jueves, 8 de diciembre de 2022

Yasmina Khadra; El escritor



De mis errores, no estoy arrepentido. Mis alegrías no tienen ningún mérito. La Historia no tendrá otra edad que la de mis recuerdos, y la eternidad el engaño de mi letargo. SID ALÍ, Lo que sueñan los lobos

 

Estaba decidido a engullirse la vida con la voracidad de los que se han curado milagrosamente.

 

1

Tal vez me habría servido de consuelo una pequeña sonrisa ante una separación que tenía algo de ruptura y de acuartelamiento a la vez.

 

2

No era cuestión de aislarte ni de compadecerte de tu destino.

 

4

Hay que saber tolerar lo que no podemos impedir. Sobre todo cuando tienes menos de doce años. Un niño es simplemente un niño. No tiene más remedio que adaptarse. Su única oportunidad está en su capacidad de acomodarse. Y sólo hay una. Una sola y única oportunidad. Ínfima y no renovable. Mi instinto de supervivencia hacía las veces de la sensatez. A eso me agarraba. La Cosita que se reducía en mí se negaba a marchitarse del todo. Estaba hundida, hecha polvo, pero se mantenía firme. Una vida es toda una historia. Y una historia no tiene por qué ser un cuento de hadas. Es algo que le ocurre a alguien, que le encanta o le desencanta, le hace o le deshace, soberana e inmutable, intransigente e inexorable. Lo que importa es lo que sacas de ella, no lo que en ella dejas.

 

4

Me identificaba más fácilmente con las historias que tenían que ver con una familia solidaria frente a la adversidad. Sentía admiración por una madre coraje, un niño leal o un pariente patéticamente abnegado hacia los suyos.

 

4

La atrocidad no está en el horror que descubrimos, ni en el gesto que la inflige; está en la pena que sobreviene de súbito. Me dolía todo el cuerpo a causa de mi improvisado jergón, y me dolían hasta los pensamientos por darme de cabezadas.

 

5

Desde ese año empecé a refugiarme en los libros. Cada título me proporcionaba una grieta a través de la cual me escapaba de El Mechuar. Los cuentos me propulsaban al centro mismo de un mundo cautivador, me preservaban mientras duraba una lectura, de las influencias negativas de la fortaleza.

 

5

Comenzaba una página como se emprende un camino, y me dejaba ir al capricho de la narración. Escogía mis amigos entre los personajes, cavaba mis madrigueras en medio de las guaridas de los bandidos y los antros de las brujas, mientras los ogros tripudos me adoptaban, algo que los instructores, debido a su impericia, no lograban nunca del todo.

 

II. La isla de Kolea

El pecado original del arte es haber querido convencer y complacer, como si se tratara de flores que crecen con la esperanza de terminar en un jarrón. JEAN COCTEAU

 

8

La lectura era nuestra principal forma de evasión. Nos hablaba del mundo que tanto echábamos de menos, de gente que nos hubiera gustado conocer, de tierras lejanas y de otras civilizaciones; nos contaba las guerras, los dramas y las aberraciones de una humanidad en perpetuo cuestionamiento; nos explicaba los mecanismos de la gloria y la decadencia; nos enseñaba a conocer mejor a los demás y nos hablaba de acontecimientos en los que una escuela como la nuestra no tenía por qué fijarse. Teníamos sed de aprender, sed de vivir y de existir; no ya como matrículas, sino como individuos, con lo que eso supone en cuanto a estados de ánimo, aspiraciones, voluntad de ser distintos, de vestirse de manera distinta, de caminar de manera distinta en lugar de caminar al paso, de llevar el mismo uniforme y la misma cruz sin tener la posibilidad de examinar nuestra situación o de cortar con todo. Leer significaba, para nosotros, la negación del hecho consumado; era abatir las barreras que nos separaban de los demás, que nos recluían; hacer pedazos la camisa de fuerza que nos inmovilizaba y nos retenía lejos de las cosas sencillas y ordinarias de la vida.

 

8

Después de cada lectura atravesaba un momento de éxtasis, como si rumiara un alimento celestial. Estaba como en las nubes.

 

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