Dedico este
libro a un amigo mío, cuyo nombre callo. No está presente en ninguno de estos
escritos, y, sin embargo, en la mayoría de ellos ha sido mi secreto
interlocutor.
Le expreso
aquí mi afecto y el testimonio de mi gran amistad, que ha pasado, como toda
verdadera amistad, a través del fuego de las más violentas discordias.
Cuando
empezaba a caer la primera nieve, una lenta tristeza se apoderaba de nosotros.
Nos sentíamos como exiliados: nuestra ciudad estaba lejos, y lejos, los libros,
los amigos, las vicisitudes varias y cambiantes de una verdadera existencia. Invierno en Abruzo
Los sueños
no se realizan jamás, y apenas los vemos rotos, comprendemos de pronto que las
mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad. Apenas los vemos
rotos, nos oprime la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros.
Nuestra suerte transcurre en este alternarse de esperanzas y nostalgias. Invierno en Abruzos
Pero aquélla
fue la mejor época de mi vida, y sólo ahora que ha huido para siempre, sólo ahora,
lo sé. Invierno en Abruzos
¿Qué camino
elegirán para sus pasos? Los zapatos
rotos
Sus jornadas
eran, como las de los adolescentes, larguísimas y llenas de tiempo. Retrato de un amigo
Porque la
suya nos parecía una tristeza como de muchacho, la melancolía voluptuosa y
distraída del muchacho que aún no pisa la tierra y se mueve en el mundo árido y
solitario de los sueños. Retrato de un
amigo
Para morir
eligió un día cualquiera de aquel tórrido agosto; y eligió la habitación de un
hotel de los alrededores de la estación, pues quería morir, en la ciudad que le
pertenecía, como un forastero. Había imaginado su muerte en una vieja poesía,
muchos años antes. Retrato de un amigo
En efecto,
no hay nada más triste en el mundo que una conversación inglesa, cuidadosa
siempre de no rozar nada esencial, de quedarse en la superficie. Para no
ofender al prójimo entrando en su intimidad, que es sagrada, la conversación
inglesa zumba su tema extremadamente aburrido para todos con tal de que no sea
peligroso. Alabanza y menosprecio de
Inglaterra
Una vez que
se ha sufrido, la experiencia del mal no se olvida ya. El hijo del hombre
Nos damos
cuenta de que no estamos curados de aquel mal. Por eso estamos obligados a
buscar siempre nuevas fuerzas, una nueva dureza que oponer a cualquier
realidad. El hijo del hombre
Cuando uno
escribe un cuento, debe poner en él lo mejor de lo que posee y de lo que ha
visto, lo mejor de todo lo que ha recogido en su vida. Y los detalles se
gastan, se deterioran si se llevan con uno sin utilizarlos durante mucho
tiempo. No sólo los detalles, sino todo, todos los hallazgos y las ideas. Mi oficio
Me ha
sucedido conocer bien el dolor después de aquella época en que estaba en el
sur, un dolor auténtico, irremediable, incurable, que ha destrozado toda mi
vida, y cuando he probado a recomponerla de algún modo, he visto que mi vida y
yo nos habíamos convertido en algo irreconocible respecto al tiempo anterior. Mi oficio
Obtener
dinero gracias a él es una cosa muy dulce, es como recibir dinero y regalos de
manos del ser amado. Así es mi oficio. Mi
oficio
Hay el
peligro de estafar con palabras que no existen verdaderamente en nosotros, que
hemos encontrado aquí y allá, al azar, fuera de nosotros y que reunimos con
habilidad porque hemos llegado a ser bastante vivos. Mi oficio
Comenzamos a
callar de niños, en la mesa, ante nuestros padres, que nos hablaban todavía con
esas palabras sangrientas y pesadas. Nosotros permanecíamos callados. Estábamos
callados por protesta o por desdén. Estábamos callados para hacer comprender a
