Voy a hacer un retrato del itinerario de
una joven sin techo, de su vida, esto…, de su historia. Quiero decir…, cómo es
que se encuentra en la calle.
Voy a entrevistar a una joven sin techo.
La conocí ayer, y ha aceptado.
Bajo sus tres chaquetas imaginé un
secreto, un secreto clavado en su corazón como una espina, un secreto que no
había revelado a nadie. Sentí ganas de estar cerca de ella. Con ella.
Al mismo tiempo me había parecido que
conocía de verdad la vida, o más bien que conocía algo de la vida que daba
miedo.
Intento sonreír, para parecer natural,
pero no hay nada más difícil que parecer natural cuando precisamente se está
pensando en ello.
Sé reconocerlo, entre otras cosas, el
tono de voz cuando lleva mentira en su interior, cuando las palabras dicen lo
contrario de lo que se siente, sé reconocer la tristeza de mi padre, y la de mi
madre, como el mar de fondo.
Aún hoy, cuando dejo vagar mi
imaginación, cuando no vigilo el camino que toman mis pensamientos, cuando mi
cabeza divaga porque me aburro, cuando a mi alrededor el silencio se prolonga,
vuelve el grito y me rasga el vientre.
En la calle no hay amigos.
La energía que gasta para tener un
aspecto normal.
No puede permanecer varios días seguidos
en el mismo sitio. Eso forma parte de su vida. Asentarse. Volver a marcharse.
Evitar riesgos. En la calle existen reglas, y peligros. Mejor no hacerse notar.
Bajar los ojos. Fundirse con el paisaje. No invadir el territorio del vecino.
Evitar las miradas.
Había tanta violencia en su mirada
Me describe sus días, lo que ve, lo que
oye, escucho con los oídos bien abiertos, y eso que mis orejas son grandes,
apenas me atrevo a respirar. Es un regalo que ella me hace, estoy segura, un
regalo a su manera, con su eterna mueca de disgusto, esa expresión asqueada y
esas palabras tan duras que dice a veces, apártate, déjame en paz o ¿pero qué
te has creído? (es una pregunta sin serlo, que se repite a menudo, como si me
dijera: ¿En qué crees tú, en qué crees, crees en Dios?). Es un regalo que no
tiene precio, un regalo difícil de llevar por el miedo que tengo a no ser digna
de él, un regalo que modifica los colores del mundo, un regalo que pone en
cuestión todas las teorías.
Me sonríe con una sonrisa auténtica que
viene de dentro, no una sonrisa de fachada que esconde las grietas
A veces el azar obedece a la necesidad.
Y si decidiésemos enfrentarnos a lo que
se hace y lo que no se hace, y si decidiésemos que las cosas pueden ser de otro
modo incluso si es muy complicado y siempre más de lo que parece.
Las cosas pueden ser de otro modo, así
que lo infinitamente pequeño puede volverse grande.
No hubo interrogatorio, ni desconfianza,
ni duda, ni marcha atrás. Me siento orgullosa de mis padres. No han tenido
miedo. Han hecho lo que debían.
El problema son los peros, precisamente,
pero con los peros no se hace nunca nada.
Por la noche, cuando estamos a la mesa,
sorprendo la mirada de mi padre sobre ella, esa mirada incrédula y tierna, y al
mismo tiempo cargada de inquietud, como si todo eso, tan misterioso, pendiese
de un hilo.
Con Lucas inventamos para ella días
mejores, azares bienhechores, cuentos de hadas. Ella escucha sonriendo, nos
deja contarle otra vida, Lucas es un genio para eso.
A mi madre le importan un rábano las
cosas de la dietética y la buena salud, tiene otros problemas contra los que
luchar.
Ciertos secretos son como fósiles y la
piedra se ha vuelto demasiado pesada para darle la vuelta.
¿Sabes? Las cosas de padres e hijos son
siempre complicadas.
El insomnio es la cara oculta de la
imaginación. Conozco esas horas negras y secretas.
Hay días en los que nos damos cuenta de
que las palabras pueden llevarnos por una peligrosa pendiente y hacernos decir
cosas que más vale callar.
Una mirada muerta. Pensé en todas las
miradas muertas de la tierra, millones, privadas de brillo, de luz, miradas
perdidas que no reflejan nada más que la complejidad del mundo, un mundo saturado
de sonidos e imágenes, y sin embargo tan indefenso.
Atmósfera, que se ha espesado.
En la vida no existe nada, no hay
títulos, ni pancartas, ni señales, nada que indique atención: peligro,
derrumbamientos frecuentes o desilusión inminente. En la vida estamos solos
frente a nosotros mismos, y tanto peor si todo está roto.
No hay que esperar cambiar el mundo
porque el mundo es mucho más fuerte que nosotros.
La vida no es más que una sucesión de
pausas y desequilibrios cuyo orden no obedece a ninguna necesidad.
Aspecto de estar lejos.
¿Es la vida la que se aleja de los
carteles o los carteles los que son insolidarios con la vida?
Lo difícil que es encontrar las palabras
adecuadas, las que pueden ilusionar, las que consuelan.
Antes de conocer a No, creía que la
violencia estaba en los gritos, en los golpes, la guerra y la sangre. Ahora sé
que la violencia también está en el silencio, que a veces es invisible a la
simple mirada. La violencia es ese tiempo que cubre las heridas, el
encadenamiento irreductible de los días, esa imposible vuelta atrás. La
violencia es aquello que se nos escapa, calla, no se muestra, la violencia es
aquello para lo que no hay explicación, eso que permanecerá opaco para siempre.
Las palabras estaban por debajo del
momento, de su gravedad, las palabras no podían expresar ni la necesidad ni el
miedo.
Pensé en los efectos secundarios de la
vida, aquellos que no se indican en ningún prospecto, en ningún manual de
instrucciones. Pensé que también allí estaba la violencia, pensé que la
violencia estaba en todas partes.
Algo acababa de pasarme que me había
hecho crecer. No tenía miedo.
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