La primera condición para influir
positivamente en nuestro mundo, consiste en aceptarnos a nosotros mismos de
todo corazón. Somos más fuertes cuanto más somos nosotros mismos, cuando
asumimos nuestra realidad. Una llamada
original
Hemos olvidado que no somos solamente
algo, sino alguien: un ser que es querido tiernamente por Dios y llamado a
vivir una vida única y apasionante, a ser libre y creativo, y a superar con la
gracia divina hasta los obstáculos más grandes que podamos encontrar en el
camino. Una llamada original
¿Qué es la libertad? Es la capacidad
radical de ser protagonistas de nuestra vida. Una llamada original
La libertad permite alcanzar la máxima
grandeza, pero también incluye la posibilidad de un desvío completo. Tiene que
ver con la autorrealización y con la autodestrucción del hombre. Una llamada original
Cada uno de nosotros tiene la misión de
alumbrar algo nuevo. Cada hombre es original y único. Con cada nacimiento, algo
singularmente nuevo comienza en el mundo. Lo nuevo, dice Hannah Arendt,
«siempre aparece en forma de milagro». Una llamada original. Una llamada original
Todo hombre puede ofrecer al mundo
muchas sorpresas, aportar pensamientos nuevos, palabras nuevas, soluciones nuevas,
actuaciones únicas. Es capaz de vivir su propia vida, y de ser fuente de
inspiración y apoyo para otros. A veces, conviene recobrar la mirada del niño,
para abrirnos a la propia novedad –y a la de cada persona–, y así descubrir el
desafío que encierra cada situación. El mundo será lo que nosotros hagamos de
él. Una llamada original
Nadie debe convertirse en un «autómata»,
sin rostro ni originalidad. Nadie está destinado a ser un «hombre-masa».
Justamente hoy es más necesario que nunca que tomemos conciencia de la gran
riqueza de la vida humana y busquemos caminos para llegar a ser «más» hombres,
y no unas personas renuentes, asustadas y enlutadas. Una llamada original
El Creador tiene una idea maravillosa de
cada uno de nosotros; ha confiado a cada uno un proyecto original. Una llamada original
Mientras no descubramos este inmenso
amor de Dios hacia nosotros, viviremos vagabundeando, asfixiados, como
huérfanos que no tienen ni casa ni padre. Una
llamada original
Un cristiano acoge su existencia como
don. Sabe que recibe mucho de los hombres, y todo de Dios. No sólo cree en la
existencia divina, sino que cree en el amor divino: un amor eternamente nuevo
que se halla en el origen de su existencia y llega a lo que hay de más profundo
en él. Una llamada
original
La primera condición para influir
positivamente en nuestro mundo, consiste en aceptarnos a nosotros mismos de
todo corazón. Somos más fuertes cuánto más somos nosotros mismos, cuando
asumimos nuestra realidad. Una llamada
original
Lo importante no es el papel que las
personas desempeñan en la sociedad, sino cómo lo interpretan. Una llamada original
Nuestra vida no es algo dado de una vez
para siempre. Es más bien un quehacer, un proyecto, que tenemos que realizar. Una llamada original
La cuestión no es: ¿Qué puedo hacer por
Dios?, sino ¿Cómo me dejo amar por Él? La
libertad interior
La «vida en plenitud» no se refiere a la
cantidad de experiencias que acumulamos, no se trata de probarlo todo: uno
puede ir a mil congresos científicos y conservar un carácter infantil. Por el
contrario, otro puede no haber salido nunca de su aldea y llegar a ser un
sabio. No se trata de hacer más, sino de ser más. La libertad interior
Una auténtica revolución interior: no
nos apoyamos en nuestras fuerzas, sino exclusivamente en la omnipotencia
divina. Entonces, la raíz de nuestra acción será fuerte, y nuestra vida será
unitaria. Juan Pablo II nos dio un ejemplo luminoso de ello. En sus últimos
tiempos, un periodista entrevistó a un cardenal del Vaticano: «¿Qué piensa
usted del Papa?», una pregunta un tanto general. «Es un hombre sumamente
peligroso», respondió el cardenal con claridad. «¿Por qué es peligroso?»,
volvió a preguntar el periodista. «Confía completamente en Dios». La libertad interior
No hay nada más revolucionario que una
persona que se deja llevar por el Espíritu Santo. La libertad interior
