jueves, 14 de noviembre de 2019

Javier Marías; Berta Isla


Le desagradaba verse endurecida

Un disgusto de fondo que trasladaba consigo por toda la casa y que por tanto se hacía también de superficie.

Llegaba con él como una emanación, al salón, al dormitorio, a la cocina, o como si fuera una tormenta suspendida sobre su cabeza que lo seguía a todas partes y rara vez se le alejaba.

Había una zona o una dimensión de su marido que permanecería siempre en la oscuridad, siempre fuera de su campo visual y de su oído, el relato negado, el ojo entrecerrado o miope o más bien ciego; ella solo podía conjeturarla o imaginársela.

Berta Isla sabía que vivía parcialmente con un desconocido.

Y alguien que tiene vedado dar explicaciones sobre meses enteros de su existencia se acaba sintiendo con licencia para no darlas sobre ningún aspecto

Hay mucho de decisión elemental y arbitraria, también esteticista o presumida (uno mira alrededor y se dice: ‘Quedo bien con este, en esos amores que por fuerza empiezan con timidez, con miradas no sostenidas, sonrisas y conversaciones leves que disimulan el apasionamiento, el cual sin embargo arraiga en seguida y parece inamovible hasta el fin de los tiempos. Claro que es un apasionamiento teórico y en absoluto sometido a prueba, aprendido de las novelas y las películas, una proyección fantaseada en la que predomina una imagen estática: la muchacha se figura a sí misma casada con el elegido y él con ella, como un cuadro sin desarrollo ni variación ni historia, la visión se acaba ahí, los dos carecen de capacidad para ir más lejos, para verse a unas edades remotas que no les conciernen y se les antojan.

Labios carnosos y bien dibujados (que invitaban a ser recorridos con el dedo y palpados, quizá más que besados)

Serenidad de su figura

Carácter irónico y liviano, propenso a las bromas suaves y despreocupado.

Cuando eso ocurre ya es tarde para rectificar y ser de otra clase. A Tomás Nevinson, en todo caso, no le interesaba mucho darse a conocer ni seguramente conocerse, o bien ya tenía completado el segundo proceso y el primero lo juzgaba costumbre de narcisistas. Acaso era la mitad inglesa de su ascendencia, pero a la postre nadie sabía muy bien cómo era. Bajo su apariencia amistosa y diáfana, incluso afable, había una frontera de opacidad y reserva. Y la mayor opacidad consistía en que los demás no eran conscientes, y apenas se percataban de esa capa impenetrable.

Tanto por lo que sucedía en el exterior como por lo que se ventilaba en su cabeza, que no sería fácil de adivinar ni siquiera para él mismo y no lo era para los cercanos: Nevinson rehuía la introspección y hablaba poco de su personalidad y de sus convicciones, como si ambas prácticas le parecieran un juego de niños y una pérdida de tiempo. Era lo contrario del adolescente que se descubre y analiza y observa y trata de descifrarse, con impaciencia por averiguar a qué clase de individuo pertenece; sin darse cuenta de que la pesquisa es inútil porque aún no está hecho del todo, y además ese saber no llega —si llega, y no se va modificando y negando— hasta que se toman decisiones de peso y se obra sobre la marcha, y

Mujer cariñosa pero muy vigilante

Ejercían la atracción irresistible de las mujeres alegres y sonrientes y proclives a la carcajada; parecía estar siempre contenta, o estarlo con muy poca cosa o procurar estarlo a toda costa, y hay muchos hombres para los que eso se convierte en un elemento deseable: es como si quisieran adueñarse de esa risa —o suprimirla, cuando hay malos instintos—, o ver que se les dedica a ellos o que son ellos quienes la provocan, sin darse cuenta de que esa dentadura que ilumina permanentemente la cara, y que llama a quienes la avistan con fuerza, aparecerá en todo caso, sin que se la convoque, como si fuera una facción invariable, tanto como la nariz o la frente o las orejas.

Su sincera afectuosidad hacia casi todo el mundo la blindaba contra las inquinas y las despiadadas malevolencias de esa edad cambiante y arbitraria.

Pensamiento inmóvil que no avanza ni retrocede: solo vuelve a la misma escena que se repite inmutable del primer al último detalle, hasta que acaba por adquirir las características de una pintura, siempre idéntica, sin desarrollo ni alteración desesperantemente.

Así veía ella aquel encuentro de su juventud temprana, como un cuadro.

‘Porque las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado y las palabras del año que viene esperan una voz distinta’.

