martes, 13 de abril de 2021

Hyeonseo Lee; La chica de los siete nombres

 


Hyeonseo Lee; La chica de los siete nombres

 

Introducción

La solución fácil a mis problemas de identidad sería decir que soy coreana, pero no existe tal nacionalidad. No existe Corea a secas.

 

Prólogo

Fue entonces cuando entendí que se puede salir adelante casi sin nada, sin hogar y hasta sin país, pero nunca sin otras personas, nunca sin familia.

 

1

El songbun es el sistema de castas que impera en Corea del Norte.

 

2

La familia lo era todo para mi madre. Nuestra vida social tenía lugar dentro de la familia; fuera, hizo pocas amistades.

 

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Pintoresca vida familiar lo convertían en un lugar mágico para nosotros.

 

3

Una de las tragedias de Corea del Norte es que todo el mundo lleva una máscara, que se pone cuando le conviene.

 

3

A los seis años entré en el parvulario de Anju y, aunque era demasiado pequeña para darme cuenta, este hecho marcó un cambio sutil en mi relación con mis padres. En cierto sentido, yo ya no les pertenecía a ellos, sino al Estado.

 

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El bowibu no estaba interesado en los verdaderos crímenes que afectaban a la gente, como el robo, muy común, o la corrupción, sino solo en la deslealtad política, cuyo menor atisbo, real o imaginario, bastaba para hacer desaparecer a una familia entera —abuelos, padres y niños—: se acordonaba su casa y los miembros eran trasladados de noche en un camión, sin que se volviera a saber de ellos.

 

5

Presencia intimidante que no invitaba a la conversación.

 

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Las sesiones de autocensura

 

6

Unirse a los Exploradores es obligatorio entre los nueve y los catorce años,

 

8

Una mujer fascinante, inteligente y siempre con historias que contar.

 

9

A pesar de las interminables y agotadoras actividades colectivas, yo contaba con un reino privado al que podía escapar: los libros

 

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La lectura era un hábito heredado de mi madre.

 

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Tuve la mejor maestra: la necesidad

 

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Solo se tienen tres oportunidades en la vida, y esta no la dejaría escapar.

 

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Su voz me reconfortaba tanto.

 

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En su mundo, la ley estaba patas arriba. La gente tenía que quebrantarla para vivir. La prohibición del tráfico de drogas, un crimen grave en la mayoría de países, no se ve como un modo de proteger a la sociedad; traficar solo se considera un riesgo comparable a aparcar en un lugar no autorizado.

 

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El edificio 63 —señaló el agente—. Un símbolo de 63 pisos. No construimos más alto para no ser el blanco de un ataque norcoreano. Cuánta luz. Cuánta riqueza.

 

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Yo había crecido en un Estado comunista donde el Líder Paternal nos proveía a todos. La cualidad más importante de los ciudadanos era la lealtad, no la educación; ni siquiera la capacidad para trabajar duro. La categoría social la determina el songbun de la propia familia. En Corea del Sur, también la categoría social cuenta mucho, pero no es hereditaria, sino que viene determinada por la educación. Y aunque la educación es un gran nivelador en Corea del Sur (ni los hijos de las familias más ricas llegan a nada si no se aplican en la escuela), también comporta sus propias formas de opresión. Esta es en parte la razón de que el pueblo surcoreano sea, según

 

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Es curioso que la gota que colma el vaso sea invariablemente un incidente trivial.

 

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Vi enseguida lo difícil que era para los propios surcoreanos hallar la felicidad dentro de su sociedad.

 

 

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