nuestros padres que aquellas grandes palabras suyas no nos servían ya. Nosotros
teníamos en reserva otras. Emplearíamos nuestras nuevas palabras más tarde, con
personas que las comprendieran. Éramos ricos de nuestro silencio. Ahora
estábamos avergonzados y desesperados de él, y conocemos toda su miseria. No
nos hemos liberado jamás de él. Aquellas grandes palabras viejas que servían a
nuestros padres son monedas fuera de curso y no las acepta ya nadie. Y las
palabras nuevas, nos hemos dado cuenta que no tienen valor, de que con ellas no
se compra nada. No sirven para establecer relaciones, son como agua, frías,
infecundas. No nos sirven para escribir libros, ni para mantener ligada a
nosotros a una persona querida, ni para salvar a un amigo. Silencio
Del
silencio, cada cual se busca un modo de curarse. Unos se van a hacer viajes. En
el ansia de ver países nuevos, gente distinta, está la esperanza de dejar tras
de uno los propios turbios fantasmas; está la secreta esperanza de descubrir en
algún punto de la tierra la persona que pueda hablar con nosotros. Otros se
emborrachan para olvidarse de sus turbios fantasmas y para hablar. Y están,
también, todas las cosas que se hacen para no tener que hablar: unos se pasan
las veladas dormidos en una sala de proyecciones, con una mujer al lado a la
que, de esta forma, no están obligados a hablarle; otros aprenden a jugar al
bridge; otros hacen el amor, que se puede hacer también sin palabras. Suele
decirse que estas cosas se hacen para engañar el tiempo: en realidad se hacen
para engañar al silencio. Silencio
Estamos
felices acaso, pero con una felicidad que nos es difícil reconocer, por el
pánico en que estamos de poderla perder de un momento a otro para siempre: ¡el
niño en el cochecito que empujamos es tan pequeño, tan débil, y el amor que nos
une a él es tan doloroso, tan asustadizo! Las
relaciones humanas
Aprendemos a
pedir ayuda al primero que pasa, sin saber si es un amigo o un enemigo, si
querrá ayudarnos o nos traicionará; pero no tenemos elección, y por un instante
le confiamos nuestra vida. Aprendemos también a prestar ayuda al primero que
pasa. Las relaciones humanas
Somos
adultos porque tenemos a nuestras espaldas la presencia muda de las personas muertas.
Las relaciones humanas
El secreto
de la educación está en adivinar los tiempos. Las pequeñas virtudes
La verdadera
defensa de la riqueza no es el miedo a la riqueza, a su fragilidad y a las
viciosas consecuencias que puede tener; la verdadera defensa de la riqueza es
la indiferencia respecto al dinero. Las
pequeñas virtudes
El dinero
que les damos a nuestros hijos se lo debemos dar sin motivo; debería serles
dado con indiferencia, para que aprendan a recibirlo con indiferencia; y
debería serles dado, no para que aprendan a amarlo, sino para que aprendan a no
amarlo. Las pequeñas virtudes
Elevando el
dinero a la función de premio, de punto de llegada, de objetivo a alcanzar, le
damos un puesto, una importancia, una nobleza que no debe tener a los ojos de
nuestros hijos, Afirmamos implícitamente el principio —falso— de que el dinero
es la coronación de un esfuerzo y su término final. Las pequeñas virtudes
Es un error
menor —pero error, al fin— ofrecer dinero a los hijos a cambio de pequeños
servicios domésticos, de pequeñas ayudas. Es un error porque nosotros no somos,
para nuestros hijos, dadores de trabajo: el dinero familiar es tan suyo como
nuestro; esos pequeños servicios, esas pequeñas ayudas, no deberían tener
compensación, deberían ser voluntaria colaboración a la vida familiar. Y, en
general, creo que se debe ser muy cautos en prometer y dar premios y castigos.
