viernes, 17 de abril de 2020

Sándor Márai; La Mujer Justa


Primera parte
No volvimos a hablar de ningún asunto personal. Nos limitamos a vivir uno al lado del otro, esperando algo. Tal vez un milagro. Pero los milagros no existen.

Primera parte
—¿Qué debo hacer? —pregunté. —Rezar —dijo sencillamente—. Y manténgase ocupada, no se abandone al ocio. Esos son los preceptos de la fe. Yo no sabría sugerirle nada mejor. ¿Se arrepiente de sus pecados? —inquirió entonces de repente en tono mecánico, como cambiando de tema. —Me arrepiento —contesté yo en el mismo tono inconsciente. —Cinco Padrenuestros y cinco Avemarías —dijo—. Yo te absuelvo de tus pecados. Y empezó a rezar. No quería saber nada más de mí.

Primera parte
Creo que el matrimonio es sagrado. Y también que el divorcio es un sacrilegio. Me educaron así. Pero no sólo lo creo por mi educación y por los preceptos religiosos. También lo creo porque soy mujer y para mí el divorcio no es una simple formalidad, como tampoco lo es la ceremonia ante el oficial del registro civil o en la iglesia, que une indiscutiblemente los cuerpos y las almas de dos personas. Igual de indiscutible es el divorcio, que separa sus destinos. Cuando mi marido y yo nos divorciamos, no pensé ni por un instante que pudiéramos quedar comoamigos.

Primera parte
Me convertí en su enemiga en el momento del divorcio y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte.

Primera parte
Entre la riqueza y la pobreza hay infinidad de matices.

Primera parte
Comprendí que mi marido, a quien creía mío por completo, a quien, como se suele decir, creía conocer en cuerpo y alma, incluso sus secretos más profundos, no me pertenecía; era un extraño, un extraño que me ocultaba secretos. Era como si hubiese descubierto algo de él, que había estado en prisión o que tenía inclinaciones inconfesables, algo que no casaba de ninguna manera con la imagen que me había ido creando de él en los años anteriores.

Primera parte
A veces siento que cuando los hombres nos aman, porque no pueden hacer otra cosa, al mismo tiempo desprecian un poco ese sentimiento. En todos los hombres de verdad hay un espacio reservado, como si quisieran ocultar parte de su ser y de su alma a la mujer que aman, como si dijeran: «Hasta aquí, querida, y no más allá. Aquí, en la séptima habitación, quiero estar solo.» A las mujeres tontas esto las hace enfurecer de rabia. Las inteligentes se entristecen, sienten curiosidad, pero, al final, se resignan.

Primera parte
Nunca se quedaban solos en la misma habitación durante demasiado tiempo; siempre había uno que se levantaba y se iba con algún pretexto o llamaba a alguien para que los acompañara. Les daba miedo quedarse a solas porque en tal caso se verían obligados a hablar de un tema concreto que acarrearía una serie infinita de inconvenientes, de graves problemas, pues se desvelaría el terrible secreto sobre el que madre e hijo no podían hablar. Eso es lo que yo sentía. ¿Que si de verdad era así? Sí… Así era, efectivamente.

Primera parte
Yo sabía que no le gustaba viajar conmigo porque temía la excesiva intimidad que surge al estar con alguien en un lugar desconocido, le daba miedo pasar unos días en la habitación de un hotel, conviviendo en tan estrecho contacto conmigo.

Primera parte
una experiencia humillante y mortificadora.

Primera parte
Tal vez nunca llegue ese momento. Pero en nuestra vida, también en este viaje, hay algo humillante, indecente. ¿Por qué no nos atrevemos a decirnos a la cara cuál es el problema que hay entre nosotros?

Primera parte
Estuvimos mucho tiempo hablando aquella noche, y también callando.

Primera parte
Algo se quebró en su interior. Todo esto, por supuesto, sin pronunciar palabra, como sucede con las cosas más graves y dolorosas. Cuando uno habla, llora o grita todo resulta más fácil.

Primera parte
El dolor no tiene lágrimas ni palabras.

Primera parte
No es cierto que el sufrimiento nos purifique y nos haga mejores, más sabios y comprensivos. Nos vuelve demasiado lúcidos, fríos e indiferentes. Cuando, por primera vez en la vida, comprendes de verdad lo que es el destino, adquieres una especie de serenidad, te sientes aliviado y terriblemente solo en el mundo.

