martes, 29 de octubre de 2019

Birgit Vanderbeke; Mejillones para cenar


Empezamos a pensar qué haríamos si él no viniera y enseguida descubrimos que para mi hermano y para mí sería mejor que no volviera, que no volviera nunca, porque ya no nos gustaba ser una verdadera familia, como él la llamaba. Nosotros pensábamos que en realidad no éramos una verdadera familia, en esta familia sólo se trataba de que hiciéramos ver que éramos una verdadera familia según el concepto de familia de mi padre, que no la había tenido y que por lo tanto no sabía qué es una verdadera familia, y a pesar de ello había llegado a tener una idea clarísima que nosotros poníamos en práctica mientras él estaba en su despacho, cuando en realidad nos hubiera gustado comportarnos como salvajes en lugar de ser una verdadera familia.

- La peor parte se la llevaba mi madre, porque era la encargada de hacer que fuéramos una verdadera familia, y eso no era nada fácil, porque si bien el concepto que mi padre tenía de una verdadera familia era extraordinariamente preciso, también era perfectamente impenetrable e imprevisible, de manera que ninguno de nosotros, y mucho menos mi madre, lograba comprender su lógica.

- Cierto que ella hacía lo que podía, pero frecuentemente hacía exactamente lo que no debía hacer.

- Con ello se dejaba poco espacio para lo bello

- Es sorprendente lo que hace la gente cuando algo se sale de lo corriente, se produce una pequeña desviación de la normalidad y de pronto todo es distinto, radicalmente distinto.

- Seguramente nos hubiéramos mantenido unidos como una verdadera familia, la que representábamos un día tras otro, si no se hubiera producido aquella desviación de la normalidad.

- Pequeñas desviaciones pueden provocar grandes catástrofes.

- Estábamos reforzando lo no normal.

- Así que de pronto todo el ambiente parecía estropeado y tóxico

- Pero mi padre decía que no eran verdaderas familias, que en ellas había sólo indiferencia y ningún sentido familiar y que por eso los niños bajaban a jugar a la calle. Yo pensaba siempre que habría preferido que en nuestra familia hubiera un poco más de indiferencia, por lo menos la suficiente como para que pudiéramos encerrarnos en nuestras habitaciones mientras mi padre silbaba Rigoletto, eso era imponer más espíritu de familia del que me parecía soportable. Y las tardes de domingo, cuando respirábamos aire puro paseábamos cada uno por nuestra cuenta porque el domingo ya se nos había acabado.

- Mi padre aprovechaba los domingos para desarrollar su concepto de la verdadera familia.

- Mi padre le contaba a mi madre cosas de su oficina, pero mi madre nunca le contaba a mi padre cosas de su escuela, porque la oficina era importante, más importante que la escuela

- Cuando mi padre estaba de viaje podía leer todo lo que quería, también podía tocar el piano durante más de una hora, o menos, podía tocar el piano cuando me apetecía, lo que normalmente no era así, y por eso me entristecía cuando él volvía a casa, y mi madre se entristecía porque entonces mi hermano tenía que bajar corriendo la bolsa de la basura con todas las flores y hierbas para que mi padre no la pillara en sus hábitos pueblerinos incorregibles. Incluso mi hermano tenía secretos, todo el cobertizo de las bicicletas estaba lleno de sus secretos, pero cuando mi padre estaba de viaje apenas había secretos entre nosotros. Claro que no lo hacíamos todo juntos, como una verdadera familia, sólo ir a la compra, lavar los platos y limpiar la casa. Esas cosas las hacíamos entre todos, es decir, lo que de costumbre hacía mi madre sola cuando mi padre estaba en casa, porque él

- Pasábamos horas contándonos historias que podían ser inventadas o no, o una mezcla de las dos cosas, algo que en nuestra casa no era frecuente, porque había cosas importantes y cosas insignificantes: mi padre contaba todas las cosas importantes, mi madre se chivaba del resto de las cosas importantes, y las cosas insignificantes eran demasiado insignificantes para contarlas. Por eso casi nunca contábamos nada, a no ser que mi padre estuviera de viaje,

- Pero aquella noche se nos había acabado la capacidad de comprender y no volvimos a recuperarla, siempre nosotros, dijimos, y quién trata de comprendernos a nosotros. Fue una pregunta llena de malicia, porque estábamos enojados con nuestra madre, que nos decía siempre, hay que tratar de comprenderlo. Nosotros habíamos hecho lo que habíamos podido, pero aquella noche se nos había acabado la capacidad de comprensión, y mi hermano dijo, a mí no me vendrían mal unos gramos de comprensión. Pero en nuestra familia no solía suceder que a uno la comprensión le cayera como llovida del cielo, había que ganársela.

