lunes, 27 de junio de 2022

Will Schwalbe; El club de lectura del final de tu vida


Will Schwalbe; 
El club de lectura del final de tu vida

 

 

Mi hermana, mi hermano y yo disfrutamos de conversaciones y momentos extraordinarios con mi madre a lo largo de toda su vida, y también durante sus últimos años. Mi padre pasó con ella más tiempo que nadie -en el transcurso de décadas de matrimonio y al final-, y tanto su manera de cuidarla como el amor que se profesaban nos sirvieron de inspiración a todos nosotros.

 

Ya sabes casi con toda seguridad lo que te deparará el destino. Podría decirse que la tertulia literaria se convirtió en nuestra vida, pero sería más preciso decir que nuestra vida se convirtió en una tertulia literaria. Tal vez siempre lo había sido y fue necesario que mi madre enfermase para que nos diéramos cuenta. No hablábamos mucho sobre el club de lectura. Hablábamos de libros y hablábamos de nuestra vida.

 

Para los que aún no habéis leído En lugar seguro (o los que seguís fingiendo haberlo leído), es una historia sobre la amistad de dos parejas durante toda su vida: Sid y Charity, y Larry y Sally. Al principio de la novela, Charity se está muriendo de cáncer. Así que cuando lo acabé, sentí la necesidad de hablar del tema con mi madre. La novela nos ofreció una manera de abordar algunas cosas a las que se enfrentaba ella y algunas cosas a las que me enfrentaba yo.

 

Los libros siempre habían sido para nosotros dos una manera de sacar a colación y explorar temas que nos preocupaban pero que nos resultaban incómodos, y también nos habían dado temas de conversación cuando estábamos estresados o ansiosos.

 

Como en muchos clubes de lectura, las conversaciones iban y venían de las vidas de los personajes a las nuestras.

 

No leíamos únicamente «grandes libros», leíamos al azar, con promiscuidad y por capricho.

 

Los libros la ayudaban a centrarse, la tranquilizaban.

 

Rebosante de pasión e ingenio.

 

Tenía tantos amigos de sus muchas vidas distintas

 

Una de las mejores amigas de mi madre desde la escuela preparatoria contrató y pagó a una cocinera para que fuera una vez a la semana a servir la cena, de modo que mi madre pudiera invitar a un pequeño grupo de amigos sin cansarse más de lo debido, o sencillamente compartir una deliciosa comida casera con mi padre si no estaba de ánimo para recibir visitas.

 

Otros escribieron acerca del efecto que había tenido mi madre en sus vidas.

 

¿Por qué no disfrutar mientras puedes de la alegría de saber que llegaste a conmover a otras personas durante tu vida?

 

El destino y los efectos de las decisiones que toma la gente. Creo que la mayoría de los libros buenos comparten esa temática -señaló ella.

 

Esa es una de las virtudes de los libros. Nos ayudan a hablar. Pero también nos aportan algo de lo que todos podemos hablar cuando no queremos hablar de nosotros mismos.

 

Mi madre me confesó entonces, mientras seguíamos allí sentados, que creía de verdad que la vida íntima era íntima. Los secretos, estaba convencida, rara vez explicaban o disculpaban nada en la vida real, o revestían mucho interés siquiera. La gente contaba más de la cuenta, dijo, no menos de lo debido. Creía que uno tenía que ser capaz de mantener su vida privada en la privacidad por cualquier motivo, o incluso sin motivo alguno. Lo aplicaba igualmente a los políticos -siempre y cuando no fueran unos hipócritas- y mucho se temía que no encontraríamos nunca gente lo bastante buena e interesante para ocupar un cargo si nos dedicáramos a fisgonear en todos los rincones de su pasado.

 

En realidad no había dejado tiempo para la tristeza. Me había mantenido ocupado con mi trabajo y también con las facturas, la tintorería y los correos, todas las tareas triviales que colman mi vida

 

La energía y la chispa que poseían, y también su sonrisa.

 

Su sonrisa abarcaba todo su ser.

 

Estaba, creo yo, orgullosa de su autocontrol, como si fuera una forma de ascetismo moderado.

