Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida.
1
Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña, y has silbado en ella melodías eternamente nuevas.
3
Mudo de asombro
3
La luz de tu música ilumina el mundo
4
Voy a guardar mi corazón de todo mal, y a tener siempre mi amor en flor.
4
Será mi afán revelarte en mis acciones.
5
Es el tiempo de sentarse quieto frente a ti, el tiempo de cantarte, en un ocio mudo y rebosante, la ofrenda de mi vida.
5
Sé indulgente conmigo un momento, y déjame sentarme a tu lado, que luego terminaré lo que estoy haciendo.
6
Anda, no esperes más; toma esta florcita, no se mustie y se deshoje. Quizás no tengas sitio para ella en tu guirnalda; pero hónrala, lastimándola con tu mano, y arráncala, no sea que se acabe el día sin que yo me dé cuenta; y se pase el tiempo de la ofrenda. Aunque su color sea tan pobre, y tan poco su olor, ¡anda, ten esta flor para ti, arráncala ahora que es tiempo!
7
Señor, poeta mío. Aquí me tienes sentado a tus pies. Déjame sólo hacer recta mi vida y sencilla, como una flauta de caña, para que tú la llenes de música.
7
Mi canción, sin el orgullo de su traje, se ha quitado sus galas para ti. Porque ellas estorbarían nuestra unión, y su campanilleo ahogaría nuestros suspiros.
8
El niño vestido de príncipe, colgado de ricas cadenas, pierde el gusto de su juego, porque su atavío le estorba a cada paso. Por temor a rozarse o a empolvarse, se aparta del mundo, y no se atreve ni siquiera a moverse. Madre, ¿gana él algo con ser esclavo de ese lujo que le aparta del polvo saludable de la tierra, que le roba el derecho de entrar en la gran fiesta de la vida de todos los hombres?
Que no nos estorbe el atavío ...
9
Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros!
9
Deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico.
10
Mi corazón no sabe encontrar su senda, la senda de los solitarios, por donde tú vas entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
13
Mis días se me han ido afinando las cuerdas de mi arpa; pero no he hallado el tono justo, y las palabras no venían bien. ¡Sólo la agonía del afán en mi corazón!
14
Mis deseos son infinitos, lastimeros mis clamores; pero tú me salvas siempre con tu dura negativa. Y esta recta merced ha traspasado de parte a parte mi vida.
14
Día tras día me haces digno de los dones grandes y sencillos que me diste sin yo pedírtelos, el cielo y la luz, mi cuerpo, mi vida y mi entendimiento; y me has salvado, día tras día, del escollo de los deseos violentos.
15
Hónrame tú ordenando mi presencia!
16
Fui invitado a la fiesta de este mundo, y así mi vida fue bendita. Mis ojos han visto, y oyeron mis oídos. Mi parte en la fiesta fue tocar este instrumento; y he hecho lo que pude.
18
Las nubes se amontonan sobre las nubes, y oscurece.
18
Pero en esta oscuridad solitaria, no tengo más que tu esperanza.
19
Si no hablas, llenaré mi corazón de tu silencio, y lo tendré conmigo. Y esperaré, quieto, como la noche en su desvelo estrellado, hundida pacientemente mi cabeza.
19
Tu voz se derramará por todo el cielo, en arroyos de oro.
22
Hoy, la mañana ha cerrado sus ojos, sin hacer caso de la insistente llamada del huracán del este, y un espeso manto ha caído sobre el azul siempre alerta del cielo.
22
Los bosques han dejado de cantar.
22
Único amigo mío, mi más amado amigo; mira abiertas las puertas de mi casa; no pases de largo como un sueño!
25
Acaso no eres tú quien corre el velo de la noche sobre los ojos rendidos del día, para renovar su sentido con la refrescada alegría del despertar?
27
¡Enciende la lámpara del amor con tu vida!
29
Este hermoso muro es mi orgullo, y lo enluzco con cal y arena, no vaya a quedar el más leve resquicio. Y con tanto y tanto cuidado, pierdo de vista mi verdadero ser.
34
Que sólo quede de mí, Señor, aquel poquito con que pueda llamarte mi todo. Que sólo quede de mi voluntad aquel poquito con que pueda sentirte en todas partes, volver a ti en cada cosa, ofrecerte mi amor en cada instante. Que sólo quede de mí aquel poquito con que nunca pueda esconderte. Que sólo quede de mis cadenas aquel poquito que me sujete a tu deseo, aquel poquito con que llevo a cabo tu propósito en mi vida; la cadena de tu amor.
35
Permite, Padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme el alma, y se lleva erguida la cabeza; donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras; donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección; donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre; donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes… ¡Permite, Padre mío, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad
36
Mi oración, Dios mío, es ésta: Hiere, hiere la raíz de la miseria en mi corazón. Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares. Dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles. Dame fuerza para no renegar nunca del pobre, ni doblar mi rodilla al poder del insolente. Dame fuerza para levantar mi pensamiento sobre la pequeñez cotidiana. Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza, enamorado, a tu voluntad
37
He visto que tu voluntad no se acaba nunca en mí. Y cuando las palabras viejas se caen secas de mi lengua, nuevas melodías estallan en mi corazón; y donde las veredas antiguas se borran, aparece otra tierra maravillosa.