la libertad interior no es una
trinchera, detrás de la cual uno se aísla dando la espalda a los demás, o
rechazándolos. Quien actúa así, puede convertirse fácilmente en un
introvertido, que sólo es libre «para sí mismo», que busca ante todo su
independencia, su inviolabilidad y se separa de los demás. De este modo, se
queda solo, sin amigos. Después de haber descubierto la propia interioridad, es
preciso pasar al segundo nivel, abrirse, manifestar y ejercer la libertad. La libertad interior
La libertad es la capacidad de
conducirse a sí mismo. ¿De qué me sirve esta capacidad, si no me atrevo a tomar
decisiones? La libertad de ejercicio
Cuando evito tomar decisiones concretas
y comprometedoras, no soy yo quien traza mi historia personal y única, ya que
me dejo llevar por las circunstancias. Entonces serán otros los que decidirán
en mi lugar, mientras el tiempo sigue pasando inexorablemente... Como dice la
sabiduría popular –y también Moltke, uno de los genios militares de Prusia–, no
hay peor decisión que la que no se toma. La
libertad de ejercicio
Cuanto más grandes son las aspiraciones,
más grande es la libertad. La libertad de
ejercicio
Es importante apuntar muy alto para
engrandecer el corazón y movilizar las energías. Cuando quieres construir una
nave y buscas personas para realizar esta tarea –subraya un dicho popular
alemán– no les digas que busquen el material y hagan cálculos complicados, sino
despierta en ellas las ansias hacia el océano grande y amplio». La libertad de ejercicio
Cuando una persona decide ser médico, en
unos años será otra persona distinta que si hubiera decidido ser artista.
Muchas circunstancias de nuestra vida dependen, al menos en buena parte, de
nuestra voluntad: el estado de vida, la profesión, los amigos, la práctica de
la fe... «El destino te lo montas tú», dice con razón una canción hecha por
jóvenes. La libertad de ejercicio
los sentimientos pueden oscurecer la
verdad. La libertad de ejercicio
Una persona libre vive de acuerdo con lo
que es. Vive de acuerdo con su orden interior, sin dejarse dominar por las
situaciones que van y vienen, que hoy son, pero mañana ya no serán. La libertad de ejercicio
Si permanecemos en el dolor, bloqueamos
el ritmo de la naturaleza; entonces, la relación hacia la persona fallecida no
puede considerarse como una relación sana. Algunos se niegan a cambiar los
muebles de la habitación de la persona muerta. O bien no desean escuchar una
determinada melodía, porque no le gustaba al difunto. La libertad de ejercicio
Muchas veces el comportamiento delata
los sentimientos de modo más directo, visible y auténtico que las palabras» . La Libertad de ejercicio
El único modo de experimentar la
felicidad es sentirla. La libertad para
amar
Si busco continuamente las alegrías que
me pueden dar los otros hombres o las cosas, nunca llegaré a ser feliz. La libertad para amar
La amistad puede experimentarse como
algo que alienta y sostiene, que fortalece, da seguridad y libera. La libertad para amar
Tratando y queriendo a la gente más
variada se ensancha su corazón, se hace más profundo su conocimiento de la
condición humana y menos radicales sus juicios sobre situaciones complejas. La libertad para amar
El amor hace a todos primeros. La libertad para amar
Cada persona es importante y sagrada,
independiente de sus deficiencias y errores, su fragilidad y su vida pasada. Si
los últimos serán los primeros en el reino de Cristo, tenemos que respetar más
el tallo de hierba que la orquídea, más la gota de rocío que la catarata, y
conviene pedir a Dios que nos quite las anteojeras. La libertad para amar
La «ascética» se prueba en la capacidad
de escuchar. Nos mueve a empeñarnos en el difícil arte de ir a fondo con los
demás, de no quedarnos en lo que dicen, sino llegar a lo que quieren decir, de
no oír solamente palabras, sino mensajes. Escuchar es caridad. A veces
consistirá en asumir la vocación de papelera o de saco de basura. Tal vez la
escasez de estos oyentes papelera sea la causa de la soledad de tantas
personas: están llenas de experiencias que no pueden compartir con otros. La libertad para amar
