Dolores misteriosos e incomprensibles que provocan un tormento que no cesa.
El duelo es un trabajo.
Borges señaló que la pobreza de una nación no se mide tanto por la enorme magnitud de sus dolores sino por la pequeñez de sus alegrías. Y así de pequeñas eran las alegrías.
No basta el tiempo para borrar un hecho doloroso. El olvido es un trabajo, un esfuerzo que la psiquis realiza para expulsar de la consciencia una representación que lastima, un recuerdo que duele. Pero lo que creemos olvidado acecha como una criatura de la noche a la espera del momento preciso. Y el momento siempre llega. Entonces, lo enterrado regresa y su sombra aparece en los lapsus y los sueños, en los síntomas y actos fallidos, en los chistes que dicen lo que de otro modo no podría decirse.
No parece haber un plan divino que justifique tanto dolor. El mal ha sido siempre la piedra en el zapato para los hombres de fe.
No es necesario perder la vida para alcanzar el Cielo o condenarse al Infierno.
Una palabra que se aleja del vacío decir cotidiano.
Es intolerable pensar que tanto amor, tanto miedo, tanta pasión y tantos sueños puedan desvanecerse en la nada.
La nada es el verdadero nombre del Infierno.
Algunos sostienen que el poder corrompe. Lejos de eso, pienso que en realidad delata.
El arte es una bendición para el alma en duelo.
Polvo serás, mas polvo enamorado, sentenció Quevedo. Ese fue el sueño de los románticos.
Cuando el duelo no se refiera a la amenaza de morir, sino a la certeza de haber perdido a alguien amado y tener la obligación de seguir viviendo.
Es necesario simbolizar el dolor para quitarlo de la carne. Eso hace el arte. Encuentra un lugar para desplazar el sufrimiento. Así, lo perdido abandona su aspecto cruel y adquiere una forma más bella.
No hay dolor mayor que acordarse del tiempo feliz en la desgracia.
Instante efímero e incompleto. Por perfecto que parezca, todo momento aloja una ausencia. Y esa ausencia basta para empañar la felicidad.
El duelo implica una metamorfosis. Se trata de un trabajo que permite que una persona se convierta en alguien diferente después de recibir un golpe traumático. Que logre ponerse de pie después de algo tan tremendo como la muerte o el desamor.
Perder lo que se ama nos empuja a vivir en un espacio desconocido.
No se está en duelo por haber perdido algo importante sino por la dificultad de aceptar esa pérdida.
La persona cambia y deja de ser quien era hasta entonces.
El duelo es un proceso que se atraviesa y no un problema que se resuelve.
El trabajo de duelo no busca recuperar nuestro antiguo ser, sino que tengamos la valentía de animarnos a ser alguien diferente. Alguien que ha perdido, y a partir de esa pérdida es capaz de dar nacimiento a algo nuevo y distinto a la vez.
Solo nos enluta la muerte de aquellos, poco numerosos, que tienen el estatuto de irreemplazables. JACQUES LACAN
El duelo podía ser suscitado por la pérdida de cualquier abstracción que hiciera las veces del amado. Hemos nombrado la libertad o la Patria. Pienso también en el duelo que implican los cambios de etapa, el paso de la niñez a la adolescencia o la pérdida de la juventud. Y hay más. La pérdida de un trabajo, la muerte de una mascota, la imposibilidad de alcanzar una vocación o la falta de vocación alguna. Son muchas las circunstancias que pueden despertar dolor y exigir un esfuerzo para superarlas
¿De qué dependerá la magnitud de ese dolor? Como dijo Lacan, de que la pérdida de esa persona, emoción o circunstancia sea experimentada como una pérdida insustituible.
Hemos señalado que en toda relación se construye algo que es independiente de uno y otro. Podemos pensar, entonces, que el vínculo de amor se sostiene en tres pilares: el enamorado, el objeto amado y «eso» que se erige entre ambos y los excede.
Parafraseando a Allouch podríamos decir que el amor contiene un trozo de mí, un trozo de ti y un trozo de sí.
El proceso de duelo evidencia el dolor de la batalla.
Las sombras pierden oscuridad y el presente se ilumina.
El sujeto recupera su contacto con el mundo y comienza su lucha por construir su destino.
Estar en duelo es haber amado. No hay duelo sin amor. No hay duelo si no existió alguien que alojó nuestro deseo y nos invitó a la aventura de crear algo que no existía antes.
Como sostuvo Thomas Carlyle, lo que amamos nunca nos es arrebatado por completo porque… … deja tras él un vestigio luminoso semejante a esas estrellas apagadas que se ven desde la tierra después de muchos siglos.
El duelo es un hecho misterioso y cruel, enigmático e incurable, porque la herida jamás sanará del todo.
Que debemos admitir que hay algo que ya no seremos más. Aunque volvamos a amar y construyamos sueños nuevos, ninguno reemplazará a los sueños perdidos.
Una metáfora eficaz para describir el efecto psíquico que ejercen los objetos amados y perdidos. Son luces que continúan iluminando aunque la estrella que las originó haya desaparecido hace tiempo.
Duelar no implica olvidar. Implica sí, una muerte personal. El antiguo escritor latino Sirius dijo que el hombre muere tantas veces como pierde a cada uno de los suyos.
Pero no solo morimos con cada uno de nuestros seres amados. También morimos un poco con cada amor perdido y cada ilusión frustrada. Eso es vivir: caer con cada pérdida. El duelo es la posibilidad de levantarse y volver en busca de un deseo más.
Una persona ha concluido su duelo cuando aceptó la pérdida, cedió una parte de sí mismo, renunció a ese «trozo de sí» propio del vínculo con lo perdido y además, ha sido capaz de dar origen a algo nuevo. Algo vital.
Un nacimiento más, producto del trabajo de duelo.
Morir no es una opción. Vivir sí. Nadie puede evitar la muerte, pero el suicida evita la vida. Y condena al infierno a quienes no mueren con él.
Todos, alguna vez, seremos duelados.
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