Primera parte
No te alteres, pequeña mía. Sabes que no tengo ningún consejo que darte. Hay que vivir, hay que soportar la vida.

Primera parte
Tranquilízate, niña. Aún duele todo demasiado. Pero, dentro de poco, la vida se encargará de arreglar milagrosamente lo que ahora te parece insoportable. Saldrás de aquí y volverás a casa, haréis un bonito viaje, después llegará otro niño…

Primera parte
Hay instantes en la vida en que lo ves todo claro, con absoluta lucidez: vuelves a descubrir energías y posibilidades escondidas, y comprendes por qué has sido tan cobarde o tan débil. Esos momentos constituyen puntos de inflexión en la vida. Llegan sin avisar, como la muerte o la conversión.

Primera parte
En definitiva, había decidido reconquistar a mi marido. Dicho así suena bastante sencillo. Pero tú eres mujer, sabes que es uno de los cometidos más difíciles de la vida. Sí, a veces pienso que es el más difícil.

Primera parte
Hija mía, tiene que saber que existen numerosas fuerzas entre los seres humanos y que las personas se matan unas a otras de muchas formas. No basta con amar, hija mía. El amor puede transformarse en un gran egoísmo. Hay que amar con humildad y tener mucha fe. La vida entera sólo tiene sentido si está animada por la fe. Dios ha dado amor a las personas para que puedan convivir mejor y soportar el mundo. Pero quien ama sin humildad pone una gran carga sobre los hombros del otro. ¿Comprende, hija mía? —me preguntó con dulzura, como el viejo maestro que enseña el abecedario a los niños.

Primera parte
Las almas apasionadas son orgullosas, sufren muchísimo.

Primera parte
¿Y cuál puede ser ese secreto? Por eso se debate usted, querida hija, le gustaría averiguar de qué se trata. Pero ¿no sabe que Dios nos ha dado a cada uno nuestra propia alma? Un alma llena de secretos, como el universo. ¿Por qué quiere usted averiguar lo que Dios ha ocultado en un alma? Puede que aguantar esta situación sea la razón de su vida, su misión. Quizá acabaría usted hiriendo a su marido o incluso destruyéndolo si un día destapara su alma, si lo obligara a asumir una vida y unos sentimientos contra los que se protege. No se puede amar a la fuerza. La señora de la que le he hablado era joven y bella, como usted, e hizo toda clase de tonterías para recuperar el amor de su marido.

Primera parte
Dios no permite que ahoguemos con pasiones las grandes cuestiones que nos plantea la vida. Dentro de usted tiene una fiebre, hija mía. La fiebre de la vanidad y el egoísmo. Puede que su marido sienta por usted algo distinto de lo que a usted le gustaría, puede que sólo sea un alma demasiado orgullosa o solitaria, un hombre que no sabe mostrar sus sentimientos, o tal vez no se atreve porque una vez lo humillaron y lo hirieron. Hay mucha gente herida en el mundo. No puedo absolver a su marido porque él tampoco sabe lo que es la humildad. Dos personas tan orgullosas pueden sufrir mucho si están juntas. Pero hay en su alma, hija mía, un ansia que raya en el pecado. Usted quiere privar a un hombre de su alma. Eso es lo que siempre quieren hacer todos los enamorados. Y eso es pecado.

Primera parte
Cometemos un pecado cada vez que no nos contentamos con lo que el mundo nos ofrece de forma espontánea, con lo que una persona nos da libremente, es pecado siempre que tendemos una mano ávida hasta el secreto de otra persona. ¿Por qué no intenta vivir de una forma más sumisa, con menos exigencias afectivas? El amor, el verdadero amor es paciente, querida hija. El amor es infinito y sabe esperar. Su empeño es una tarea imposible, inhumana. Quiere conquistar a su marido… a pesar de que Dios ya ha dispuesto su vida en la tierra

Primera parte
—Sufro mucho, reverendo padre —dije temiendo que se me saltaran las lágrimas.
—Pues entonces sufra —contestó con voz apagada, casi con indiferencia. Y un poco después añadió—: ¿Por qué teme el sufrimiento? Es una llama que quemará su egoísmo y su orgullo. ¿Quién es feliz? ¿Y con qué derecho quiere usted ser feliz? ¿Está usted segura de que su amor y su deseo son tan desinteresados y de verdad merece la felicidad? Si fuese así no estaría aquí arrodillada sino viviendo dentro de los límites que la vida le ha asignado, cumpliendo con su deber, esperando las órdenes de la vida.