Renunciar a ese «orgullo de dar recetas
y tener razón» que tan a menudo nos impide sintonizar con los otros. Quien
admite su debilidad, puede dar ánimo a otro; le hace crecer. Quien, en cambio,
presume de saberlo todo, puede paralizar a las personas a su alrededor. «No
abras los labios, si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso
que el silencio», nos aconseja la sabiduría popular. La libertad para amar
Amar no consiste simplemente en hacer
algo por alguien, sino en confiar en la vida que hay en él. Consiste en
comprender al otro con sus reacciones más o menos oportunas, sus miedos y sus
esperanzas. Es hacerle descubrir que es único y es digno de atención, es
ayudarle a aceptar su propio valor, su propia belleza, la luz oculta en él, el
sentido de su existencia. Y consiste en manifestar al otro la alegría de estar
a su lado. La libertad para amar
Cuanto mayores son mis conocimientos
sobre mi misión en la tierra, más fuerzas tengo para actuar, porque crece la
libertad que me lleva a saltar los obstáculos. Obedecer a Dios: fuente de la libertad
La voz de Dios en nosotros se llama
tradicionalmente «conciencia». Obedecer a
Dios: fuente de la libertad
¡No estaban solos! Estaban metidos en
Dios- Obedecer a Dios: fuente de la
libertad
La obediencia se manifiesta,
ordinariamente, en aceptar los acontecimientos de cada día, dándonos cuenta de
que constituyen el lugar de cita con el Señor en cada momento. Obedecer a Dios: fuente de la libertad
A pesar de exigirnos mucho, el mismo
Jesucristo nos asegura que su «carga es leve» [44]. Es leve por el amor que nos
da alas y nos hace volar hacia lo alto. ¿Acaso no le pesan al pájaro las alas?
Sí, pero sin ellas no se levantaría. Son un peso ligero para él. Obedecer a Dios: fuente de la libertad
Obediencia inteligente» quiere decir,
ante todo, que yo entiendo no sólo el mandato, sino también el sentido del
mandato: veo su conexión con un fin digno de alcanzar. Obedecer a autoridades humanas: expresión de la libertad
Cuando alguien nos miente y engaña, no
considerándonos dignos de la verdad, es difícil considerarle a él digno de
nuestra confianza. Obedecer a autoridades
humanas: expresión de la libertad
Toda crisis de obediencia es precedida
por una crisis de autoridad, de auténtica autoridad. Obedecer a autoridades humanas: expresión de la libertad
Quien quiere que se le obedezca, debe
dar pocos mandatos. En la formación de personas a todos los niveles conviene
insistir en algunos puntos claros y esenciales, y dejar luego gran
espontaneidad y libertad a la diferente mentalidad, al carácter y a la
situación específica de cada uno. Obedecer
a autoridades humanas: expresión de la libertad
Sería una injusticia juzgar con nuestra
mentalidad de hoy los acontecimientos de ayer. Obedecer a autoridades humanas:
expresión de la libertad
Formar significa liberar en el hombre
las fuerzas dadas por Dios, y ayudarle a conseguir su pleno desarrollo natural
y sobrenatural. Obedecer a autoridades
humanas: expresión de la libertad
Un cristiano quiere encontrar a Dios en
la época en que vive su generación. «En toda la historia del mundo hay una
única hora importante, que es la presente. Quien huye del presente, huye de la
hora de Dios». Obedecer a
autoridades humanas: expresión de la libertad
Hay personas que ni se dan cuenta de sus
cadenas. Se acomodan al espíritu general que les parece obvio. Presiones exteriores
Cuando un cristiano es consciente de que
el mismo Dios le apoya desde lo más profundo de su corazón, tiene fuerzas para
vivir con serenidad los acontecimientos más dramáticos. Pero en ocasiones
olvidamos esta presencia divina y permitimos que nos dominen la precipitación,
la intranquilidad o la angustia. Entonces es como si desplazáramos a
Jesucristo, como si saliéramos a solas de nuestra «morada» y le dijéramos:
«Ahora no puedo contar contigo, tengo que hacerme cargo del asunto
personalmente». La hora de la desgracia revela, con frecuencia, cuánta fe y
confianza nos faltan todavía. Presiones
exteriores
Como dice San Juan de la Cruz, poco
importa que un pájaro esté atado con una cuerda gruesa o con un hilo de seda.