- Era nuestra mera existencia la que le amargaba la vida y había acabado por agotarle la capacidad de comprensión, nos decía. Desearía no haberos traído al mundo, nos dijo una vez, y nos explicó que se arrepentía profundamente de habernos engendrado, primero a mí, por un desliz, y más adelante a mi hermano, ya programado. Lo consideraba un error, un error fatal, si miraba los resultados: su hijo, un completo fracasado, lo que atribuía al hecho de que tanto mi madre como el sistema educativo imperante habían malcriado a mi hermano de la manera más irresponsable.

- Mis berridos debían de ser tan infernales que mi madre nos contaba que mi padre decía, esto no es un mono, esto es el mismísimo diablo, y mi madre se pasaba los fines de semana tratando de consolar y tranquilizar a mi padre, pero era imposible consolarlo y tranquilizarlo porque mis berridos no lo dejaban dormir. Su furia contra aquel engendro del diablo llegó tan lejos que una vez me arrojó contra la pared. Y mi padre siempre decía, entonces se calló por primera vez.

- En nuestra casa uno no podía estar sin hacer nada, era absolutamente necesario que todos estuvieran siempre haciendo algo.

- Siempre he pensado que no era una mujer sencilla, sino que fue una mujer extraordinaria, porque era capaz de no hacer nada mientras que los demás estaban siempre haciendo algo.

- Por supuesto, pasó quince días sin dirigirme la palabra. Siempre dejaba de dirigirme la palabra hasta que yo pedía disculpas por mi comportamiento. Mi madre venía cada día a mi habitación y me decía, anda, ve, pídele perdón, porque no soportaba que no nos habláramos. Yo, en cambio, lo soportaba bien, porque así después de cenar podía leer y no estaba obligada a jugar a cartas ya que nadie hablaba conmigo. Cuando mi padre no me hablaba, los otros tampoco podían hacerlo, sólo cuando él salía hablaban conmigo a hurtadillas, mi hermano se disculpaba siempre el mismo día, por eso todos hablábamos con él, en cambio yo no me disculpaba inmediatamente, incluso alguna vez no llegué a disculparme. Otras

- Por ese motivo mis padres salían muy poco, porque mi madre siempre llevaba ropa de saldo mientras que mi padre no sólo era más joven que mi madre sino que además llevaba los trajes hechos a medida. Tan pronto como consiguió su puesto en la empresa se acostumbró a querer lo mejor, la ropa de confección se distingue a la legua, decía mi padre, y efectivamente, cada vez que mi madre llevaba algo nuevo, él se daba cuenta de que era ropa de saldo. Sencillamente, es que no tienes clase, decía mi padre, y mi madre estaba de acuerdo en que no tenía clase, cómo voy a tener clase si tengo que mirar hasta el céntimo mientras que tú tiras el dinero a espuertas, mi padre decía, a espuertas no, y además yo no tengo la culpa de que tu seas una tacaña. Al cabo de un momento se oía un portazo y mi padre salía de casa hecho una furia y no volvía hasta muy tarde y borracho.

- En las celebraciones de la empresa todos los hombres llevaban a sus esposas, sólo mi padre iba sin mi madre por culpa de los saldos con los que se vestía, además tampoco tenía buenas maneras, y una vez que mi padre se decidió a llevarla lo puso en ridículo.

- En casa tampoco recibíamos visitas, eso hubiera estropeado la buena impresión que mi padre había producido en su empresa con su laboriosidad y su simpatía.

- Nos alegramos de que hubiera desaparecido ese afán conciliador suyo que tanto nos había hecho sufrir, pero para mi madre era terrible porque se derrumbaban toda su armonía y la bondad del ser humano.

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