La muerte en Venecia
Thomas Mann
la grandeza de toda su obra estaba hecha
de un minucioso trabajo cotidiano; era la resultante de cientos de
inspiraciones breves, y debía la excelsa maestría de la concepción total y de
cada uno de los detalles al hecho de que su creador, con tenacidad y energía
semejantes a las del héroe que conquistara su provincia natal, supo perseverar
años y años bajo la tensión de una misma obra, consagrando a la labor de
ejecución, propiamente dicha, sus horas más preciosas e intensas. II
Casi todas las cosas grandes que existen
son grandes porque se han creado contra algo, a pesar de algo: a pesar de
dolores y tribulaciones, de pobreza y abandono; a pesar de la debilidad corporal,
del vicio, de la pasión. II
Uno llega a dudar de que haya otro
heroísmo que el heroísmo de la debilidad. II
Llegar por tierra a Venecia, bajando en
la estación, era como entrar a un palacio por la escalera de servicio. Había
que llegar, pues, en barco a la más inverosímil de las ciudades. III
Los sentimientos y observaciones del
hombre solitario son al mismo tiempo más confusos y más intensos que los de las
gentes sociables; sus pensamientos son más graves, más extraños y siempre
tienen un matiz de tristeza. III
La soledad engendra lo original, lo
atrevido, y lo extraordinariamente bello; la poesía. Pero engendra también lo
desagradable, lo inoportuno, absurdo e inadecuado. III
Las profundidades del arrepentimiento. III
La dicha del escritor es su posibilidad
de transformar la idea enteramente en sentimiento; el sentimiento, totalmente
en idea. IV
El maravilloso acontecimiento de la
aurora sumía en profunda adoración a su alma, consagrada por el sueño. Cielo,
tierra y mar permanecían aún envueltos en la suave palidez fantástica del alba:
una estrella lánguida flotaba aún en el infinito. Pero venía un suave soplo, como
un dulce mensaje de inasequibles lugares con la nueva de que Eros se levantaba
del lecho conyugal, y por ello acontecía aquel primer rubor dulcísimo de las
lontananzas del cielo y del mar, por el cual se anuncia que la creación toma
formas sensibles. IV
En el digno rostro del hombre maduro
nada indicaba la conmoción interior; pero en los ojos de Tadzio brillaba una
curiosidad, una interrogación pensativa; su paso vacilaba; bajaba la vista,
volvía a alzarla graciosamente, y cuando ya estaba lejos, algo en su actitud
indicaba que sólo la urbanidad le impedía volverse. IV
Aquella sonrisa fue recibida como un
obsequio fatal. IV
La pasión, como el delito, no se
encuentra a sus anchas en medio del orden y el bienestar cotidiano; todo
aflojamiento de los resortes de la disciplina, toda confusión y trastorno le
son propicios, porque le dan la esperanza de obtener ventajas de ellos. V
Así era Venecia, la bella insinuante y
sospechosa; ciudad encantada de un lado, y trampa para los extranjeros de otro,
en cuyo aire pestilente brilló un día, como pompa y molicie, el arte, y que a
los músicos prestaba sones que adormecían y enervaban. El aventurero creía que
sus ojos recogían todo aquel esplendor, que sus oídos estaban envueltos en
aquellas melodías; recordaba también que la ciudad estaba enferma y que se
trataba de ocultar tal circunstancia por codicia. Así avanzaba con ansia
desenfrenada hacia la góndola que marchaba ante él. V
Sólo tenemos la edad que aparenta
nuestro espíritu y nuestro corazón. V
Los poetas, no podemos andar el camino
de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos
ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin
embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras
ansias han de ser de amor.V
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