39
Cuando esté duro mi corazón y reseco, baja a mí como un chubasco de misericordia. Cuando la gracia de la vida se me haya perdido, ven a mí con un estallido de canciones. Cuando el tumulto del trabajo levante su ruido en todo, cerrándome el más allá, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu sosiego. Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado cobardemente en un rincón,
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Cuando esté duro mi corazón y reseco, baja a mí como un chubasco de misericordia. Cuando la gracia de la vida se me haya perdido, ven a mí con un estallido de canciones. Cuando el tumulto del trabajo levante su ruido en todo, cerrándome el más allá, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu sosiego. Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado cobardemente en un rincón, rompe tú mi puerta, Rey mío, y entra en mí con la ceremonia de un rey. Cuando el deseo ciegue mi entendimiento, con polvo y engaño, ¡Vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor!
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Rompe tú mi puerta, Rey mío, y entra en mí con la ceremonia de un rey. Cuando el deseo ciegue mi entendimiento, con polvo y engaño, ¡Vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor
43
Fue un día en que yo no te esperaba. Y entraste, sin que yo te lo pidiera, en mi corazón, como un desconocido cualquiera, Rey mío; y pusiste tu sello de eternidad en los instantes fugaces de mi vida.
44
La sombra va tras la luz.
44
Mensajeros, que traen nuevas de cielos desconocidos, me saludan y siguen aprisa por la senda. Mi corazón late contento dentro de mí, y el aliento de la brisa que pasa me es dulce.
44
Mientras, el aire se está llenando del aroma de la promesa.
47
Que se aparezca él a mis ojos como la luz primera y la primera forma! ¡Que el primer estremecimiento de alegría le venga a mi alma amanecida de su mirar! ¡Que mi retorno a mí mismo sea volver de pronto a él!
56
Tu voluntad está siempre recreándose en mi vida.
58
¡Que todas las alegrías se unan en mi última canción: la alegría que hace desbordarse a la tierra en el exceso desenfrenado de la yerba; la alegría que echa a bailar vida y muerte, hermanas gemelas, por el vasto mundo; la alegría que la tempestad barre adentro, despertando y sacudiéndolo todo con su carcajada; la alegría que se sienta, en paz con sus lágrimas, en el abierto loto rojo del dolor; la alegría que tira cuando tiene; la alegría que lo ignora todo!
62
Cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte sonreír, sé bien cuál es la alegría que mana del cielo en la luz del amanecer, y el deleite que traen a mi cuerpo las brisas del verano…, cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte sonreír.
63
Tú me has traído amigos que no me conocían. Tú me has hecho sitio en casas que me eran extrañas. Tú me has acercado lo distante y me has hermanado con lo desconocido. Mi corazón se me inquieta si tengo que dejar mi albergue acostumbrado. Olvido que lo antiguo está en lo nuevo, que en lo nuevo vives también tú.
65
Poeta mío, ¿te encanta ver la creación con mis ojos; oír, silencioso, en los umbrales de mis oídos, tu propia armonía eterna? Tu mundo teje palabras en mi pensamiento, y tu alegría las hace más melodiosas. Te me das, enamorado, y luego sientes toda tu propia dulzura en mí.
67
Eres, a un tiempo, el cielo y el nido. Hermoso mío, aquí en el nido, tu amor aprisiona el alma con colores, olores y música. ¡Cómo viene la mañana, con su cesta de oro en la diestra, donde trae la guirnalda de la hermosura, para coronar, en silencio, la tierra!
72
Es él, mi más íntimo él, quien despierta mi vida con sus profundas llamadas secretas. El, quien pone este encanto en mis ojos; quien pulsa, alegremente, las cuerdas de mi corazón en su múltiple armonía de placer y de pesar. El, quien teje la tela de esta maya con matices tornasoles de oro y plata, azul y verde; quien asoma por sus pliegues los pies, cuyo contacto me enajena. Los días pasan, mueren los años, y él sigue moviendo mi corazón con mil nombres, con mil disfraces, en innumerables transportes de placer y de pesar.
81
Escondido en el corazón de las cosas, tú nutres las semillas y las tornas en brotes, y los capullos en flores, y las flores en frutos. Estaba yo dormitando, rendido, en mi lecho ocioso, y pensaba que no hacía cosa alguna. Cuando desperté, en la mañana, vi mi jardín lleno de flores maravillosas.
81
Cuántos días ociosos he sentido pena por el tiempo perdido! Pero ¿ha sido perdido alguna vez, Señor? ¿No has tenido tú mi vida, cada instante, en tus manos?
82
El tiempo es infinito en tus manos, Dios mío. ¿Quién podrá contar tus minutos? Pasan días y noches, se abren los años y luego se mustian, como flores. Tú sabes esperar. Tus siglos vienes, uno tras otro, perfeccionando la florecilla del campo. Pero nosotros no podemos perder nuestro tiempo, y tenemos que echarnos de cabeza a nuestras ocasiones. ¡Somos demasiado pobres para llegar tarde! Y así, el tiempo se va mientras yo se lo estoy dando a los otros que, irritados, lo reclaman. Y así tu altar está sin una sola ofrenda. Por la tarde, me apresuro temeroso, no vaya a estar cerrado tu portal. Pero siempre llego a tiempo.
83
Madre, yo te haré una cadena de perlas para tu garganta, con las lágrimas de mi dolor. Las estrellas forjaron con luz las ajorcas de tus pies; pero mi cadena va a ser para tu pecho. Riqueza y nombradía vienen de ti, y tú puedes darlas o no a tu gusto. Pero mi dolor es sólo mío, y cuando te lo ofrezco, tú me pagas con tu gracia.
93
Recibí, más de lo que pude dar.
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Y como amo tanto esta vida, sé que amaré lo mismo la muerte.
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