Muchas veces digo “Te perdono”, pero mi corazón sigue enfadado o resentido. Quiero seguir escuchando la historia que me demuestra que después de todo tengo razón; quiero seguir oyendo disculpas y excusas; quiero tener la satisfacción de recibir alguna alabanza a cambio – aunque sólo sea la alabanza por haber perdonado!
Y sin embargo, el perdón de Dios es incondicional; surge de un corazón que no reclama nada para sí, de un corazón que está completamente vacío de egoísmo. Es su divino perdón lo que tengo que practicar en mi vida diaria. Es una llamada a pasar por encima de todos mis argumentos que me dicen que el perdón es poco prudente, poco saludable y nada práctico. Me reta a pasar por encima de todas mis necesidades de gratitud y atención. Por último me exige pasar por encima de esa parte de mi yo que se siente herida y agraviada y que desea mantener el control y poner algunas condiciones entre el que me ha pedido perdón y yo….Este “pasar por encima” es la auténtica disciplina del perdón. Tal vez sea “trepar y salvar” más que “pasar”. A menudo tengo que saltar el muro de argumentos y sentimientos negativos que he levantado entre aquél al que quiero, y no me devuelve ese amor, y yo. Es un muro de miedo a ser utilizado o herido otra vez. Es un muro de orgullo y de deseo de controlar. Pero cada vez que subo ese muro, entro en la casa donde habita el Padre, y allí abrazo a mi hermano con un amor auténtico y misericordioso.
El dolor me permite ver más allá de mi muro y darme cuenta del sufrimiento tan horroroso que resulta del extravío humano. Abre mi corazón a una auténtica solidaridad con los otros seres humanos. EL perdón es la vía para saltar este muro y acoger a los otros en mi corazón sin esperar nada a cambio. Sólo cuando recuerdo que soy el hijo amado soy capaz de acoger a aquellos que quieren voplver a mí con la misma misericordia con la que el Padre me acoge a mi.
Henri J. M. Nouwen; El Regreso del Hijo Pródigo, Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, primera edición 1994, PPC Editorial, 30ª edición, Madrid, 2004, p.141.
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