El resultado final es el mismo: ¡el pájaro no puede volar!. Presiones exteriores
Decidimos «vivir solos»: no en la
presencia amorosa de Cristo, sino ante la mirada crítica de los hombres, cuyos
juicios no pueden ser sino limitados e incompletos, y muchas veces son injustos
y hasta crueles. Esta decisión de «vivir solos» es el comienzo de conflictos
sin fin, y en ella se nos revela el núcleo y la tragedia del pecado: no
queremos trabar amistad con Dios, y terminamos dependiendo de los hombres. Presiones exteriores
Damos poder sobre nosotros a los demás,
cuando nos hacemos dependientes del humor que ellos tengan. Presiones exteriores
El pecado nos hace entrar en el túnel de
la insatisfacción, creando una especie de malestar general. Uno ya no se siente
a gusto en su propia piel. Pero, si no se encuentra a gusto consigo mismo,
entonces no se encuentra a gusto en ningún lugar. Y, en búsqueda de una mejora
de la situación personal, puede ocurrir que se vuelva cada vez más egocéntrico.
Presiones exteriores
Una lengua que no sabe más que
calumniar, manifiesta un corazón destrozado», dice con acierto un proverbio
alemán. Presiones exteriores
El que se afirma dominando es porque
tiene una gran dificultad de amar. Admitir su amor por el otro sería admitir su
necesidad de él, y eso es lo contrario de lo que pretende. Presiones exteriores
El orgullo y la dureza van unidos. El
ser humano tiene, efectivamente, una capacidad de hacer el mal que, en
ocasiones, nos espanta. Cuando Speer, el lugarteniente de Hitler –ya muy viejo–,
salió de la cárcel de Spandau, le preguntaron los periodistas si, a su juicio,
Hitler era un loco. «Lo que ocurre –respondió– es que cuando el hombre llega a
tales extremos, lo atribuimos a la locura, pero en realidad es que no sabemos
hasta dónde llega en el hombre el ansia de poder». Presiones exteriores.
Un rasgo característico de la mentalidad
farisaica: los «buenos» exigen castigos para los «malos». Presiones exteriores
Olvidamos que «los tiempos del aplauso»,
de ordinario, no son tiempos de especial gracia. Saltar los muros
Soy libre cuando vivo en paz conmigo
mismo, en paz con Dios. Saltar los muros
Hemos huido de nuestra «morada interior»
en la que los problemas del mundo pierden su dureza y se relativizan. Y como no
estamos «en casa», no podemos abrir la puerta, cuando Dios nos quiere visitar. Saltar los muros
Una nueva vida, que consiste
esencialmente en una nueva amistad con Dios. Saltar los muros. Saltar los muros
La emancipación en sentido de madurez
interior se consigue en el trato con Cristo. Saltar los muros
Cada vez me afectan menos las
hostilidades o las calumnias que puedan surgir en mi entorno; no pierdo el
tiempo acusando a otros, no lucho contra nadie; no quiero mostrar mi
«grandeza». Sencillamente, disfruto de la vida. Hay en mí un espacio sobre el
que nadie tiene poder, el espacio en el que Dios mora en mí. Allí encuentro un
consuelo que el mundo no me puede dar, y mucha tranquilidad. Saltar los muros
Mientras nos perdemos en las
comparaciones, son los demás quienes determinan nuestro estado de ánimo, y nos
sentimos frecuentemente a disgusto. Si, en cambio, no nos preocupa hasta dónde
subiremos en la carrera o cuánto vamos ganar, si no tenemos ni queremos poder,
nos situamos fuera de los comunes «combates sociales» o de los llamados «juegos
de poder» y de las rivalidades. Entonces podemos experimentar realmente la
comunión con los demás. Saltar los muros
Es necesario, en un primer paso,
separarse de algún modo del agresor, aunque sea sólo interiormente. Mientras el
cuchillo está en la herida, la herida nunca se cerrará. Hace falta retirar el
cuchillo, adquirir distancia del otro; sólo entonces podemos ver su rostro. Saltar los muros
Una persona no se define por lo que
dicen de ella los demás, sino a partir de Dios. Saltar los muros
La ascética es imprescindible para una
persona que no quiere vivir como hombre-masa, que no quiere ser manipulada por
los medios. Existe en nosotros una facultad que nos permite mantenernos en pie,
superar los golpes del destino y contemplar las estrellas. Saltar los muros
El Señor nos llama a la fe, no al
éxito», afirma la Madre Teresa de Calcuta. Saltar
los muros
Quien pone su confianza en Dios,
recupera, con el tiempo, también su confianza en los hombres. Se vuelve capaz
de descubrir lo bueno y bello que está en el fondo de cada persona, aunque esté
cubierto por mucha ceniza. Si alguien, en cambio, no puede confiar en nadie, se
hace daño, ante
todo, a sí mismo; vive centrado en sí,
lleno de miedos y tensiones: «Quien desconfía, es viejo», dice la sabiduría popular.