‘Es verdad que nos vamos con ellos, en el primer instante al menos. Queremos acompañarlos, seguir en su dimensión y en su senda, que es ya el pasado; sentimos que nos abandonan, que han emprendido otra aventura y que somos nosotros los que nos quedamos solos, avanzando por el oscurecido camino que no les interesa y del que han desertado; y como no podemos ir detrás o no nos atrevemos, volvemos a nacer y a dar unos titubeantes pasos, se nace cada vez que se sobrevive a alguien cercano, cada vez que se produce una baja y esta tira de nosotros pero no logra arrastrarnos por la garganta del mar que la ha engullido.

La osadía como su mayor activo.

Era de esos hombres sin iniciativa a los que hay que encaminar y dirigir como a juguetes de cuerda, que solo sirven para servir y nunca esperan nada a cambio, nada más que nuevas instrucciones y cometidos que los mantengan en marcha. Sin un estímulo externo hibernarían, desde la cuna hasta la tumba sin pausa.

El desdén ya hace su labor, desalienta y mina.

La muerte no se parece a la vida, no tiene el menor sentido que la una suceda a la otra, y aún menos que la sustituya.’

Una convivencia confusa y oscura, plagada de silencios y engaños y ausencias, o de medias verdades en el mejor de los casos, y extensísimas zonas de sombra

A veces tenía la sensación de vivir con alguien cuyo destino ya está trazado, o que se siente cautivo y sin escapatoria, y que por lo tanto mira sus días con indiferencia, sabedor de que sorpresas grandes o gratas no le van a traer. En cierto sentido alguien envejecido que no aguarda más que el paso de los días para morir.

Pero siempre fui discreta, y también he sabido siempre que es mejor no preguntar lo que en ningún caso va a ser respondido, o no con la verdad. Eso solo trae frustración. Más vale esperar a que el otro cuente cuando no le quede alternativa, cuando su situación sea desesperada o esté al descubierto, o ya no aguante más callar (y casi nadie aguanta callar hasta la sepultura, ni siquiera lo que lo mancha y perjudicará su memoria). Y si sé esto tan bien es por propia experiencia, por práctica: casi nunca he contestado con veracidad a nada que prefiriera no hacer saber.

Uno se da cuenta, en la propia vida, de que hay cosas tan irreversibles como una historia ya vista o leída, es decir, ya contada; cosas que nos conducen por un camino del que apenas nos es posible apartarnos o en el que a lo sumo se nos permite improvisar, quizá solo un gesto o un guiño inadvertidos; al que debemos atenernos incluso para intentar escapar, porque sin haberlo querido ya estamos en él y condiciona nuestros movimientos y nuestros envenenados pasos, para seguirlo o para huir. Lo cierto es que transitamos por él en contra de lo que creíamos y de nuestra voluntad, alguien nos ha metido en él y ese alguien es mi marido en mi caso, el hombre al que quiero hace siglos y al que he unido para siempre mi existencia o esa ha sido mi intención, ese alguien es Tomás.’

Mucho hay que haber perdido antes de renunciar a lo que se tiene, más aún si lo que se tiene responde a un propósito antiguo, a una determinación con elementos de obstinación. Uno va reduciendo sus ímpetus y sus expectativas, se va conformando con versiones deterioradas de lo que quiso alcanzar o creyó haber alcanzado, en todas las fases de la vida se admiten rebajas y desperfectos, se van dejando de lado exigencias: ‘Está bien, esto no ha podido ser’, se reconoce uno; ‘pero todavía queda bastante, todavía compensa y es posible disimular, peor sería que no hubiera nada y se hubiera ido todo al traste’. Cuando alguien se entera de una infidelidad (de lo que se llama coloquialmente así, poco imaginativamente así), se permite montar en cólera en primera instancia, tratar a patadas al infiel, echarlo de casa y cerrarle las puertas. Hay personas muy orgullosas, o quizá son puritanas y muy virtuosas, que llevan esta actitud hasta el final. Pero la mayoría, tras el acceso de furia, empieza a rogar para sus adentros que la cosa haya sido venial, una veleidad, un capricho, un aburrimiento, una vanidad, una obnubilación temporal; que no sea algo serio que amenaza.

Demasiadas dosis de sombra y tormento, de veneno desconocido y acumulado lejos de mí, con reiterados adioses hasta el adiós final.

Se olvida cuando se desea olvidar, cuando ya se está listo o cuando recordar no trae placer ni consuelo y es solo una carga.

No hay comentarios.:

Mercedes Salisachs; El secreto de las flores

1 Y lo que es peor, el desmoronamiento se produjo de repente, sin que hubiera intervenido antes un signo de alerta, ni los ecos de aquella n...