lunes, 27 de junio de 2022

Manuel Vilas; Alegría


Manuel Vilas; 
Alegría

 

Un libro en el que hablo de vosotros dos: de ti, mamá, de ti, papá, porque vosotros dos, y vuestros dos fantasmas, es todo cuanto tengo, y tengo un reino, tal vez un reino indescifrable, un reino de belleza. Os habéis convertido en belleza, y yo he asistido a ese prodigio. Y no puedo estarle más agradecido a la vida, porque ahora sois belleza y alegría.

 

Todo aquello que amamos y perdimos, que amamos muchísimo, que amamos sin saber que un día nos sería hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, y bien que insistió con fuerzas sobrenaturales y buscó nuestra ruina con crueldad y empeño, acaba, tarde o temprano, convertido en alegría.

 

Era el ruido que producen los desconocidos, cientos de hombres y mujeres que deambulan por la ciudad, con sus coches, o sus motos, o sus conversaciones. El ruido se estaba convirtiendo en un enemigo.

 

La vida es tan grande como cruel y dura. La vida es la imposibilidad de conocer la vida. Ya no conozco bien a mi hijo, ni él a mí.

 

Compré el disco de Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi allá por 1977. Lo compré en una oferta, me costó ciento veinticinco pesetas. Yo solo era un adolescente de catorce años entonces, pero aquel disco me deslumbró: intuí en esa música la volubilidad del tiempo, la transformación, el movimiento, el cambio, y me dolió esa intuición, porque yo anhelaba que nada cambiase.

 

Intemperie salarial.

 

La vida de un padre y la vida de un hijo están llenas de desconocimiento que solo el amor puede convertir en la odisea más hermosa.

 

La condición de padre es la del mendigo del amor.

 

Un buen día comprendes que nunca has estado con nadie plenamente, ni siquiera contigo mismo. Y ese día es un gran día. La vida de un ser humano que envejece consiste en aceptar que nunca ha estado con nadie ni nunca estará con nadie, nunca podrá darle su alma a otro y que el otro entienda lo que se le da, lo proteja, lo cuide y lo preserve. Para amar a alguien tienes que renunciar a ti mismo. Pocos seres renuncian a sí mismos. Todo ser humano, cuando entra en la vejez profunda, acepta la soledad.

 

Hemos construido la ilusión del acompañamiento. Lo hicimos con la invención de la familia, con la invención del amor, de la amistad, de los vínculos incondicionales, y la ilusión funciona bien hasta que la edad decanta una sensación nueva: la sensación de que morirás solo, porque todos morimos solos. Solos están los mares, las montañas, las estrellas y los árboles, así es mi sentido de la soledad: una exaltación maravillosa del misterio de estar aquí, en la vida y en la tierra.

 

Todo padre necesita descansar de la paternidad, probablemente para volver a ser solo hijo.

 

Ha derrotado a la melancolía del calendario. Ha puesto una vela de cumpleaños allí donde yo quería colocar un monumento a la soledad.

 

Al principio me enamoré de Estados Unidos, porque todo me resultaba excitante, frenético, y me distraía de mí mismo. El país era un espectáculo de la voluntad de vivir, y eso me ilusionaba.

 

Los últimos años de mi vida son inmensamente raros, porque el pasado se ha revelado ante mí con una fuerza extrema. El pasado se ha convertido en una especie de dios inaccesible. No puedo acceder a mi pasado, eso es lo que me ocurre. Entonces, el pasado aparece ante mis ojos como un buque fantasma, que leva anclas, que me dice adiós, pero nunca acaba de irse del todo. Es así como acabo contemplando millones de tiempos pretéritos de otros seres humanos que se evaporaron.

 

Lo vi tan poco en esta vida, y las pocas veces que lo vi lo admiré tanto.

 

La música de Mozart fue inocencia, y a la vez jauría de cuchillos amorosos. Fue libertad, y a la vez inconsciencia. Fue exaltación, y a la vez locura.

 

Te agradezco infinitamente que hayas venido a verme. Me has hecho feliz, porque tu fe y tu memoria y tu soledad son bellas.

 

Momento de oro

 

Al estar junto a él, pienso que no me puede pasar nada malo; debería ser él quien sintiera eso, pero no me atrevo a preguntarle si lo siente.

 

La paz es una utopía. Nunca hay paz en quien ha vivido y sigue vivo. Solo hay convivencia con el mal, pero no paz. La paz no existe. Es una superstición de los seres humanos.

 

Salimos a pasear por Chicago. Valdi y yo. Para mí era como una luna de miel, porque entre padres e hijos también existen las lunas de miel. Creo que me hacía muy feliz su presencia, porque estábamos los dos solos, en una ciudad llena de rabia y vida.

 

Tres veces fuimos más listos que el capitalismo universal. Al capitalismo hay que robarle siempre, porque por mucho que le robes jamás podrás robarle tanto como él te roba a ti, pues te roba la alegría, y la alegría tiene un precio incalculable.

 

Nos alegran esas pequeñas trampas que le hacemos al gran capitalismo universal en donde los seres humanos creen vivir y gozar, pero en realidad perecen y arden en el vacío.

