martes, 3 de diciembre de 2019

János Székely; Tentación

La campiña húngara, un lugar donde el hambre era el castigo de cada día.

El humor corrosivo y la ironía que distinguen a los buenos perdedores.

Había sido una mala persona toda la vida, pero al menos hasta entonces su maldad había tenido algún objetivo. De ella había obtenido dinero, cadenas de oro, vestidos de seda, otro cerdo para la pocilga, otra vaca para el establo. Ahora su maldad era tan estéril como su cuerpo: no le podía sacar ningún provecho. Era mezquina por el mero gusto de serlo. Martirizar a los demás le producía un goce perverso e inhumano, pérfido y enfermizo. Pero también sucedía lo que antes no le pasaba ni por asomo: a veces era buena. De pronto hacía regalos a cualquiera, era amable con todo el mundo, besaba a los niños como una desquiciada. Era una bondad delirante y peligrosa, que la poseía como la rabia se apodera de los perros, y cuando se le pasaba el ataque de bondad se volvía cien veces más malvada.

Deseo indomable.

La felicidad llega a grados que casi se asemejan a los del sufrimiento. Parece que el alma humana solo puede calentarse hasta un determinado punto, y más allá de ese punto da igual si te abrasan los fuegos del cielo o del infierno: te quemas, perece. No en vano existe la expresión «morir de felicidad».

Los días pasaron con la rapidez propia de los días felices.

Me impresionaban su fortaleza física, su constante buen humor, su intrepidez y la independencia.

Una mujer de mirada traviesa, fogosa, muy rubia, muy suave, apetitosa.

Quien no defiende a su mujer tampoco defiende a su patria.

Tenía una cita con la casualidad, esperaba la gran aventura, el encuentro providencial tantas veces ansiado.

La araña gris de la pena había tejido sus telas por los rincones y nuestros días estaban prendidos en ellas como moscas muertas.

La maleza le cubrió el alma.

Solo el primer asesinato es un crimen. El segundo, el tercero y el enésimo son meras consecuencias.

Si un día uno llega a romper el fino dique que levanta la conciencia, no hay vuelta atrás, lo arrastra la riada.

Lo que le interesaba era la felicidad terrenal.

La conversación volvió a encallar.

En la vida de una persona casi todo depende de nimiedades.

Hoy en día el único mandamiento que está en vigor es el undécimo: sobrevivirás.

La vida no es más que un truco.

Era guapo, gallardo, alegre, siempre con ganas de broma.

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