I. Abril en octubre
Mundo mágico
III. El tribunal supremo
Presa del más horrible de los sentimentalismos.
III. El tribunal supremo
Mi único triunfo era no dejar traslucir nada.
III. El tribunal supremo
Las seis impenetrables semanas que pasé con Vera constituyeron el verdadero matrimonio de mi vida.
III. El tribunal supremo
Todo empezó muy discretamente y con el más trivial de los gestos: oculté mi alianza matrimonial. La primera mentira arrastró necesariamente tras de sí a la segunda y a las cien siguientes.
III. El tribunal supremo
Pero ¿podía él decirle la verdad a Amelie? Esa verdad destrozaría su matrimonio para siempre. Pese a los dieciocho años transcurridos, un ser como Amelie no podría perdonar ni superar aquel engaño ni, menos aún, una mentira que ya duraba toda la vida. En esos minutos se aferró más que nunca a su mujer. Se sintió débil. ¿Por qué no habría hecho trizas la maldita carta de Vera?
III. El tribunal supremo
La mentira en todas sus versiones.
III. El tribunal supremo
Sólo a través de un hijo queda el ser humano irremediablemente imbricado en el mundo, en la despiadada cadena de las causas y los efectos. Todos debemos responder por lo que hacemos.
IV. Leónidas interviene en favor de su hijo
Si no te importa, cariño, quedémonos un rato más hablando. No te asustes, pero hay algo que desde hace muchos, muchos años me oprime el corazón. Sólo que hasta hoy no he tenido valor para contártelo. Tú me conoces, Amelie, yo aguanto todo, menos las catástrofes, las tormentas sentimentales y las escenas; no soporto verte sufrir… Hoy te amo como te he amado siempre, y siempre te he amado como te amo hoy. Nuestro matrimonio es lo más sagrado que hay en mi vida, y tú sabes lo poco que me gusta el patetismo. Espero no tener mucho que reprocharme sobre mi amor. Debo decirte, eso sí, que hay una única y gravísima culpa. Eres libre de castigarme, sí, de castigarme con la máxima dureza. Estoy dispuesto a todo, mi querida Amelie, acataré incondicionalmente tu veredicto y, si me lo ordenas, abandonaré incluso nuestra casa, o, mejor dicho, la tuya, y me buscaré un apartamentito no muy lejos de ti. Pero, antes de juzgar, ten en cuenta que mi culpa tiene ya dieciocho años como mínimo y que no hay célula de nuestro cuerpo ni impulso de nuestro espíritu que sean los mismos de entonces.
IV. Leónidas interviene en favor de su hijo
¿No reside acaso la verdadera vida en lo imprevisto, en la inspiración del instante?
V. Una confesión, aunque no la debida
Tú no eras tú, sino un perfecto desconocido, el hombre de la doble vida, el marido de la otra, el gentleman embustero cuando nadie lo observaba.
VII. En sueños
Y mientras duerme bajo la opresiva cúpula de esa música siempre agitada, Leónidas sabe con una claridad meridiana que ese día le llegó una oferta de salvación, oscura, imprecisa, articulada a media voz como todas las ofertas de este tipo. Sabe que no se mostró digno de ella. Y sabe también que jamás le será presentada una nueva.
VI. Vera aparece y desaparece
Lo que es preciso lamentar sólo puede perdonárselo uno mismo…
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