Porque la vida raramente tendrá premios y castigos; en general, los sacrificios
no tienen premio alguno, y a menudo las malas acciones no son castigadas, sino,
al contrario, espléndidamente retribuidas en éxito y dinero. Las pequeñas virtudes
Es preciso
amar el bien y odiar el mal; y de esto no es posible dar ninguna explicación
lógica. Las pequeñas virtudes
Acaso lo que
a nosotros nos parece ocio es, en realidad, fantasía y reflexión que mañana
darán frutos. Las pequeñas virtudes
Las
posibilidades del espíritu son infinitas. Pero no debemos dejarnos dominar,
nosotros, los padres, por el pánico ante el fracaso. Las pequeñas virtudes
Si un
fracaso les duele a nuestros hijos, nosotros estamos para consolarlos; estamos
para darles ánimo, si los ha mortificado un fracaso. Estamos también para
hacerles bajar la cabeza si un éxito los ha hecho soberbios. Estamos para
reducir la escuela a sus humildes y angostos confines; no es nada que pueda
hipotecar su futuro, sino una simple oferta de instrumentos, entre los cuales
quizá es posible elegir uno del que se valgan el día de mañana. Las pequeñas virtudes
Que a
nuestros hijos no les falte jamás el amor a la vida. Las
pequeñas virtudes
¿Y qué es la
vocación de un ser humano, sino la más alta expresión de su amor a la vida?
Nosotros, entonces, debemos esperar, junto a él, a que su vocación se
despierte, a que tome cuerpo. Su actitud puede parecerse a la del topo o la
lagartija, que permanecen inmóviles fingiéndose muertos, pero, en realidad, olfatean
y espían el rastro del insecto, sobre el que se arrojan de un salto. Junto a
él, pero en silencio y un poco apartados, debemos esperar el salto de su
espíritu. No debemos pretender nada; no debemos pedir o esperar que sea un
genio, un artista, un héroe o un santo; y, sin embargo, debemos estar
dispuestos a todo. Nuestra espera y nuestra paciencia debe contener la
posibilidad del más alto y del más modesto destino. Las pequeñas virtudes
Una
vocación, una pasión ardiente y exclusiva por algo que no tenga nada que ver
con el dinero, la consciencia de poder hacer algo mejor que los demás, y amar
este algo por encima de todo, es la única posibilidad, para un niño rico, de no
ser condicionado en nada por el dinero, de ser libre frente al dinero, de no sentir,
entre los demás, ni el orgullo de la riqueza ni su vergüenza. Las pequeñas virtudes
El
nacimiento y desarrollo dé una vocación requiere espacio, espacio y silencio,
el libre silencio del espacio.La relación que surge entre nosotros y nuestros
hijos debe ser un intercambio vivo de pensamientos y sentimientos, y, sin
embargo, debe contener profundas zonas de silencio; debe ser una relación
íntima, y, sin embargo, no mezclarse violentamente con su intimidad; debe ser
un justo equilibrio entre silencio y palabras. Las pequeñas virtudes
Su búsqueda
de amigos, su vida amorosa, su vida religiosa, su búsqueda de una vocación, es
necesario que estén cercadas de silencio y de sombra, que se desarrollen al
margen de nosotros. Las pequeñas virtudes
Debemos ser para
ellos un simple punto de partida, ofrecerles el trampolín desde el que darán el
salto. Y debemos estar allí para ayudar, si hace falta una ayuda; deben saber
que no nos pertenecen, pero que nosotros sí les pertenecemos, siempre estamos
disponibles, presentes en el cuarto de al lado, dispuestos a responder como
sepamos a toda posible pregunta, a toda demanda. Las pequeñas virtudes
Pero si
nosotros mismos tenemos una vocación, si no hemos renegado de ella o la hemos
traicionado, entonces podemos dejarles germinar tranquilamente fuera de
nosotros, rodeados de la sombra y del espacio que requiere el brote de una
vocación, el brote de un ser. Ésta es la única posibilidad real que tenemos de
resultarles de alguna ayuda en la búsqueda de una vocación: tener una vocación
nosotros mismos, conocerla, amarla y servirla con pasión, porque el amor a la
vida engendra amor a la vida. Las
pequeñas virtudes
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