Primera parte
Antes no era capaz de disfrutar de la vida de esta forma. Tenía otras cosas que hacer, mi interés estaba en otro lado. Estaba tan concentrada en un hombre que no me quedaba tiempo para ocuparme del mundo. Luego perdí al hombre y a cambio hallé el mundo. ¿Un canje poco ventajoso, dices? No lo sé… Quizá tengas razón.

Primera parte
la vida todo ocurre al ritmo de un cronómetro invisible: no se puede «decidir» nada ni siquiera un segundo antes de que las cosas y las situaciones hayan decidido por sí mismas… Actuar de cualquier otra forma es insensato, forzado, inhumano, puede que hasta inmoral. La vida se encarga de tomar las decisiones de una forma maravillosa y sorprendente… y entonces todo resulta sencillo y natural.

Primera parte
Vivíamos esperando alguna señal, divina o humana;

Primera parte
No logras entender que el otro ya no está a tu lado, ni siquiera en la casa vecina o en el mismo barrio. En vano pasearás por la calle, pues no se cruzará contigo. El teléfono se convierte en un trasto inútil, la prensa está llena de noticias superfluas sobre hechos banales, por ejemplo, que ha estallado una guerra mundial o que han destruido un barrio entero en alguna capital europea de millones de habitantes… Te cuentan lo que ocurre en el mundo y, tras escuchar con educada atención, dices con aire distraído: «¿De verdad?… No me diga… Muy interesante», o bien: «¡Eso es estremecedor!», pero no sientes absolutamente nada.

Primera parte
Ayer ansiabas venganza, o quizá redención, querías que llamara, que te necesitara desesperadamente o que lo encerraran en la cárcel y lo ejecutaran. ¿Sabes?, mientras sientas eso, el otro se sentirá feliz y se mantendrá alejado. Aún tiene poder sobre ti. Mientras clames venganza, el otro se frotará las manos porque la venganza es un deseo, una especie de yugo. Pero llega un día en que despiertas, te frotas los ojos, bostezas y, de pronto, te das cuenta de que ya no quieres nada. Ni siquiera te inmutas cuando lo ves por la calle. Si llama por teléfono respondes, como debe ser. Si quiere verte, y la cita es inevitable, bueno, adelante. Y todo eso lo haces con ánimo tranquilo y sincero, ¿sabes? Ya no queda nada del dolor, de la convulsión, del delirio. ¿Qué ha pasado? No lo comprendes. ¿Ya no anhelas venganza?… Y entonces te das cuenta de que ésa es la verdadera venganza, la única, la perfecta: ya no quieres saber nada de él, no le deseas nada malo ni nada bueno, ya no puede hacerte sufrir.

Segunda parte
Lo único seguro son los hechos, la realidad… Todas nuestras explicaciones de los acontecimientos están viciadas por un irremediable halo literario.

Segunda parte
¿Cuál era el problema con mi primera mujer? Rencor, vanidad. Es lo que suele haber en el fondo de todas las miserias y las desgracias humanas. Y soberbia. Y miedo, porque la vanidad no les permite atreverse a aceptar el regalo del amor. Hace falta mucho valor para dejarse amar sin reservas. Un valor que es casi heroísmo. La mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa, porque tiene miedo al fracaso. Le da vergüenza entregarse a otra persona y más aún rendirse a ella porque teme que descubra su secreto… el triste secreto de cada ser humano: que necesita mucha ternura, que no puede vivir sin amor.

Segunda parte
No fui lo bastante valiente para la mujer que me amaba, no supe aceptar su cariño, me daba vergüenza, incluso la despreciaba un poco por ser diferente de mí, una burguesita de gustos y ritmos vitales distintos de los míos; y además temía por mí, por mi orgullo, temía entregarme al noble y complejo chantaje con el que se me exigía el don del amor. En aquellos tiempos no sabía lo que sé hoy… que no hay nada de lo que avergonzarse en la vida excepto de la cobardía, que hace que uno no sea capaz de dar sentimientos o no se atreva a aceptarlos. Es casi una cuestión de honestidad, de honor. Y yo creo en el honor. No se puede vivir con deshonor.

