LOS MONSTRUOS, LAS BRUJAS, LAS MADRASTRAS, los vampiros, existen. Nos rodean a diario; se encuentran en nuestra familia, entre los amores que vivimos, en la oficina, al final de cada calle. Lo que ocurre es que ya no los llamamos así: preferimos hablar de manipuladores, de psicópatas, de familias disfuncionales o incluso de traumas o complejos. Ya no se encuentran en los bosques, o en los cementerios, o en las cámaras ocultas de siniestros castillos.
Es divertido, a veces, jugar a ser una diva.
Eviten torturarse con interrogantes acerca de por qué actúan así: lo hacen porque les conviene, porque es el camino más corto para conseguir lo que desean, y porque han descubierto que les compensa dañar a otra persona o saltarse la ley con tal de lograrlo.
Se mueven en las sombras.
Son criaturas de la noche, que no soportan una explicación clara o un enfrentamiento directo.
Drácula, como casi todos los malos de los cuentos, no alberga la menor voluntad de cambiar. Las cosas marchan estupendamente para él, a su manera. El intento de humanizarlo es casi siempre una energía perdida.
Son adictos a la adrenalina, y no soportan aburrirse.
Necesitan acción constante, satisfacciones superficiales e inmediatas
Son adictos a las bromas pesadas y a los comentarios sarcásticos, incluso hirientes.
En esta lucha, la única posibilidad es la huida y la protección.
La mentalidad en blanco y negro o todo/nada es común entre muchas de las personas dañinas, y una característica infantil de quien no sabe frustrarse, pactar o aceptar que la realidad, en ocasiones, se muestra adversa.
EL PODER corrompe, no lo es menos que embellece al corrupto.
Un manipulador ha sustentado su personalidad (generalmente cobarde y con muy baja autoestima) y su realidad (que percibe como amenazadora) en torno a la manipulación, con lo que resulta imposible pedirle que cambie o que evolucione. La única posibilidad de librarse de la manipulación es reconocerla y no acceder a ella. Las señales de alerta comienzan con gestos pequeños: incoherencias entre lo que dice o lo que hace esa persona, exageraciones o desviaciones de la verdad, una sensación inconcreta de malestar cuando se está con ella, y, al mismo tiempo, atracción y cierta dependencia.
Un refrán turco dice: «Una broma nunca es una broma»
Un pasivo-agresivo de diccionario, que jamás se encuentra satisfecho, ni confía en el otro, ni es capaz de una entrega sincera.
El rey mantenía a Griselda en vilo, pero sin soltarla nunca completamente. Siempre con una excusa para todo, y con una frialdad despreciable.
No sabe cómo enfrentarse a este rey que en ocasiones la necesita para vivir y en otras la rechaza y desprecia.
Todo lo que dice tiene una intención determinada.
Primera norma de supervivencia: evite la pena.
El psicólogo Charles R. Figley asume que un trauma sobreviene cuando una persona se enfrenta a un hecho inusual dentro de la normalidad, algo que amenace su vida o su integridad, o la de sus seres queridos; o si pierde su hogar de manera repentina, o incluso si es testigo de un acto violento que hiere o mata a otra persona.
El trauma necesita terapia: necesita, sobre todo, que se verbalice el dolor, el miedo o la rabia, para que se le pueda dar nombre a lo innominable, y para que se pueda dar paso a las otras etapas del duelo.
Es importante que no se tome la recuperación como un empeño en vencer o derrotar al monstruo. Conviene alejarse y reclamar lo que le pertenece. Esa persona está más acostumbrada, y juega a ese juego con muchísima más habilidad.
Nunca hay que menospreciar el poder de los monstruos. Si han sido capaces de herir a la víctima una vez es porque han dado con sus puntos débiles, y pueden volver a hacerlo. Les gusta el sabor de la sangre, y pueden regresar a por más.
Pero en caso de un encuentro con el agresor, vale más no mostrar ninguna reacción. Se alimentan de esa energía, que les permite la ficción de que aún son importantes, de que aún pueden hacer daño. En caso de un ataque directo, esto es más importante que nunca. Los monstruos no saben qué hacer cuando no hay reacción: se les priva de su poder.
Entre todas las contradicciones del duelo, puede incurrirse en la tentación de hacerle sentir todo el dolor que la víctima está sufriendo. Por desgracia, eso es una fantasía. Sería incapaz de situarse en el puesto del herido, o de padecer algo similar. Carece de empatía, y sus motivaciones no son las mismas. El dolor y la manera de calmarlo es asunto de la víctima.
La vida puede rehacerse a cada momento, y en innumerables ocasiones. Quedan cicatrices, algunas apenas rasguños, otras, imborrables. Si el trauma puede dejarse atrás, sería absurdo aferrarse a él; un triunfo más para quien hizo daño.
Hay heridas que no cicatrizarán, y de las que habrá que ocuparse de manera perpetua.
El trato con los demás nos obliga a una adaptación continua, que permite perder el apego a conductas rígidas, y a mirar con mayor objetividad problemas y conflictos.
Si algo parece demasiado bueno, hay altas posibilidades de que sea un timo. Si alguien parece un semidiós, es muy probable que nos esté engañando o que nos estemos engañando.
Casi todos habremos experimentado la alegría, nos habremos enamorado, reído, habremos logrado cosas que creíamos imposibles y habremos descubierto tesoros. Pero las cartas han de estar sobre la mesa lo antes posible. La búsqueda de la felicidad no puede excluir los malos momentos y cómo afrontarlos, ni puede basarse en fantasías.
La maldad existe. No me cansaré de repetirlo. En novelas, en cuentos y en ensayos, mi obsesión ha sido desde siempre abordar el lado oscuro de la personalidad corriente, de quienes no nos alejamos demasiado de la media, de quienes, a veces, nos sentimos monstruos y a veces creemos ser víctimas. La maldad existe. No la toleren, no la menosprecien. El malvado puede progresar. Huyan en cuanto puedan. No la desafíen. Callen, no reaccionen, cuéntenselo a otros y pidan ayuda, escapen, denuncien. Los héroes han de ser otros. El ciclo del héroe finaliza con él muerto en circunstancias dramáticas y la apoteosis o divinización sólo ocurría tras la muerte.
En la foresta hay seres extraordinarios, flores inauditas, árboles generosos, fuentes ubérrimas, animalitos con los que jugar, mariposas y silencio. Un lobo no nos va a estropear el paseo por el bosque.
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