 

Hay autores que llenan hasta el último milímetro del lienzo: todo se describe y se detalla; no existe nada que no se mencione. Igual que en la descripción de una oferta inmobiliaria, si algo es digno de decirse, ciertos autores lo dicen. (Si en una oferta inmobiliaria no pone «luminoso», puedes apostar a que el apartamento es de una oscuridad estigia; si no dice que hay ascensor, carece de él; y si no dice «ambiente seco», es que reina allí la misma humedad que si lo atravesara un río). Los escritores que «lo dicen todo» suelen ser más de mi gusto: Dickens y Thackeray, y el Rohinton Mistry de Un perfecto equilibrio. Mi madre prefería los autores que pintan con unas cuantas pinceladas. Adoraba el arte abstracto y yo adoro el figurativo.

 

Lo que se celebraba en ambas ocasiones era el paso del tiempo, claro, pero también la vida. Aun así, no quería dejar de lado por completo dónde estábamos y hacia dónde nos dirigíamos.

 

No tenía ni la menor idea de cómo vivir su muerte.

 

Todos estamos muriendo y ninguno sabemos cuándo nos llegará la hora; podrían quedarnos décadas o ser mañana, y sabemos que tenemos que vivir nuestra vida con la mayor plenitud posible. Pero, en serio, ¿quién puede prestarse a esa treta mental? Hay una diferencia inmensa entre ser consciente de que podrías morir en los dos próximos años y saber que, efectivamente, es casi seguro que morirás.

 

Celebra algo siempre que surja la oportunidad.

 

Siempre que lees algo maravilloso te cambia la vida.

 

Yo estaba aprendiendo que cuando estás con alguien que se está muriendo, tienes la necesidad de celebrar el pasado, vivir el presente y llorar el futuro, todo al mismo tiempo.

 

No hay que dar nada por sentado respecto a una persona. Nunca se sabe si alguien puede ayudarte y se prestará a hacerlo hasta que se lo pidas. Así que nunca hay que pensar que alguien no podrá o no querrá por causa de su edad, su trabajo u otros intereses, o de su situación económica.

 

La alegría no se deriva de si los personajes viven o mueren, sino de lo que han comprendido y logrado, o de cómo se les recuerda.

 

Una clase especial de valentía y determinación.

 

Echaría de menos conocerla mejor.

 

Eran los compañeros y los maestros de mi madre. Le habían mostrado el camino. Y ella los podía mirar mientras se preparaba para la vida eterna que, como bien sabía, la aguardaba.

 

Epílogo


Naturalmente, las tertulias también nos aportaron una buena cantidad de libros de toda clase que leer, libros que degustar, sopesar y disfrutar; libros que ayudarían a mi madre en su viaje hacia la muerte, y a mí en el mío hacia la vida sin ella.

 

Epílogo

Pienso a menudo en las cosas que me enseñó mi madre. Hazte la cama todas las mañanas; da igual que no tengas ganas, tú háztela. Escribe notas de agradecimiento de inmediato. Deshaz la maleta, aunque solo vayas a pasar una noche en ese lugar. Si no llegas con diez minutos de antelación, es que llegas tarde. Muéstrate alegre y escucha a la gente, aunque no estés de ánimo. Dile a tu pareja (tus hijos, nietos, padres) que la quieres todos los días. Usa papel tapiz para forrar las cómodas por dentro. Ten siempre a mano.

 

Epílogo

Unos cuantos regalos (mi madre tenía un «cajón de los regalos») para que siempre puedas dar algo a la gente. Celebra los acontecimientos. Sé amable.

 

Epílogo

Su convicción de que los libros son la herramienta más poderosa en el arsenal humano, que leer toda suerte de libros, en el formato que uno elija -electrónico (aunque no era para ella), impreso o audiolibro- es el mejor entretenimiento, y también es la manera en que uno toma parte en la conversación de la humanidad. Mi madre me enseñó que se pueden cambiar las cosas en este mundo y que los libros tienen importancia: son la manera de averiguar lo que tenemos que hacer en esta vida, y el modo de decírselo a los demás. Mi madre también me enseñó, en el transcurso de dos años, docenas de libros y cientos de horas en hospitales, que los libros pueden ser el modo de intimar, y de seguir cerca, incluso en el caso de una madre y un hijo que ya estaban muy cerca de entrada, y siguen estándolo incluso después de la muerte de uno de ellos.

 

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