Janna y Maudie poco o nada tienen en común.
Janna, una mujer madura pero aún atractiva, dedica todos sus esfuerzos
a una actividad profesional que en apariencia le permite realizarse; Maudie,
una viejecita encorvada por los años y los sacrificios, se mantiene viva
gracias al orgullo indomable que a menudo malogra sus relaciones con el Mundo.
Nace así una relación de amistad que descubre el lazo común entre las
dos: una ternura secreta, tímida, y casi indecible que busca explayarse.
Aquí nadie sueña con permanecer casado durante un segundo, después de
que uno ha dejado de pasarlo bien.
Así que usted es la Buena Vecina de Maudie? Estaba decidida a no dejar
que a Maudie le estafaran la única amiga verdadera y propia, dije: —No, no soy
una Buena Vecina. Soy amiga de Maudie. Ahora ya hace tiempo que nos conocemos.
Así la familia de Maudie le robó finalmente su logro, una verdadera
amiga suya, alguien que la quiere. Porque quiero a Maudie, y no podía soportar
tenerla sentada a mi lado, temblando, lloriqueando. Le dije: —Maudie, usted
vale más que cien de éstos y estoy segura de que siempre ha sido así.
Ahora lo veo de una manera distinta a como lo veía mientras lo estaba
viviendo.
Si perdiera mi empleo, no me quedaría mucha vida propia.
Hay que saber dejar que las cosas ocurran.
Ahora sé el precio que cuesta cuidar de los muy viejos, los
desamparados.
Como siempre, los padres eran como apéndices a la escena de los cuatro
hijos, que no les dejaban acabar ni una conversación si tenían la temeridad de
iniciar alguna, o hablaban entre sí de un lado a otro de la mesa y se
comportaban exactamente como si Georgie y Tom fueran unos útiles criados que podían
tratar a su antojo.
¡Hacemos nuestra elección mucho antes de lo que creemos!
Con qué alivio di la espalda a esta escena de feliz vida familiar
contemporánea y me dirigí a la puerta.
El cambio ha venido creciendo en el interior.
Hay ocasiones en que no puedes ir con prisas.
Me gusta cuando sus vivaces ojos azules brillan y ríen: me gusta cuando
mira así porque olvido a la anciana y puedo verla fácilmente como era.
Escupía palabras, palabras, palabras. De repente comprendí que estaba
hipnotizada. Se había autohipnotizado. Me interesó esta idea mía y al
preguntarme cuántas veces nos hipnotizamos sin saberlo.
En tiempos difíciles necesitamos divertirnos.
Cuánto adoro el festín de posibilidades que siempre es esta ciudad.
Pero no lo supe hasta que tuve tres largas y encantadoras semanas, para mí
sola, largos días de primavera, para que me complaciera en ellos. De repente,
me vi rodeada de océanos de tiempo. Comprendí que estaba viviendo el tiempo
como lo viven los ancianos, o los muy jóvenes. Me podía sentar sobre el muro de
un jardín y contemplar la actividad.
Sé demasiado bien por qué necesitamos embellecer nuestra historia.
Resultaría intolerable tener el peso pesado de la verdad, todo sombrío y doloroso.
No eres vieja si tienes el corazón joven.
Mirada triunfante
Me entretenía con las mismas historias, porque se le han acabado los
recuerdos.
Pobreza raída, pero valiente.
No lo aceptaron, cruzaron miradas sobreentendidas. Le lanzaban en voz
alta preguntas protectoras a Maudie, como si se tratara de una medio tonta; y
ella allí, entre ellos, con sus mejores galas, la cabeza que le temblaba un
poco, desafiante y culpabilizada y, obviamente, indispuesta, pero intentó
afrontar esta presión realmente horrible, que la hacía parecer ridícula y
estúpida.
Crueldad descuidada.
Empecé a verlo todo a través de los ojos de Maudie.
Cuánto toleramos en la gente sin llamarlos nunca locos.
Nada de lo que sucede se acerca a la realidad, todo es una horrible
farsa, porque no le puedo decir: Maudie, tiene cáncer. Pienso en mi madre,
pienso en Freddie. Me despierto de noche y me pregunto, ¿cuál es la diferencia,
que aquella gente pudiera decir, tengo cáncer, pero Maudie no pueda?
¿Educación? ¡Tonterías! En ningún momento antes de que mi madre, de que mi
marido murieran perdieron contacto con lo que estaba pasando. ¡Era yo quien
había perdido contacto!
No me convertiré en una desastrada, no lo haré. La trampa de la vejez.
Si ya no puedo preocuparme por mi estilo, que exige tiempo,
complicaciones, detalles, pensaré en algo inteligente, en un compromiso.
Deseo comunicarme, aunque sólo sea momentáneamente, con la auténtica
Maudie. Pero se ha encerrado en su rabia, sus sospechas: y desde esta prisión,
contempla aquella horrible sonrisa encantadora que siento que toma forma en mí
cara cuando entro allí.
Esta Janna que visita a Maudie cada día, una hora, dos horas, tres
(aunque nunca el tiempo suficiente, porque siempre se siente rechazada cuando
me voy), no es la Janna que se negó participar cuando su marido, su madre,
murieron.
Cuando te comprometes con los infinitamente indigentes, se supone que
aceptas la carga de la culpabilidad. Necesitan mucho: les puedes dar muy poco.
Soy amiga (más que esto, quiero creer) de Maudie, sólo porque decidí
serlo. Lo decidí. Por lo tanto, funciona. Si aceptas libremente hacer algo,
entonces no resulta absurdo, por lo menos para ti.
Lo que pienso cuando me encuentro aquí, sosteniendo la mano de Maudie,
es que debería estar en una familia numerosa y cariñosa, que fuera como una red
de goma que se puede estirar por aquí o por allá para encajarla a ella, pero
esto es una tontería. También me digo que se merecía ser una niña
inteligentemente querida por sus inteligentes padres y que su madre no tenía
que morir cuando ella tenía quince años, y que tenía el derecho de haber sido
una persona feliz, sana, próspera durante toda su vida.
Ha habido nunca lugar mejor que un hospital para las cosas no dichas,
no habladas, para que la gente se comprenda sólo con una mirada.
En el pasado temía tanto la vejez, la muerte, que me negaba a ver gente
anciana por las calles... no existían para mí. Ahora, me paso horas en aquel
pabellón y miro, me maravillo, me hago preguntas y me asombro.
Tiene una cara dulce y penetrante con los ojos llenos de vida. Porque
mira cuanto la rodea, no se pierde nada, sonríe para sus adentros cuando sucede
algo agradable o divertido.
La necesidad de quienes los contemplan, los familiares próximos, los
más cercanos y queridos, es que el pobre paciente muera lo antes posible,
porque la tensión es demasiado horrible. Pero, posiblemente no sea tan horrible
para quien se está muriendo como para quienes lo contemplan.
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