 

¿Cuántas bicicletas hay en la memoria de cualquier ser humano?

 

Hallazgos luminosos sobre quién soy, sobre mi identidad.

 

He heredado su dandismo, que es una forma de estar siempre pensando en otra cosa distinta de la que tienes delante; es como una ausencia; como un irse de este mundo en pos de otro que no existe sino como melancolía.

 

Estamos ante un momento sagrado, quiero besar el tiempo en el que estoy con mi hijo, mientras el tiempo aún esté con nosotros. Yo compuse con mi padre un momento así, solo que el momento con mi padre ya no lo hallo en ningún sitio, por eso me aferro al momento que estoy viviendo con Valdi, porque desde allí invoco la venida de mi padre.

 

«El dinero no da la felicidad» es una frase reaccionaria, dicha por quien tiene dinero y pronunciada para evitar que otros lo tengan. El dinero te acerca al lujo y el lujo es alegría. Y sin alegría la vida no vale nada. El lujo es belleza. Debería haberle traído a mi padre no un Seiko de trescientos dólares, que los hay por esa cantidad, sino un Omega de cinco mil, o un Rolex de veinte mil.

 

Quería tocar el bebé que fue. Y cuántas veces toqué el bebé que Valdi fue y no supe darme cuenta de que en ese instante estaba en lo más alto de mi vida, en la plenitud de la existencia, cerca de Dios, cerca del misterio de la materia, dueño del secreto de la vida. El secreto de la vida se llama belleza. Se llama soledad.

 

Mo siempre me da consejos, porque expresa el amor a través de los consejos. Expresar el amor tiene su complejidad. No basta con decir «te quiero». La transmisión del amor necesita materialidad. Todo en la vida necesita concretarse en algo.

 

La vida, la madurez, consiste en saber distinguir cómo la gente manifiesta su amor. No todo el mundo lo hace de la misma forma, eso quería decir. Es un largo repertorio. Comprender ese repertorio es vivir con los demás.

 

Cuando la dejó tu padre, ella lo pasó mal, pero luego se casó y tuvo dos hijos. Porque la vida continúa siempre, parece a veces un pozo oscuro, pasa el tiempo y sale el sol otra vez, y así de generación en generación, la vida siempre se rehace, siempre vuelve a aparecer.

 

Yo escribo para vosotros, para deciros que vuestras vidas fueron importantes y fueron verdad y fueron bondad.

 

Ese era mi padre: un explorador de la sencillez del mundo.


El mismo amor a la vida. Vimos a los demás según nuestros intereses y nuestros deseos más complejos. Porque si no cumplíamos nuestros deseos, moríamos. Y no queríamos morir. Pero nuestros deseos eran infantiles.

 

Tal vez para eso sirvan los libros, para adornar nuestras penas.

 

La ruleta de la vida. En ese vaivén sin razón alguna, se deciden los momentos más felices de nuestras existencias.

 

Los detalles son siempre importantes, porque la vida son solo los detalles de la vida. La vida en sí misma, como absoluto, no se presenta si no es a través de pequeños detalles.

 

En los detalles está la verdad que no nos atrevemos a pregonar. La verdad se esconde en esos pequeños gestos, nunca en las grandes afirmaciones.

 

Maridaje del vino y la literatura.

 

El infierno siempre se presenta con los adornos del paraíso. Es un clásico de la vida. Entras en el infierno creyendo que estás entrando en el paraíso. 

 

A mi madre le pasaba lo mismo: se dejaba seducir por el mundo a bajo precio y fue llenando la casa de utensilios monstruosos.

 

La elegancia no reside en el precio de lo que llevas puesto. La elegancia es un don. Mi padre lo tuvo. La elegancia es una conciencia abierta a ti mismo, un río de la vida.

 

La elegancia es un gesto, una manera de estar delante del espejo universal del tiempo.

 

La alegría no es de este mundo. Es un arte del corazón, que se esconde siempre, un arte de la bondad.

 

Es un tiempo de Dios en la tierra. Ya nadie cree en Dios, pero a mí me parece que en Navidades el cielo se tiñe del cuerpo blanco de Dios, me parece que Dios se encarna en los ríos helados y en el viento frío de la mañana, y se mete en las sonrisas de las gentes, arranca un poco de vigor en el corazón. 

 

Torturados por la enfermedad y la obesidad, la angustia y algo que no sabría cómo llamarlo, tal vez la inconsciencia de su propia pobreza. Creen que no merecen otra vida,

 

Lo que he hecho ha sido engañar a todo el mundo, haciéndoles creer que lo hablo. No un engaño malvado, sino más bien inocente, humorístico, intrascendente, casi como broma privada que me gasto a mí mismo.

 

El capitalismo es agotador.


En la relación entre una madre y un hijo se posa la energía de Dios. Él está allí —da igual lo que uno entienda por Dios, no tiene que ver con las religiones, sino con el misterio—, en esa relación, se sienta allí, descansa allí.

