La gratitud como disciplina implica una elección consciente. Puedo elegir ser agradecido aún incluso, cuando mis emociones y sentimientos están impregnados de dolor y resentimiento. Es sorprendente la cantidad de veces que puedo optar por la gratitud en vez de la queja y el lamento. Puedo elegir ser agradecido cuando me critican, aunque mi corazón responda con amargura. Puedo optar por hablar de la bondad o la belleza, aunque mi ojo interno siga buscando a alguien para acusarle de algo feo. Puedo elegir escuchar las voces que perdonan y mirar los rostros que sonríen, aún cuando sigo oyendo voces de venganza y vea muecas de odio
Siempre se puede elegir entre el resentimiento y la gratitud porque Dios ha aparecido en mi oscuridad, me ha animado a venir a casa, y me ha dicho en un tono lleno de afecto: “Tu estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.” Así pues, puedo elegir entre vivir en las sombras, señalando a los que aparentemente son mejores que yo; puedo elegir lamentarme de la cantidad de desgracias que sufrí en el pasado, y dejar que el resentimiento me absorba. Pero no es esto lo que debo hacer. Está la opción de mirar en los ojos del único que salió en mi busca y reconocer que todo lo que soy y tengo es puro don que debo agradecer.
Muy raramente se lleva a la práctica la opción por la gratitud sin un esfuerzo. Pero cada vez que lo hago, la siguiente opción es un poco más fácil, un poco más libre, un poco menos consciente. Porque cada don que reconozco me lleva a otro y a otro don, hasta que por fin, el acontecimiento más normal, más obvio, y aparentemente más mundano, demuestra estar lleno de gracia. Los actos de gratitud lo hacen a uno agradecido porque, paso a paso, le hacen ver que todo es gracia.
Muy raramente se lleva a la práctica la opción por la gratitud sin un esfuerzo. Pero cada vez que lo hago, la siguiente opción es un poco más fácil, un poco más libre, un poco menos consciente. Porque cada don que reconozco me lleva a otro y a otro don, hasta que por fin, el acontecimiento más normal, más obvio, y aparentemente más mundano, demuestra estar lleno de gracia. Los actos de gratitud lo hacen a uno agradecido porque, paso a paso, le hacen ver que todo es gracia.
Confianza y gratitud requieren el coraje de arriesgarse, porque la desconfianza y el arrepentimiento, en su necesidad de reclamar su atención, siguen advirtiéndome de lo peligroso que es dejar a un lado mis cálculos y predicciones. En muchos aspectos debo dar un salto de fe para dejar que la confianza y la gratitud tengan su oportunidad: escribir una carta amable a alguien que no me perdonará, llamar al que me ha rechazado, pronunciar alguna palabra de aliento a alguien que no puede decirla.
El salto de fe siempre significa amar sin esperar ser amado, dar sin querer recibir, invitar sin esperar ser invitado, abrazar sin pedir ser abrazado. Y cada vez que doy un pequeño salto, veo un reflejo del único que corre hacia mí y me hace partícipe de su alegría, la alegría en la que no solo me encuentro yo sino todos mis hermanos y hermanas. Así la confianza y la gratitud revelan al Dios que me busca, ardiendo de deseo porque todos mis rencores y quejas desaparezcan y por dejar que me siente a su lado en el banquete celestial.
Henri J. M. Nouwen; El Regreso del Hijo Pródigo, Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, primera edición 1994, PPC Editorial, 30ª edición, Madrid, 2004, p.93-94
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