Segunda parte
No me guarda rencor porque entre personas que se han querido de verdad no puede haber nunca verdadero odio. Puede haber rabia o deseo de venganza; pero odio de verdad, ese odio tenaz y calculador que espera únicamente el momento de desencadenarse… no, eso es imposible.

Segunda parte
Sé que la maté un poco; la matamos un poco yo, la vida, la casualidad y también la muerte del niño… así es como nos mata la vida.

Segunda parte
Poco a poco, después de mucho pensarlo, se fueron esfumando de mi corazón todos los sentimientos y todas las emociones. No quedó más que el sentido de la responsabilidad. Eso es todo lo que al final le queda a un hombre de cualquier experiencia.

Segunda parte
Un día ves con claridad que lo has tenido todo, castigos y recompensas, en la medida que te correspondía. Y que no has logrado nada cuando has sido demasiado cobarde o simplemente no has sido lo bastante heroico… Eso es todo.

Segunda parte
La vida es siempre cruel con todo el mundo. Lo que da, antes o después termina por quitarlo, o al menos lo intenta. El verdadero heroísmo de cada individuo consiste precisamente en luchar para proteger sus intereses y los de su familia.

Segunda parte
Yo siempre he sufrido más por el contacto con las personas, por la vida social que por la verdadera soledad. Hasta cierto momento en nuestra vida, la soledad nos parece un castigo, nos sentimos como el niño al que dejan solo en un cuarto oscuro mientras los adultos conversan y se divierten en la habitación de al lado. Pero un día nosotros también nos hacemos adultos y descubrimos que, en la vida, la soledad, la verdadera, la elegida conscientemente, no es un castigo, ni siquiera es una forma enfermiza y resentida de aislamiento, sino el único estado digno del ser humano. Y entonces ya no es tan difícil soportarla. Es como vivir en un gran espacio donde siempre respiras un aire limpio.

Segunda parte
Quien habla mucho tiene algo que esconder; en cambio, quien calla con coherencia está convencido de algo.

Segunda parte
Un día hay que mirar al diablo a los ojos y resignarse a su debilidad, aceptar que si necesita sustancias narcóticas debe pagar el precio completo por ellas.

Segunda parte
Cuando nos damos cuenta de los sucesos decisivos, la mayoría de las veces ya han pasado y no nos queda más remedio que aceptarlo y salir corriendo a avisar a un abogado, a un médico o a un cura.

Segunda parte
Al fin y al cabo las fiestas existen porque no se puede vivir sin milagros.

Segunda parte
La vida se queda vacía si no la llenas con alguna tarea peligrosa y emocionante. 

Segunda parte
Sólo obtienes algo de los libros si eres capaz de poner algo tuyo en lo que estás leyendo. Quiero decir que sólo si te aproximas al libro con el ánimo dispuesto a herir y ser herido en el duelo de la lectura, a polemizar, a convencer y ser convencido, y luego, una vez enriquecido con lo que has aprendido, a emplearlo en construir algo en la vida o en el trabajo…

Segunda parte
Mi esposa y yo fuimos aislándonos hasta quedarnos solos. El mundo tiene un oído muy fino. Basta con un ligero movimiento, con un gesto, para que la fina red de espías de la envidia, la curiosidad y la maledicencia empiece a sospechar. Si rechazas un par de invitaciones o, simplemente, no devuelves con suficiente prontitud la muestra de hospitalidad que otro te brindó, la sociedad es capaz de descifrar a través de ese lenguaje en clave que alguien está tratando de eludir las reglas impuestas por el sistema dominante, que en tal o cual familia tienen problemas, que hay una pareja que está en crisis. Cuando una familia está rompiéndose se percibe esa sensación de que hay algo que no funciona, igual que si en la casa hubiese un enfermo contagioso y el oficial sanitario hubiera pegado un cartel rojo en la puerta. Los demás se comportan con los miembros de la familia con un tacto levemente sarcástico y con infinita reserva. Y todos están deseando que se produzca el escándalo. No hay nada que anhelen con más avidez que la ruina de las demás familias. Es una verdadera fiebre social, una suerte de epidemia.

Segunda parte
El deseo de amar y ser amados permanece

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