
Pongámonos simplemente de rodillas delante de Cristo crucificado y pidámosle perdón, porque por nosotros, Él tuvo que llegar a sufrir incluso el despojo absoluto de su Padre. Cristo se convierte así en el depositario de toda la culpa de la humanidad. Personalicemos esto y démonos cuenta de que no es un juego que se repite todas las Semanas Santas para que el pueblo cristiano tenga algo de que dolerse y algo de que arrepentirse; es una vida humana la que cargó sobre sí todos mis pecados.
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