El más feliz de todos los estados para un artista— en el que
las cosas en general sirven para enriquecer el proyecto en particular, se
fusionan con él, logran que avance y lo justifican.
- Consideraba un auténtico regalo ese interés en contemplar
la máscara humana y que ésta no fuera menos vivida de lo que era —en ocasiones,
la clave de su éxito dependía de que se ciñera a esa pauta—, ya que debía
ganarse la vida reproduciéndola.
- Fue la contemplación de aquel cuadro, el que usted tuvo la
generosidad de regalarle, lo que hizo que me enamorara de ella.
- No siempre —dijo el anciano—. Ni por asomo puede usted
considerar a este hombre un sinvergüenza. Lo que hace no perjudica a nadie. No
tiene mala intención. No roba ni estafa. Tampoco juega ni bebe. Es muy amable.
Está apegado a su esposa, y es cariñoso con sus hijos. Simplemente, no es capaz
de ofrecer una respuesta sincera.
- Uno no pinta retratos durante tantos años sin llegar a
adquirir ciertas aptitudes como psicólogo.
- La sensación de estar casada con un hombre cuya palabra no
tenía ningún valor no le causaba, por cuanto él podía adivinar, ninguna
desazón.
- Acaso no mentía también ella, después de todo, cuando dejaba
pasar sus falsedades sin una sola protesta? ¿No era su vida una constante
confabulación, y no se convertía en su cómplice por el mero hecho de no
indignarse ante él?
- Es el mentiroso platónico por excelencia», se dijo a sí
mismo.
- A la hora de conversar, sus mentiras constituían un
estorbo, ocupaban indebidamente un espacio valioso, y lo convertían todo en una
especie de brillante nebulosa salpicada de rayos de sol.
- Siempre se le puede hacer un hueco a una mentirijilla hecha
bajo presión, como se le haría a alguien que se presentara en una noche de
estreno teatral con un pase del propio autor. Pero la mentira superflua es el
espectador que se planta con su taburete, sin invitación ni entrada, en medio
del pasillo.
- Su técnica solía consistir en afirmar lo falso más que en
negar lo verdadero. Sin embargo, dicha proporción a veces se invertía
llamativamente.
- Había soñado durante años con pintar algo que llevara
implícita la impronta de su habilidad como pintor y como psicólogo, y aquí, por
fin, encontraba su modelo.
—¿Cómo va a irte muy bien pintar a mi marido? —preguntó la
señora Capadose. —Bueno… Es un modelo tan infrecuente Un tema muy interesante.
Posee una cara tan expresiva… Aprenderé infinidad de cosas. —¿Expresiva?
¿Expresiva de qué? —preguntó la señora Capadose. —¿De qué? De su carácter. —¿Y
deseas representar su carácter? —Por supuesto. Eso es lo que puede aportar
realmente un gran retrato, y yo haré uno excelente del coronel. Un retrato que
me llevará a la cumbre.
- El pintor puso en práctica aquella idea, acariciada durante
tantas semanas, de lograr que se revelara en el cuadro tal como era, y
posiblemente no habría podido estar en mejor tesitura en relación con él para
semejante propósito. Lo animaba, lo seducía, lo provocaba,
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