Saltar los muros
Quien se siente amado por Dios, sabe que
no tiene que lograrlo todo con sus propias fuerzas. Por tanto, está lejos del
peligro de caer en el activismo, y comienza a mirar el mundo con más hondura y
serenidad. «El que reduce sus quehaceres, llegará a ser sabio», podemos leer en
el Antiguo Testamento. Saltar los muros
Embarcarse en la vida que Dios le da. Saltar los muros
Vive consciente de su destino divino. Saltar los muros
Estamos llamados a confiar en Dios. Pero
antes, mucho antes, Dios confía en nosotros. Nos da un sinnúmero de «talentos»,
de dones, para que hagamos el mundo más bello y habitable, ejerciendo la
«fantasía del amor». Saltar los muros
Cada crisis es una fuente de vida. Cada
situación es un don de lo alto, especialmente aquellas en las que
experimentamos nuestras incapacidades y limitaciones, rechazos y duras
críticas. Dios permite el dolor, porque sabe lo que va a hacer al «tercer día».
Si nos deprimimos ante la dificultad, enterramos un talento recibido. Saltar los muros
Mucho cuidado de no «echar a perder» ese
poco sufrimiento «injusto» que a veces puede aparecer en nuestra vida, pues nos
une de manera muy especial a Cristo: humillaciones, envidias, incomprensiones y
ofensas de todo tipo forman parte de una vida espiritual seria. Es como si Dios
permitiese misteriosamente estas contradicciones para hacernos ver lo que sale
de los oscuros fondos de nuestro corazón, y para conducirnos –poco a poco– a
una humilde madurez. Saltar los muros
No echar a perder el sufrimiento significa,
por ejemplo, no hablar de él si no es realmente necesario y de gran utilidad,
guardarlo celosamente como un secreto entre nosotros y Dios. Un antiguo Padre
del desierto afirma: «Por grandes que sean tus sufrimientos, tu victoria sobre
ellos se encuentra en el silencio». En la misma línea advirtió un obispo a un
grupo de sacerdotes jóvenes el día de su ordenación: «Recibiremos muchos
golpes, pero prometemos desde ahora no devolverlos nunca». Saltar los muros
Precisamente cuando llegamos al punto
cero, cuando todo se nos ha ido de las manos, cuando tenemos que confesar con
dolor que jamás podremos garantizar nada por nosotros mismos, entonces podemos
experimentar el poder divino: nuestra fuerza viene de lo alto, y no de nosotros
mismos. Saltar los muros
Una persona que sufre, está llamada a
abrirse a la gracia. Quien se abre, es humilde, y no siempre lo es quien se
rebaja. Saltar los muros
No es que entienda todo lo que le pasa
en el camino, pero confía en la bondad y sabiduría divinas. De este modo, puede
afirmar, en los días de lluvia, lo mismo que dijeron algunos judíos durante la
persecución nazi: «Creo en el sol, aunque no brille; creo en el amor, aunque no
lo sienta; creo en Dios, aunque Él se calle». Saltar los muros
Una única persona que se abandona
plenamente en Dios, tiene más poder que todo un ejército. Saltar los muros
¿Cómo habríamos de olvidar los antiguos
mitos que están en el comienzo de todos los pueblos, los mitos de los dragones
que, en el momento supremo, se transforman en príncipes o en princesas? Quizá
todos los dragones de nuestra vida son príncipes o princesas que esperan sólo
eso, vernos una vez hermosos y valientes. Saltar
los muros
Tácito, el famoso historiador romano:
«Cuantas más leyes dé el Estado, peor gobernará». Crear ambientes libres
Schiller: «Ante el hombre libre no
tiembles nunca. Pero tiembla ante el esclavo, si es que llega a romper sus
cadenas». Crear ambientes libres
En una ocasión, hacia la mitad del siglo
XX, los padres de un estudiante buscaban en Madrid un sitio «seguro» para su
hijo y llegaron a una residencia del Opus Dei. Cuando invitaron al Fundador a
ejercer un poco de control sobre el chico, para que no se «perdiera» en la gran
ciudad, recibieron una respuesta muy clara: «Se han confundido ustedes de puerta.
