrió, y Nathalie contestó a su sonrisa con otra sonrisa. Habían vuelto las sonrisas. Es curioso cómo a veces uno decide algo muy en serio, se dice que todo será así a partir de ahora, y basta un ínfimo gesto de los labios para quebrar la seguridad de una certeza que parecía casi eterna. Toda la voluntad de Markus acababa de derrumbarse ante una evidencia, la del rostro de Nathalie. Un rostro cansado, un rostro apenado por la incomprensión, pero no dejaba de ser el rostro de Nathalie. Sin hablar, abandonaron discretamente la fiesta para reunirse en el despacho de Markus.

Agarrarse al blanco; a la inmensidad del blanco.

Se quedaron un momento así, un momento que dura todavía

Uno nunca debería tratar de evitarse un dolor potencial.

Tenía ganas de partir hacia un destino desconocido. Nada era trágico. Sabía que existían transbordadores entre la isla del dolor, la del olvido y aquélla, más lejana todavía, de la esperanza.

En una historia de amor, el alcohol acompaña dos momentos opuestos: cuando se descubre al otro y hay que narrarse uno mismo, y cuando ya no hay nada que decirse.

Las veladas pueden ser extraordinarias, las noches, inolvidables, y, sin embargo, todas desembocan siempre en mañanas normales y corrientes.

Quizá no haya nada tan extenuante como vivir bajo la tiranía sensual de una belleza fija, detenida en el tiempo.

Era la encarnación violenta de la feminidad.

Ello había originado incluso en su vida, por lo absurdo del mecanismo sensual, un renacer con su mujer. Durante semanas, no habían dejado de hacer el amor, de reencontrarse a través del cuerpo. Se podía hablar incluso de una época magnífica. A veces es mucho más emocionante recuperar un viejo amor que descubrir uno nuevo. Y luego la agonía se había reanudado despacio, como una risa malévola: ¿cómo habían podido creer que volvían a quererse? Aquello había sido una transición, un paréntesis en forma de desesperación disfrazada, una ligera llanura entre dos montañas patéticas.

Una posición frágil, a la espera

Pensó enseguida: esa sonrisa es un crimen.

Un pasado que no termina nunca de pasar.

En Suecia, las carreteras son rectas; llevan a un destino que se ve.

Era la oscuridad más luminosa de su vida

Redescubrir juntos el manual de instrucciones de la ternura.

La vida podía avanzar, la vida podía arrasarlo todo, pero allí nada se movía: era la esfera de lo inmutable.

Instantes robados a la perfección

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