Solo el sabio es el único capaz de
disfrutar íntegramente de la vida.
La mayor pérdida de vida es la dilación:
elimina el día actual, escamotea el presente mientras promete lo por venir. El
obstáculo mayor para vivir es la espera, que depende del día de mañana,
desperdicia el de hoy. Dispones de lo que está puesto en manos de la suerte,
desechas lo que está en las tuyas. ¿Adónde miras? ¿Adónde te alargas? Todo lo
que ha de venir está en entredicho: vive al día. Así clama el mayor de los
vates y, como inspirado por una boca divina, canta un canto saludable: Todos
los días mejores de vida a los míseros hombres huyen primero.
No tenemos escaso tiempo, sino que
perdemos mucho. Nuestra vida es suficientemente larga y se nos ha dado en
abundancia para la realización de las más altas empresas, si se invierte bien
toda entera; pero en cuanto se disipa a través del lujo y la apatía, en cuanto
no se dedica a nada bueno.
Reclama nuestro último trance nos
percatamos de que ya ha transcurrido la vida que no comprendimos que corría.
Así es: no recibimos una vida corta, sino que nos la hacemos, y no somos
indigentes de ella, sino dilapidadores.
Salvo muy pocos, a los demás la vida les
deja plantados en los propios preparativos de su vida.
Nuestra vida resulta muy extensa para
quien se la organiza bien.
Cien o más años te agobian: venga pues,
llama a tu vida para echar cuentas. Saca cuánto de ese tiempo se ha llevado tu
acreedor, cuánto tu amiga, cuánto tu rey, cuánto tu cliente, cuánto las peleas
con tu esposa, cuánto las reprimendas a tus esclavos, cuánto tus oficiosas
caminatas por la ciudad; añade las enfermedades que cogemos por culpa nuestra,
añade también el tiempo que ha pasado sin provecho: verás que tienes menos años
de los que calculas. Haz memoria de cuándo te has mostrado firme contigo mismo
en tus propósitos, de cuántos de tus días han terminado como tú habías
previsto, de cuándo has tenido provecho de ti mismo, cuándo una expresión
natural, cuándo un espíritu intrépido, qué obras tuyas quedan hechas en tan
largo tiempo, cuántos te han robado la vida sin que tú te percataras de lo que
perdías, cuánto se han llevado el dolor inútil, la alegría necia, la codicia
ansiosa, la conversación huera, qué poco te han dejado de lo tuyo: comprenderás
4que mueres prematuramente».
Todo lo teméis como mortales, todo lo queréis
como inmortales.
Deplora el tiempo pasado y se queja del
presente y desconfía del futuro.
Verás cómo no los dejan respirar, ya
sean sus males, ya sean sus bienes.
Un hombre obsesionado no puede ejercer
ningún oficio, ni la elocuencia ni las profesiones liberales, ya que su
espíritu distraído no deja recalar.
A vivir hay que aprender durante toda la
vida y, cosa que quizá te extrañe más, durante toda la vida hay que aprender a
morir. Tantos grandísimos hombres, abandonando toda impedimenta, una vez que
habían renunciado a las riquezas, a los cargos, a los placeres, hasta sus
últimos instantes sólo hicieron esto: ir sabiendo vivir; los más de ellos, sin
embargo, se marcharon de la vida tras reconocer que aún no sabían: cuánto menos
sabrán ésos.
Es propio del hombre eminente y que está
por encima de los extravíos humanos no dejar que le quiten nada de su tiempo, y
su vida resulta larguísima precisamente porque todo cuanto se ha prolongado ha
quedado enteramente libre para él.
Todo el mundo acelera su vida y se
esfuerza por su ansia del futuro, por su hastío del presente.
Resulta tolerable la pérdida de algo
cuya merma es invisible. Nadie te restituirá tus años, nadie te devolverá de
nuevo a ti mismo. La vida irá por donde empezó y no invertirá ni detendrá su
marcha; en absoluto hará alboroto, en absoluto nos advertirá de su velocidad:
se deslizará queda. No por mandato de un rey ni por favoritismo a un pueblo se
prolongará: tal como desde el primer día se puso en marcha correrá, jamás se
desviará, jamás se entretendrá. ¿Qué va a pasar? Que tú estás distraído, la
vida se apresura; entre tanto, se presentará la muerte, para la que, quieras o
no quieras, hay que tener tiempo.
La vida de los atareados es la más
corta.
Contra la fugacidad del tiempo hay que
competir con la celeridad en emplearlo, y hay que 3sorberlo como de un torrente
rápido y que no va a correr siempre.
Todo lo que nos toca por casualidad es
inestable y cuanto más alto se remonta, más expuesto está a la caída.
En tres etapas se divide la vida: la que
ha sido, la que es, la que va a ser. De ellas, la que estamos pasando es
breve, la que vamos a pasar, incierta, la que hemos pasado, segura.
Para mucha gente la causa de su muerte
ha sido enterarse de su enfermedad.
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