 

Lo peor que le puedes preguntar a un padre o a una madre que ve poco a sus hijos es cómo están sus hijos. Verás que automáticamente se queda mudo. Se le van los ojos. Se pierde. No sabe qué contestar. Deja de escuchar y comienza a repasar todo su pasado para hallar en algún sitio la culpa que explique por qué ve poco a sus hijos. Retrocede en el tiempo, los ve nacer, los ve crecer, los vuelve a ver nacer. Ve cumpleaños y fiestas familiares y vacaciones de Navidad a la velocidad de la luz. Lo ve todo, y todo lo que ve se convierte en un cadalso.

 

La gente ha expulsado a la poesía de sus vidas, por eso hay tanta insatisfacción y amargura y odio. Los actos de vida en donde vive la poesía ya no son frecuentes.

 

Habría transformado ese dinero en amor.

 

Y eso es lo mejor que hay en mí, un profundo sentido del agradecimiento. La luz de la vida es el agradecimiento. Cuando eres agradecido, puedes ver a los seres humanos en su esencia. Puedes verlos en su desnudez. Eso me ha pasado. La edad madura es la edad del agradecimiento.

 

Cómo necesitamos los seres humanos sentirnos especiales.

 

Ha llegado el primer regalo a mi vida, desproporcionado, inmerecido, de una generosidad perturbadora.

 

Cuánta belleza.

 

Vivir bajo el orden de la hermosura.

 

No supo decirle a su hermano que le quería y se lo dijo a Galicia entera, eso es hermoso.

 

Arboles frondosos, que se movían y hacían música con sus ramas.

 

«¿Por qué tienes que tener miedo si solo hay hermosura en la vida?»

 

Un padre nunca comunica su miedo a su hijo.

 

Tenía magnetismo, era una mujer arrolladora y vital.

 

Muertos de un lado de tu familia luchando contra los otros, por ver quién obtiene el botín de estar mejor colocado en el podio de mi memoria.

 

Buscar exactitud en el pasado es un delirio de vivos.

 

Estar solo es estar cerca de la serenidad.

 

Cuando decimos eso de que una persona es fotogénica o de que la cámara te quiere no somos conscientes de que en realidad quien te quiere es la luz del sol, porque eso es una fotografía: el amor de la luz hacia tu cuerpo, la caída de la luz sobre tu carne mortal. Entonces, me quedo mirando las fotos de Mo, y veo en esas fotos a otra persona. Cuando la tengo delante es como si no la acabara de ver, por eso voy a sus fotos. Y me enamoro de esas fotos.

 

La belleza que ha resultado ser la última invitada en mi vida. La busco en todas partes.

 

Yo la miraré a ella en sus fotos de Facebook, porque me gusta mirar sus fotos, porque en esas fotos Mo se convierte en otra mujer; tal vez eso sea uno de sus grandes misterios. Siempre le dije a Mo que la cámara la quería.

 

El dadaísmo es como la juventud del siglo XX. Luego nos tocó vivir la madurez y la vejez del siglo.

 

Palabras, «solo comías calamares a la romana». Los comí para ti, papá, para que un día esa frase y ese hecho de que solo comiera calamares a la romana fuese este pasadizo por el que vienes a mí.

 

Todos los padres y las madres agradecen esos gestos, el gesto por el cual alguien se hace padre o madre de tu hijo por un rato.

 

Cuando alguien les coge cariño a tus hijos, y estos son pequeños, tu confianza en la vida aumenta, y te vuelves mejor persona. Es como si te dijeran «adelante, no desfallezcas; si nos necesitas, avisa, sabemos lo duro que es sacar adelante a unos hijos, nosotros también somos padres,

 

Las risas grandes, las bromas bien diseñadas, las carcajadas sin límite, todo cuanto nos dijimos.


La ilusión por el futuro es una de las grandes liturgias de la vida.


Lo relevante de la condición de poeta en Haydn fue que le dotó de un sentido de la vida intenso y original.


Solo vive para cazar belleza.

 

Vivir con conciencia de lo vivido, con la memoria perfectamente afilada, como un cuchillo de carnicero, capaz de rebanar y trocear las décadas en años, y los años en meses, y los meses en días, y los días en horas, y las horas en minutos, así quiero yo mi memoria.

 

Pero este presente en el que vivo ahora es inconmensurable, porque es un tiempo en donde lo imprevisto gobierna mi vida. Nada de lo que me está pasando fue nunca previsto, barruntado, ni siquiera conjeturado. La imprevisibilidad es alegría también, porque la imprevisibilidad parece un regalo, sugiere la aparición de un ángel, la aparición de lo extraordinario.

 

Cada uno ha rehecho su vida. Se siguen queriendo pero ya no son quienes fueron. Pasa lo mismo que con el poema de Idea Vilariño.

 

Saben que ninguno de los dos verá morir al otro, porque aun cuando se amaron y se aman, la vida les impone destinos diferentes.

 

No te supe querer mejor.

 

Me importa bien poco la literatura, yo quiero el amor de la gente, por eso me hice escritor. Porque descubrí algo, descubrí que las palabras enamoran y sirven para no estar solos.

 

Vida que se gastó, vida consumida en las tareas mismas de la vida.

 

 

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