Aquí no se vigila a nadie. En esta casa se ama mucho la libertad, y el que no
sea capaz de vivirla y de respetar la de los demás, no cabe entre nosotros». Crear ambientes libres
La libertad es un riesgo, como también
lo es el amor. Si queremos vivir a la altura del proyecto divino sobre
nosotros, que es la altura del ser humano, no debemos renunciar a ninguno de
ellos. Crear ambientes libres
La presencia de una persona puede
hacernos vivir y crecer; pero también puede hacernos caer enfermos y paralizarnos,
puede hacernos buenos o malos, felices o tristes. Todos necesitamos la
experiencia de ser amados sin condiciones. Quien no tiene esta experiencia, no
ama. Y quien se siente tratado como objeto, del mismo modo trata a los otros:
si ha sido explotado, también explota a los demás. Crear ambientes libres
En un ambiente en que experimentamos que
los otros nos tratan con sincera confianza, que creen –a pesar de todas las
faltas– en algo bueno y bello que hay en nosotros, se despierta una profunda alegría
en el corazón. Cuando alguien nos mira con cariño, nos vemos estimulados a
emprender grandes cosas, porque queremos merecer esta mirada. Crear ambientes libres
Hay personas que engendran alrededor de
sí un ámbito de confianza y de alegría. Es como si dieran alas a los demás.
Crean grandes espacios vitales en los que todos pueden desenvolverse con gozo y
propias iniciativas. El mundo parece más ancho y amplio, la vida parece más
bella: así se conduce a los hombres al pleno despliegue de su libertad personal.
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Una prudente orientación de las fuerzas
naturales conduce a que el mundo sea más bello y habitable. Educar personas libres
Un buen maestro influye más con su vida
que a través de sus lecciones que da. Es «camino» para otros que, mirándole a
él, se encuentran a sí mismos. Un antiguo dicho popular reza: «Búscate un
maestro al que puedas apreciar más por lo que ves de él que por lo que oyes de
él». Educar personas libres
El Papa Juan Pablo II confesó: «Mi padre
se exigía tanto a sí mismo que no tenía que exigir nada de mí». Educar personas libres
No tienes que cambiar a tu hijo, sino a
ti misma. Los problemas de tu hijo reflejan tus propios problemas. ¡Cámbiate a
ti!». Educar personas libres
Todo lo que hacemos influye en el
ambiente que nos rodea. Educar personas libres
Mostrar un rostro único y adquirir un
estilo propio de vida. Educar personas libres
Nos sentimos felices cuando alguien nos
hace entender: «Te quiero por ser el que eres; y no te quiero –ni en primer, ni
en segundo lugar– por tu belleza o tu inteligencia, ni por tu riqueza o tu
musicalidad. Puedes contar conmigo a través de todos los altibajos de la vida».
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La verdad engendra odio cuando se
endurece o petrifica. Educar personas
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Los modos de decir la verdad cuentan
tanto como la verdad misma que se dice. Educar
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Conviene transmitir a todos los que han
fallado, de un modo u otro, que seguimos confiando plenamente en ellos, tal
como otros confían en nosotros a pesar de nuestras miserias. «No, tú no eres
así. ¡Sé quien eres! En realidad eres mucho mejor». Educar personas libres
Justamente cuando alguien ha fracasado,
necesita experimentar que hay otro que le quiere, y que desea todo el bien
posible para él, su pleno desarrollo, su dicha profunda; le quiere desde el
fondo del corazón, con gran sinceridad. Educar
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Podemos estar completamente seguros de
que, lo que permanece para siempre, no será nuestro dinero, ni el aplauso. Lo
único que contará al final de nuestra vida, será el amor que hemos ofrecido y
recibido. No tendremos nada más. Educar
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